Quienes confían en que el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, se apresta a restaurar el vínculo con aliados del extranjero y a practicar una diplomacia menos agresiva y unilateral en su segundo periodo de gobierno sufrirán, con seguridad, una gran frustración
Los ajustes que se registren en el segundo mandato de Bush probablemente conduzcan a este país en una dirección aun más aislacionista y a nuevas diferencias con los países amigos de Europa, según las tendencias manifestadas hasta ahora.
Mucho depende de la remodelación del gabinete, tradicional en una segunda presidencia. Y todos los conocedores de la realidad política estadounidense anticipan un fortalecimiento del ala más dura del gobierno, la comandada por el vicepresidente Dick Cheney.
Buena parte de ese sector se constituye de neoconservadores, que creen con fervor que la «misión» de Washington es propagar la democracia en todo el mundo.
Los neoconservadores son devotos de la «Doctrina Bush», que destaca a Estados Unidos como una nación excepcional, que debe practicar el dominio militar y la guerra como medida preventiva de la guerra, así como beneficiar a Israel en su conflicto con Palestina y con el mundo árabe.
La salida casi segura del secretario de Estado (canciller) Colin Powell, cuyo poder de persuasión y estatura pública serán imposibles de imitar plenamente para cualquier sucesor, removerá de las altas esferas del gobierno la única fuerza capaz de contrarrestar al secretario (ministro) de Defensa, Donald Rumsfeld, cuyo destino es incierto.
Powell es, además, el único eslabón que queda entre el multilateralismo practicado desde la presidencia por George Bush (1989-1993), padre del actual mandatario, y por Bill Clinton (1993-2001), del hoy opositor Partido Demócrata.
Cheney declaró el miércoles que Bush contaba ahora con un «mandato» popular, lo cual deja en evidencia la convicción de los círculos más selectos del poder estadounidense creen en que la elección confirma, en sí misma, la corrección esencial de la agenda internacional del gobierno, comenzando por la decisión de invadir Iraq en el marco de la «guerra contra el terrorismo».
«Lo que queda bien evidente ahora es que el equipo tiene una visión del mundo muy estrecha. Consideran la elección no solo como un mandato sino como una confirmación de que tienen razón y de que están en la senda correcta», dijo Kurt Campbell, alto funcionario del Departamento (ministerio) de Defensa hoy a cargo de la vicepresidencia del Centro de Estudios Internacionales y de Seguridad (CSIS).
Esta interpretación de las elecciones como un mandato surge del fortalecimiento de los elementos más extremistas del Partido Republicano. Los cuatro escaños que ese partido ganó en el Senado, donde dispone de una sólida mayoría de 55 a 45, fueron obtenidos por dirigentes de estados del Sur pertenecientes a la derecha cristiana.
Según esta corriente, la «guerra contra el terrorismo» es un choque apocalíptico entre el cristianismo y el mundo islámico, y tanto los europeos como el opositor Partido Demócrata son «apaciguadores» del mal.
«Aquellos que esperan más ‘moderación’ y ‘bipartidismo’ en la segunda presidencia deben saber que el ‘nuevo’ Partido Republicano está abierto para que todos lo vean», escribió Chris Nelson, editor de un boletín electrónico diario muy popular en el mundillo político de Washington.
El oficialismo es hoy «socialmente conservador, religioso, favorable a la libre tenencia de armas de fuego, contrario al aborto y a los derechos de los homosexuales, contrario al gasto público –excepto cuando se trata de defensa– y muy, muy agresivo en su trato con la oposición. Hay una guerra en curso, y nunca olviden eso», observó Nelson.
Eso no significa que Bush y sus colaboradores continúen ignorando los serios problemas que afrontan en la guerra contra el terrorismo, como lo hicieron en la campaña electoral.
Expertos indicaron que el anuncio esta semana de la retirada de las tropas holandesas y húngaras de Iraq, prevista para dentro de cinco meses, deja en evidencia el creciente aislamiento de Washington.
Por otra parte, los serios problemas militares y presupuestales de las fuerzas ocupantes en Iraq, así como la escasez de personal y equipo, son una preocupación creciente aun dentro de la derecha del Partido Republicano.
Esos factores fortalecerán, al parecer, a los elementos aislacionistas, que alentaron el unilateralismo de Bush pero desconfiaban de sus ambiciones de establecer en Iraq un modelo de democracia que recogería todo el mundo árabe.
Buena parte de las especulaciones se concentran hoy en las figuras que podrían ocupar posiciones clave del gobierno, incluidas las titularidades del Departamento de Estado, el Pentágono y el Consejo de Seguridad Nacional. Especialmente si, como se espera, Condoleezza Rice renuncia al puesto y regresa a la academia o asume el cargo de secretaria de Estado.
También es de particular interés el destino del ultraunilateralista John Bolton, el actual subsecretario de Estado para Control de Armas y Seguridad Internacional. Desde ese cargo, se ha dedicado a socavar al moderado Powell. Bolton podría ser ascendido a segundo del Departamento de Estado o subconsejero, e incluso consejero, de Seguridad Nacional.
También podría ser ascendido el neoconservador subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, a consejero de Seguridad Nacional, a pesar de que fue el chivo expiatorio de los retrocesos de las posiciones del gobierno sobre Iraq en el Congreso.