Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos
Cualquier idea falsa de que Barack Obama está participando en las elecciones de 2008 en calidad de candidato «en contra de la guerra» se debería haber disipado el pasado martes con lo que la campaña presidencial demócrata anunció como el «discurso fundamental» sobre la seguridad nacional y la guerra estadounidense en Iraq.
En un discurso pronunciado en el edificio Reagan en Washington con un telón de fondo de innumerables banderas estadounidenses, Obama dejó claro que se opone a la actual política estadounidense en Iraq no debido ninguna oposición por principios al neocolonialismo y a la guerra agresiva , sino debido a que la guerra de Iraq supone un erróneo despliegue de poder que no está logrando hacer progresar los intereses globales estratégicos del imperialismo estadounidense.
Lo que el discurso del senador de más reciente elección de Illinois revela es que las elecciones de noviembre no dará al pueblo estadounidense la oportunidad de votar en contra o a favor de la guerra, sino únicamente de elegir cuál de las dos guerras de estilo colonial que Estados Unidos está luchando actualmente se debe intensificar.
Igual que su artículo de opinión publicado el pasado lunes en el New York Times, su llamamiento del martes a la retirada de las tropas de combate estadounidenses de Iraq iba unido a la propuesta de desplazar hasta 10.000 soldados más a Afganistán para intensificar esa guerra.
La idea central del discurso de Obama era una crítica a la incompetencia de la administración Bush para llevar adelante una estrategia imperialista, combinada con el compromiso implícito de hacer avanzar dicha estrategia de manera más racional y eficaz una vez que él entre en la Casa Blanca.
Resumió su política como «un reorganización responsable de nuestras tropas de combate que empuje a los dirigentes de Iraq a una solución política, reconstruya nuestro ejercito y se vuelva a centrar en Afganistán y en nuestros más amplios intereses de seguridad».
Obama reiteró su promesa electoral de sacar las «brigadas de combate» estadounidenses de Iraq en un plazo de 16 meses a partir de su toma de posesión. Sin embargo, tras esta «reorganización» debería permanecer en Iraq una «fuerza residual» que lleve a cabo operaciones de contra-insurgencia, que proteja las instalaciones estadounidenses y adiestre y apoye al ejército títere iraquí (tareas que indudablemente mantendrán a decenas de miles de soldados estadounidenses ocupando el país de forma indefinida).
Obama insistió en que iba a hacer «ajustes tácticos» a su plan basándose en consultas a «comandantes sobre el terreno y al gobierno iraquí», sugiriendo que es poco probable que incluso la retirada parcial que propone se desarrolle tan rápido como propone.
El discurso fue programado antes que una gira de «investigación» que Obama iniciará esta semana para visitar tanto Iraq como Afganistán y reunirse con mandos militares estadounidenses de ambos países .
Obama empezó su discurso evocando el legado de la estrategia imperialista estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial cuando actuó para «promovrr nuevas instituciones internacionales como las Naciones Unidas, la OTAN y el Banco Mundial» y reconstruir el destrozado capitalismo europeo por medio del Plan Marshall. Comparó la política de seis décadas con lo que presentó como la oportunidad que Washington había desaprovechado de recuperar el liderazgo global tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.
«También el mundo se unió en contra de los autores de este malvado acto, ya que nos apoyaron los aliados de siempre, los nuevos amigos e incluso los viejos enemigos», dijo Obama. «Era el momento de, una vez más, aprovechar el poder y la persuasión moral de Estados Unidos; era el momento de, una vez más, dar forma a una nueva estrategia para un mundo en constante cambio».
Según Obama, el punto de partida para aprovechar esta oportunidad de oro, era «el haber desplegado toda la fuerza del poder estadounidenses para cazar y destruir a Osama ben Laden, al-Qaeda, los talibán y todos los terroristas responsables del 11 de septiembre al tiempo que se apoyaban la seguridad real en Afganistán».
En vez de ello, acusó Obama, la administración Bush desvió estos recursos militares a una guerra contra Iraq, «un país que no tenía absolutamente nada que ver con los atentados del 11 de septiembre». Y continuó: «El centrar de forma decidida y sin plazo definido nuestro centro de atención en Iraq no es en ningún modo una estrategia sólida para mantener seguro a nuestro país».
