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Una semana de examen desde la Convención Nacional Republicana, por dentro y por fuera

Los Republicanos entre nosotros

Fuentes: Rebelión

Fue la mayor manifestación de la historia norteamericana para saludar a una convención política nacional. El domingo, a medida que los republicanos se preparaban para iniciar una extravagante semana mediática en Madison Square Garden, más de 400 000 de manifestantes que repletaban 2,5 kilómetros de avenidas en Manhattan le robaron la escena al Partido. Fue […]

Fue la mayor manifestación de la historia norteamericana para saludar a una convención política nacional. El domingo, a medida que los republicanos se preparaban para iniciar una extravagante semana mediática en Madison Square Garden, más de 400 000 de manifestantes que repletaban 2,5 kilómetros de avenidas en Manhattan le robaron la escena al Partido. Fue un terremoto cuyas repercusiones se sintieron en docenas de actos menores durante los días siguientes. Como bienvenida anunció que habría dos rondas durante la semana de la convención: una que cubriría los discursos hechos dentro del auditorio y otro la indignada Nueva York que estaba fuera.

Me había preocupado durante las semanas anteriores, a medida que la policía inspiraba temor y el alcalde negaba los permisos, de que la asistencia a las manifestaciones del domingo fuera poca. Residentes de Nueva York y contradelegaciones de fuera de la ciudad calmaron mis preocupaciones. El lema de la manifestación «El Mundo Dice No a la Agenda de Bush», era lo suficientemente amplio como para unir a un gran conjunto de electores y activistas anti-Bush que se oponían a la continuada ocupación de Irak. Al salir en aquella soleada tarde, vi las emociones de los manifestantes que iban de la ira a lo esperanzado y lo decidido. Vi conductas que iban de la irreverencia a la solemnidad. «Ja-Ja No es una Política Exterior», decía un cartel. «Las Víctimas del Terror no son Piezas de una Campaña», decía otro. Un hombre llevaba un «Mapa Electoral del Mundo» con unos pocos lugares como Texas, Arabia Saudí y Australia marcados como estados rojos; el resto del globo estaba cubierto por un mar de azul.

Para mí, una procesión de 1 000 ataúdes formó la parte más impresionante del conjunto. Novecientos sesenta féretros simbólicos cubiertos por la bandera norteamericana representaban a los soldados muertos en Irak, y 40 más en negro representaban a todos los otros muertos en la invasión. Al final de la manifestación, me senté en un contén durante veinte minutos mientras los féretros desfilaban lentamente.

Esa noche recorrí la cobertura de noticias en televisión. La noticia de las manifestaciones estaba en los titulares de las principales redes. El titular principal de NBC mostraba la marcha de los ataúdes y enfocaba a familias de militares en contra de la guerra, presentes en la manifestación, que habían perdido a hijos e hijas en Irak. Después de ese titular, las imágenes de los otros segmentos del programa parecían difundir un nuevo significado: un plano de Dick Cheney inspeccionando las preparaciones en el Madison Square Garden; escenas de delegados en camino a una obra de teatro en Broadway. Antes de la marcha, algunos habían pronosticado que los republicanos usarían vistas de las protestas, casi siempre rechazadas por el electorado, a fin de promover su propia agenda. Si este fuera el caso, mil féretros claramente no era lo que Karl Rove tenía en mente.

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El lunes asistí al Garden como periodista para entrevistar a delegados. Los republicanos generalmente eran receptivos y entusiastas acerca del hecho de hablar conmigo, aunque de entrada yo aclaraba que escribía para un público de izquierda. Butch Davis, delegado de Houston, Texas, ofreció este mensaje para los progresistas: «Hagan un examen de sus creencias». Dijo: «Si ustedes creen realmente en el socialismo, si ustedes creen en el matrimonio entre homosexuales, si ustedes creen en impuestos más altos, entonces continúen siendo demócratas. Si no creen en eso, son bienvenidos a unirse a nosotros».

Luego me explicó la política socialista de Hillary Clinton: «Ella escribió el libro Hace falta una aldea. Así que su concepto es que la madre y el padre no educan al hijo, sino que el gobierno educa al hijo, la sociedad educa al hijo. Ella es socialista desde el principio». Mostró mucho optimismo; me dio pena informar a Butch Davis que, aunque me hubiera gustado lo contrario, Hillary Clinton no es socialista.

He escuchado muchas historias de progresistas -incluso críticos de larga data de los demócratas- que han sido cautivados por Bill Clinton al conocerlo. Nunca había escuchado una historia de los poderes interpersonales de George W. Bush hasta que Hershelle Kann, una ex demócrata de Bay Shore, Long Island, me contó de cuando conoció al presidente en una fiesta en Washington. La Srta. Kann describe el encuentro:

«Le dije, ‘Es un placer darle la mano, Sr. Bush. Y quiero que sepa que soy una demócrata que va a votar por usted este año’.

