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¿Por qué odia la ultraderecha estadounidense a las universidades y a la investigación?

Los riesgos de subordinar la actividad académica al utilitarismo y el crecimiento

Fuentes: CTXT - Imagen: Fachada principal de la biblioteca de la universidad de Columbia, en Nueva York. / Billy Wilson

La crisis de las llamadas Research 1 universities (R1) en Estados Unidos, derivada del poder de financiación del gobierno federal, las leyes y su interpretación, es un recordatorio revelador de los riesgos de subordinar la actividad académica al utilitarismo y el crecimiento cuando llega una coyuntura de ultraderecha. 

Estamos ante un gobierno dedicado a la venganza ideológica junto con el afán de recortar los impuestos sobre la renta de los ricos, lo que hace que los decadentes servicios públicos se tengan que financiar a través de impuestos indirectos, es decir, regresivos, en forma de barreras arancelarias. Incluso las universidades privadas con una elevada dotación dependen en gran medida del dinero público para llevar a cabo investigaciones médicas, científicas y militares.

La administración Trump quiere recortar gasto público, pero hay razones ideológicas profundas detrás de su cruzada para abolir la “tiranía de las llamadas políticas de diversidad, equidad e inclusión” (DEI) que son centrales para este grupo de universidades públicas y privadas de élite –unas 200 de las 4.000 universidades y escuelas que hay en el país–.

Estamos ante un gobierno dedicado a la venganza ideológica junto con el afán de recortar los impuestos sobre la renta de los ricos

¿Las R1 no son acaso buenas para el negocio?

Una característica del sistema de educación superior estadounidense es que el sector público es un financiador central no sólo de las universidades públicas sino también de las privadas. El legado de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría tiene una incidencia relevante en esto: la sensación de que el país necesitaba usar dinero público para ganar contra Alemania y Japón, seguidos por la URSS, permitió la financiación federal de las investigaciones de universidades públicas y privadas (a pesar de que, constitucionalmente, la educación es una actividad estatal, no federal).

Esto se ha convertido en una vasta empresa en sí misma. En 2023, las universidades de investigación recibieron 59.000 millones de dólares del gobierno federal, una cifra muy por encima de los 27.700 millones de dólares de donaciones caritativas, los 6.200 millones de colaboraciones industriales, los 6.700 millones de organizaciones sin ánimo de lucro, los 5.400 millones de gobiernos estatales y locales y los 3.100 millones de otras fuentes.

Los resultados prácticos de la investigación patrocinada son funcionales al capitalismo y resultan muy lucrativos. Ese mismo año, 2023, estas universidades generaron directamente “3.000 patentes, 3.200 derechos de autor y otras 1.600 licencias a startups tecnológicas y empresas existentes”.

Prestigiosas universidades R1 como Harvard, Columbia, Yale, Penn o Princeton han recibido cientos de miles de dólares de la industria de los combustibles fósiles que han conducido a la publicación de miles de artículos académicos, a la incorporación de personas relacionadas con el petróleo y el gas a puestos directivos, y a políticas universitarias más favorables a estas energías que a las renovables.

Las R1 también han colaborado en la investigación militar y han secundado el consenso bipartidista de apoyo a Israel y represión de voces pro Palestina al tiempo que el lobby sionista se organizaba para “recuperar los campus”. 

Recordemos que estas son las universidades de las que han salido la mayoría de los presidentes recientes, incluyendo el propio Trump. No hay duda de que son universidades exitosas, exitosas en términos sistémicos.

El 75% de los científicos teme por su futuro

Pero esto es secundario para el gobierno. Representan la élite contra la que inevitablemente iba a levantarse una revolución que, ante la ausencia de una alternativa anti-establishment democrática e igualitaria, adoptó la forma de bonapartismo, instrumentalizando hábilmente las quejas legítimas de la clase trabajadora –quejas ignoradas y exacerbadas por los supuestos socialdemócratas– que se convierten en materia prima para reaccionarios voraces.

Ahora, el 75% de los científicos teme por su futuro. Es el precio de trabajar en un sistema utilitario cuando llega un gobierno animado por la venganza, el odio y la ignorancia. 

