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Movimiento por la prohibición del uso de drones

Fuentes: Znet

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

La atención prestada a las armas químicas en Siria durante las últimas semanas no es un fenómeno nuevo. Nuestra aversión tiene sus raíces en los ardientes penachos de gas mostaza en la Primera Guerra Mundial que diezmó a miles de soldados y que todavía se arremolina en las trincheras de nuestra mente colectiva. Pero también se basa en nuestra memoria consciente o inconsciente de cada momento crucial de la historia de la guerra cuando la ventaja de un combatiente aumentaba aceleradamente o dramáticamente sobre la de otro con la última innovación mortífera.

La capacidad de nuevos aumentos de mecanizar y multiplicar geométricamente las bajas con cada vuelta del timón tecnológico ha resultado horriblemente ventajosa para los sistemas de dominación. Pero esta superioridad no solo ha sido numérica. Su poder se ha basado frecuentemente en su capacidad de destruir y finalmente eliminar la factibilidad y la obstinada presencia humana del otro, sea con la desgarradora ametralladora Gatling de la Guerra Civil o la vaporosa inmensidad de la bomba atómica. Virtualmente toda nueva arma durante los últimos 5.000 años no solo ha sido diseñada para derrotar al oponente con mayor poder de fuego sino para reducir, arruinar y extinguir su cuerpo, presencia, integridad física,  las cualidades que nos convierten en irreduciblemente humanos.

Ahora estamos en medio de la revolución de los drones [aviones teledirigidos sin tripulación], el próximo salto en la letalidad tecnológica. El horror cuantitativo que los drones han introducido al mundo es profundamente inquietante. Por ejemplo, se calcula que los drones estadounidenses han matado a 3.149 personas en Pakistán desde 2004, como documenta vívamente Out of Sight, Out of Mind. Al mismo tiempo un horror cualitativo retumba a través de nuestra conciencia colectiva basado en las crecientes capacidades de los drones, incluyendo su radical particularidad, la amplitud universal, y la creciente automatización.

La precisión de los drones ha remodelado drásticamente el concepto de la mayor parte de las armas en el campo de batalla, que han aumentado continuamente la capacidad de matar a una gran cantidad de personas. Un drone militar, al contrario, es híper-personal, diseñado y adaptado para matar a una persona en particular. Cuando EE.UU. realiza regularmente lo que llama ataques selectivos contra tipos de personas a las que se supone terroristas porque corresponden a un cierto perfil demográfico (jóvenes, por ejemplo), la terrible realidad de los drones es que han sido diseñados para rastrear y eliminar a individuos específicos.

Paradójicamente, es precisamente esta particularidad la que hace que el alcance de los drones sea universal. Uno tras otro, todos estamos hipotéticamente en peligro. Y uno de nosotros podría encontrarse en una «lista de asesinatos» si somos considerados por los «expertos» como correspondientes a los criterios del sistema en cualquier momento dado. Como han subrayado las revelaciones sobre la NSA de Edward Snowden y otros, existe cada vez más capacidad del gobierno de EE.UU. y otras entidades de reunir perfiles de cada ser humano del planeta. Tal vez 7.000 millones de nosotros estamos en una lista maestra según la cual el «experto-en-jefe» puede transferirnos de la lista de «no asesinatos» a la «lista de asesinatos» cuando la seguridad nacional lo exija. Sea o no el caso, la creciente capacidad de los drones de deambular por el planeta para rastrear y eliminar objetivos sacados de una exhaustiva y enorme base de datos es una perspectiva con la que debemos contar.

Aún más que esto, existe la posibilidad de que semejante sistema exhaustivo sea virtualmente automatizado. No solo podría haber una lista universal, sino que además podría ser activada y mantenida por un conjunto de algoritmos, liberando a los que están pegados a los monitores y trabajando con joysticks en sitios como la Base Creech de la Fuerza Aérea en Nevada -así a como sus jefes que ahora compilan y aprueban las listas- de la tarea que a veces lleva al trastorno por estrés post-traumático de decidir quién vivirá y quién morirá.

Todas estas facetas de los drones, asesinatos adaptables a las necesidades del usuario, vigilancia y ataques a escala planetaria, y el potencial de que sirvan de herramientas para un régimen militar autorregulador, omnipresente y permanente, aumentan la letalidad, pero también degradan, destruyen y borran la inviolable presencia humana.

