Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El 4 de febrero de 2002, un avión Predator no tripulado sobrevoló la provincia de Paktia, Afganistán, cerca de la ciudad de Khost. Allá abajo se encontraba el fundador de al-Qaeda, Osama bin Laden -o al menos alguien de la CIA así lo creía- y quedó marcado para morir. Según expresó más tarde el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, con aire torpe y abúlico: «Se había tomado la decisión de disparar el misil Hellfire. Y se disparó». Ese misil tierra-aire guiado por láser -diseñado para destruir tanques, bunkers, helicópteros y personas – hizo exactamente lo que tenía que hacer.
Sin embargo, lo que sucedió (y tampoco por primera vez en su historia ) fue que la CIA se equivocó. No fue Osama bin Laden el receptor de ese ataque, ni un miembro de al-Qaida, ni siquiera de los talibán. Los muertos, informaron testigos locales, eran civiles que recogían chatarra, personas comunes que realizaban su trabajo diario tal como lo habían estado haciendo miles de estadounidenses en el World Trade Center solo unos meses antes cuando el terror les golpeó desde los cielos.
En los años posteriores, a esos recolectores de chatarra afganos se les unieron más de 157.000 muertos de guerra en esa tierra en conflicto. Esa es una cifra muy elevada, pero representa solo una fracción del recuento de víctimas mortales de las guerras estadounidenses posteriores al 11 de septiembre. Según un estudio realizado por el Proyecto Costs of War del Instituto Watson de la Universidad Brown, en esos conflictos han muerto unas 801.000 personas , combatientes y no combatientes. Esa es una cifra asombrosa, el equivalente al genocidio de Ruanda en 1994. Pero si tenemos que creer al presidente Donald Trump, Estados Unidos tiene ciertos «planes» que podrían enterrar ese sombrío recuento bajo una cifra escandalosa de muertos. El » método de guerra » que sugirió iba a emplear podría provocar más de 20 veces ese número en un solo país: aproximadamente 20 millones o más de afganos, casi todos civiles.
Es un hecho extraño de nuestra época que el presidente Trump haya afirmado tener «planes» (o «un método») para aniquilar a millones de personas inocentes, posiblemente la mayoría de la población de Afganistán. Sin embargo, esos comentarios suyos apenas llegaron a las noticias y desaparecieron en cuestión de días. Incluso para un presidente que amenazó con desatar » fuego y furia » contra Corea del Norte y marcar el comienzo del » fin » de Irán, insinuar la posibilidad de eliminar a la mayoría de la población civil de un aliado representaba algo nuevo.
Después de todo, el comandante en jefe de Estados Unidos tiene autoridad, que puede utilizar a su única discreción, para ordenar el lanzamiento de armas del vasto arsenal nuclear de Estados Unidos. Así que no fue cosa menor que el año pasado el presidente Trump sugiriera que podría desatar un » método de guerra » que iba a matar al menos al 54% de los aproximadamente 37 millones de habitantes de Afganistán.
Y sin embargo, casi nadie, en Washington o en Kabul, quiso aludir a esos comentarios presidenciales. La Casa Blanca, el Pentágono y el Departamento de Estado no tuvieron nada que objetar. Lo mismo hizo el portavoz principal del presidente afgano, Ashraf Ghani. Un funcionario afgano de alto rango se disculpó conmigo por no poder responder honestamente a los comentarios del presidente Trump. Un funcionario estadounidense activo en estos momentos expresó su preocupación ante el hecho de que si reaccionaba contra las amenazas afganas del presidente podría provocar una tormenta de tuits presidenciales contra él , por lo que se negó a comentar nada sobre la cuestión.
No obstante, los expertos no tuvieron reparos en sopesar qué significarían realmente esos «planes» si fueran reales y llegaran a utilizarse. Emplear tal método (por usar el término del presidente), dicen, constituiría un crimen de guerra, un crimen contra la humanidad y posiblemente un genocidio.
Un crimen de Trump contra la humanidad
«Numerosas fuerzas militares soviéticas han invadido la pequeña nación soberana no alineada de Afganistán», anunció el presidente Jimmy Carter el 4 de enero de 1980. «50.000 soldados soviéticos fuertemente armados han cruzado la frontera y están ahora dispersos por todo Afganistán tratando de conquistar al pueblo musulmán, ferozmente independiente, de ese país». Nueve años después, el Ejército Rojo saldría finalmente de esa tierra tras una guerra que mató a unos 90.000 combatientes muyahaidin , 18.000 soldados afganos y 14.500 soldados soviéticos. Sin embargo, como ha sido la norma en los conflictos desde la Primera Guerra Mundial , fueron los civiles quienes sufrieron el mayor número de víctimas. Se estima que murieron asesinados alrededor de un millón.