«Él me dijo, ‘Usted es una norteamericana. Usted es una norteamericana’.»

Ella continuo: «Hay una calidez, un cariño, un respeto que él tiene por los norteamericanosŠ todos nosotros. Es un hombre muy religioso que ama a su familia. Él ama a su país. Es parte del pueblo».

Como republicana de Nueva York, Hershelle Kann no está de acuerdo con el presidente acerca de los derechos de los homosexuales, el control de armamentos y la investigación de células madre. Ella pertenece a la minoría. Con los que hablé dentro de la convención representaban a un cuerpo de soldados de fila, fervorosamente conservadores, firmes en su creencia de que las reducciones de impuestos son justas y de que las armas de destrucción masiva van a ser encontradas, si no en Irak en Siria. Esta división se replicó en la convención como un todo. Mientras que moderados como Arnold Schwarzenegger y Rudolph Giuliani hablaron en horarios estelares, gente como Rick Santorum y Trent Lott se pasaron días conformando las plataformas más conservadoras. Un titular en The New York Times decía: «Centristas del Partido Encuentran Espacio en el Escenario, pero no en la Agenda».

Para ser justo, los demócratas también coquetean con el centro. Al enfrentarse a un Colegio Electoral en el que los representantes de los estados indecisos son los únicos que cuentan entre los que quedan, la campaña de Kerry ha adoptado su rostro más moderado. El lenguaje utilizado en las dos convenciones del partido a menudo fue idéntico. Mientras yo hablaba con delegados, un orador en el podio, aspirante republicano al congreso, atacaba la «política del temor» supuestamente propuesta por los demócratas. «Creemos en la política de la esperanza», dijo.

Sin embargo, independientemente de la similitud en la retórica, existe una diferencia en la postura de los dos partidos. Una actitud anti-guerra no logró ser incluida en la plataforma demócrata. El presidente del Comité Nacional Demócrata, Terry McAuliffe, se tomó el trabajo de desautorizar a los protestantes de la convención. El partido de oposición ha interiorizado su centrismo. Los republicanos no. Su visión del mundo limita hasta la mera posibilidad de resistencia. Hillary Clinton (Escuela de Derecho de Yale) y John Kerry (Cráneo y Huesos) representan al socialismo, mientras que George W. Bush (Cráneo y Huesos) se presenta como un patriota del pueblo. La única dirección posible es hacia la derecha.

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La indignación con la administración Bush en Nueva York no solo era mucha sino extendida. Por cada cóctel, desayuno pro-vida o cena de gala para recaudar fondos que los delegados republicanos obtuvieron durante la semana, hubo en algún lugar de la ciudad una manifestación, una lectura de poesía o una desobediencia civil que rechazaba su agenda. Este año el Consejo Central Obrero de Nueva York canceló su desfile del Día del Trabajo y optó en su lugar por realizar un mitin anti-Bush el miércoles. Miembros del sindicato repletaron siete cuadras de la Octava Avenida -el mismo lugar donde dos días antes se realizó una entusiasta marcha de 20 000 personas, organizada por grupos comunitarios, incluyendo la Red de Viviendas del SIDA de la Ciudad de Nueva York, Hacer Camino al Andar y Madres en Movimiento.

En el mitin obrero, entre los maestros, personal de atención de salud, trabajadores de hoteles, conserjes y herreros estaba el actor James Gandolfini -más conocido como Tony Soprano. Su discurso sugirió que no votaría este año por los republicanos: «Sólo quería decir que no puedo decirles lo disgustado que estoy con esta gente que está en nuestra ciudad. No puedo decirles lo disgustado que estoy por tener que estar caminando como una rata en un pequeño laberinto para tener que ir a alguna parte».

Las jaulas de disensión -los infames y ubicuos espacios cerrados para protesta de la policía de Nueva York- eran sólo parte del problema. A pesar de que los expertos trataron de que la semana fuera una reproducción de 1968, no lo fue. Incluso el martes, «A31″, un día reservado para la acción radical directa, los organizadores anunciaron su intención de adoptar la desobediencia civil no violenta. Como resultó, la policía no les dio la oportunidad de actuar de ninguna forma. The New York Times describió una política de casi cero tolerancia para las actividades que incluso sugirieran la posibilidad de desorden».

