Recomiendo:
0

Olmert, el tiempo vacío

Fuentes: Rebelión

Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.

El discurso de dimisión de Ehud Olmert nos pilló en el viaje de regreso de una manifestación.

Acudimos para protestar por la muerte de Ahmad Moussa, de 10 años, a quien asesinaron durante una manifestación contra el muro del apartheid en la aldea de Nailin. El muro despoja al pueblo de la mayor parte de sus tierras que pasan a manos de los colonos del asentamiento más próximo. Un soldado apuntó y disparó al niño con munición real a corta distancia.

Los manifestantes permanecieron de pie bajo las ventanas del apartamento del ministro de Defensa, en el lujoso Akirov Towers, mientras gritaban: «Ehud Barak, ministro de Defensa, ¿a cuántos niños habéis asesinado hasta ahora?»

Poco después Olmert habló de sus grandes esfuerzos para lograr la paz y prometió continuar hasta su último día en el cargo.

Ambos hechos -la manifestación y el discurso- están ligados. Juntos proporcionan una imagen exacta de la época: los discursos de paz en el aire y las atrocidades en la tierra.

No pienso unirme al coro de héroes retrospectivos que ahora se lanzan sobre el cadáver político de Olmert para despedazarlo. No es un espectáculo agradable. Lo he visto varias veces en mi vida y siempre me repugna.

Este fenómeno no es particular de Israel. Se puede encontrar en la historia y la literatura de muchos tiempos y lugares: «El ascenso y caída de…»

Es una vieja historia. Las personas se arrastran por el suelo a los pies de su héroe. El pavoneo avaro y ambicioso a su alrededor. Los poetas y los bufones de la corte cantan sus alabanzas y sus sucesores modernos -los medios de comunicación internacionales- ensalzan sus virtudes. Y después, un día, el gran hombre cae de su pedestal y todos lo pisotean sin misericordia ni vergüenza.

Ésta es la chusma que idolatró a Moshe Dayan después de la Guerra de los Seis Días y más tarde hizo añicos su estatua tras la guerra del Yom-Kippur. La turba que pateó sañudamente a David Ben Gurion después de años de lisonja ilimitada. La que tumbó a Golda Meir después de seguirla ciegamente. Realmente luché contra todos ellos cuando estaban en el apogeo de su poder, pero la prisa de la chusma política para pisotearlos cuando cayeron fue absolutamente repugnante.

Ahora está ocurriendo otra vez. Nunca me he sentido cautivado por los encantos de Ehud Olmert. He seguido su carrera desde que apareció en escena hasta el momento en que anunció su renuncia. No he visto nada que despertara mi admiración. Pero ahora, ver y oír el chorreo de maltratos vertidos sobre él por los que lo elevaban a los cielos ayer mismo, me hace daño a la vista. El derecho a criticarlo está reservado para los que han luchado contra él durante años.

Olmert es simplemente un técnico de la política, nada más. No es un estadista, ni un líder, ni un hombre con una visión de futuro. Sólo un técnico, inteligente, buen orador y amigo de sus amigos. Un político tecnócrata para quien el poder es el objetivo, no un medio para lograr un objetivo.

La primera vez que me encontré con él fue hace casi 40 años. En aquella época Olmert era el asistente de Samuel Tamir en el sentido más estricto: le ayudaba a llevar sus maletas.

Antes de eso sucedió algo que iba a caracterizar toda la carrera de este hombre ambicioso: Tamir, entonces un joven miembro de la Knesset por el partido Herut (el Likud de hoy), pensó que tenía la oportunidad de derrocar a Menajem Begin y tomar el partido. Intentó empujarlo afuera durante la convención del partido y por un momento pareció que tendría éxito. Begin, que tenía entonces 53 años, aparecía totalmente desgastado después de sufrir seis derrotas electorales consecutivas. Olmert, que entonces tenía 21 años, saltó al carro de los rebeldes y lanzó un discurso apasionado contra el legendario líder.

Pero sus cálculos fueron erróneos. Begin pasó a la acción y asestó un golpe mortal a los conspiradores. Cayeron en desgracia y fueron expulsados del partido. Olmert permaneció con la diminuta facción alrededor de Tamir, que se presentó como un partido moderado en sintonía con la atmósfera de búsqueda de la paz del país en aquel momento y se burlaba de la posición nacionalista del Herut («Ambas orillas del Jordán nos pertenecen»). Pero entonces la Guerra de los Seis Días cambió el ambiente público completamente, las veletas giraron y Tamir acuñó el popular lema «¡Territorio liberado, no será devuelto!». Sin un pestañeo, Olmert el moderado se convirtió en Olmert el extremista.