En los más de 18 años desde que las fuerzas estadounidenses invadieron ese mismo país en octubre de 2001, el número de muertos ha sido mucho más bajo. Alrededor de 7.300 militares estadounidenses, contratistas y fuerzas extranjeras aliadas han muerto allí, así como 64.000 afganos que eran aliados estadounidenses, 42.000 combatientes de la oposición y 43.000 civiles, según el Proyecto Costs of War. Sin embargo, si se debe creer al presidente Trump, que este recuento de víctimas sea bajo se debe únicamente a la contención estadounidense.
«Tengo planes para Afganistán que, si quisiera ganar esa guerra, ese país quedaría borrado de la faz de la Tierra. Desaparecería», comentó el presidente antes de una reunión de julio de 2019 con el primer ministro paquistaní Imran Khan. «Si quisiéramos librar una guerra en Afganistán, y ganarla, podría lograrlo en una semana. Pero sucede que no quiero matar a diez millones de personas». En septiembre, aumentó aún más la retórica y el número de muertos. «Hemos sido muy eficaces en Afganistán», dijo. «Y si quisiéramos hacer uso de determinado método de guerra, ganaríamos muy rápidamente, pero muchas, realmente muchas personas, decenas de millones morirían asesinadas».
Si creemos al comandante en jefe de Estados Unidos, ya existen planes y métodos para un asesinato en masa cuyo número de muertos podría, como mínimo, superar a los del Holocausto , el genocidio camboyano , el genocidio de Ruanda , la guerra de Vietnam, la guerra de Corea, la Guerra de los Cien Años y la Revolución Americana, en su conjunto, y eso en un país donde el Pentágono cree que solo hay entre 40.000 y 80.000 combatientes talibán y menos de 2.000 militantes del Dáesh.
El presidente Trump afirma que preferiría no usar tales métodos, pero si lo hiciera, dicen los expertos, su juicio para el impeachment en el Senado podría ir seguido, teóricamente, de otro más consecuente frente a un tribunal internacional. «Por supuesto, cualquier ‘método de guerra’ que matara a ’10 millones de personas’ o a ‘decenas de millones’ de personas en un país donde la fuerza de combate consta de 40.000 a 80.000 luchadores sería una violación flagrante de las leyes de la guerra y convertiría al presidente Trump en un criminal de guerra», dijo a TomDispatch Daphne Eviatar, directora del programa de Seguridad con Derechos Humanos de Amnistía Internacional, EE. UU.
Max Pensky, codirector del Instituto para el Genocidio y la Prevención de Atrocidades Masivas de la Universidad Estatal de Nueva York en Binghamton, estuvo de acuerdo. «Llevar a cabo tal plan sería sin duda un crimen de guerra debido al contexto del conflicto armado en Afganistán», dijo. «Y sería absolutamente un crimen contra la humanidad». Señaló que también podría constituir un genocidio dependiendo de la intención detrás del mismo.
Por supuesto, Estados Unidos ha sido pionero en lo que respecta tanto a la dirección como a la restricción de guerra. Por ejemplo, las «Órdenes generales No. 100: Instrucciones para el gobierno de los ejércitos de Estados Unidos sobre el terreno», emitidas por el presidente Abraham Lincoln el 24 de abril de 1863, representan la primera codificación moderna de las leyes de la guerra. «Se ha reconocido cada vez más el principio de que hay que preservar al ciudadano desarmado en su persona, propiedad y honor todo lo que permitan las exigencias de la guerra», dice el código, que tiene 157 años. «Toda violencia sin sentido cometida contra las personas en el país invadido, toda destrucción de propiedades no ordenada por el oficial autorizado, todo robo, todo pillaje o saqueo, incluso después de tomar un lugar por la fuerza principal, todas las violaciones, heridas, mutilaciones o asesinatos de esos habitantes están prohibidos bajo pena de muerte u otros castigos severos que puedan parecer adecuados a la gravedad del delito».
Sin embargo, más recientemente, Estados Unidos ha establecido las reglas de conducta cuando se trata de asesinatos sin fronteras. Al afirmar el derecho del ejército y de la CIA de usar drones armados para matar personas desde Pakistán hasta el Yemen, Somalia y Libia, mediante procedimientos opacos y casi secretos, ignorando las normas estadounidenses anteriores contra los » asesinatos selectivos «, las cuestiones sobre la soberanía nacional y el derecho internacional existente, Estados Unidos ha creado un marco listo para que otras naciones lo imiten. En octubre de 2019, por ejemplo, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, insinuó que asesinaría a Mazloum Kobani , el jefe de las Fuerzas Democráticas Sirias y un aliado clave de Estados Unidos en la lucha contra el Dáesh en Siria. «Algunos países eliminan a los terroristas a quienes consideran una amenaza para su seguridad nacional, donde quiera que estén», dijo Erdogan. «Por lo tanto, esto significa que esos países aceptan que Turquía tiene ese mismo derecho».
Históricamente, Estados Unidos también ha sido pionero en el uso de armas de destrucción masiva. Aunque un portavoz de la Casa Blanca no abordó la cuestión de si el presidente Trump aludía al uso de armas nucleares cuando afirmó que «Afganistán sería borrado de la faz de la Tierra», es importante que Estados Unidos sea el único país que ha usado ese armamento en una guerra real.
