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Nablús, bastión de la resistencia popular palestina

Fuentes: Rebelión

Una de las más nefastas consecuencias que provocó la Nakba y la Naksa fue la destrucción de la sociedad rural palestina (un genocidio que continúa hasta nuestros días). Irremediablemente se cortó el vínculo con la madre tierra y sus fuerzas telúricas. A partir de entonces miles y miles de campesinos se convirtieron en refugiados o […]

Una de las más nefastas consecuencias que provocó la Nakba y la Naksa fue la destrucción de la sociedad rural palestina (un genocidio que continúa hasta nuestros días). Irremediablemente se cortó el vínculo con la madre tierra y sus fuerzas telúricas. A partir de entonces miles y miles de campesinos se convirtieron en refugiados o mendigos de la ayuda humanitaria. El modo de vida tradicional se alteró por completo y poco a poco tuvieron que integrarse a la fuerza en el medio urbano. Quizás el caso más patético sea el de las tribus nómadas beduinas obligadas a sedentarizarse perdiendo para siempre su identidad. Hoy tan sólo el 15% de la población Palestina se desenvuelve en el ámbito rural. ¿Qué se puede esperar de un pueblo despojado de los medios de producción y la soberanía alimentaria? Nada más que resignarse a depender por completo de la economía israelí. El Shekel como moneda de cambio es una clara imposición colonial que dinamiza las relaciones sociales.

Los estudios antropológicos sostienen que la cultura popular se forja en el mundo campesino. ¿Esa herencia que se transmite de generación en generación puede echar raíces en el cemento y el asfalto?

No hay más que recorrer los campos para darse cuenta de la abrumadora tristeza que se palpa en el ambiente. Ya no hay labradores que canten arando la tierra, ni pastores que toquen el ney arreando los rebaños. Tampoco trinan los pájaros y ni las abejas liban el néctar de las flores, los árboles frutales sedientos se marchitan. La Palestina idílica tan sólo permanece viva en los recuerdos de lo que fue y ya nunca volverá.

La tradición oral ha sido reemplazada por los medios de comunicación de masas. Sobre todo la televisión asume el papel de transmisor de las señas de identidad. Así se constata al contemplar los enjambres de antenas parabólicas que se multiplican sobre los techos de las casas y edificios. Al menos la realidad virtual rompe el bloqueo y los transporta a otras dimensiones más placenteras. Esta noche se juega el clásico de fútbol el Barça- Real Madrid y la gente seguramente caerá presa del delirium tremens.

Se cumplen 66 años de exilio, 66 amargos años de ausencia y para colmo en estado de sitio permanente: campos de minas, alambradas, vallas electrificadas, muros y barreras, checkpoints, asentamientos, cárceles, cuarteles, patrullas militares…

Esta primavera aunque los almendros en flor nos devuelvan por un instante la esperanza de repente en el momento menos pensado los gendarmes gritan ¡alto! y apuntándonos con sus fusiles nos obligan a identificarnos. Nosotros como turistas podemos pasar sin problemas pero los palestinos deben demostrar su inocencia pues siempre son sospechosos de haber cometido algún delito.

Nablús o la «pequeña Damasco» es una ciudad de unos 150.000 habitantes -repartidos entre musulmanes 91%, cristianos 6% y samaritano 3%- ubicada en un fértil valle regado por manantiales y al abrigo de los montes Al Tour, Ebal y Gerizim. Esta ciudad es un importante emporio económico del norte de Cisjordania dedicada por entero al rubro de la agricultura (cereales, las vides, el aceite de oliva) y las fábricas de jabón.

Igualmente los judíos ortodoxos también consideran a Nablús una ciudad santa – a la que llaman Shjém- (la antigua capital del antiguo reino de Israel) pues así lo aseveran restos arqueológicos como la tumba del patriarca José y el pozo de Jacob. Esta región geográfica la denominan con el nombre de Samaria.

Por este motivo mitológico en sus alrededores se multiplican los asentamientos judíos ortodoxos y ultraortodoxos de Yitzhar, Braja, Itamar, Elon Moreh, Brecha, Qadomen, Zaatara o Envan (cuartel militar). Los colonos aseguran que, tal y como está escrito en las sagradas escrituras, sólo a ellos les pertenece la tierra bíblica de leche y miel. La mayoría de estos extranjeros, que afirman ser descendientes del rey David y el rey Salomón, son de origen americano o europeo. A estos desalmados no les tiembla la mano a la hora de quemar los campos de cultivo, cortar los árboles frutales o los olivos, matar el ganado o envenenar la tierra de los campesinos palestinos -a los que consideran poco menos que animales-.

