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Los refugiados libios comienzan en Remada la vuelta casa

Fuentes: Rebelión/MedsiterráneoSur

En el sureste de Túnez, a tan solo 50 kilómetros de la frontera con Libia, hace calor. Mucho calor. Allí, junto a la pequeña localidad de Remada, se alza un campamento de refugiados gestionado por ACNUR que ofrece ayuda a los miles de refugiados libios que han cruzado la frontera por la zona sur del […]

En el sureste de Túnez, a tan solo 50 kilómetros de la frontera con Libia, hace calor. Mucho calor. Allí, junto a la pequeña localidad de Remada, se alza un campamento de refugiados gestionado por ACNUR que ofrece ayuda a los miles de refugiados libios que han cruzado la frontera por la zona sur del país. El campo llegó a albergar hasta 2.000 personas; hoy únicamente quedan 239. Muchos se han marchado debido a la amabilidad del pueblo tunecino, que ha puesto a su disposición sus propias casas en diferentes ciudades. Otros ya han comenzado la vuelta al hogar gracias al avance de las tropas rebeldes en el oeste de Libia. Los que quedan esperan con paciencia su momento. En Túnez se comienza a atisbar la pequeña luz al final de un túnel en el que todavía hay más de 600.000 refugiados.

«Espero poder regresar a casa mañana o pasado mañana». Najah ya cuenta las horas que le restan para volver a su hogar en Nalhut, un pequeño pueblo libio cercano a la frontera con Túnez. Esta mujer llegó a Remada con su marido y sus nueve hijos el 19 de Abril, cuando el horror de la guerra llegó al oeste de Libia. Por entonces, Gadafi había puesto en su punto de mira la región montañosa de Nafusa, donde se encuentra el hogar de Najah. Las bombas obligaron a miles de personas a huir en dirección a Dahiba, en la frontera con Túnez.

«Por el Sur, desde el inicio de la guerra, la llegada de refugiados había sido un gota a gota de cientos de personas. Un gran número, pero asumible. Sin embargo, en Abril, un día se juntaron en la frontera miles de personas. Entonces fue cuando nació el campo de Remada», explica Patricia Eckhoff, oficial de protección de ACNUR responsable de las instalaciones.

ACNUR ha registrado más de 20.000 refugiados que han entrado en Túnez por el sur del país, por Dahiba. De ellos, el campo de Remada albergó a 2.000 en sus primeros días de abril. Ahora sólo quedan 239. La oficial explica que muchos se han beneficiado de la amabilidad de los tunecinos, que han ofrecido sus casas como alojamiento. Otros se han marchado gracias a la intervención de adinerados comerciantes libios. Uno por ejemplo ha alquilado un hotel en la tunecina isla de Djerba y se ha llevado con él a 92 personas. No obstante, Eckhoff se muestra un tanto escéptica sobre la ayuda de donantes privados. «Yo no dudo de su buena intención, pero creo por aquí han pasado algunos más interesados en sacarse una foto con los niños que en ayudar realmente».

Por último están las familias que ya han decidido volver a su casa. En las últimas jornadas, las tropas rebeldes y opositoras a Gadafi han conseguido diversas victorias en las Montañas Nafusa que han permitido alejar el frente de batalla. Ahora en el campo de Remada ya no se escucha el atronador sonido de las explosiones, y Najah ha concluido que es tiempo de volver a Nalhut, ya liberada del peligro de bombardeos. Ella sabe que las condiciones de la ciudad no serán las más adecuadas, pero quiere regresar para poder celebrar Ramadán en la intimidad de su casa. Su historia es muy similar a la del resto de personas en el campo porque en Remada se han acogido principalmente a refugiados procedentes de las ciudades de Nalhut y Zintan. «Aquí sólo hay libios, por lo que gestionar su vuelta a casa es más fácil», explica Patricia Eckhoff.

Según los datos que maneja ACNUR, todavía hay en Túnez más de 600.000 personas que cruzaron la frontera desde Libia. «En el norte, en el campamento cercano al paso fronterizo de Ras Jdir, hay refugiados de muchos otros países del mundo», continúa Eckhoff. Miles de ellos no pueden volver a su país debido a la situación que allí se vive, como es el caso de Somalia, Chad o Costa de Marfil, entre otros. Para estos refugiados aún no ha aparecido ningún resplandor al final del túnel.

Sin embargo en Remada el ambiente es diferente. En el calor de una tienda, entre bromas y risas, un grupo de mujeres prepara bsisa, una pasta hecha con la mezcla de harina de cebada y aceite. Como ellas mismas reconocen, con dátiles se le da el sabor perfecto. Aunque la bsisa es un alimento básico y cotidiano en el Norte de África, esta ocasión es especial para ellas porque es un alimento que llenará la mesa durante el iftar y el suhoor, las comidas nocturnas que los musulmanes celebran en el mes sagrado del Ramadán. Durante este mes los musulmanes no pueden ni comer ni beber desde que amanece hasta que atardece. Y este año el ayuno se prolongará a lo largo de todo agosto, algo que preocupa a los administradores del campo por las altas temperaturas que se alcanzan en esta zona de Túnez. «El director del campo está ahora mismo buscando aquí en Túnez materiales para construir espacios con sombra porque el calor es insoportable. Por ejemplo hace unos días pasamos de los 50 grados», concreta la colombiana Patricia Eckhoff.

Otro problema que quita el sueño a los trabajadores de ACNUR son las extremadas horas sin nada que hacer que los refugiados tienen que afrontar. Unas horas que parecen alargarse más allá de los sesenta minutos por el potente silencio que reina en el campo. «Los niños se aburren mucho y a veces eso deriva en algún que otro episodio violento», afirma la oficial de ACNUR. Antes los más pequeños disponían de un pequeño parque para jugar, pero algunos lo destrozaron. Hoy sólo tienen unos pocos y sucios colchones sobre los que saltar para entretenerse.

Además de los columpios de los niños, otras instalaciones han sido derribadas en el campo de Remada. Sus refugiados, procedentes de unas zonas muy conservadoras, no permiten que haya tiendas vacías. Allí, desde su punto de vista, se pueden mezclar fácilmente hombres y mujeres, algo que no ven con buenos ojos. Desde ACNUR se adaptan a las circunstancias y ofrecen todas las comodidades posibles al mismo tiempo que respetan su forma de vida. «Por eso hemos creado algunos espacios privados donde solo pueden entrar mujeres, para que al menos tengan la oportunidad de salir de sus tiendas».

A pesar de estos problemas, Najah dice sentirse a gusto en el campo. «Al principio fue complicado. Tuve problemas de presión sanguínea y me costó un tiempo integrarme en la vida del campo, pero ahora estoy bastante bien», confiesa ya totalmente rodeaba de sus hijas que se han ido acercando poco a poco. Aun así desea volver. Según ACNUR, casi 200.000 personas que huyeron de la Libia de Gadafi ya han abandonado los campos de refugiados tunecinos. Dentro de poco, la familia de Najah engrosará esa lista, pero Patricia Eckhoff advierte ante un posible exceso de optimismo. «En una guerra nunca se sabe. Ahora los rebeldes están avanzando, pero en cualquier momento Gadafi puede contraatacar. Además, muchos de los que vuelven no saben en qué condiciones están sus hogares y a lo mejor tienen que volver». Para la colombiana, incluso en el mejor de los escenarios todavía queda trabajo de ACNUR en Remada al menos hasta final de año.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.