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Cronopiando

Obama y la dualidad

Fuentes: Rebelión

Una de las cualidades más sobresalientes de los presidentes estadounidenses, así no sea de su exclusiva propiedad, es esa innata capacidad que tienen y demuestran para, al mismo tiempo que manifiestan su natural y comedido talante, su discreta mesura al abordar un problema con la prudencia que se le supone a un circunspecto estadista, ser […]

Una de las cualidades más sobresalientes de los presidentes estadounidenses, así no sea de su exclusiva propiedad, es esa innata capacidad que tienen y demuestran para, al mismo tiempo que manifiestan su natural y comedido talante, su discreta mesura al abordar un problema con la prudencia que se le supone a un circunspecto estadista, ser capaces, también, de expresar su espontánea indignación, su más iracundo arrebato, cuando son otros los problemas a tratar.

Y un buen ejemplo de hasta qué punto el presidente Obama responde a estas condiciones, lo apuntaba el periódico El País en su edición de ayer.

Dos noticias en su portada hacían referencia al presidente de los Estados Unidos. En la primera, decía el titular: «Obama cree «prematuro» condenar a Israel por el ataque a la flota». En el subtítulo se apuntaba: «…para hablar de responsabilidades necesita «saber todos los hechos».

En la segunda noticia sobre Obama, colocada debajo de la anterior, el titular decía: «El presidente de los Estados Unidos «furioso» por el vertido del Golfo de México». El subtítulo aludía a que por segunda vez Obama cancelaba su gira por Indonesia y Australia, para visitar Luisiana. La imagen de un pelícano cubierto de petróleo resaltaba la gravedad de la furia presidencial. La primera noticia, dado que tal vez el periódico El País también necesita saber todos los hechos, no iba acompañada de cadáveres.

El mismo presidente que considera prematuro evaluar el sangriento abordaje del ejército israelí en aguas internacionales a algunos barcos cargados de ayuda humanitaria con destino a Gaza, mientras no se disponga de todos los datos, curiosamente, monta en cólera y se muestra «furioso» por un vertido del que, al parecer, sí dispone de los imprescindibles documentos, y que, incluso, ya le permiten seguir apostando por las perforaciones petroleras a grandes profundidades, siempre y cuando, agrega Obama, «se hagan de forma segura». De hecho, hasta ya le ha pasado a la compañía responsable una primera factura por las consecuencias del vertido.

Siempre he creído que la furia, la ira, son reacciones naturales de rápida combustión, la primera respuesta de cualquier organismo ante hechos que nos conmueven y provocan nuestra indignación, y que el tiempo, generalmente, contribuye a disipar la cólera y serenar los ánimos, a devolver al juicio su mesura, su natural comedimiento.

Por ello me llama la atención que las reacciones de Obama sean justamente las contrarias y que, además, ocurran a la vez.

Mientras un suceso reciente, como el salvaje acto terrorista de piratería israelí, nos muestra un mandatario ecuánime y sereno, un vertido de petróleo que pronto va a cumplir dos meses, que tampoco es el primero que afecta a los Estados Unidos, ni va a ser el último y que, en cualquier caso, no va suponer, tampoco, cambio alguno en las políticas de ese país sobre la extracción del crudo, pone «furioso» al presidente.

Es verdad sí que resultan incontables los fracasados intentos de la Britis Pretroleum por acabar con el vertido, pero precisamente por ello, por haber sido tantos, es que la furia del presidente llega un poco tarde.

Pero así son ellos. George W. Bush fue otro preciso ejemplo de dualidad, de cómo se pueden compaginar en un mismo momento y respuesta, dos estados anímicos tan diferentes como la indolencia y el dolor.

En entrevista concedida hace dos años al reportero estadounidense Robert Draper, George W. Bush reconocía que nada le producía más miedo que tener que avergonzarse algún día de sus decisiones. Al margen de que ese día no va a llegar nunca, acaba de volver a justificar la tortura so pretexto de salvar vidas, Bush, compungido, relataba al periodista: «Los iraquíes me observan, la gente me observa, aún así lloro. Tengo el hombro de Dios para llorar y lloro mucho, lloro mucho en mi trabajo. Apuesto a que he derramado más lágrimas de las que usted puede contar. Derramaré unas cuantas mañana». Lo asombroso de semejante revelación es que, contaba el periodista, Bush «lloraba» con los pies encima de la mesa mientras engullía un perrito caliente bajo en calorías.

Obama, más culto, prefiere deleitarse escuchando a Paul Mc Cartney.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.