Recomiendo:
0

Nación dividida: Fundamentalismo y Modernidad

Fuentes: El Universal

El proceso electoral en Estados Unidos y los cuatro años del gobierno Bush, nos llevan a una reflexión llena de paradojas y preocupaciones: la nación militar y económicamente más poderosa de la tierra, con incontestable influencia en el globo, ha mostrado en una de sus mitades un claro espíritu religioso y fundamentalista, profundamente alejado de […]

El proceso electoral en Estados Unidos y los cuatro años del gobierno Bush, nos llevan a una reflexión llena de paradojas y preocupaciones: la nación militar y económicamente más poderosa de la tierra, con incontestable influencia en el globo, ha mostrado en una de sus mitades un claro espíritu religioso y fundamentalista, profundamente alejado de la razón moderna: mitad de la población de ese país que no ha vivido la revolución laica y secular de los dos últimos siglos. Mitad de un pueblo apegado a las muecas de una divinidad suplantada que fue capaz de derrotar en las urnas a los principios de la razón y la moral definidas por la modernidad.

Se nos había dicho que es inexplicable Bush sin sus convicciones evangélicas y religiosas (Monsiváis en estas páginas), que le han permitido afirmar que la libertad «es el plan del Cielo para la humanidad», pidiéndole además bendiciones a Dios a favor del general Franks y sus tropas, en el momento de ordenar el ataque a Irak. Y como muestra de un rosario de frases inconcebibles su declaración por ejemplo de que «Debemos darle la bienvenida en nuestros programas de bienestar (a la fe), siendo necesario reconocer el poder sanador de la fe en nuestra sociedad».

En reciente mesa redonda sobre las elecciones uno de los participantes (estadounidense) declaró que se «había olvidado el profundo espíritu religioso» de una porción enorme del pueblo de Estados Unidos, y que pese a las críticas racionales que se habían hecho a las decisiones de Bush en estos cuatro años de gobierno no se afectarían sensiblemente las creencias profundas de esa multitud. Se trataba de dos planos sin conexión: uno apelaba a los argumentos de la razón y otro se aferraba simplemente al artículo de fe, a la expresión de una divinidad que se manifiesta infaliblemente a través de su privilegiado portador: el presidente de Estados Unidos. Tal multitud encerrada en un tribial espíritu religioso representaba la «fuerza de choque electoral» más poderosa con que contaba George W. Bush, y podía imponerse a la otra mitad del pueblo estadounidense, la que apela a los argumentos y a la crítica de la razón.

Por supuesto que los enormes intereses económicos a quienes ha favorecido Bush son factores decisivos de sus políticas militaristas (el petróleo; las grandes ganancias de los últimos años en manos de los proveedores del Pentágono), y de sus políticas económicas: eliminación de impuestos a los más acaudalados, mengua de inversiones en educación y salud, destrucción de servicios sociales y polarización aún mayor de la riqueza-pobreza. Pero la «fuerza de choque electoral», que lo llevó a su reelección casi inconcebible racionalmente, se anidaba sobre todo en ese «espíritu religioso» y «místico» que abunda en las inmensas planicies centrales del continente estadounidense, con otras extensiones. Basta con ver el mapa de Estados Unidos: las costas este y oeste, las regiones «abiertas» al exterior, inclinadas decisivamente por la candidatura de Kerry; las zonas centrales, aisladas y oscuras, el contingente mayor de votación en favor de Bush.

Por supuesto, tal espíritu religioso fue inflamado hasta la incandescencia por los medios de comunicación. Aunque se presentó un fenómeno inusitado, que ya comentamos en nuestro último artículo: periódicos como The New York Times, Washington Post, Los Angeles Times, y revistas como The Nation y The Economist, es decir, la crema de la crema de la prensa mundial en idioma inglés, se pronunció abiertamente por la candidatura de John Kerry. Lo cual confirmaría que en el universo estadounidense la razón moderna está en minoría respecto al «espíritu religioso».

Claro que se trata de un peculiar «espíritu religioso» que presenta a los estadounidenses ante sus propios ojos como el pueblo elegido, arropado por un Destino Manifiesto que sería la expresión de la voluntad divina para guiar al mundo en la conquista del Bien y la Verdad. Caso extraordinario el de ese pueblo en que «cohabitan» un franco fundamentalismo religioso y la razón que ha guiado al mundo moderno en la aventura de la ciencia y la tecnología, de la producción industrial y del comercio, de la exploración de los nuevos espacios de la microfísica y el universo. Ésta «razón» fue derrotada por una insignificancia, pero derrotada al fin y al cabo, en las urnas del pasado 2 de noviembre, y la triste y nebulosa victoria lleva el nombre de George W. Bush.

