Los prisioneros de la base de Guantánamo fueron los primeros en sufrir las nuevas técnicas de interrogatorio. Wikimedia Commons Privación sensorial, ahogamientos, duchas de agua helada, explotación de fobias a insectos, ruido blanco… Suenan a tácticas de la Gestapo de la Alemania nazi, de la NKVD de la Rusia soviética o de la DINA del […]
Los prisioneros de la base de Guantánamo fueron los primeros en sufrir las nuevas técnicas de interrogatorio. Wikimedia Commons
Privación sensorial, ahogamientos, duchas de agua helada, explotación de fobias a insectos, ruido blanco… Suenan a tácticas de la Gestapo de la Alemania nazi, de la NKVD de la Rusia soviética o de la DINA del Chile de Pinochet. Pero son algunos de los métodos usados por la primera democracia del mundo, en particular por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y los militares estadounidenses en sus interrogatorios. Lo peor es que, según un informe, estas técnicas han sido diseñadas y supervisadas por psicólogos y médicos que han dejado olvidadas en algún cajón las leyes contra la tortura y sus deberes éticos.
Un grupo de 20 expertos, entre los que hay profesores de las más prestigiosas universidades de EEUU, abogados y hasta un militar retirado, acusan a la CIA y el Ejército estadounidense de forzar a médicos, psicólogos y psiquiatras que trabajan en sus centros de detención en Guantánamo, Irak, Afganistán y en propio suelo estadounidense a violar las normas y principios éticos que rigen sus profesiones. Impulsados por la Open Society Foundations y el Institute on Medicine as a Profession, acaban de publicar el informe Ética abandonada: Profesionalidad médica y abuso a detenidos en la guerra contra el terror.
Su lectura espanta. Y lo hace porque muchos profesionales de la salud, cuya función debería ser la de mejorar la vida de las personas, han puesto su conocimiento para que algo tan bárbaro como la tortura sea aún más siniestro. Mientras los psicólogos adiestraban a los interrogadores sobre las mejores técnicas para debilitar la resistencia de un prisionero, los médicos supervisaban su estado físico para determinar hasta donde podía llegar el interrogatorio.
Tras los atentados de Nueva York y Washington, la CIA desató una cacería de supuestos terroristas. Y si no los encontraban, pues de posibles informantes. En esto se parece un poco al espionaje masivo de la NSA. Mientras ésta usa las nuevas tecnologías para encontrar la aguja (el terrorista) en un pajar (los millones de ciudadanos espiados), la CIA ya no interroga por lo que uno ha hecho sino por lo que sabe. Tal como relata el informe, al principio no había plan, todo se hacía sobre la marcha. Pero pronto fue surgiendo «una teoría del interrogatorio basada en inducir miedo, ansiedad, depresión, dislocación cognitiva y destrucción de la personalidad de los detenidos para romper su resistencia y obtener información».
La primera en sistematizar estas técnicas fue la CIA. Sus agentes se fijaron en el programa de entrenamiento militar SERE (Supervivencia, Evasión, Resistencia, Huida, por sus siglas en inglés). Ideado tras la guerra de Corea, su objetivo era preparar a los militares en caso de ser capturados. En la CIA le dieron la vuelta y empezaron a aplicarlo a los hasta 98 detenidos que han tenido en sus cárceles secretas.
Pero la CIA quería más. Contactó con varios psicólogos para aprovechar los avances en el conocimiento de la mente. El informe menciona a uno en especial, el doctor James Mitchell, que había trabajado con los militares tiempo atrás. Mitchell bebía de las investigaciones de su colega Martin seligman, en los años 60. Éste acuñó el concepto del desamparo o impotencia adquirida. Su trabajo demostró que el abuso físico y emocional, especialmente en un entorno de impredecibilidad, podría inducir pasividad y dependencia. Pero Seligman lo comprobó en perros. Y Mitchell sostenía que también podría funcionar con humanos.
Tras unas iniciales reticencias, los militares estadounidenses también echaron mano de la psicología. En su caso, el impacto ha sido mucho mayor: por sus calabozos han pasado algo más de 100.000 detenidos, según datos oficiales. Pero fueron algo más allá que la CIA. Crearon los BSCT, siglas en inglés de los Equipos Científicos de Asesoramiento sobre la Conducta. El primero se estrenó en Guantánamo. Formado por un psiquiatra, un psicólogo clínico y un experto militar en salud mental diseñaron el tratamiento sufrido por el saudí Mohamed al-Qahtani a finales de 2002. Acusado de ser uno de los que iban a participar en el atentado a las Torres Gemelas, su fallida entrada en el país le impidió participar en la ejecución del plan. Al-Qahtani fue interragado durante 54 días, siendo sometido a privación del sueño, aislamiento sensorial unas veces y otras a ruido blanco o cambios extremos de temperatura. Aunque los cargos conra él fueron retirados, sigue en la base cubana.
Pero el informe destaca un papel aún mas retorcido de los BSCT. Tal como recoge un memorándum del Departamento de Defensa, su función clave era determinar las debilidades de los detenidos por medio de evaluaciones psicológicas y la revisión de su historial médico. Así los interrogadores sabrían por donde atacar al prisionero. La explotación de fobias, de sus miedos más íntimos o de su historia personal y familiar son algunas de las denuncias que realiza Ética abandonada.
En el caso de los médicos su situación parece en principio ambigua. El Departamento de Justicia ordenó que siempre hubiera un médico en los interrogatorios. Pero, como muestra el informe, les preocupaba la salud de los detenidos más por evitar que se les murieran que por protegerles. En una guía elaborada por la CIA, por ejemplo, se menciona que el personal médico debía determinar cuando había riesgo de hipotermia tras una intensa ducha fría o daños severos en el oído cuando se sometiera al prisionero al ruido blanco. En el caso de los ahogamientos, o el submarino como lo llamaban en las dictaduras del cono sur o bañera en la España de Franco, «las directrices aconsejan que haya un equipo de reanimación e instrumental para una traqueotomía de urgencia a mano», dice el informe.
«El pueblo estadounidense tiene derecho a saber que el pacto con sus médicos para que se sigan las exigencias de ética profesional es firme, independientemente de donde sirvan», dice en una nota el profesor de Medicina de la Universidad de Columbia, el doctor Gerald Thomson. «Es evidente que, en nombre de la seguridad nacional, el Ejército se impuso sobre ese pacto y los médicos se convirtieron en agentes de los militares y realizaron actos contrarios a la ética y la práctica médica. Tenemos la responsabilidad de asegurarnos de que esto no vuelva a suceder»,añade el también coautor del informe.