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Cronopiando

¡Marchando una de terroristas!

Fuentes: Rebelión

Dos jóvenes estadounidenses, Mohamed Alessa, de 20 años, de origen palestino, y Carlos Almonte, de 24 años y origen dominicano, fueron detenidos hace dos días en el aeropuerto Kennedy, cuando se disponían a viajar a Egipto. Supuestamente, dos años antes y a partir de una anónima llamada telefónica que alertó a las autoridades sobre sus […]

Dos jóvenes estadounidenses, Mohamed Alessa, de 20 años, de origen palestino, y Carlos Almonte, de 24 años y origen dominicano, fueron detenidos hace dos días en el aeropuerto Kennedy, cuando se disponían a viajar a Egipto.

Supuestamente, dos años antes y a partir de una anónima llamada telefónica que alertó a las autoridades sobre sus supuestos planes de incorporarse a la «Jihad», un agente se encargó de investigar a ambos jóvenes, grabar sus conversaciones y darles seguimiento.

La investigación concluyó en el aeropuerto estadounidense a tiempo de dar inicio a los supuestos. Y es que, supuestamente, una vez llegaran a Egipto, sus alegados planes eran viajar a Somalia para integrarse en alguna organización terrorista. Se les acusa, y es otra presunción, de «conspirar para cometer homicidios, secuestros y destrucción».

La noticia refiere que para ello, ambos jóvenes habían venido ahorrando dólares para adquirir equipos militares, entrenarse y comprar los dos boletos aéreos que les llevaran a Egipto.

Curiosamente, ni esa ni otras informaciones, dan cuenta de que se les ocuparan armas, uniformes, explosivos…nada, absolutamente nada. Ni siquiera, algo tan habitual en las periódicas desarticulaciones de peligrosas células de Al Qaeda, que ciertos estados urden y ciertos medios pregonan, como documentos, móviles, o dólares, ya que, al parecer, todos los habían gastado en los pasajes.

Lo único que no resultó presunto, es el hematoma que Alessa tenía en la cabeza cuando, alegadamente, se resistió a ser detenido, y la única declaración que hizo el dominicano Almonte cuando afirmó que la razón de ser de esta pésima película con tan infame guión, no es otra que las maneras en que Estados Unidos justifica su política antiterrorista.

Extraños terroristas éstos que, en lugar de recibir dinero de Al Qaeda a través de Western Union o cualquier banco estadounidense, para comprarse los dos boletos que los llevaran a Egipto, lo tienen que ahorrar durante años con su trabajo; que en vez de entrenarse en algún santuario terrorista en el extranjero, se entrenaban en Estados Unidos, como si fueran «disidentes» cubanos de ejercicio en la Florida; que en lugar de esperar a recoger sus armas de la organización a la que iban a sumarse, pretendían comprarlas en cualquier armería estadounidense, junto a los equipos necesarios, como cualquier común ciudadano, tal vez a través de Internet; que en vez de asesorarse con expertos autorizados como Posada Carriles, jóvenes al fin, se pusieron a inventar por su cuenta.

Y todo ello cuando las armas, los uniformes y los boletos les hubieran salido gratis, de haber, simplemente, visitado cualquiera de las oficinas de Blackwater, la más importante empresa contratista de mercenarios que existe en Estados Unidos, cuya sede principal está en Carolina del Norte y que dispone de oficinas públicas por todo el país, donde alistar canallas a los que entrenar y armar para cometer homicidios, secuestros, destrucción y cuantas aberraciones quepan en sus gratificados honorarios, con impunidad garantizada.

El entrenamiento hubiera sido mucho más efectivo, las armas suministradas habrían sido mucho más letales, se hubieran ahorrado el pasaje y encima habrían recibido una suculenta paga. Una vez allá, todo era cuestión de esperar el momento oportuno, excusarse por tener que ir al baño y desaparecer a la carrera con las armas, el dinero y el equipo. O, era otra opción, ahí mismo dar arranque a su benemérito trabajo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.