La Administración se dispone a controlar las universidades R1 porque puede; porque son dependientes. Pero en las universidades neoliberales de élite también hay espacio para la diversidad y el pensamiento crítico. Esto es lo que realmente retuerce por dentro a la ultraderecha.

La Administración ha ordenado a las bibliotecas militares retirar libros considerados como peligrosos

Odio al DEI – una experiencia personal 

A las dos semanas de asumir el cargo, Trump emitió una Orden Presidencial titulada “Acabar con las preferencias y los programas gubernamentales de DEI (Diversidad, equidad e inclusión) radicales y despilfarradores” para contrarrestar lo que denominaron “programas de discriminación ilegales e inmorales”.

Cientos de investigaciones sobre las enfermedades relacionadas con el cambio climático, las vacunas, la covid-19, los problemas de las personas trans o, lo que es más llamativo, el VIH/SIDA fueron desmanteladas con efectos inmediatos. Las universidades grandes y ricas acapararon los titulares, pero la pérdida de financiación también afectó a las instituciones pequeñas.

La Administración ha ordenado a las bibliotecas militares retirar libros considerados como peligrosos. La Biblioteca Nimitz de la Academia Naval de Estados Unidos ha retirado de sus estanterías 381 libros que han sido incluidos en una lista negra y los ha recluido en una sala donde los aspirantes a marinos no pueden ingresar. Allí están las obras de distinguidas autoras como, entre otras, Maya Angelou. También el libro de Toby Miller SportSex de 2001 ha tenido el infortunio de ser confinado en este aula cerrada, fuera de los ojos y mentes vulnerables del cuerpo militar estudiantil que, sin embargo, ya puede leer Mein Kampf en su biblioteca.

El profesor Miller, coautor de este artículo, se declara confundido, triste y orgulloso por la censura de su obra. Confundido de que su obra pueda resultar tan amenazante. Triste porque ha sido censurada. Orgulloso, de una manera bastante perversa, de ser uno de los autores identificados como aterradores por el gobierno más risible y autoritario de la historia moderna de Estados Unidos.

Los tentáculos represivos están llegando hasta lugares inesperados. Tulane University, una R1 privada en Nueva Orleans donde Miller enseñó Critical Race Theory, está siendo investigada por los trumpistas bajo acusaciones de “antisemitismo”, además de por sus programas académicos. Es una ironía, dado que Tulane es conocida por su elevado número de alumnado judío proveniente de Los Ángeles y Nueva York. Más del 41% de las matriculaciones de grado corresponden a personas judías, mientras que la población judía nacional es menos del 3%.

Es importante reconocer que el ataque a las universidades y la diversidad no es un invento del trumpismo, sino que forma parte de una larga tradición derechista. ¿Cuál es el origen del odio?

La democratización y diversificación de la universidad solo ha sido posible gracias a un duro camino de luchas

Los tiempos están cambiando 

La democratización y diversificación de la universidad solo ha sido posible gracias a un duro camino de luchas. El punto de inflexión se produjo en la década de 1960. El veredicto ortodoxo es que la revuelta de aquellos años fue un fracaso de la izquierda en términos de impacto político y económico por falta de organización estratégica.

Pero desde la perspectiva de la ultraderecha actual fue un éxito extraordinario. Ciertamente, los institutos, universidades, bibliotecas y medios han incorporado demandas de los movimientos sociales afroamericanos, medioambientalistas, feministas y LGTBIQ+ de los sesenta. Han tenido un enorme impacto en el tipo de alumnado y profesorado, en las clases, los textos, las conversaciones y la sociedad civil en favor de las políticas de identidad, entendidas originalmente como un marco para abordar la desigualdad como un fenómeno estructural e interseccional que afecta a los grupos oprimidos de manera diferente. Además, los movimientos ecologistas favorecieron el desarrollo de las ciencias ambientales. Incluso se creó espacio para las ideas contra la guerra, el imperialismo y el capitalismo.

Todo esto tuvo un “efecto civilizador” en la universidad y en el conjunto de la sociedad, democratizando notablemente el espectro de opinión. Las movilizaciones produjeron una revolución dentro del sistema, cambiando su cultura e ideología de una manera que parecía definitiva. El capitalismo se adaptó: impulsó el neoliberalismo económico mediante la mercantilización de la diversidad cultural, presentándose como progresista culturalmente.

