No hay mal que por bien no venga, reza el viejo dicho. Ver a todo el mundo indignado por la decisión de Trump de apartar a Estados Unidos del Acuerdo de París no es más que una muestra parcial de ¿algo bueno? No cabe duda que el calentamiento es una de las grandes problemáticas de […]
No hay mal que por bien no venga, reza el viejo dicho. Ver a todo el mundo indignado por la decisión de Trump de apartar a Estados Unidos del Acuerdo de París no es más que una muestra parcial de ¿algo bueno? No cabe duda que el calentamiento es una de las grandes problemáticas de nuestro tiempo. Pero, si tanto liberales como «activistas ambientalistas» lo plantean y se indignan en los mismos términos, entonces no cabe duda que algo no anda bien. Es la prueba de que, en general, existe una lectura insuficiente que, sin embargo, se ha vuelto dominante. Por lo tanto estamos ante una política de la insuficiencia, algo que caracteriza las discusiones no sólo en lo que respecta el medio ambiente, sino muchas otras cuestiones más.
¿Qué es el Acuerdo de París? Es un intento más, entre muchos que iniciaron con el Protocolo de Kyoto de 1997, por reducir los gases de efecto invernadero, que son la principal causa del calentamiento global. Una propuesta más que emerge de la vaguedad e hipocresía que caracterizaron siempre a la diplomacia. Desde Kyoto, el propósito es el mismo: que los Estados propicien la reducción de gases, a través de diversas políticas, fijándose metas. Y, desde entonces, cada nuevo encuentro se parece a las filas de deudores yendo a negociar su mora con el banco. Pero con el suplemento de que se ha vuelto una forma de vida bastante conveniente para muchos: el activismo ambientalista, el ensalzamiento de lecturas y consignas insuficientes, la priorización de las consecuencias y el olvido voluntario de las causas. No pretendo generalizar, pero como reza el otro viejo dicho «al que le caiga el guante, que se lo chante».
Ahora bien, en este punto deben estarse preguntando ¿Qué le pasa? O, en el mejor de los casos ¿A qué se refiere? Me refiero a que existe un discurso ambientalista institucionalizado ya, que es promovido desde diversos espacios: grupos de activistas, ONG, universidades, incluso corporaciones. Así es ¡las malditas corporaciones! En el presente, lo políticamente correcto es mostrarse preocupado por el medio ambiente, los animales, la nueva otredad de nuestro tiempo: La naturaleza, como quiera que se decida llamarla. Esto no es de ninguna manera algo malo, por lo menos a priori. El problema se halla en la coincidencia de estas voces, o la falta de censura entre las mismas.
Esto es, existe un olvido generalizado de la causa principal: el problema no es la emisión de gases y el aumento de la temperatura del planeta, el problema son las relaciones de producción y consumo a escala global que conllevan a la emisión de gases ¡entre otras cosas, como por ejemplo la explotación de personas para acumular riqueza! Me refiero obviamente a la palabra con C mayúscula, que incomoda a todos. Incomoda porque «politiza» una problemática que es global, de todo el planeta, Gaia, la Pacha, que no tiene que ver «simplemente con eso», etcétera, etcétera. Entonces, que el calentamiento global es el principal y/ o único problema es la mentira que preferimos decirnos, porque nos da seguridad, nos libra de la angustia de pensar en lo objetivo y, a la vez, posterga irremediablemente la posibilidad de superar la problemática.
Entonces, cuando aparece un personaje nefasto como Trump y perturba la aparente armonía de voces preocupadas por la misma problemática, el aparente consenso general parecido a la escena final de «El retorno del Jedi», con bailes y música, la indignación se hace general. Este es el peligro para mí: la coincidencia de, por ejemplo, la indignación de activistas críticos contra el cambio climático y la de General Electric, Philip Morris y Microsoft. ¡Los héroes se vuelven, de manera precoz, liberales como Justin Trudeau, Angela Merkel y Emmanuel Macron!
Nuevamente se halla acá el peligro de lo políticamente correcto. Basta con que un Trudeau condene la decisión de Trump, para que su aparente benevolencia y empatía con las grandes problemáticas del mundo hagan a un lado las concesiones que su gobierno hace a las grandes mineras canadienses que perforan todo el continente. Pareciera que efectivamente vivimos en el tan mentado comercial de Pepsi ¡Qué fácil se ha vuelto simpatizar y empatizar con el enemigo!
¡Así es! Ellos son el enemigo, las grandes corporaciones que financian ONG e iniciativas ambientalistas para intentar «ceñirse» a los objetivos de tanto encuentro vano, vacuo y rebosante de hipocresía; los gobiernos de las potencias que, en su intento de hacer alarde de civilización promueven estos artefactos ideológicos que obnubilan a miles. Prefiero entonces que sea un nefasto millonario blanco «red neck» abiertamente conservador, a la vieja usanza, y líder de la principal economía capitalista grotesca del mundo el que me diga la verdad: la explotación de recursos y la contaminación industrial y consumista van a continuar. Que le haga notar a todos que, por más que todos estos encuentros y acuerdos pretendan sembrar la ilusión de un «capitalismo ético» o «responsable», la explotación de vidas y formas de vida va a continuar. Que no existe consumo ético en el capitalismo.
Por lo menos así queda claro quiénes son el enemigo, contra quiénes hay que organizar la rebelión, cuáles son las mentiras que nos decimos para evitar la angustia de pensar en estas problemáticas de fondo, cuánto nos dolerá librarnos de las mismas -de las mentiras-.
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