Este viernes el presidente Barack Obama anduvo por Miami en una de las funciones más ilustrativas de la democracia estadounidense: recaudando fondos, entre los ricos, para su Partido. Todo sucedió en la casa de Jorge Más Santos, quien heredó de su padre -por supuesto, democráticamente- la presidencia de la Fundación Nacional Cubano Americana, conocida por […]
Este viernes el presidente Barack Obama anduvo por Miami en una de las funciones más ilustrativas de la democracia estadounidense: recaudando fondos, entre los ricos, para su Partido.
Todo sucedió en la casa de Jorge Más Santos, quien heredó de su padre -por supuesto, democráticamente- la presidencia de la Fundación Nacional Cubano Americana, conocida por sus vínculos con el terrorismo y el narcotráfico desde que fuera fundada por Jorge Mas Canosa de la mano de Ronald Reagan y el Partido Republicano, supuestamente opositor al Partido Demócrata que representa Obama.
Allí el hombre del «Yes, we can» dijo algo parecido a lo que hace cuatro años y medio prometió en la Cumbre de Presidentes de las Américas de Trinidad y Tobago y todavía he can´t: «podemos dirigir la política de Estados Unidos hacia Cuba en una nueva dirección». En Miami, Obama confesó haber hecho el gran descubrimiento que muchos antes que él -e incluso él mismo cuando era senador- ya habían realizado: «no tiene sentido la noción de que las mismas políticas que implementamos en 1961 serían de algún modo tan efectivas como lo son hoy, en la era de Internet, Google y los viajes mundiales».
Bueno, lo de la efectividad es bastante discutible. Más de 50 años y miles de millones de dólares después, Estados Unidos no ha podido lograr un cambio de régimen en Cuba. Pero contradictoriamente, en casa de los Soprano, perdón, de los Mas, Obama se encontró con dos de los especímenes más representativos que ha producido esa política fracasada: la señora Berta Soler, quien ha opinado que el bloqueo de Washington contra Cuba debe ser reforzado y que la Cuba anterior a 1959 -gobernada por el dictador Fulgencio Batista- era «una joya de oro»; y Guillermo Fariñas, quien días atrás se fotografió orgulloso junto a Luis Posada Carriles, hombre que el FBI ha calificado como «el mayor terrorista del Hemisferio Occidental» y representante de esas políticas implementadas en 1961, que convirtieron el terrorismo en instrumento preferido del gobierno estadounidense contra Cuba al costo de más de tres mil vidas.
«Esperanzada», se dijo la señora Soler y como «un día único» calificó Fariñas la oportunidad de posar con el administrador de los drones que opera como tribunal y verdugo. La emoción de escuchar la voz del amo, o tal vez un error de traducción, ha hecho que ambos señores no hayan entendido que lo que Obama dijo es lo contrario de lo que ellos han estado expresando: Estados Unidos debe cambiar su política hacia Cuba.
¿Los kleenex de esta ocasión se habrán dado cuenta de que fueron usados como pieza de equilibrio para complacer a la ultraderecha miamense, cuyo «partidismo», según el propio Obama, bloquea cualquier posibilidad de avance en la relación con Cuba? ¿O es mucho pedir para sus limitados cerebros acostumbrados a que otros piensen por ellos?