La mera sugerencia se convirtió en delito. Solamente el martes la policía arrestó a casi mil personas, un gran número de ellas de manera «preventiva». En la calle 42 tres personas a quienes la policía dijo que podían sostener una tela en los escalones de la biblioteca pública (pero no colgarla en los famosos leones de piedra de la biblioteca) fueron rápidamente arrestadas por sostener la tela en los escalones de la biblioteca pública. Media docena de espectadores de aspecto zarrapastroso también fueron detenidos. Unas trescientas personas que salieron del Punto Cero en una marcha liderada por la Liga de Resistencia contra la Guerra y por Vigilancia de la Escuela de las Américas -a los cuales se les dijo que podían marchar por la acera, de dos en dos, en recuerdo de las víctimas de la guerra y el terror- fueron detenidas prontamente por marchar por la acera, de dos en dos.

Mi propio grupo, que incluía a la hija de dos años de una amiga, hubiera sido arrestado en la procesión desde el Punto Cero si hubiéramos estado un poco más adelante. En vez de eso, fuimos empujados hacia atrás con el resto de los manifestantes. Mientras observábamos las detenciones hablé con Don Peterson, un republicano asistente a la convención que se encontraba en el lugar. Él adoptó la posición de que si la policía los estaba arrestando ellos debían haber estado haciendo algo incorrecto. Esa es la justicia norteamericana. «Si no les gusta», me dijo, «acudan a los tribunales».

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Regresé a la convención el miércoles y el jueves por la noche para escuchar los discursos. Estar presente en aquel lugar fue una experiencia profundamente alienante. Más que oír las distorsiones que se presentaban como hechos, fue el presenciar de primera mano la danza en el local de la convención y quedarme sentado mientras todos aplaudían de pie, lo que me hizo darme cuenta de que el espectáculo podría tener terribles consecuencias. El barniz de amistoso desacuerdo que caracterizó mis interacciones personales con los delegados se había evaporado. Mientras los oradores hablaban de la gente a quienes iban a «entregar el poder» ya yo no podía aceptar que estaban actuando motivados por nobles intenciones. Yo sabía que estaba rodeado de adversarios, y me sentía incómodo entre ellos.

En su convención, los demócratas en gran medida evitaron atacar al presidente, para que no fueran acusados de ser calumniadores odiosos de Bush. Los republicanos no reconocieron ese límite. Aunque yo apoyo la candidatura de John Kerry como la mayor opción para los progresistas en estas elecciones, nunca me he suscrito a su club de admiradores. Ni tampoco lo admiro a él personalmente. En una oportunidad lo oí hablar durante su campaña y salí del acto sintiéndome menos optimista acerca de la posibilidad de una victoria demócrata que cuando llegué.

Mis sentimientos acerca de Kerry han cambiado en algo durante esta convención. Vi la manera en que los oradores mencionaban su nombre con repugnancia, la forma en que enumeraban sus debilidades sin temer a que nunca tengan que rendir cuentas. («Votó a favor de aumentar los impuestos 98 veces», dijo el gobernador republicano de Massachussetts, Mitt Romney, mientras que su Vicegobernador, mencionando un nuevo juego de cifras no creíbles, acusó a Kerry de «votar 121 veces en contra de reducciones de impuestos para la familia norteamericana».) Allí estaba yo, sentado solo, sintiéndome aislado, viendo el trabajo de los abusadores, y llegué a simpatizar con el más joven de los dos senadores por Massachussetts mucho más de lo que lo había hecho antes.

A principios de semana el Presidente Bush levantó una ola en los medios al indicar que él no pensaba que la guerra contra el terror pudiera ganarse. En el plazo de un día dio un giro de 180 grados. Pero en ese momento revelador, así como en algunas «aclaraciones» subsiguientes, Bush y sus manejadores confirmaron una verdad inquietante: Que si tuvieran la oportunidad, los halcones tratarían de mantener una guerra perpetua, una guerra durante generaciones. «El presidente no estaba dando indicios de un cambio de política», nos garantizan los funcionarios de la Casa Blanca».

El jueves por la noche escuché al Presidente Bush invocar su «conservadurismo compasivo». Prometió transformar «nuestros sistemas fundamentales -el código tributario, la cobertura de salud, los planes de retiro, el entrenamiento laboral». Y juró mantenerse militarmente «a la ofensiva». El público rugió.

Después del discurso salí caminando a la calle 32. A unas pocas cuadras había una protesta y en la Plaza Unión una vigilia a la luz de las velas. Recordé el mapa electoral del mundo Si me desanimaba por sentirme pequeño y aislado entre los republicanos, es reconfortante pensar que, en un plano más general, son los republicanos los que están aislados entre nosotros. La mayoría de la humanidad se opone a George W. Bush, al igual que la mayoría de esta nación votó en su contra. Esa idea me hizo sentir mejor por un rato. Luego recordé los ataúdes y pensé en todo el trabajo que tenemos ante nosotros.

Mark Engler, escritor que vive en la ciudad de Nueva York, puede ser contactado por medio del sitio web http://www.DemocracyUprising.com.

Traducido por Progreso Semanal