En Cisjordania viven aproximadamente 550.000 colonos israelíes repartidos en 120 asentamientos y puestos avanzados (unidos por una moderna red de carreteras) cuya protección corre a cargo del Tzahal. Una de las principales preocupaciones de los judíos ortodoxos es el incremento de la tasa de natalidad con el fin de contrarrestar el alto crecimiento demográfico de los palestinos. 6 de cada 10 judíos ortodoxos no trabajan pues se autoproclaman los legatarios de la auténtica vida judía y por eso se dedican de tiempo completo a los estudios de la Torá y el Talmud. El estado Israelí para recompensar su incondicional entrega a la causa sionista les otorga una paga de 550 euros mensuales. Además, los colonos ortodoxos y ultraortodoxos tienen una gran influencia en la vida política del país gracias a la presión que ejercen a través del partido Shas y el Habait Hayehudí. El brillante resultado obtenido en las últimas elecciones les ha valido el derecho a formar parte del gabinete de Netanyahu (detentan las carteras del Ministerio del Interior y la Vivienda).

Lo cierto es que la mayoría de estos colonos lo único que les interesa es aprovechar las increíbles ofertas inmobiliarias, las subvenciones, ventajas fiscales y los servicios públicos de primera categoría (colegios, hospitales, universidades, centros deportivos) que ofrece el gobierno israelí a los ciudadanos que habitan las zonas de «alto riesgo». Aparte de que muchos de ellos reciben ayudas del Ministerio de Agricultura para la explotación de los campos de cultivo en los que emplean mano de obra barata palestina. (En Nablús el paro es del 55%) Así que las ganancias de los empresarios son extraordinarias.

En el corazón de la ciudad de Nablús late el suq khan al- Tujjar o Al-Balad Al-Qadima -el zoco donde desde muy tempranas horas de la mañana comienza el ajetreo. Este mercado popular, al que calificaron los viajeros y cronistas románticos como uno de los más pintorescos de Oriente Medio, aún conserva el esplendor de otros tiempos. Su espectacular arquitectura otomana y restos arqueológicos romanos así lo atestiguan. Lamentablemente el estado de conservación del patrimonio artístico palestino es calamitoso y amenaza con desaparecer bajo los escombros.

Lo más difícil quizás sea orientarse entre sus laberínticas callejuelas, es casi imposible abrirse paso en el gentío se arremolina en torno a los puestos y tenderetes donde se ofrecen un sinfín de productos típicos de la región: frutas, hortalizas, verduras, carnes, especias, dátiles, almendras, uvas pasas, aceitunas, panes y en especial el dulce Kanafeh relleno de queso muy apreciado en la gastronomía árabe. Nablús desde la más remota antigüedad adquirió fama por la fabricación de jabón de comprobados efectos terapéuticos. Muchas de estas fábricas de jabón fueron destruidas en 2002 por los bombardeos de los cazas F16 de la aviación israelí que las consideraban «nidos de terroristas». Definitivamente los estrategas judíos se han fijado el objetivo de demoler el patrimonio cultural palestino.

Tras la derrota en la Nakba -1948- miles de palestinos procedentes de Lydda, Ramle, Jaffa y de 60 pueblos y aldeas de la zona, se vieron obligados a refugiarse en Nablús. Buena parte de estos desterrados pertenecían y pertenecen a la etnia beduina. En un principio una gran parte buscaron asilo entre las cuevas que hay en las montañas y otros levantaron sus tiendas o jaimas de manera provisional. Nadie quería construir un asentamiento fijo pues todos deseaban volver a sus pueblos. Pero la tragedia se fue alargando en el tiempo y resignados no tuvieron más remedio que comenzar a edificar sus viviendas con cemento y ladrillo. Así surgieron los campos de refugiados de Balata, Al Farah, Ayr, Askar y nuevo Askar.

El campo de Balata, fundado por la ONU en el año 1950 -es el más antiguo de Cisjordania- y con sus 28.000 refugiados, el más grande de Palestina. Construido sin planificación alguna, -en apenas un área de 1 kilómetro cuadrado- sus desvencijadas viviendas fruto de la improvisación ya alcanzan varios pisos de altura. Muchas de las callejuelas del campo de Balata no miden más de metro y medio de ancho. Es tal el hacinamiento que en un piso de 60 metros cuadrados tienen que acomodarse 13 ó 14 personas. Por falta de espacio los baños de las casas son públicos y para rematar los servicios de agua potable y electricidad son deficitarios. Sólo hay dos médicos en el puesto de salud para atender a los pacientes y las escuelas precisan de nuevas aulas pues se han quedado obsoletas. Recordemos que el crecimiento poblacional -como ocurre en otras zonas Palestina- es muy acelerado y los menores de 21 años sobrepasan el 60% en las estadísticas.

Cualquier acuerdo de paz que se firme entre la ANP y el gobierno Israelí debe tener en cuenta el regreso de los refugiados o de lo contrario estaría condenado al fracaso.

En el campo de Balata, por extraño que parezca, no se ha perdido el optimismo ni la sonrisa; los niños juegan en las calles, las mujeres tienden la ropa en las ventanas y las abuelas se entretienen bordando pañuelos sentadas a la puerta de las casas. En las paredes se leen frases alegóricas a la libertad y la lucha armada, «Morir por Palestina es un deber», «Rompamos las cadenas de la esclavitud». Las fotos de los mártires que empuñan desafiantes sus metralletas se exhiben con orgullo. La bandera palestina ondea altiva en cada esquina, y los posters del domo de la Roca con Yasser Arafat de fondo haciendo la V de la victoria ocupan los sitios más privilegiados.