Esta manera de presentar las cosas es una distorsión burda y deliberada de los motivos que llevaron a la guerra tanto en Afganistán como en Iraq. Ninguna de ellas se emprendió con el ánimo de «mantener seguro a nuestro país», sino para hacer avanzar intereses estratégicos definitivos del imperialismo estadounidenses.
El objetivo principal de la guerra en Afganistán (planificada mucho antes de los atentados del 11 de septiembre) fue sacar ventaja del vacío de poder en Asia central creado por la disolución de la Unión Soviética para reafirmar el dominio estadounidense en una zona que contiene las segundas mayores reservas demostradas de petróleo y gas natural del mundo.
Por lo que se refiere a los supuestos objetivos de la esta operación (Osama ben Laden, al-Qaeda y los talibán), todos ellos son, a fin de cuentas, producto de la propia historia sangrienta estadounidense de intervención en la zona, particularmente en los ochenta, cuando Washington gastó miles de millones de dólares en financiar a las fuerzas muyaidines que luchaban contra el gobierno de Afganistán respaldado por los soviéticos y contra el ejército soviético cuando éste intervino allí. Entre esas fuerzas estaba ben Laden y aquellos que continuaron para organizar tanto al-Qaeda como los talibán.
El legado de esta guerra dirigida por la CIA fue la devastación de Afganistán y un prolongado caos político al que Washington trataba de poner freno apoyando la llegada al poder de los talibán.
Ahora, casi siete años después de que Estados Unidos invadiera Afganistán, Obama proclama: «Como presidente, convertiré la lucha contra al-Qaeda y los talibán en la prioridad máxima que debería ser. Esta es una guerra que tenemos que ganar».
Para conseguirlo, Obama prometió enviar » a Afganistán dos brigadas de combate adicionales» y presionar a los aliados de Washington en la OTAN para que hagan «mayores contribuciones (con menores restricciones)» en términos de despliegue de sus tropas.
Siguió prometiendo expandir la intervención en Afganistán al vecino Pakistán.
«La mayor amenaza para la seguridad está en las zonas tribales de Pakistán, donde se adiestran los terroristas y desde donde los insurgentes atacan dentro de Afganistán», advirtió. «No podemos tolerar un santuario terrorista y como presidente no lo toleraré. Necesitamos una relación más fuerte y continua con Afganistán, Pakistan y la OTAN para asegurar las fronteras, eliminar los campos de terroristas y tomar medidas enérgicas contra los insurgentes entre los países fronterizos. En la región de la frontera afgana necesitamos más tropas, más helicópteros, más satélites, más aviones teledirigidos Predator. Y debemos dejar claro ahora que si Pakistán no puede o no quiere actuar, nosotros eliminaremos los objetivos terroristas de alto nivel como ben Laden si los tenemos al alcance».
No existen pruebas de que las fuerzas estadounidenses estén luchando contra al-Qaeda en Afganistán o de que la mayor parte de estas fuerzas atacantes estadounidenses y de la OTAN estén siguiendo órdenes de lo que queda de los talibán. El Pentágono no ha informado de la captura de operativos de al-Qaeda en la intensificación de los combates que ha acabado con las vidas de 69 soldados estadounidenses y de la OTAN en los meses de mayo y junio.
La realidad es que la resistencia a la ocupación dirigida por Estados Unidos ha crecido dramáticamente como consecuencia directa del aumento de la carnicería de civiles, como se vio en el ataque aéreo estadounidense del 6 de julio que mató a 47 personas que celebraban una boda, la inmensa mayoría de ellos mujeres y niños. Tanto la detención arbitraria y las frecuentes torturas de las personas capturadas por las unidades estadounidenses y por las tropas títeres afganas, así como la enorme corrupción del régimen del presidente Hamid Karzai respaldado por Estados Unidos han generado también la ira [de la población afgana].
Se ha informado de que los habitantes de los pueblos vecinos participaron en el ataque contra una base estadounidense el pasado sábado que costó la vida de nueve soldados estadounidenses, proporcionando apoyo directo a los insurgentes que lo llevaron a cabo.
Con «más tropas, más helicópteros, más satélites, más aviones teledirigidos Predator», Obama está proponiendo aumentar esta carnicería, que generará una mayor resistencia y un recrudecimiento de la guerra que implicará la muerte a más soldados estadounidenses e, inevitablemente, su despliegue por la frontera con Pakistán.