El primer ataque nuclear, el ataque estadounidense sobre Hiroshima , Japón, el 6 de agosto de 1945, dejó a esa ciudad «devastada de manera uniforme y extensa», según un estudio realizado a raíz de los ataques por la Strategic Bombing Survey de EE. UU. «El factor sorpresa, el colapso de muchos edificios y la conflagración contribuyeron a una tasa de víctimas sin precedentes». Entre 60.000 y 80.000 personas murieron instantáneamente. La cifra final de muertos, incluidos los que luego perecieron por los efectos a largo plazo de las enfermedades provocadas por la radiación, se estimó entre 135.000 y 150.000 . Se calculó que el ataque atómico contra Nagasaki, llevado a cabo tres días después, mató a otras 50.000 a 75.000 personas.
Crímenes teóricos de guerra y muertes civiles reales
Apenas unos días antes de mencionar la posibilidad de aniquilar a decenas de millones de afganos, el presidente Trump reprochó a los talibán que hubieran matado con un coche-bomba a 12 personas, incluidos 10 civiles afganos y un soldado estadounidense, mientras se iniciaban conversaciones de paz con el grupo militante. En ese momento, tuiteó: «¿Qué tipo de gente mataría a tantas personas para fortalecer aparentemente su posición de negociación?» Semanas después, él absolvería a tres miembros del servicio militar de crímenes de guerra, uno de ellos condenado por asesinar a dos civiles afganos y otro acusado del asesinato de un hombre afgano.
Daphne Eviatar, de Amnistía, cree que el «desprecio del presidente hacia la vida de los civiles» puede haber provocado ataques estadounidenses menos precisos en los últimos años. «Hemos sido testigos de un aumento dramático en las víctimas civiles de las operaciones militares de EE. UU. desde que Trump asumió el cargo, incluido Afganistán», declaró a TomDispatch .
Un informe de octubre de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA, por sus siglas en inglés), que analizó la marcha de la guerra desde julio hasta finales de septiembre de 2019, documentó el mayor número de víctimas civiles que se había registrado en un solo trimestre desde que comenzó a hacerlo sistemáticamente en 2009. De hecho, durante los primeros nueve meses del año pasado, la UNAMA registró la muerte de 2.563 civiles y más de 5.676 heridos, la mayoría por fuerzas «antigubernamentales», incluidos los talibán y el Dáesh. Sin embargo, la UNAMA descubrió que las «fuerzas progubernamentales», incluido el ejército de los EE. UU., habían matado a 1.149 personas y herido a 1.199 en ese período, un incremento del 26% sobre el mismo período de 2018.
Desde luego, esas cifras se considerarían insignificantes si Donald Trump decidiera «ganar» la guerra de Afganistán de la manera que insinuó el año pasado en dos ocasiones, incluso cuando las conversaciones de paz con los talibán estaban en marcha. Johnny Walsh, destacado experto en Afganistán del Institute of Peace estadounidense y exasesor principal del Departamento de Estado sobre el proceso de paz afgano, calificó los supuestos planes de Trump de «floritura retórica» y duda de que realmente existan. «No estoy al tanto de ningún plan para intensificar el conflicto o usar armas nucleares», dijo a TomDispatch .
Sean o no reales esos planes, las bajas civiles en Afganistán continúan aumentando, lo que lleva a los expertos a pedir un escrutinio adicional de las operaciones militares de EE. UU. «Es tentador descartar algunas de las declaraciones más provocativas del presidente», dijo Daphne Eviatar de Amnistía, «pero debemos tomar muy en serio el aumento exponencial de víctimas civiles de las operaciones militares de EE. UU. desde 2017 y asegurarnos de que cada una de ellas sea investigada de manera exhaustiva e independiente, haciendo públicos los resultados, para que podamos saber si son la consecuencia de una política o práctica ilegal de la administración Trump».
Cuando comienza 2020, con la guerra afgana de Estados Unidos en su decimonoveno año y el » progreso » tan inexistente como siempre, un presidente asediado continúa reflexionando sobre cómo poner fin a las » guerras interminables » de Estados Unidos (aunque lo que realmente hace es expandirlas aún más). Dadas las circunstancias, ¿quién sabe qué podría pasar en Afganistán? ¿Será 2020 el año de paz o del apocalipsis allí, o simplemente traerá más de lo mismo? Con un presidente para quien los «planes» pueden ser más figurativos que literales, todo esto y el destino de quizás 20 millones o más de afganos permanecen entre las grandes » incógnitas desconocidas » de nuestro tiempo.
Nick Turse es editor gerente de TomDispatch y miembro del Type Media Center. Ha escrito recientemente Next Time They’ll Come to Count the Dead: War and Survival in South Sudan y el bestseller Kill Anything That Moves .
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.