La muerte en Nueva York de dos policías, Rafael Ramos y Wenjian Liu, a manos de un joven perturbado, Ismaaiyl Brinsley, ha tenido una resaca inesperada: la rebelión de gran parte del Departamento de Policía neoyorquino (NYPD) contra el alcalde Bill De Blasio. Su objetivo real es frenar reformas que les aten las manos. Dándole […]
La muerte en Nueva York de dos policías, Rafael Ramos y Wenjian Liu, a manos de un joven perturbado, Ismaaiyl Brinsley, ha tenido una resaca inesperada: la rebelión de gran parte del Departamento de Policía neoyorquino (NYPD) contra el alcalde Bill De Blasio. Su objetivo real es frenar reformas que les aten las manos.
Dándole la espalda en señal de protesta. Así recibieron a Bill De Blasio, el alcalde de Nueva York, la mayor parte de los policías que acudieron la semana pasada al funeral de Rafael Ramos, uno de los agentes muertos a manos de Ismaaiyl Brinsley. De esa manera querían expresar su repulsa por lo que consideran un discurso «antipolicial» por parte de De Blasio, lo que según ellos les sitúa como objetivos de otros posibles ataques.
Lo cierto es que la muerte de Ramos y Liu no forma parte de una estrategia y era muy difícil de prever. Ismaaiyl Brinsley era un joven de 28 años con problemas siquiátricos y antecedentes, que se trasladó de Baltimore a Nueva York con el objetivo de matar policías. Lo anunció con antelación en las redes sociales, justificándolo a modo de «ley del talión» por la muerte de jóvenes afroamericanos a manos de la Policía. Tras disparar a los patrulleros neoyorquinos, se suicidó. No tenía relación con los movimientos que piden reformas para combatir el racismo y la impunidad policial.
De Ferguson a NY: Fiebre salvaje
El contexto general en el que ocurren estos hechos viene marcado por las muertes a manos de la Policía de Michael Brown, en Ferguson (Missouri), y de Eric Garner, en Staten Island (Nueva York). Pero, sobre todo, por sendas decisiones judiciales de no encausar a los autores de esas muertes.
A lo largo de todo el país, durante todo diciembre, se han sucedido las protestas convocadas por diferentes plataformas como Answer, una coalición para parar la guerra y acabar con el racismo, Ferguson Action y otras asociaciones por los derechos civiles. Las redes sociales han empujado a esas movilizaciones con etiquetas como #FergusonIsEverywhere, #BlackLivesMatter, #ICantBreathe -«No puedo respirar», en relación a las últimas palabras de Garner- o #MyHandsAreUp -«Tengo las manos levantadas», como las tenía Brown al ser disparado en Ferguson-. Precisamente, ese gesto de alzar las manos simulando una detención se ha convertido en símbolo de esta lucha, y varios deportistas de élite afroamericanos lo han emulado en gesto de solidaridad.
Con algún que otro altercado menor, la denuncia del racismo y la demanda de justicia y reformas han sido totalmente pacíficas y han recibido muestras de apoyo de un amplio espectro. La Administración Obama y el propio Bill De Blasio han hablado a favor de esa dinámica social. Enfrente, las críticas de muchos representantes policiales que han buscado aparecer como víctimas de acoso, cuando sus compañeros homicidas estaban siendo absueltos sin juicio.
La madre de Eric Garner también rechazó la muerte de los patrulleros y reclamó que no se utilizase la violencia en su nombre. De Blasio llegó a pedir que se suspendiesen las movilizaciones del 23 de diciembre en favor de cambios en las políticas policiales, lo cual soliviantó a los movimientos por los derechos civiles convocantes.
De Blasio, en el punto de mira
La víspera del funeral de Ramos, un grupo de policías retirados alquiló una avioneta para sobrevolar el río Hudson con una pancarta que adelantaba la protesta que sucedería el día siguiente: «De Blasio, Our Backs Have Turned To You» («De Blasio, te damos la espalda»). Algunos medios conservadores y representantes sindicales plantearon que la presencia del alcalde en el sepelio sería vista por los compañeros de los fallecidos como una injuria y le «invitaron» a no aparecer. De Blasio, que se ha mostrado afectado, solemne y contundente en torno a la muerte de los policías, acudió a la despedida del agente y habló en esa misma línea.
