Recomiendo:
0

Nuestros Hermanos Musulmanes

Fuentes: gush-shalom.org

Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.

Todo el mundo sabe ahora por qué nos quedamos atrapados ahí, en Palestina.

Cuando Dios instruyó a Moisés para que pidiera al Faraón que dejara ir a su gente, Moisés le dijo que no era apto para el trabajo porque «soy tardo en el habla y torpe de lengua» (Éxodo 4:10).

En realidad, en el original hebreo, Moisés le dijo a Dios que era «pesado de boca y pesado de lengua». También debería haber dicho que era pesado de orejas. Por eso, cuando Dios le dijo que tomara a su pueblo y se dirigiera a Canadá, otorgando los cuarenta años conocidos -tiempo suficiente para llegar a Vancouver- deambulando de aquí para allá en el desierto del Sinaí, llevó a su pueblo a Canaán.

Así que aquí estamos, en Canaán, rodeados por los musulmanes.

Durante décadas, mis amigos y yo hemos advertido de que si vacilamos en hacer la paz, la naturaleza del conflicto cambiará. Yo mismo he escrito docenas de veces que si nuestro conflicto pasa de ser nacional para convertirse en una lucha religiosa, todo va a cambiar a peor.

La lucha entre sionistas y árabes comenzó como un enfrentamiento entre dos grandes movimientos nacionales que nacieron más o menos al mismo tiempo, como vástagos del nuevo nacionalismo europeo.

Casi todos los primeros sionistas eran ateos convencidos, inspirados (y expulsados) por los movimientos nacionalistas europeos. Usaron símbolos religiosos cínicamente para movilizar a los judíos y como una herramienta de propaganda para los demás.

La resistencia árabe al asentamiento sionista era, también, básicamente secular y nacionalista. Era una parte de la creciente ola de nacionalismo en todo el mundo árabe. Es cierto que el líder de la resistencia palestina fue Hadj Amin al-Husseini, el Gran Mufti de Jerusalén, y era tanto un líder nacional como un líder religioso, con motivos religiosos para reforzar los nacionales.

Se supone que los líderes nacionales son racionales. Hacen la guerra y hacen la paz. Cuando les conviene, se comprometen. Hablan entre ellos.

Los conflictos religiosos son muy diferentes. Cuando se inserta a Dios en el asunto, todo se vuelve más extremo. Puede que Dios sea compasivo y amoroso, pero sus seguidores no lo son por lo general. Dios y el compromiso no van bien juntos. En especial, no en la tierra santa de Canaán.

La religionalizacion (si la lengua hebrea israelí podría acuñar una palabra en español) del conflicto palestino-israelí comenzó en ambos lados.

Hace años, la historiadora Karen Armstrong, ex monja, escribió un libro que invitaba a la reflexión The Battle for God (La Batalla por Dios, N. de T.) sobre el fundamentalismo religioso. Puso el dedo en un hecho asombroso: los movimientos fundamentalistas cristianos, judíos y musulmanes eran muy parecidos.

Adentrándose en la historia de los movimientos fundamentalistas en los EE.UU., Israel, Egipto e Irán, descubrió que habían nacido al mismo tiempo, y que transitaron por las mismas etapas. Dado que hay muy poca similitud entre los cuatro países y estas cuatro sociedades, por no hablar de las tres religiones, este es un hecho notable.

La conclusión inevitable es que hay algo en el espíritu de nuestro tiempo que anima a tales ideas, algo que no está anclada en el pasado remoto y que es glorificado por los fundamentalistas, pero utilizado en el presente.

En Israel, comenzó al día siguiente de la guerra de 1967, cuando el rabino jefe del ejército, Shlomo Goren, fue al recién «liberado» Muro de los Lamentos e hizo sonar su Shofar (cuerno de carnero religioso). Yeshayahu Leibowitz lo llamó «el payaso con el shofar», pero para todo el país, provocó un eco sonoro.

Antes de la Guerra de los Seis Días, el ala religiosa del sionismo era el hijastro del movimiento. Para muchos de nosotros, la religión era una superstición tolerada, algo menospreciado, utilizada por los políticos por razones de conveniencia.

La aplastante victoria del ejército israelí en la guerra se parecía a la intervención divina, y la juventud religiosa saltó a la vida. Era como el cumplimiento del Salmo 118 (22): «La piedra que desecharon los constructores, pasó a ser la piedra primordial del edificio». Las energías reprimidas del sector religioso, alimentado por años en sus separadas escuelas ultranacionalistas, estalló.

El resultado fue el movimiento de los colonos. Estos se apresuraron a ocupar cada colina de los territorios ocupados. Es verdad que muchos colonos fueron allí para construir sus casas soñadas en tierra árabe robada y disfrutar de la mejor «calidad de vida». Pero en el centro de la empresa están los fanáticos fundamentalistas, que están dispuestos a vivir vidas duras y peligrosas, porque (como los cruzados solían gritar) «¡Dios lo quiere!».

Toda la razón de ser de los asentamientos es expulsar a los árabes fuera del país y convertir toda la tierra de Canaán en un Estado judío. Mientras tanto sus tropas de choque llevan a cabo los pogromos contra los árabes «vecinos» y queman sus mezquitas.

Esos fundamentalistas tienen en la actualidad una gran influencia en la política de nuestro gobierno, y su impacto es cada vez mayor. Por ejemplo: desde hace meses, el país se incendió después de que el Tribunal Supremo decretó que cinco (¡5!) casas en Bet El deben demolerse, porque se construyeron en tierras árabes privadas. En un esfuerzo desesperado para evitar disturbios, Benjamín Netanyahu ha prometido construir en su lugar 850 (¡ochocientos cincuenta!) nuevas casas en los territorios ocupados. Este tipo de cosas suceden todo el tiempo.

