No es necesario buscar oscuras razones ni escudriñar recónditas segundas intenciones en el cambio introducido por Obama en la política de defensa de EEUU, a raíz de su renuncia a instalar el llamado «escudo antimisiles», cuyo previsto despliegue parcial sobre territorio europeo constituyó uno de los pilares de la fracasada estrategia de Bush contra el […]
No es necesario buscar oscuras razones ni escudriñar recónditas segundas intenciones en el cambio introducido por Obama en la política de defensa de EEUU, a raíz de su renuncia a instalar el llamado «escudo antimisiles», cuyo previsto despliegue parcial sobre territorio europeo constituyó uno de los pilares de la fracasada estrategia de Bush contra el terrorismo internacional.
La respuesta de Obama implica varias decisiones de política interior y exterior, todas ellas de alto calado. Por un lado, la poderosa industria de defensa estadounidense no se sentirá perjudicada, porque no se trata de suprimir un programa que le produciría notables beneficios sino de cambiar el sistema antimisiles de base terrestre por otro instalado sobre plataformas navales. Las explicaciones técnicas del cambio apenas hacen al caso, salvo para desmentir la acusación de que EEUU y sus aliados pudieran quedar indefensos ante un supuesto ataque terrorista con misiles.
La solución adoptada presupone también una evaluación más cabal del riesgo, al desechar la idea de que Irán sea capaz de poseer a medio plazo misiles de muy largo alcance y reducir la previsible amenaza a misiles de más corto radio de acción. El hecho de que el jefe del Pentágono, que también lo fue durante el Gobierno de Bush, apoye y ejecute este cambio de estrategia, es una jugada inteligente de Obama, que hábilmente -y para sorpresa de muchos que entonces no entendimos la operación- mantuvo en el mismo puesto a quien había apoyado plenamente la fallida estrategia militar del anterior presidente.
Rusia ha manifestado con rapidez y sin ambages su favorable opinión sobre este cambio y los países más directamente afectados, que son Polonia y Chequia, habrán de comprender que la defensa de Europa es un problema común que afecta a todos los países, y no el resultado de acuerdos bilaterales de algunos de ellos con la superpotencia americana para aplacar sus peculiares y atávicos temores hacia Rusia, por razonables que sean las razones históricas que los avalen.
Tampoco debería extrañar que el nuevo Secretario General de la OTAN, alianza que desde que desapareció la URSS está buscando un lugar idóneo en el sistema mundial de organizaciones militares supranacionales, se apunte con entusiasmo a una nueva estrategia que no vea en Rusia un enemigo casi obligado, sino un aliado conveniente y necesario, gracias al cual se podrá seguir manteniendo viva, contra toda lógica, la organización que nació, precisamente, para combatir al nuevo aliado de hoy.
Así que el señor Rasmussen, en su primera intervención pública de cierta relevancia desde que en agosto se puso al frente de la OTAN, sugirió combinar en uno solo los sistemas de defensa antimisiles de EEUU, la OTAN y Rusia. Sin embargo, cuando fue preguntado por detalles concretos de ese sugestivo plan, no supo cómo responder y remitió a futuras aclaraciones de los responsables militares. Lo que es comprensible puesto que en el mismo Cuartel General de la OTAN ha sorprendido la rápida e insospechada decisión del presidente de EEUU.
Obama, pues, toma con firmeza el timón de la política exterior de EEUU. Tendrá que afrontar una dura ofensiva de sus rivales políticos. El senador McCain ya ha advertido que la decisión es un «serio error» y que «potencialmente socavará el liderazgo de EEUU tal como es percibido en la Europa del Este». La derecha más fanatizada de EEUU, esa que percibe rasgos de socialismo e incluso de comunismo en el plan de Obama para extender la cobertura sanitaria a todos los ciudadanos, no cejará en sus campañas de desprestigio, con el apoyo de sus homólogos políticos del otro lado del Atlántico, como ya se percibe en algunos medios de comunicación españoles.
Obama entierra definitivamente la anterior política de EEUU que dividió a Europa con motivo de la invasión de Iraq, con aquel vergonzoso artículo de apoyo a Bush, firmado por Aznar y otros dirigentes europeos, entre los que destacaban Berlusconi y los presidentes de tres países del Este de Europa, incluyendo significativamente a Polonia y Chequia. Su publicación en el Wall Street Journal permitió a las fuerzas más reaccionarias de EEUU despreciar a la «vieja Europa» (encabezada por Francia y Alemania), que se oponía a la guerra, y ensalzar a la «nueva Europa». La que, con su apoyo a la ilegal aventura de Bush, mostró una mezcla de servilismo y de ansias por establecer una relación especial con la superpotencia americana, de la que se esperaba obtener ventajas, como proclamó en su visita a Madrid Jeb Bush, el impresentable hermano del entonces presidente de EEUU, que gobernaba en su feudo de Florida: «Esa relación entre Estados Unidos y España va a dar beneficios que no se pueden imaginar hoy en día».
Difícil es el camino que tiene que recorrer Obama y va a necesitar todos los recursos de su personalidad para afrontar la oposición de los sectores sociales que, dentro y fuera de EEUU, adoraron a Bush y todavía comparten su reaccionaria ideología y ensalzan sus nefastas decisiones.