Obama prometió reforzar al ejército estadounidense para una guerra que amenaza con ser mucho más intensa que la de Iraq. Hizo un llamamiento a aumentar el número total de las fuerzas de tierra estadounidenses con 65.000 soldados y 27.000 marines, y a «invertir en los medios que necesitamos para derrotar a los enemigos tradicionales y hace frente a los desafíos no convencionales de nuestro tiempo».
La mayoría de las reacciones de los medios de comunicación al discurso de Obama se centró en si su objetivo era asegurar a sus bases demócratas que todavía estaba comprometido con llevar a cabo una retirada de tropas de Iraq o si indicaba que su «giro hacia el centro» se acentuaba al poner el acento en su deseo de utilizar la fuerza en su posición de comandante en jefe estadounidense.
En realidad, el discurso reflejaba lo que se está convirtiendo en una posición de consenso en la mayoría de la clase dirigente política estadounidense, tanto demócrata como republicana. Existe la creciente convicción de que Estados Unidos puede asegurar sus intereses estratégicos en Iraq con menos tropas y sin gastar los más de 10.000 millones de dólares al mes que están agravando el empeoramiento de la crisis económica del capitalismo estadounidense.
Para subrayar este mensaje, Obama fue presentado el martes por el ex-congresista demócrata Lee Hamilton, que junto con el ex-secretario de Estado republicano James Baker presidió el Iraq Study Group, la comisión bipartidista que defendía una modernización de la política militar y diplomática de Estados Unidos con el objetivo de salvaguardar la intervención estadounidense en Iraq.
Tanto el secretario de Defensa Robert Gates como el presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor, el almirante Michael Mullen, habían expresado su preocupación por que el nivel de tropas en Afganistán es insuficiente para garantizar el dominio estadounidense en el país. Habían indicado que les gustaría desplegar ahí a otros 10.000 soldados, la misma cantidad que había propuesto Obama.
Incluso Bush, en una conferencia de prensa celebrada en la Casa Blanca el martes por la mañana, hizo alusión a este tema afirmando que Washington y sus aliados de la OTAN ya estaban iniciando una «oleada» [aumento de tropas] en Afganistán.
Por lo que se refiere a que el discurso indique un giro a la derecha, la realidad es que Obama ya se ha referido repetidamente a los mismos temas desde que inició su carrera hacia la presidencia. Aunque en las primarias demócratas insistió en que en 2002 se había opuesto a que el Senado autorizara a Bush a emprender la guerra de Iraq (una resolución que fue apoyada por sus principales rivales, Hillary Clinton y John Edwards), siempre ha dejado claro que abraza el marco ideológico de la «guerra global contra el terrorismo» utilizado para justificar las invasiones tanto de Iraq como de Afganistán.
Dada esta postura y sus subsiguientes votaciones a favor de financiar la guerra una vez que entró en el Senado en 2005, hay pocos motivos para creer que no se hubiera unido a sus rivales a la hora de conceder a Bush un cheque en blanco para la invasión de Iraq si entonces hubiera sido senador estadounidense.
Escribiendo sobre asuntos internacionales hace un año Obama recalcaba que la lección de la debacle de Iraq era la necesidad de preparar a Estados Unidos para nuevas guerras. «Debemos utilizar este momento tanto para reconstruir nuestro ejército como para prepararlo para futuras misiones», insistió. «Debemos conservar nuestra capacidad de derrotar rápidamente cualquier amenaza convencional contra nuestro país y contra nuestros intereses vitales. Pero también debemos estar mejor preparados para estar sobre el terreno para hacer frente a enemigos que combaten asimétricamente y a campañas altamente adaptables a escala global».
Aunque los defensores «izquierdistas» de Obama sin duda alguna excusarán el ostentoso militarismo y belicismo del discurso del candidato afirmando que son meros recursos politicos destinados a ganarse a los votantes de «centro», la realidad es que el candidato está explicando detalladamente lo que se puede esperar de una futura administración demócrata en 2009.
Sus políticas estarán determinadas no por la hueca campaña retórica acerca del «cambio» que ha sido la especialidad de Obama, sino por la cada vez mayor crisis económica y social del capitalismo estadounidense y la determinación de la clase dirigente estadounidense de seguir utilizando la fuerza militar como medio para compensar su declive económico.