En estas reflexiones encontramos conexión entre el «espíritu religioso» que domina muchos aspectos de la vida del país más poderoso de la historia y la tesis de Max Weber, que encuentra en la «ética protestante» el fundamento del «espíritu del capitalismo» (de su cultura, de sus tendencias y aún obsesiones). Una «ética» de frugalidad necesaria para la acumulación originaria del capital pero que, en el caso de Estados Unidos, que hace tiempo abandonó la etapa de la acumulación primaria, ha sido convertida en pura ambición de dominio y poder, eso sí, en nombre de un «país elegido» y de un destino que lo condenaría a ser cabeza del mundo, de una ética fundamentalista que habla por boca de los más conservadores en ese país que se colocan, como lo hemos visto, por arriba de cualquier ley humana y divina.

Extraordinario: el país dividido en la elección Bush-Kerry expresaría dos Estados Unidos: uno previo a cualquier evolución laica, que precisamente no ha vivido la revolución secular, y otro que asume la modernidad en todos sus términos. Ha ganado pues, en esa lucha cerrada, la porción mayoritaria de un fundamentalismo que se ha erigido como adversario de los otros fundamentalismos que en la tierra existen, y que, en un segundo período en la Casa Blanca, hace ya temblar al mundo y al resto de las naciones no elegidas. ¿Cuáles serán los límites, si los tiene, de la prepotencia con que esta reelección ha ungido a ese grupo de archiconservadores que ya ha exhibido rasgos que lo aproximan al fascismo de hace algunas décadas, reviviéndolo en más de un sentido?

La inteligencia mundial, y estadounidense, señaló incansablemente la lista de errores, mentiras, tragedias y crímenes que marcaron el primer mandato de Bush en la Casa Blanca. Sería interminable recordarlas, aún cuando he aquí unas muestras: en nombre de la «guerra contra el terrorismo» se emprendió la injustificada guerra contra Irak, consolidándose otra vez un Estado terrorista que ha costado ya más de cien mil muertes iraquíes y más de 1100 vidas estadounidenses. Una guerra que, además de imposible de ganar, ha dado lugar a una política imperial de dominio militar y colonial que ha levantado contra la fortaleza de Bush la opinión de la mayoría mundial y que, en buena medida, ha aislado dramáticamente a Estados Unidos. La declaración de Bush calificando a Naciones Unidas como «irrelevante», y la violación de las normas del derecho internacional y del Consejo de Seguridad, quedan entre algunos de sus «logros» más desvergonzados.

Y todavía para refrescar la memoria: la iniciativa de Bush para desarrollar armas nucleares «utilizables» contra nuevos objetivos, particularmente en el Tercer Mundo. The Nation nos recuerda que el gobierno Bush ha rechazado sistemáticamente o debilitado iniciativas para mejorar o proteger el medio ambiente (entre otros la denuncia del Protocolo de Kyoto), su retiro de las negociaciones sobre el calentamiento global y su intento de suprimir o debilitar las investigaciones científicas sobre el medio ambiente. Cuando ha sido necesario Bush ha recurrido a sus bases de fanáticos religiosos para desacreditar determinados campos de la investigación científica o políticas «liberales» en el campo educativo y de la seguridad social.¡Buen récord para un fundamentalista antimoderno!

Con Bush se ha deteriorado aún más la economía de los más pobres en Estados Unidos y se ha incrementado el desempleo, extrayendo de los pobres centenares de miles de millones de dólares y transfiriéndolos a los más ricos vía la reducción de impuestos (los opositores a esa medida han sido acusados de fomentar la «lucha de clases»), llevando al país además a gigantescas sumas de gasto deficitario y de pérdidas en el comercio exterior.

Por lo demás, se han denunciado abundantemente sus violaciones a la Constitución y el encarcelamiento de ciudadanos estadounidenses o de otros países, sin acusación ante tribunales ni defensa legal, e inclusive su detención fuera de cualquier regulación nacional e internacional (Guantánamo), al mismo tiempo que se permitía y estimulaba la tortura de los prisioneros.

Tal es el personaje que ha doblado por vía electoral el tiempo de su permanencia en la Casa Blanca. ¿Hay alguna posibilidad de que se presente un viraje significativo en su nuevo gobierno? Los analistas coinciden en que, por el contrario, ahora que el gobierno de George W. Bush se ha legitimado en las urnas sería de esperarse una política más amenazante en todos los planos, para cumplir las metas autoimpuestas por «voluntad divina». ¿Entre ellas se contemplan nuevas restricciones y ataques a Cuba, inclusive de orden militar? La conciencia latinoamericana y mundial ha de estar vigilante de los «designios» que proclame como necesarios este grupo de fundamentalistas, que habitarán otros cuatro años en la Casa Blanca.

Extraño pero cierto: uno de los países más avanzados de la tierra, inclusive en la ciencia y la tecnología, dirigido por un grupo de fundamentalistas radicalmente alejado de los principios de la razón moderna. Un país profundamente dividido y con polarizaciones internas innegables y seguramente en muchos aspectos insalvables, como lo demostró el encono de la última contienda electoral. Aunque parezca paradójico: el país más «avanzado» de la tierra urgido cuando menos en una de sus mitades de la revolución laica y secular que define a la modernidad cuando menos hace dos siglos.