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Como hablarle a un muro

Palestina en la mente de Estados Unidos

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Vds. pensarían, seguramente, que al mostrar una serie de mapas donde apareciera trazada de forma clara la truncada, y obviamente no viable, zona de la que dispondría un posible estado palestino, y al exhibir fotos que delimitaran la ocupación israelí de los territorios palestinos, se produciría algún tipo de impacto en una audiencia de astutos estadounidenses, aunque por lo general desinformados, en lo que a esa cuestión se refiere. Hace poco tiempo, mantuvimos una charla con un pequeño grupo de discusión sobre asuntos internacionales y dedicamos gran parte de la presentación que hicimos a esas imágenes de opresión -imágenes que jamás aparecen en los medios de comunicación estadounidenses- con la ingenua esperanza, probablemente, de conseguir algún tipo de impacto en la impasible actitud estadounidense respecto a los cuarenta años de ocupación israelí del territorio palestino.

Pero nuestras expectativas de que esas personas escucharían y quizá aprenderían algo se vieron tristemente frustradas. Muy pocos, en ese grupo de elite de discusión estilo seminario, parecían preocuparse por el tema o siquiera interesarse por lo que está ocurriendo sobre el terreno en Palestina-Israel, y el evento se develó crudamente emblemático de la apatía estadounidense hacia el régimen opresor israelí en los territorios ocupados que EEUU está sosteniendo y promoviendo activamente en muchas instancias.

Los mapas de Cisjordania que desplegamos, elaborados por las Naciones Unidas y los grupos de derechos humanos israelíes, representaban claramente la dispersión desconectada y segmentada de los trozos de territorio que compondrían el estado palestino incluso en el más optimista de los escenarios: zonas palestinas hechas pedazos por el muro de separación que se adentra profundamente y va cortando Cisjordania; grandes asentamientos israelíes desparramados y absorbiendo alrededor del 10% del territorio; red de carreteras que conectan las asentamientos a las que únicamente tienen acceso los conductores israelíes; y el Valle del Jordán, actualmente prohibido para cualquier palestino que no esté ya viviendo allí, lo que llega a representar la cuarta parte de toda Cisjordania, destinada, en última instancia, a que Israel se la anexione.

Los mapas mostraban claro que incluso el más generoso de los planes israelíes dejaría un estado palestino que sólo dispondría del 50-60% de Cisjordania (lo que supone el 11-12% de la Palestina originaria), rota en múltiples segmentos separados y sin incluir parte alguna de Jerusalén. Las fotos, hechas durante el curso de varios viajes a Palestina en los últimos años, describían el muro de separación, los puntos de control y las terminales en el muro semejando jaulas, hogares palestinos demolidos y edificios oficiales destruidos, inmensos asentamientos construidos sobre tierras palestinas confiscadas, olivares palestinos destrozados y los comercios clausurados en las ciudades palestinas debido al merodeo agresivo de soldados o colonos israelíes.

Hemos mostrado mapas y fotos como esas anteriormente en multitud de ocasiones, pero nunca habían sido recibidas con tan manifiesto desinterés. Eran un grupo de funcionarios del gobierno de EEUU, académicos, periodistas, y hombres de negocios, en su mayoría jubilados, así como unos cuantos profesionales todavía en activo, y todos se encuadraban en una orientación política que iba del centro derecho al centro izquierda, la crema y nata de los EEUU informados y educados, el ejemplo de la opinión de la elite dominante en EEUU. Su falta de preocupación por lo que Israel y Estados Unidos, con su apoyo, están haciendo para destruir a todo un pueblo y sus aspiraciones nacionales no podía haberse manifestado de forma más evidente.

La primera persona en hacer algún comentario cuando finalizó nuestra presentación, que se identificó a sí misma como judía, dijo que «nunca había escuchado una presentación más partidista» y nos etiquetó de «mucho más que anti-semitas», lo que se supone que es algo mucho peor que ser, lisa y llanamente, anti-semita. Esta es siempre una acusación algo ofensiva, aunque es tan común y tan previsible como para no prestarle ni un minuto de atención. Lo que resultó más significativo fue la reacción, o la falta de ella, entre el resto de los allí reunidos, que no rebatieron la acusación sino que se pasaron la mayor parte del período de discusión cuestionando nuestra presentación o tratando de encontrar vías para acomodar «el sufrimiento judío».

Nuestra breve conversación con esta mujer fue progresando de forma interesante. Intentamos comprometerla en una discusión sobre qué era exactamente nuestra partidista descripción de la situación sobre el terreno y cómo le habría gustado que fuera para que alcanzar el carácter de «imparcial». No contestó pero indicó que pensaba que cualquier cosa que hiciera Israel estaba justificada por las acciones palestinas. «Alguien lo ha empezado todo», dijo. Preparamos una pequeña historia para ella, apuntando que la primera acción, la parte «que desencadenó todo», podría rastrearse hasta el compromiso de la Declaración Balfour de Gran Bretaña para promover el establecimiento de una patria judía en Palestina en un momento en que los judíos no representaban más que el 10% de la población palestina. Entonces apareció la Resolución de Naciones Unidas en 1947 sobre la partición, que adjudicó el 55% de Palestina a un estado judío en una época en que los judíos sólo tenían la propiedad del 7% de la tierra y apenas constituían un tercio de la población.

