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Bombardean inocentes, comen babosas, dan inyecciones letales, pero tienen cosas para enseñar. Aprendamos de ellos.

Los yanquis

Fuentes: InSurGente

«El 57% de estadounidenses aprueba un ataque a Irán» (Agencias informativas)¿Puede extrañar que en un país donde eligen un presidente como George W. Bush el 20% de sus profesores -según constató una encuesta- crea que los hombres y los dinosaurios fueron contemporáneos? Desde ya que no. Vive en ese país gente muy particular. Como los […]

«El 57% de estadounidenses aprueba un ataque a Irán» (Agencias informativas)

¿Puede extrañar que en un país donde eligen un presidente como George W. Bush el 20% de sus profesores -según constató una encuesta- crea que los hombres y los dinosaurios fueron contemporáneos? Desde ya que no. Vive en ese país gente muy particular. Como los de un pueblo de California -que me disculpen sus habitantes, pero debo dar su nombre- Monte Frío, donde anualmente reciben una colosal invasión de babosas. Quizá para ahorrar en sal para aniquilarlas, convierten la llegada del asqueroso gasterópodo en una fiesta anual. Organizan carreras de babosas y otros juegos, coronan a la más grande, la cubren con un manto y la pasean en triunfo por las calles del pueblo. Finalmente, preparan variadas recetas, y se las comen. Se dirá que otros países tienen presidentes como Menem y se la pasan comiéndose sapos crudos, pero convengamos que lo de las babosas es bien repugante.

Podrían agregarse todos los ejemplos que a diario nos brindan la televisión y el cine. La estupidez crónica es convertida en caso de película, y va a parar a Hollywood, donde amasan el tema como quien prepara una enorme bola de excremento para alimentar a un cascarudo gigante. Por eso, es posible enterarse de las peripecias de un yanqui que recibió la indicación médica de adelgazar veinticinco kilos por razones de salud. En busca de la mejor receta, alentado tal vez por alguna sesuda nota periodística con que los orientan habitualmente, concurrió a un hipnotizador. Con el científico terapeuta, trataría de munirse de la convicción que le faltaba. Pocas horas después de la primer sesión, era detenido por la policía como autor del robo en un banco. Arguyó que lo hizo en estado de hipnosis. La quáquera fe de los jueces norteamericanos le creyó, y sólo lo condenaron a cuatro meses de prisión. El milagro hollywoodense -suenen trompetas y violines, puede besar a la novia-, es que cuando salió de la cárcel pesaba veinticinco kilos menos. ¡Lo había logrado!

No hablaré del cerebro de Schwazenegger, del entusiasmo por Rocky, ni de la Asociación del Rifle. Sólo como resultado de todo lo que ya sabemos, me preguntaré cómo puede este país ser amo del mundo. ¿Una enorme -pero minoritaria- manada de imbéciles puede dominar a más de 6.000 millones de personas? Sí, puede, tengo que responderme resignadamente. ¿Cómo puede ser? Oppenheimer, la bomba atómica, es lo primero que puede venirse a la cabeza. Pero Simón Bolívar, en 1826, ya nos advertía sobre el «destino manifiesto», cuando señaló que «parecen destinados a plagar de miserias a la América latina».

Quizá debamos concluir que no se trata de una manada de imbéciles -aunque tengan millones de imbecilizados-, sino de una minoría inteligente e inescrupulosa, que supo construir y acumular un extraordinario poder económico y militar para manejar a la manada. Roma montó un imperio, dándole al pueblo «pan y circo». Los norteamericanos, más modernos, hicieron lo mismo con cervezas y salchichas, un poco de bolos, algo de NBA y béisbol, salpimentado todo con drogas y pornografía al por mayor. Lo que se dice, una fiesta. ¿Quién podría quejarse? Otros países sólo tienen fútbol y una vedette de cuarto orden que se desnuda -casi- en la revistas.

Lo cierto es que estos tipos son los amos del mundo. Cualquier estúpido comedor de babosas, agredido en un país extranjero, puede provocar la reacción de la manada y generar una invasión de marines. ¿No será eso una lección? ¿No nos estarán enseñando algo? El espíritu de la manada y la construcción de un poder se convirtieron en valor. ¿No deberíamos aprender el valor de la unidad y tomar conciencia de nuestra propia fuerza? Recordemos la antigua sentencia: «Dios ayuda a los buenos cuando son más que los malos». Si somos más ¿qué estamos esperando?

Rechazo del presente, conciencia del derecho, representación del porvenir, tres instantes del alma revolucionaria de un pueblo. No queremos seguir viviendo como hasta ahora y ya tenemos conciencia de nuestro derecho. Aprendamos de los yanquis, que un día fueron capaces de representarse el porvenir. Pero no pensando en términos de imperio y de conquista -como hicieron los que comían caviar, no babosas-, sino en términos de solidaridad y de justicia económica. En nuestros pequeños pueblos, no permitamos que nos gobiernen los que comen babosas y dejemos de optar nosotros por los sapos crudos como mal menor. Aprendamos la lección, que después de todo, hemos tenido mejores maestros. Ellos tuvieron a Washington, nosotros al Che.

*Daniel C. Bilbao es periodista, escritor y coordinador general de la Asociación Internacional Diáspora Vasca