Pero en esa pequeña facción había muchos jefes y pocos indios. El camino hacia el poder estaba bloqueado. En poco tiempo, Olmert diseñó una escisión para convertirse en el número dos de un partido todavía más pequeño. Más tarde también escindió éste y echó a su veterano líder, Eliezer Shostak. Los procedimientos bordearon la comedia: Olmert se escapó con el sello de caucho del partido.

Después de las elecciones de 1973, Olmert regresó, por fin, al Likud y se convirtió en el candidato número 24 de la lista electoral del partido. Antes no había estado ocioso: terminó los estudios de derecho y prosperó económicamente usando sus contactos en la Knesset y en los pasillos del poder para beneficio de sus clientes. Fue entonces cuando perfeccionó el método de aprovechar las conexiones entre el poder y el dinero, un método que ha practicado desde entonces y que finalmente ha provocado su caída.

En la Knesset, el joven parlamentario buscaba la manera de llamar la atención. En aquel momento los medios de comunicación inventaron el «crimen organizado», mucho antes de que entrase en vigor. (Un bromista ironizaba: «En Israel no hay nada organizado, ¿cómo puede haber crimen organizado de repente?» Olmert olió un caballo en el que se podría montar. Pronunció discursos encendidos, lanzaba papeles al aire al estilo de Joe McCarthy, se presentó como un luchador valiente contra los delincuentes y cosechó mucha publicidad. Fue una actuación vacía: incluso los jefes de la policía confirmaron que no contribuyó nada a la lucha contra el crimen. Pero fue un buen ejemplo de lo que después llegó a ser conocido como «spin» (manipulación)

EN 1977, Menajem Begin llegó al poder. Pero no tenía la menor intención de promover al hombre que 11 años antes intentó clavarle un cuchillo en la espalda. Entre otras cualidades Begin tenía buena memoria. Cuando Olmert vio que su carrera en la Knesset no iba a ninguna parte decidió, en 1993, dar un salto olímpico: anunció su candidatura a alcalde de Jerusalén.

El alcalde anterior, Teddy Kollek, era popular, pero ya estaba viejo y cansado. Olmert ganó. Hoy existe un acuerdo general sobre su actuación: fue un mal alcalde. La ciudad se deterioró, creció la pobreza, los jóvenes se fueron a otros lugares y los barrios árabes se abandonaron de forma criminal. En 1996, empujó al Primer Ministro, Benjamín Netanyahu, a abrir un túnel, que va desde el Muro de las Lamentaciones al barrio musulmán, lo que originó una conflagración que causó la muerte de 17 soldados israelíes y casi 100 palestinos. Olmert nunca ha expresado ningún remordimiento.

También impulsó la creación del asentamiento de Har Homa, entre Jerusalén y Belén, que ha causado fricciones interminables con la comunidad palestina. Todos los ataques recientes en Jerusalén han sido llevados a cabo por chicos que crecieron en los barrios árabes contiguos a Har Homa. Olmert se presentó como el «judaizador» de Jerusalén y como un intrépido luchador nacional.

Pero cuando se presentó para presidente del Likud en 1999, Ariel Sharon le derrotó fácilmente. Sólo consiguió el puesto número 32 en la lista electoral del Likud (de 38 escaños obtenidos en la Knesset). Su reacción racional fue seguir el carro de Sharon y empujarlo a abandonar el Likud y crear un nuevo partido, Kadima.

Fue una apuesta exitosa y demuestra su marcado sentido político. Gracias a Sharon se convirtió, de hecho, en el número dos del nuevo partido y «viceprimer Ministro» oficial de Sharon (como un premio de consolación, después de que Sharon no pudiera darle la Tesorería sino únicamente el mucho menos importante ministerio de Industria y Comercio). En aquel momento parecía un título vacío, pero cuando Sharon sufrió el derrame cerebral, Olmert, con destreza, ocupó su cargo. El largo y tortuoso camino le había llevado, por fin, a la cima.

El sucesor era lo contrario de Sharon en casi todos los aspectos. Sharon fue un político bastante torpe y un orador pobre, pero era un líder determinado con una visión política clara. Tenía un objetivo y luchó firmemente por él. Olmert es un político en cuerpo y alma, oportunista y buen orador, pero carece de carisma y de visión de futuro. Está satisfecho con el mantra rutinario de un estado democrático judío.

