Recomiendo:
0

No es verde todo lo que reluce

Fuentes: Visão

Traducido por Àlex Tarradellas y revisado por Juan Vivanco

 

La cuestión ambiental finalmente ha entrado en el discurso político y en la agenda política, lo que no deja de causar alguna sorpresa a los activistas ecológicos, sobre todo a aquellos que militan desde hace más tiempo y ya están acostumbrados a que les tilden de utópicos y enemigos del desarrollo. La sorpresa es aún mayor si se tiene en cuenta que el fenómeno parece relacionado con una intensificación extraordinaria de la militancia ecológica. Entonces, ¿cuáles son las razones?

 

A lo largo de las últimas cuatro décadas, los movimientos ecológicos fueron ganando credibilidad a medida que la investigación científica fue demostrando que muchos de los argumentos invocados por ellos se traducían en hechos irrevocables ­-la pérdida de biodiversidad, las lluvias ácidas, el calentamiento global, los cambios climáticos, la escasez de agua, etc.- que, a largo plazo, pondrían en entredicho la sustentación de la vida en la tierra. Con esto, se han ampliado los estratos sociales sensibles a la cuestión ambiental y la clase política más informada o más oportunista (aunque a veces disfrazada de sociedad civil, como es el caso de Al Gore) no ha perdido la oportunidad para encontrar en ese problema un nuevo campo de actuación y legitimación. Así se explica el importante informe sobre la «cuenta climática» de un economista nada radical, Nicholas Stern, encargado por un político en declive, Tony Blair. En este proceso han «olvidado» muchos de los argumentos de los ambientalistas, principalmente aquellos que ponían en entredicho el modelo de desarrollo capitalista dominante. Este «olvido» ha sido fundamental para la segunda razón del actual boom ambiental: la emergencia del ecologismo empresarial, de las industrias de la ecología (no necesariamente ecológicas) y, por encima de todo, de los agrocombustibles, cuyos promotores prefieren designar, por la cuenta que les trae, como biocombustibles.

 

Las objeciones que los movimientos sociales (ambientalistas y otros) hacen a este último fenómeno merecen una reflexión tan profunda que, tal como sucedió antes, es bien probable que sólo dentro de muchos años (¿demasiado tarde?) sean aceptadas por la clase política y la opinión pública. La primera puede formularse como una pregunta: ¿cabe esperar que las industrias de la ecología resuelvan el problema ambiental, si su viabilidad económica depende de la permanente amenaza a la sustentación de la vida en la tierra? La eficiencia ambiental de los agrocombustibles es un interrogante abierto que, además, se agravará con la «segunda generación» de agrocombustibles que, entre otras cosas, incluye la introducción de plantas (árboles) modificadas genéticamente. Por otro lado, la producción de los agrocombustibles (caña de azúcar, soja y palma asiática) necesita fertilizantes, contamina los cursos de agua y es ya hoy una de las causas de la desforestación, la subida del precio de la tierra y la aparición de una nueva economía de plantación, neocolonial y global. La segunda objeción está relacionada con la anterior y abarca el impacto de la expansión de los agrocombustibles en la producción de alimentos. A principios de septiembre, el bushel de trigo (cerca de 36 litros) alcanzó el precio récord de 8 dólares en la Bolsa de Mercancías de Chicago. Malas cosechas (derivadas de los cambios climáticos), el aumento de la búsqueda por parte de China y la India y la producción de agrocombustibles han sido las razones del aumento y la previsión es que la subida continúe. El aumento del precio de los alimentos va a afectar desproporcionadamente a poblaciones empobrecidas de los países del Sur, ya que se gastan más del 80% de sus parcos ingresos en alimentación. Con su decisión de dedicar 7.300 millones de dólares a subsidios para la producción de agrocombustibles, los Estados Unidos provocaron de inmediato un aumento (que llegó al 400%) del precio del alimento básico de los mejicanos, la tortilla. Lo que da pie a la tercera objeción: los agrocombustibles pueden contribuir para la desigualdad entre países ricos y países pobres. Mientras en la Unión Europea la opción por los agrocombustibles corresponde, en parte, a preocupaciones ambientales, en los Estados Unidos la preocupación es por disminuir la dependencia del petróleo. En cualquiera de los casos, estamos ante una manera más de proteccionismo bajo la forma de subsidios a la agroindustria, y, como la producción doméstica no es de ningún modo suficiente, una vez más las fuentes de energía se buscan en los países del Sur. Si no se hace nada al respecto, se repetirá la maldición del petróleo: la pobreza de las poblaciones en los países ricos en recursos energéticos.

 

¿Qué se puede hacer? Criterios exigentes de sustentación global; democratización del acceso a la tierra y regularización de la propiedad campesina; subordinación del agrocombustible a la seguridad y la soberanía alimentarias; nuevas lógicas de consumo (si la eficiencia del transporte ferroviario es 11 veces superior a la del transporte en autobús, ¿por qué no se invierte apenas en el primero?); alternativas al mito del desarrollo y una nueva solidaridad del Norte con el Sur. En este ámbito, el gobierno ecuatoriano acaba de hacer la propuesta más innovadora: renunciar a la explotación del petróleo en una vasta reserva ecológica si la comunidad internacional indemniza al país con un 50% de la pérdida de beneficios derivados de esa renuncia.

 

 

Fuente: http://www.ces.uc.pt/opiniao/bss/193pt.php

 

Artículo original publicado el 25 de octubre de 2007.

 

* Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).

 

Àlex Tarradellas y Juan Vivanco son miembros de Rebelión, Tlaxcala, y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.