Cuando los legisladores negociaban el aumento al techo de la deuda, el presidente Barack Obama los conminó a no hacer política usando la deuda como pretexto. Tenía razón. Los legisladores estaban haciendo política, pero sorprende que un político como él pida a quienes fueron electos para cogobernar el país que no la hagan. Se esté […]
Cuando los legisladores negociaban el aumento al techo de la deuda, el presidente Barack Obama los conminó a no hacer política usando la deuda como pretexto. Tenía razón. Los legisladores estaban haciendo política, pero sorprende que un político como él pida a quienes fueron electos para cogobernar el país que no la hagan. Se esté o no de acuerdo con los resultados, de no haberse resuelto el asunto por la vía de la negociación política, las consecuencias hubieran sido difíciles de imaginar.
El Congreso es una institución diseñada precisamente para dirimir las diferencias políticas sobre la forma en que debe conducirse el país. No ayuda que el presidente se haya referido a la negociación sobre la deuda como cuestión estrictamente técnica, en la que no debía involucrarse la política. Él sabe muy bien que las discusiones en el Congreso sobre el monto de impuestos que cada quien debe pagar, la forma de dividir lo recaudado y cuánto es necesario endeudarse para cubrir la diferencia entre una y otra partida son, en esencia, discusiones que van más allá de un ejercicio sobre finanzas públicas. Es un asunto demasiado serio para dejarlo por entero a los tecnócratas.
Es por ese tipo de comentarios que crece el número de quienes reclaman al Presidente el tono doctoral y un tanto displicente con que frecuentemente se refiere a las diferencias entre las dos principales fuerzas políticas del país. Un buen número de estadunidenses tienen la extraña sensación de que Obama observa desde una atalaya a quienes en la arena se desgarran por imponer sus planteamientos. Esta sensación ha crecido más entre quienes lo han apoyado desde que llegó a la primera magistratura. De acuerdo con diversas encuestas de opinión, su popularidad está en el nivel más bajo entre sus opositores y también entre quienes votaron por él.
Nadie quedó conforme con el resultado de la negociación sobre la deuda. Quedó en el ánimo de la opinión pública la idea de que el gobierno, Ejecutivo y Congreso juntos, son incapaces de gobernar el país. La volatilidad de los mercados financieros es síntoma de ello. Al final de cuentas, se impuso la corriente ideológica cuya meta es reducir el déficit restringiendo el gasto social sin aumentar impuestos. Los republicanos se exhibieron ante la opinión pública como una partida de intransigentes, cuyo propósito es imponer las condiciones de un grupo faccioso ultraconservador, sin importar las consecuencias para el país. Obama tampoco salió bien librado, debido a su necedad de situarse por arriba de las disputas entre las dos principales fuerzas políticas. Se ha probado que su ánimo concertador no ha tenido el efecto por él deseado. Se le critica la ingenuidad de insistir en buscar el consenso con quienes han obstaculizado su proyecto y no descansarán hasta destruirlo totalmente. Algunos esperan todavía una reacción más firme, aunque cada día lo ven más difícil.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/08/15/opinion/014o1pol