A finales de 2006, Anthony Cordesman, intelectual afecto al Departamento de Defensa de Estados Unidos, además de hincha entusiasta de las bombas de precisión, anticipó una serie de propuestas que supuestamente debían favorecer la victoria estadounidense en Afganistán. En esencia se trataba de incrementar la cantidad de ayuda militar y económica; que los fondos se […]
A finales de 2006, Anthony Cordesman, intelectual afecto al Departamento de Defensa de Estados Unidos, además de hincha entusiasta de las bombas de precisión, anticipó una serie de propuestas que supuestamente debían favorecer la victoria estadounidense en Afganistán. En esencia se trataba de incrementar la cantidad de ayuda militar y económica; que los fondos se gestionaran desde el exterior; que se ejecutaran proyectos como carreteras, suministro de agua y, en menor medida, escuelas y servicios médicos; que aumentaran su implicación en Afganistán estados como Francia, Alemania, Italia y España o incluso Estonia y otros. Propuestas, por tanto, que no suponían ninguna novedad, pues ya en tiempos de la guerra de Vietnam el clamor oficial era pedir más ayuda para vietnamizar la lucha.
Dos años después, el candidato Barack Obama parece sugerir lo mismo con una sola diferencia: reconoce que los aliados de EEUU en la OTAN no van a facilitar muchas más tropas de combate, por lo que plantea
la rotación de tres divisiones o sacar unos 10.000 efectivos de Irak para llevarlos a Afganistán.
Examinando el discurso del candidato Obama -ofrecido el 14 de julio de 2008- vemos elementos en relación a Afganistán, siempre bajo la consigna de «hacer de Norteamérica un lugar más seguro». La anunciada estrategia se compone de cinco elementos: acabar «de un modo responsable» con la guerra de Irak, terminar con la guerra contra talibanes y Al Qaeda, apartar a terroristas y estados canallas de las armas nucleares y tecnologías relacionadas, conquistar la seguridad energética, y reconstruir las alianzas para el siglo XXI. En otras palabras, Obama está empeñado en «terminar con la
guerra contra talibanes y Al Qaeda», que bien podría traducirse como la guerra contra el «extremismo islamista». Así pues, hace falta concentrar más recursos en Afganistán, porque es una guerra que «debemos ganar».
El candidato Obama se suma, así, a la solución del Pentágono -derrotar a los talibanes y a Al Qaeda- sin reparar en las causas del auge de dichos actores o en la complejidad de la sociedad tribal en la frontera afgano-pakistaní. Más importante aún, ignora que la resistencia afgana se nutre sin cesar de las víctimas de los actuales bombardeos, asaltos nocturnos a aldeas, secuestros de sospechosos o allanamientos de casas y espacios reservados a las mujeres.
El candidato Obama, incluso fracasa a la hora de comprender el viejo axioma de la estrategia guerrillera: la guerrilla gana si no pierde. Para la guerrilla, no se trata de ganar batallas campales sino de mantener la lucha. Los talibanes y sus socios no tienen ningún problema al respecto: disponen de combatientes pastunes a ambos lados de la frontera y cuentan con mecenas en los estados del Golfo Pérsico (y por doquier).
El candidato Obama aboga por una política de intensificación y sigue los pasos del embajador de Gordon Brown en Kabul, que amenaza con «permanecer en Afganistán durante 30 años». ¿30 años para qué? ¿Para mantener en el poder a un corrupto e impopular régimen títere fortificado en Kabul? No. Más bien, como bien dice Simon Jenkins, para mantener a la OTAN viva en Europa.
Más alarmante es que el candidato Obama (y antes que él, otros como George W. Bush) confunda a los talibanes con Al Qaeda, cuando de hecho comparten muy poco y no se miran mutuamente con gran estima. Los talibanes y Al Qaeda representan dos entidades bien diferenciadas: los primeros son un fenómeno étnico y nacional, que intenta convocar sobre todo a los afganos pastunes. Son sólo una parte de la dispersa resistencia contra la ocupación de EEUU y la OTAN. En cambio, Al Qaeda es una organización no estatal y sin territorio, creada para llevar a cabo una violenta yihad dondequiera que sea contra quienes acusa de ser enemigos del Islam. De ser un grupo espacialmente localizado en Afganistán durante la era de los talibanes, Al Qaeda se ha transformado en una entente transnacional de grupos militantes unidos por la guerra santa. Pero para el candidato Obama existe un solo y simple enemigo indefinido: la unión de Al Qaeda y los talibanes, que será aplastada con más brigadas de soldados ocupantes y más aeronaves en los cielos, y con los prometidos mil millones de dólares anuales para ayuda no militar.
En definitiva, el candidato Obama no promete nada que no exista ya: más conflicto prolongado de baja intensidad, sembrado de infinita muerte y destrucción. Si la escalada militar estadounidense de los últimos dos años sirve para indicar algo, la mayor intensidad propuesta por Obama sencillamente conduce a más muertes civiles, un campo sembrado de más aldeas arrasadas, más artefactos explosivos improvisados y más ataques suicidas, todo acompañado de más ataques con apoyo aéreo, igualmente mortales.
El candidato Obama, sus asesores de la era Clinton y, lamentablemente, mucha más gente no logran identificar un conjunto de limitaciones interconectadas que se podrían llamar los cinco no pueden: EEUU y la OTAN no pueden mandar 400.000 efectivos de combate para ocupar todo Afganistán al completo; EEUU y la OTAN no pueden imponer un gobierno central con poder en Afganistán; EEUU y la OTAN no pueden neutralizar las muy efectivas armas de bajo coste empleadas por la resistencia; EEUU y la OTAN no pueden sellar la frontera con Pakistán y eliminar así el santuario, tan vital en una guerra de guerrillas; y por último, el Gobierno pakistaní no puede ni nunca ha podido dominar las zonas tribales fronterizas y no hay motivo para creer que eso vaya a ser distinto.
Los candidatos Obama y McCain prometen más de la misma carnicería, aunque, eso sí, presentada como un cambio.
Marc W. Herold es Profesor de Desarrollo Económico en la Univ. de New Hampshire (EEUU)