En el año 2002, en el punto álgido de la intifada de Al-Aqsa, el ejército israelí – en desarrollo de la operación «Escudo Defensivo»- invadió Nablús y el campo de Balata con tanques, bulldozers y helicópteros en busca de los «peligrosos terroristas palestinos» (hombres bomba). Como los tanques no podían ingresar por sus estrechas callejuelas apostaron francotiradores en las alturas para cazar a los sospechosos. Mucha gente murió o fue arrestada y una gran cantidad de viviendas resultaron derribadas. Balata tiene la fama de ser una de las principales canteras de suicidas. Muchos jóvenes han optado por sumarse a las operaciones de martirio en respuesta a la criminal ocupación militar sionista y el oprobioso castigo colectivo.

El 27 de diciembre del 2003 el ejército israelí asalta Nablus y el campo de Balata en persecución de los guerrilleros de la resistencia palestina. Después de tomar por completo la ciudad e imponer el toque de queda dinamitaron viviendas, mataron a varios guerrilleros e hicieron prisioneros a decenas de activistas de la OLP y del FPLP.

En el 2007 durante la denominada operación Hot Winter el Tzahal destruyó una vez más buena parte del campo de Balata como represalia a los sangrientos ataques perpetrados en territorio israelí por los comandos suicidas palestinos.

A pesar que tras los acuerdos de Oslo la soberanía sobre Nablús se transfirió a la ANP, las agresiones del ejército sionista no se detienen pues su propósito es la eliminación total del enemigo.

La vida debe continuar su curso por más graves que sean las circunstancias y es así que en cualquier momento con motivo de una boda, un cumpleaños o cualquier celebración patriótica resuena el darbuka, el yarghul, el laúd, o el bendir. La música levanta la moral y es una parte fundamental del espíritu de resistencia revolucionaria. Es emocionante ver a todos los jóvenes con los brazos sobre los hombros bailando el dabkah, entrelazados siguiendo la coreografía en círculo o tomados de la mano marcando el ritmo de la música con los pies. Esta danza ancestral que simboliza la unidad, la solidaridad y cooperación encierra también un sentido de pertenencia a la familia, el clan o a un país.

El compromiso con la causa del pueblo palestino es algo sagrado. Por eso hasta los niños se niegan a claudicar y con una piedra en la mano o un cóctel mólotov se enfrentan cara a cara contra la demoníaca maquinaria de guerra sionista. Resulta paradójico que los artistas hayan convertido el «muro de la vergüenza» en un gigantesco lienzo donde expresan su compromiso de lucha y rebeldía. «¡Resistir, resistir hasta la muerte…!» Las ansias de libertad son incontenibles.

Como expresara la poetisa Fadwa Tuqan, originaria de Nablus, no bastan las oraciones para conjurar la fatalidad.

«si mil cadenas me atan
Tantas fantásticas alas me harán volar (detrás de las paredes)
¿Protegeré a mi gente con palabras?
¿Salvaré con palabras a mi pueblo?»

El trajín no decae en el mercado de Nablús, la gente viene y va cargando sus bolsas y paquetes con la compra. La rutina diaria sigue su curso y todo el mundo comprende cuál es su papel en este teatro de la vida. Los diarios publican las últimas noticias y los gestos de desaprobación de los viandantes son ostensibles. El pueblo es el último en enterarse de las decisiones que toman los políticos. Todo está envuelto en el tupido velo del secretismo. ¿Algún día se proclamará la independencia de Palestina? Una pregunta utópica que merece una respuesta realista: ¡inch’allah!

Y una vez más la sombra de la fatalidad los atenaza tras el fracaso de las conversaciones de paz auspiciadas por el Secretario de Estado norteamericano John Kerry. La reconciliación entre Hamas y la OLP abre un nuevo período histórico de imprevisibles consecuencias. De momento el primer ministro Netanyahu ha dicho que «Abbas ha elegido el terrorismo por encima de la paz». A Israel en todo caso le da lo mismo porque ellos son los que mandan e imponen las condiciones. Además, los países occidentales respaldan su demencial política de hechos consumados. Hace unos días el Knesset aprobó la construcción de 3.300 nuevas viviendas en Cisjordania y Jerusalén Este, (el año 2013 se duplicó la construcción de viviendas en los asentamientos) para escarmentar a la ANP por su actitud beligerante.

Un acuerdo de paz para Oriente Medio parece más un asunto divino que humano. Por eso el Papa Francisco ha tomado la iniciativa convocando unas jornadas de oración en el Vaticano con la presencia del presidente israelí Shimon Peres y al líder palestino Abu Mazen a ver si se produce un milagro.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.