Más de cincuenta años después de Nixon, el vicepresidente JD Vance homenajeó al expresidente, usando su retórica

Pero una parte de las élites se mostraron reacias a los cambios. Hace casi 60 años, el presidente Nixon hizo frente a protestas universitarias mostrando “mano dura con los responsables”, pues la “libertad de expresión […] no debe permitírsele” a quien “ayuda y da confort a los enemigos del Estado”. Ronald Reagan, como gobernador de California en los años sesenta, recogió el guante y dirigió sus esfuerzos a “restituir el orden en los campus”, criminalizando a los activistas como “vándalos, incendiarios” y hasta “terroristas”; la libertad académica no podía “incluir la acción social y el cambio de la sociedad”. Por ello, intentó destruir las carreras de filósofos radicales como Herbert Marcuse y Angela Davis.

Poco después, el Powell Memorandum respondió al “ataque al sistema americano de libre empresa” de “progresistas” y “marxistas”, aconsejando al capital “adoptar una actitud más agresiva”, transformar las universidades desde sus consejos de administración y establecer “un profesorado” y un “Bureau de conferenciantes” que “crean en el sistema”. 

El presidente Nixon reconoció los esfuerzos de Powell nombrándolo juez de la Corte Suprema y lanzó su grito de guerra: “Las universidades son el enemigo”.

Los socialdemócratas, convertidos en neoliberales, también trataron de controlar la universidad. La Trilateral Commission lamentó la “oleada democrática” de los años sesenta basada en “la primacía de la igualdad” y propuso mecanismos para establecer “límites deseables a la extensión indefinida de la democracia”.

Estos esfuerzos consiguieron mercantilizar la universidad, pero no acabar con la diversidad y la crítica. Por eso, más de cincuenta años después de Nixon, el vicepresidente JD Vance homenajeó al expresidente, usando su retórica. Y Trump hizo resonar las palabras de Reagan: “Gastamos más dinero en educación superior que cualquier otro país, y sin embargo están convirtiendo a nuestros estudiantes en comunistas, terroristas y simpatizantes de muchas, muchas dimensiones diferentes. No podemos permitir que esto suceda”.

Acto seguido ordenó auditar campos de estudio enteros porque “reflejan una captura ideológica” e impulsar la llamada diversidad de puntos de vista, que no es más que desprecio por los hechos y la autonomía universitaria. Imagínense: 50% teoría de la evolución y 50% creacionismo. 

Muchos problemas se derivan de la instrumentalización política de los fondos federales, otros son fruto de la alianza de las universidades con las fuerzas privadas y militares

Mirando al futuro 

El objetivo de la ultraderecha es controlar estrechamente los resortes del poder y reprimir la disidencia en su proceso de construcción de un sistema crecientemente autoritario. Para ello, considera prioritario acabar con la amenaza de la diversidad y el pensamiento crítico, aunque resulte perjudicial para el capital y el complejo militar-industrial. 

La ultraderecha odia lo que teme y le hace daño porque puede. Las universidades R1 se muestran vulnerables ante estos desafíos por su dependencia económica. Muchos problemas se derivan de la actual instrumentalización política de los fondos federales, pero muchos otros son fruto de la alianza de las universidades con las fuerzas privadas y militares.

El desafío estratégico es defender la autonomía universitaria de los ataques desarrollando un modelo que asegure su independencia, lejos del modelo utilitario de dependencia de fondos conectados con “prioridades” del gobierno o del gran capital.

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Toby Miller es Profesor Distinguido en el Instituto Tecnológico de Monterrey, campus de Guadalajara y Research Professor, University of California, Riverside. Fue profesor en la UCR durante una década y doce años en la New York University. 

Joan Pedro-Carañana es profesor en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Se doctoró en 2015 con la tesis Las misiones de las universidades europeas y estadounidenses: un análisis sociohistórico de sus transformaciones.

https://ctxt.es/es/20250501/Politica/49296/Toby-Miller-Joan-Pedro-Caranana-ultraderecha-EEUU-Trump-universidad.htm

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.