Después de llegar al poder gracias al fulminante ataque cerebral de Sharon, Olmert, al principio pretendió simular que estaba siguiendo el mismo camino. Sharon quiso convertir a Israel en un estado fuerte y compacto anexionándose los bloques de asentamientos y abandonando los enclaves árabes en un precario «Estado palestino» Para este propósito llevó a cabo la «separación» de la Franja Gaza. Olmert prometió hacer lo mismo en Cisjordania, pero abandonó la idea casi inmediatamente. A lo largo de su permanencia en el poder ha inventado planes grandiosos a un ritmo vertiginoso que sólo han servido para proporcionar combustible a su «spin-machine»

Su incompetencia como líder y comandante se manifestó enseguida. La Segunda Guerra de Líbano fue un desastre escandaloso. Los medios de comunicación que le aplaudieron con entusiasmo al principio de la guerra, después le atacaron por la «defectuosa ejecución», pero ignoraron el fracaso principal: la propia decisión de ir a la guerra sin un objetivo claro y realista y sin una estrategia política y militar.

La magnitud de su incompetencia como estadista y estratega es comparable a la de su competencia como político y artista de la supervivencia. El hecho de que haya aguantado dos años más tras semejante fracaso monumental demuestra su perspicacia política. Y además la degeneración del sistema político israelí.

Tras la guerra, Olmert perseguía desesperadamente un nuevo caballo al que subirse. Eligió el «proceso político»: las negociaciones con los palestinos y después con los sirios.

Esta opción es significativa: su sensible nariz política olió que éste es ahora un asunto muy popular: no el Gran Israel ni los asentamientos, sino las negociaciones de paz y «dos estados para dos pueblos», sobre todo porque esto ya era popular en EEUU y Europa.

Esta semana, los líderes árabes se quejaron de que ahora «el proceso político empezará otra vez desde la primera casilla» Están muy equivocados: el «proceso» no ha salido nunca de la primera casilla. Está totalmente hueco, puro «spin». El «proceso» se ha convertido en un sustituto de la paz, la idea de un «plataforma de acuerdo» que suple a un auténtico acuerdo de paz. Nunca ha existido ninguna posibilidad de que Olmert se atreviese a provocar a los colonos.

El resumen final de la era de Olmert: no se ha avanzado ni un paso hacia la paz. La histórica iniciativa de paz de la Liga Árabe se ha enterrado. Los líderes palestinos laicos promotores de la paz fueron aniquilados y se allanó el camino para que Hamás tomase la Franja de Gaza. Y quizás también Cisjordania. No se ha desmantelado ni una sola choza de un asentamiento y dichos asentamientos se han expandido por todas partes.

En un aspecto Olmert se parece a Sharon: ambos aman el dinero casi tanto como el poder (igual que Netanyahu y Barak). Los dos cultivaron estrechas relaciones con multimillonarios. Ambos dejaron tras ellos una nube de corrupción por dondequiera que pasaron.

Eso no afectó a Sharon. Irradiaba liderazgo y los escándalos en realidad no le dañaron. Era lo bastante robusto para cargarlos a la espalda. Pero Olmert es mucho más frágil y le han aplastado.

Al final se ha desplomado: no por la guerra criminal, no debido a su falta de seriedad en la búsqueda de la paz, no por el nombramiento de un ministro de Justicia cuyo objetivo es destruir el sistema judicial, sino a causa de los sobres de dinero en efectivo y los viajes gratis al extranjero.

Cuando los futuros historiadores busquen una forma de caracterizar este capítulo en los anales del Estado, una palabra se presentará fácilmente, la que el escritor David Grossman aplicó en un contexto similar: vacío.

Ha sido una era vacía. Un agujero en el tiempo. Un período sin sentido, desprovisto de contenido (aunque no para los que pagaron el precio con sus vidas, destrucción y ruina).

Y ése también es el título adecuado para el propio Olmert: un político vacío carente de visión.

Cualquiera que investigue los titulares de estos dos años encontrará en ellos mucho dramatismo. Muchas iniciativas. Muchos eslóganes. Mucho «spin». Mucho humo. Y en resumen: nada.

Un líder vacío de un partido vacío que sigue políticas vacías en un sistema político vacío.

Original en inglés: http://zope.gush-shalom.org/home/en/chan n els/avnery/1217719725/

Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.