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Nuestro derecho a la vida frente a la lógica capitalista

Fuentes: Rebelión

Todos defendemos nuestro derecho a la vida, pero apenas nos preocupamos por comprometernos en acciones orientadas a la protección de nuestra Madre Tierra, dejando que el porvenir de las futuras generaciones lo decida un grupo corrompido de empresarios y gobiernos, cuyo único interés es la obtención de grandes ganancias económicas a costa de la explotación […]

Todos defendemos nuestro derecho a la vida, pero apenas nos preocupamos por comprometernos en acciones orientadas a la protección de nuestra Madre Tierra, dejando que el porvenir de las futuras generaciones lo decida un grupo corrompido de empresarios y gobiernos, cuyo único interés es la obtención de grandes ganancias económicas a costa de la explotación irracional de la biodiversidad y demás recursos del medio ambiente; condenándonos, prácticamente, a una extinción total.

Se ha observado, través de todas las épocas, que los seres humanos sienten una fascinación especial en relación con la naturaleza en general, quizás la afirmación de un lazo atávico que nos hace rememorar los tiempos en que la humanidad era parte de un todo armonioso y no, como sucede en la actualidad, separada y, hasta, aislada del resto de seres vivos con los cuales debiéramos compartir este planeta aún maravilloso.

Sin embargo, nuestra conciencia es silenciada por la búsqueda siempre insatisfecha de un estado de bienestar material impuesto por la lógica capitalista. Así, incrementamos las altas tasas de ganancias de las grandes corporaciones transnacionales que controlan el sistema capitalista mundial, apenas reaccionando en contra de sus acciones depredadoras y destructoras, (tanto de recursos naturales como de los derechos ancestrales de los pueblos originarios); envueltos en un consumismo inducido que nos hace víctimas de una inconsciencia, si se quiere, suicida.

Por ello, haciendo caso a las advertencias proferidas a tiempo por científicos y ecologistas, tendríamos que interrogarnos si nuestro legado a las futuras generaciones será entonces la visión apocalíptica de un paisaje yermo, carente de todo vestigio de vida o, contrariamente, la posibilidad cierta de cambiar de raíz el modelo civilizatorio que nos ha tocado vivir, rescatando (hasta donde sea posible) la armonía perdida con nuestro entorno natural.

Hoy todos los seres humanos sufrimos los embates del cambio climático mientras la mayoría de los gobiernos -sobre todo, de las grandes potencias militares y económicas- sólo se preocupan por mantener y acrecentar su hegemonía, sin importarles las consecuencias de sus acciones. Despliegan arsenales nucleares y de otro tipo que, a la larga, aumentarán la contaminación de nuestros suelos, aguas y aire, aparte de las miles de muertes que causan, buscando reconfigurar el mundo que conocemos a su medida e intereses geopolíticos, instigados por las grandes corporaciones transnacionales.

Frente a esta visión fatalista del planeta en las próximas décadas, de no hacerse algo con sentido de urgencia en favor de la preservación de la vida en general, tendríamos que hacer acopio de fuerzas y armarnos con esa cosmovisión magnífica (y escasamente entendida) de nuestros pueblos originarios, los únicos que han podido entender y defender la naturaleza desde mucho antes del surgimiento, la imposición y la expansión de la llamada «civilización occidental».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.