El ejército de Israel informó que ayer fueron lanzados a su territorio unos 30 cohetes desde Gaza, mientras funcionarios médicos palestinos dijeron que siete personas murieron en ataques aéreos israelíes. En la imagen, daños en Rafá por un bombardeo-Foto Reuters Irak otra vez, Afganistán sin medio tiempo, Gaza, Centroamérica…, es como si todos los fantasmas […]
El ejército de Israel informó que ayer fueron lanzados a su territorio unos 30 cohetes desde Gaza, mientras funcionarios médicos palestinos dijeron que siete personas murieron en ataques aéreos israelíes. En la imagen, daños en Rafá por un bombardeo-Foto Reuters
Irak otra vez, Afganistán sin medio tiempo, Gaza, Centroamérica…, es como si todos los fantasmas de guerras e intervenciones militares recientes y anteriores hubieran regresado a Washington. Y Washington tiene la misma respuesta de siempre, aunque nunca funciona: más bombas.
Ante lo que llamó una (otra más) emergencia humanitaria, el presidente Barack Obama anunció al pueblo estadunidense y al mundo que, en esencia, para rescatar a Irak, Estados Unidos tendría que bombardearlo (otra vez). Un gran amigo de este periódico, testigo de las maniobras de Washington durante décadas, comentó que le recuerda una de las frases célebres de la guerra de Vietnam: se volvió necesario destruir ese pueblo para poder salvarlo (cita de un oficial militar estadunidense por el entonces reportero de Ap Peter Arnett, al escribir sobre la decisión militar estadunidense de bombardear Ben Tre, a pesar de las bajas civiles que eso implicaría).
Obama declaró que para salvar una región de Irak autorizó el inicio de bombardeos aéreos, al igual que misiones humanitarias para rescatar a miles de integrantes de una minoría cercados por las fuerzas fanáticas del ahora llamado Estado Islámico (antes ISIL e ISIS). Dijo que Estados Unidos tenía que actuar para evitar un genocidio, y habló de muertes de niños, de miles de desplazados en busca de refugio y otros actos bárbaros. Subrayó que esto no implicaba el retorno de tropas estadunidenses a Irak. Con ello, como señaló The New Yorker, se convirtió en el cuarto presidente que bombardea Irak. Obama ha advertido que no será una operación de semanas, sino de meses.
Todo esto provocó un inevitable dejà vu en Washington, donde se resucitó el mismo debate en la cúpula política: hubo consenso sobre la acción militar, pero legisladores republicanos criticaron que la respuesta es demasiado tibia, mientras demócratas indicaban que estaban nerviosos de que esto pudiera implicar el regreso a esa guerra que ya había sido proclamada como concluida cuando salieron las últimas tropas, en diciembre de 2011. Por otra parte, agrupaciones antiguerra sacaron de nuevo sus viejos guiones para denunciar la opción militar, mientras las instituciones llamadas tanques pensantes ofrecieron sus grandes análisis que, como antes, concluyen que Estados Unidos tiene que actuar como superpotencia; ni modo, esa es la misión divina que le tocó.
A la vez, la retórica para justificar la renovación de operaciones de combate en Irak reveló una vez más que algunos ataques crueles contra poblaciones civiles son diferentes de un lugar a otro. Poca de esta retórica oficial sobre defensa de civiles ante ataques brutales contra niños y mujeres en lugares como Irak y Siria se aplica igual a lo ocurrido en Gaza o Centroamérica, entre tantos otros.
Y es que Washington no acepta responsabilidad de las consecuencias de sus guerras e intervenciones. No menciona que se usan armas y asistencia militar estadunidense contra los niños palestinos, ni que Irak fue invadido y sufrió una masiva destrucción de vida, infraestructura, ni de que sus tenues tejidos sociales, étnicos y religiosos fueron desatados cuando su gobierno, baluarte secular frente a fuerzas fundamentalistas ultraderechistas, fue derrocado. Lo mismo, en términos muy generales, sucede en Siria (dejemos a gente que sabe de esto, como el extraordinario Robert Fisk, explicar las extremamente complejas dinámicas de esa región).
En torno a Afganistán -la guerra más larga en la historia de Estados Unidos-, pocos recuerdan algunos de los orígenes de esos enemigos Al Qaeda y el talibán, ni cómo el presidente Ronald Reagan los invitó a la Casa Blanca en 1985, donde los elogió en ese entonces como luchadores por la libertad cuando encabezaban los combates contra el ejército de la Unión Soviética con el apoyo de la CIA, y los ubicó como el equivalente moral a los padres fundadores, como documentó el gran Eqbal Ahmad. En 1998, un año antes de morir, el intelectual/activista Ahmad advirtió que Osama Bin Laden era indicador de lo que estaba por venir; explicó que «Estados Unidos ha sembrado en Medio Oriente y el sur de Asia semillas muy venenosas… están creciendo ahora. Se necesita examinar por qué fueron sembradas, qué es lo que ha crecido, y cómo deben ser cosechadas. Los misiles no resolverán el problema».
En el caso del éxodo de menores de edad y familias a la frontera estadunidense -otra situación calificada por Washington de problema humanitario y declarada asunto de seguridad nacional, donde entre las opciones estuvo enviar tropas a la frontera-, nadie desea recordar las guerras, intervenciones, golpes de Estado y represión aplicadas bajo supervisión, o a veces directamente encabezadas por Estados Unidos. Tampoco reconocen que las políticas estadunidenses bautizadas oficialmente como guerras, como la guerra contra las drogas (este país tiene un gran afán por esa palabra, que se aplica a varias cosas, entre ellas la guerra contra la pobreza, la guerra contra el crimen, etc.) han tenido consecuencias directamente relacionadas con los fenómenos actuales de migración.
George W. Bush celebró el fin del síndrome de Vietnam -la renuencia del pueblo estadunidense a apoyar otra guerra- cuando lanzó la guerra contra Irak declarando que el espectro de Vietnam ha sido enterrado para siempre en las arenas del desierto de la península árabe. Poco después fue criticado cuando declaró esa guerra como misión cumplida, sólo para tener que elevar de nuevo la presencia militar estadunidense poco después. Al parecer, ahora Obama también teme que su gran pronunciamiento de que la guerra en Irak había concluido fue ofrecido de manera prematura.
Los fantasmas de todo esto están aquí otra vez. Pero pocos desean escucharlos. Aquí la historia se borra constantemente. Tal vez por eso la guerra sigue siendo la respuesta, a pesar de tantas misiones incumplidas.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/08/11/opinion/029o1mun