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Los superricos son diferentes… No pagan impuestos

Fuentes: CounterPunch / A l’encontre

F. Scott Fitzgerald (1896-1940, autor de «El gran Gatsby») escribió: «Déjenme hablarles de los muy ricos. Son diferentes a ti y a mí» [Hemingway habría dicho: «Sí, tienen más dinero»]. Por supuesto que sí. No pagan impuestos.

Al menos, esa es la conclusión de un estudio reciente de ProPublica que confirma dos puntos: 1) en Estados Unidos, los ricos se rigen por un conjunto diferente de reglas, 2) cuando se llega a lo esencial, todo se reduce a una cuestión de clase.

ProPublica pudo consultar los archivos secretos del IRS (Servicio de Impuestos Internos) que examinan las declaraciones de impuestos de los superricos. Son los Michael Bloomberg, Jeff Bezos, Warren Buffett y Elon Musk del mundo entero. Muchos de ellos son héroes para los liberales, donan dinero a causas progresistas o son sencillamente los favoritos de los que odian a los republicanos y a Donald Trump. Esos supermillonarios hablan muy bien cuando se trata de los derechos reproductivos, de las armas de fuego, de las problemáticas LGBT o de la exploración espacial, pero cuando se trata de lo que más importa -el dinero, los impuestos y la clase social- son por cierto muy diferentes del resto de nosotros.

Mientras que las clases media y alta pagan hasta el 37% de sus ingresos en impuestos, estas personas pagan a menudo tan sólo el 1%. No, no se trata de estafadores fiscales como podría ser Donald Trump, el que podría ser acusado por ello en Nueva York y cuya maniobra fiscal es burda y reservada a las personas poco sofisticadas. Ellos, en cambio, a través de los vacíos legales del código fiscal, los préstamos y las transferencias permitidas, pueden eludir todo tipo de obligación fiscal. Aunque opten por legar sus bienes, el impuesto a las sucesiones no los afectará. A los superricos, la muerte los alcanzará, pero los impuestos no.

Para estos individuos, la clase social está por encima de cualquier otro interés. Bloomberg puede odiar a Trump, pero ambos comparten intereses de clase. Lo mismo ocurre con Mark Zuckerberg [Facebook], Tim Cook [Apple], George Soros [Soros Fund Management] y Tom Steyer [Farallon Capital]. Todos ellos pueden hablar de un mundo mejor, donar a las mejores organizaciones caritativas o incluso decir que deberían pagar más impuestos [como Warren Buffett]. Pero en realidad, no pagan más impuestos, y deberíamos dejarnos de creer que están del lado de los «americanos medios».

El estudio de ProPublica saca a la luz el terrible secreto de la política estadounidense que nos negamos a ver. Las clases sociales existen y hay conflictos y guerras de clases, con la diferencia de que sólo gana una de las partes. La parte de los ricos. Para la mayoría de la gente y durante gran parte de la historia de Estados Unidos, la realidad de la clase social pasa a un segundo plano. El genio de la política estadounidense consiste en que el sistema político diseñado por James Madison [presidente de 1809 a 1817] y sus colaboradores reconoció la realidad de las clases sociales, tal y como la describió en el número 10 de los Federalist Papers [85 ensayos escritos entre 1787 y 1788 por Madison, Alexander Hamilton y John Jay], una realidad que es la causa principal de los conflictos vinculados a la distribución desigual de los bienes. Pero luego, crearon un sistema político que nos divide según los «centros de interés» para amortiguar esa realidad. La política estadounidense se define habitualmente por el hecho de que la raza, el género, la región, la religión e incluso las generaciones son elementos conflictivos. A menudo nos dividimos basándonos en aspectos secundarios, sin darnos cuenta de que, si bien el racismo, el sexismo y la homofobia son también reales, el poder de los intereses económicos y de clase se esconde detrás del dolor de cada persona. Si les sacamos a los supremacistas blancos la potestad de imponer sus prejuicios a través de sanciones económicas, no quedará prácticamente nada.

En un momento dado, la clase social fue un tema central. Es lo que ocurrió a finales del siglo XIX y a principios del XX, cuando la «vieja izquierda» se sumó a los sindicatos para plantear reivindicaciones económicas. Una pequeña parte de la reducción de la brecha entre ricos y pobres se logró  gracias a que la clase trabajadora impulsó políticas económicas tendientes a mejorar las condiciones de trabajo y a ampliar el Estado de bienestar.

Fue algo que los ricos no apreciaron. Atacaron a los sindicatos y en la década de 1970 las empresas estadounidenses empezaron a invertir enormes cantidades de dinero en grupos de presión. Pero hubo algo aún mejor para los ricos: la izquierda y la clase obrera se volvieron contra ellas mismas. La vieja izquierda fue remplazada por la «nueva izquierda», que terminó convirtiéndose en una fuerza política que ignoraba simplemente las clases sociales. La nueva izquierda es el neoliberalismo de Bill Clinton, de Barack Obama, de Hillary Clinton y ahora de Joe Biden. Se trata de una política simbólica superficial, pero en muchos casos, especialmente con los Clinton y Obama, hizo muy poco o nada para resolver las necesidades económicas de los pobres. La política progresista o llamada de izquierda es hoy la de los ricos que tienen educación universitaria y de la pequeña burguesía que se da el lujo de ignorar las clases sociales.

El estudio de ProPublica debería decirnos que es necesario crear una nueva «vieja izquierda». Tenemos que considerar que las clases sociales están en la raíz de todas las formas de represión en nuestra sociedad, incluyendo la brutalidad policial, el racismo y el sexismo, y que si lo olvidamos, ninguna de las demás brutalidades será derrotada. (Artículo publicado en Counterpunch, 11-6-2021 https://www.counterpunch.org/)

David Schultz es profesor de Ciencias políticas en la Universidad de Hamline, Minnesota.


Traducción de Correspondencia de Prensa