Pero no nos equivoquemos: después de la limpieza de no-judíos en el país, el siguiente paso sería la de convertir a Israel en un «Estado religioso», un país gobernado por la ley religiosa, con la abolición de todas las leyes seculares promulgadas democráticamente que no se ajustan a la palabra de Dios y de sus rabinos.

Sustituya la palabra «sharia» por «halajá» -ambas significan la ley religiosa- y usted tiene el sueño de los fundamentalistas musulmanes. Ambas leyes, por cierto, son muy similares. Y las dos cubren todos los ámbitos de la vida en lo individual y lo colectivo.

Desde el comienzo de la primavera árabe, la incipiente democracia árabe ha llevado a los fundamentalistas musulmanes a la palestra. En realidad, comenzó incluso antes, cuando Hamás (una rama de la Hermandad Musulmana) ganó las elecciones democráticas, con observadores internacionales en Palestina. Sin embargo, el resultante gobierno palestino fue destruido por los dirigentes israelíes y sus subcontratistas serviles Estados Unidos y Europa.

La aparente victoria de la semana pasada de la Hermandad Musulmana en las elecciones presidenciales de Egipto fue un hito. Después de las victorias similares en Túnez y los eventos en Libia, Yemen y Siria, está claro que los ciudadanos árabes de todo el mundo están a favor de la Hermandad Musulmana y partidos similares.

La Hermandad Musulmana egipcia, fundada en 1928, es un viejo partido consolidado, que ha ganado mucho respeto con su firmeza como resultado de enfrentarse a recurrentes persecuciones, la tortura, las detenciones masivas y las ejecuciones ocasionales. Sus líderes no están contaminados por la corrupción reinante, y son admirados por su compromiso con el trabajo social.

Occidente está obsesionado con las horribles ideas medievales sobre los sarracenos. La Hermandad Musulmana inspira terror. Se concibe como una temible secta asesina secreta, dispuesta a destruir a Israel y Occidente. Por supuesto, casi nadie se ha tomado la molestia de estudiar la historia de este movimiento en Egipto y en otros lugares. La realidad, no podría estar más lejos de esta parodia.

La Hermandad siempre ha sido un partido moderado, a pesar de que casi siempre tenía un ala más extrema. Siempre que ha sido posible, intentó acomodarse a los dictadores sucesivos de Egipto, Abd-al-Nasser, Sadat y Mubarak, aunque todos ellos trataron de erradicarlos.

La Hermandad es, ante todo, un partido árabe y egipcio, profundamente arraigado en la historia de Egipto. A pesar de que probablemente lo nieguen, yo diría que son -a juzgar por su historia- más árabes y más egipcios que fundamentalistas. Ciertamente nunca han sido fanáticos.

Durante sus 84 años, han experimentado muchas subidas y bajadas. Pero sobre todo, su mayor calidad ha sido el pragmatismo, junto con la observancia de los principios de su religión. Este es el pragmatismo que caracteriza también su comportamiento durante el último año y medio, lo que -según parece- trajo un gran número de votantes que los prefirieron -aún sin ser particularmente religiosos- al candidato secular que está contaminado por su relación con los corruptos y el antiguo régimen represivo.

Esto también determina su actitud hacia Israel. Palestina está constantemente en su mente, y eso es cierto para todos los egipcios. Su conciencia está atormentada por la sensación de que en Camp David, Anuar el Sadat traicionó a los palestinos. O, peor aún, que el taimado judío Menachem Begin, engañó a Sadat haciéndole firmar un documento que no reflejaba lo que pensaba y dijo Sadat. No fueron los Hermanos quienes hicieron que los egipcios nos recibieran con entusiasmo, el primer israelí que visitó su país, y que luego se volvieran en contra nosotros.

A lo largo de las acaloradas campañas electorales -cuatro en un año- la Hermandad no exigió la derogación del acuerdo de paz con Israel. Su actitud parece tan pragmática como siempre.

Todos nuestros vecinos se están convirtiendo, lenta pero seguramente, en islámicos.

Este no es el fin del mundo. Pero seguramente nos obliga, por primera vez, a tratar de entender el Islam y a los musulmanes.

Durante siglos, el Islam y el judaísmo tenían una relación estrecha y mutuamente beneficiosa. Los sabios judíos en la España musulmana, el gran Maimónides y muchos otros prominentes judíos estaban cerca de la cultura islámica y escribieron algunas de sus obras en árabe. Ciertamente no hay nada en las dos religiones que impida la cooperación entre ellas. (Lo cual, por desgracia, no es cierto para el cristianismo, que no podía tolerar a los judíos).

Si queremos que Israel exista y prospere en una región que por mucho tiempo se regirá por los partidos islamistas elegidos democráticamente, haríamos bien en darles la bienvenida ahora como hermanos, felicitarlos por sus triunfos y trabajar por la paz y la conciliación con los islamistas elegidos en Egipto y en los otros Estados árabes, incluida Palestina. Ciertamente, debemos resistir la tentación de empujar a los estadounidenses a apoyar otra dictadura militar en Egipto, Siria y otros lugares. Elijamos el futuro, no el pasado.

A menos que prefiramos hacer las maletas y dirigirnos a Canadá, después de todo.

Fuente original: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1340361675/