La revolución de los drones ha comenzado, y hacen todo lo posible por lograr que nos alistemos. Durante los últimos años esto ha incluido un pregonar implacable de que los drones constituyen un resultado inevitable. Virtualmente cada día hay nuevas revelaciones en la prensa, por ejemplo, la Agencia de Proyectos Avanzados de Investigación de la Defensa (DARPA) anunció recientemente que trabaja en drones submarinos, y parece haber una floreciente industria artesanal de drones para armar uno mismo, mientras la guerra de drones de EE.UU. continúa a buen ritmo en Medio Oriente y el Cuerno de África. (Aunque la mayor parte de los analistas minimizan el papel que los drones pueden jugar en Siria si EE.UU. interviene, una información detalló esta primavera que la CIA tiene planes para realizar ataques de drones contra extremistas de la oposición siria). Es una nueva forma de reclutamiento sutil y no tan sutil, diseñada no tanto para repletar las filas de los servicios armados como para lograr gradualmente que asumamos que un mundo dirigido por drones es normal, bueno y solo otra parte del futuro.

Pero hay resistencia a esta «conscripción cultural», que incluye el movimiento internacional que, durante los últimos años, ha estado creciendo y se ha ampliado. (Al pensar en ese movimiento, exploré recientemente la idea de promulgar un tratado internacional prohibiendo los drones, inspirado en el tratado internacional que prohíbe las minas terrestres.) Code Pink, que ha provisto un poderoso liderazgo para este movimiento, patrocina una cumbre sobre los drones para el 16-17 de noviembre en Washington, D.C. «Drones en todo el globo: Proliferación y Resistencia» tendrá entre otros presentadores a Cornel West, a la experta en derecho internacional Mary Ellen O’Connell, y a activistas de Yemen y Pakistán.

Se han realizado protestas contra los drones recientemente en Yemen y Gran Bretaña. Y esta semana, los «5 de Beale» fueron sentenciados en un tribunal de Sacramento, California, por una acción de desobediencia civil que emprendieron el 30 de octubre de 2012, en la Base Beale de la Fuerza Aérea en California del Norte, que suministra drones de vigilancia que estudian objetivos para drones asesinos. El mes pasado fueron declarados culpables de entrar por la fuerza a la base después de un juicio de un día sin jurado, en el cual enfrentaban una sentencia máxima de seis meses en una prisión federal y una multa de 5.000 dólares. La jueza Carolyn Delaney sentenció a los cinco -Janie Kesselman, Sharon Delgado, Shirley Osgood, Jan Hartsough y David Hartsough- a 10 horas de trabajo comunitario después de que los acusados dijeron que preferirían ir a la cárcel en lugar de aceptar multas o libertad condicional.

En su declaración ante la jueza, Jan Hartsough, quien fue voluntaria del Peace Corps en Pakistán a mediados de los años sesenta, dijo:

Después de vivir y trabajar allí durante dos años, Pakistán forma parte de mi persona. He seguido con mucho dolor y tristeza los ataques de drones contra los paquistaníes. He sabido de víctimas paquistaníes de ataques de drones que sufren trauma psicológico, sin saber nunca cuándo puede volver a atacar un drone. Los niños temen ir a la escuela; los adultos temen reunirse para un funeral o una boda por temor a convertirse en un «objetivo»… ¿Por lo tanto qué hemos logrado con nuestros ataques de drones? ¿Cuándo despertaremos y veremos que hay maneras mucho mejores de conquistar el respeto de la gente del mundo? Como madre y abuela trato de encontrar manera de ayudar a crear un mundo más pacífico para futuras generaciones. El fin de la guerra de drones es un paso concreto que podemos y debemos dar.

Después de las declaraciones de Hartsough y los otros, la jueza declaró que la prisión no «tendría sentido».

Un segundo juicio de manifestantes contra los drones ha sido anunciado para más avanzado el año contra otro grupo de cuatro personas arrestadas en Beale el pasado 30 de abril.

Ken Butigan es director de Pace e Bene, una organización sin fines de lucro que promueve el cambio no violento mediante la educación, la comunidad y la acción. También enseña estudios de paz en la Universidad DePaul y la Universidad Loyola en Chicago.

Este artículo apareció primero en: Waging Nonviolence.

Fuente: http://www.zcommunications.org/renouncing-the-right-to-bear-drones-by-ken-butigan

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