La desconfianza policial respecto a De Blasio estaba prendida de antemano. Durante la campaña defendió la revocación de la táctica «stop-and-frisk», que posibilita la retención y cacheo irregular de miles de negros y latinos. Denunció el sesgo racista de estas prácticas policiales. Después de la muerte de Garner, admitió haber advertido a su hijo Dante, fruto de su relación con la activista afroamericana Chirlane McCray, que «tuviese especial cuidado» en sus encuentros con la Policía. Y, sobre todo, mostró su simpatía por las manifestaciones pacíficas en favor de la reforma policial y su lema «la vida de los negros importa» («Black Lives Matter»).
El sindicato Patrolman’s Benevolent Association (PBA) no se lo ha perdonado. Primero, a través de una nota en la que se afirmaba que «las manos del alcalde están literalmente empapadas de nuestra sangre debido a sus palabras, sus acciones y sus políticas, y ahora nos hemos convertido, por primera vez en muchos años, en un departamento de Policía en `tiempos de guerra'». Y posteriormente, por boca de Patrick Lynch, presidente de la mencionada asociación, que si bien rechazó la nota, mantuvo el tono de sus acusaciones con continuas referencias a las «manos manchadas de sangre».
Responsables de la anterior Administración neoyorquina, liderada por el republicano y magnate de los medios de comunicación Michael Bloomberg, también azuzaron la polémica. Por ejemplo, el anterior gobernador, George Pataki, calificó las muertes de «predecible resultado de la retórica antipolicía» del alcalde De Blasio.
Apoyo al alcalde … y a las reformas
Frente a los ataques de la derecha, la prensa de izquierda y liberal ha cerrado filas en torno a De Blasio y ha criticado con dureza la postura de los policías. «The New York Times» ha dedicado varios editoriales al tema. En unos de ellos, con un lenguaje duro, expresaba las ideas que según ellos el alcalde no podría decir en alto: «Con estos actos de pasivo-agresivo desprecio y autocompasión, muchos agentes de policía de Nueva York, dirigidos por su sindicato, están malgastando la credibilidad del Departamento, desfigurando su reputación, triturando su duramente ganado respeto».
El semanario -The Nation- criticaba el intento por culpar de las muertes de policías a las protestas contra la impunidad policial, a la vez que planteaba una agenda urgente: en relación a la muerte de los dos policías, la cuestión del control de armas y una mejora de la red de asistencia a la salud mental, así como la necesidad de tejer una mejor relación entre Policía y comunidad; en el debate general, el abandono de la denominada política de «ventanas rotas» -mano dura con las consideradas «conductas antisociales»-, la abolición de cuotas de arrestos y la necesidad de fiscales independientes cuando ocurren abusos. Una agenda que De Blasio comparte, hasta donde puede, porque contrató a Bill Bratton para el puesto de comisionado de Policía, lo cual criticaron diferentes grupos de derechos civiles por su perfil duro.
Segundo funeral, segundo round
El funeral de Wenjian Liu se ha retrasado hasta mañana para facilitar que sus familiares chinos pudiesen acudir. En él se comprobará si el lobby securócrata y los adversarios de De Blasio reculan o se empecinan. De momento, otra avioneta ha recorrido estos días el río Hudson exigiendo al alcalde que pida perdón al NYPD: «De Blasio: Apologize to the NYPD!!». También parece que existe en el Departamento una especie de «huelga de celo» en marcha. Según publicaba «New York Post», tomando como referencia la semana posterior a la muerte de los agentes y comparándola con la misma del año anterior, el número de arrestos habría descendido un 66%, los atestados por infracciones de tráfico un 94%, los aparcamientos irregulares un 92%, las pequeñas faltas como beber u orinar en la vía pública otro 94% y las detenciones por tráfico de drogas habrían bajado en un 84%. Extraña táctica para lograr la simpatía de la ciudadanía: hacer que tu ciudad parezca Gotham City.
No parece que esta estrategia pueda tener mucho éxito, pero la sociedad norteamericana es muy compleja y la ciudad de Nueva York es un extraño crisol de esa complejidad. De momento, la Policía de Nueva York ha tomado a De Blasio como rehén en su trinchera para impedir que les aten las manos. Lo que no admiten es que hay que atárselas para que dejen de abusar, segregar y, demasiado a menudo, matar jóvenes negros.