Su respuesta fue: «Bien, pero no fueron los judíos quienes hicieron eso». Tratamos de sacarla de ese error y brevemente le detallamos el premeditado programa sionista de limpieza étnica contra la población palestina perpetrado durante la guerra de 1947-48, según descripción de varios historiadores israelíes, incluido especialmente Ilan Pappe, cuya «The Ethnic Cleansing of Palestina» se basó en los archivos del ejército israelí. En ese momento se le empezaron a salir los ojos de las órbitas, pero contuvo la lengua. Decidiendo, al parecer, que no había forma de negar esos hechos, decidió por fin que remontarse a la historia no le resultaba de utilidad -un truco normal sionista- y que Israel no se había establecido en ningún caso para ser una democracia sino como refugio para judíos perseguidos y, como tal, tiene todo el derecho a organizarse del modo que estime pertinente. Finalmente, el moderador dio paso a otras personas que querían hablar y la discusión se fue por otros derroteros.

Pero no se fue muy lejos. El diálogo estuvo dando vueltas, durante una hora, alrededor de algo que se intentó hacer pasar por discusión profunda: los curiosos comentarios de alguien sobre Zeitgeist (*), la insistencia, igualmente curiosa, de alguien más en que «había algo allí, incluido en la situación, de lo que nadie debería hablar», unos cuantos comentarios sobre los palestinos como terroristas y de cómo, aunque Israel hubiera hecho la paz con los palestinos, Hamas habría tratado de destruirla, mucha charla sobre cómo acomodar el sufrimiento judío y, partiendo de esto, un intento de una psicóloga de trazar una analogía entre los judíos que viven con el miedo a la persecución y las víctimas de violación, las cuales, postulaba, viven en constante temor de ser violadas de nuevo o algo peor.

Unas pocas personas lanzaron interesantes preguntas acerca de la situación sobre el terreno y varios aspectos de la política israelí. Después de que la discusión se centrara un rato en el sufrimiento judío, una persona señaló que los palestinos también sienten dolor y viven con temor, pero nadie más aludió a esto. Nadie desafió la acusación personal de la primera participante de antisemitismo contra nosotros, y al final casi no hubo mención alguna a las destructivas prácticas israelíes que habían sido el objeto fundamental de nuestra presentación.

Al día siguiente, tuvimos ocasión de intercambiar correos con varios de los participantes. En uno de los mensajes había una suave queja hacia los tres grupos de organizadores por el hecho de que no sólo se hubiera permitido la acusación de antisemitismo sino que encima fue la que centró la atención durante gran parte de la discusión, sin que nadie rechazara la esencia de la acusación excepto nosotros. En otro mensaje, enviado a un hombre que había expresado perplejidad de que se pensara que el voto judío era importante en las elecciones estadounidenses, le enviamos, sin hacer comentarios, un artículo de Mother Jones sobre las dificultades de Barack Obama con la comunidad judía y su decidido esfuerzo para demostrar su bona fides prometiendo vasallaje a Israel y justificado el asedio israelí contra Gaza.

Finalmente, y destinado a la psicóloga, escribimos un comentario acerca de su analogía entre judíos y víctimas de violación, observando que como psicóloga indudablemente no animaría a sus clientes víctimas de violación a perpetuar su temor o a adoptar una actitud agresiva contra otro pueblo sino que, probablemente, les daría herramientas que les ayudaran a recuperar la confianza y a superar los temores sobre su seguridad personal. Le indicamos que nunca se había utilizado ese tipo de terapia restauradora con los judíos, bien al contrario, los dirigentes israelíes y los líderes judíos estadounidenses habían estado fomentando los temores judíos, mediante una política agresiva y militarista de Israel hacia sus vecinos.

Esas no fueron más que propuestas gratuitas nuestras, pero no eran ni inapropiadas ni inciviles. Que ninguna de esas personas juzgara conveniente contestar a nuestras misivas o siquiera acusar recibo, indica, nos tenemos que limitar a asumirlo, el nivel general de despreocupación entre los estadounidense sobre las atrocidades que se cometen contra los palestinos, incluido el asedio e intento de muerte por inanición contra ellos. Así pues, la falta de respuesta refleja posiblemente los sentimientos de la mayor parte de los participantes que nos hacen algo responsables por haberles implicado en una discusión que se convirtió en un tema bastante desagradable para ellos.

¿Por qué esto sólo nos interesa a nosotros? Porque esa exhaustiva discusión con un pequeño pero representativo grupo de estadounidenses pensantes e inteligentes es indicativa de la actitud de un amplio segmento de la opinión pública estadounidense sobre cuestiones de política exterior, y porque su nivel de desinterés por las consecuencias de las políticas estadounidenses resulta muy inquietante. El evidente egocentrismo exhibido durante esa reunión, la postura general de «no crearse problemas», la abrumadora falta de preocupación por las víctimas del poder israelí y estadounidense significan una licencia para matar para EEUU y sus aliados. La misma despreocupación permitió que EEUU se fuera de rositas hace décadas tras la matanza de millones de vietnamitas; da licencia para los asesinatos masivos de EEUU en Iraq y Afganistán; es la razón por la que todavía los demócratas, tras siete años de torturas y asesinatos de la administración Bush por todo el planeta, todavía no puedan separarse del militarismo republicano. Y da licencia a Israel para matar y limpiar étnicamente la nación entera de Palestina.

N. de la T.:

(*) Zeitgeist: término alemán que significa el espíritu de la época.

Kathleen Christison era anteriormente analista política de la CIA y viene trabajando desde hace treinta años en temas de Oriente Medio. Es autora de «Perceptions of Palestine» y «The Wound of Dispossession».

Bill Christison es un antiguo oficial de la CIA. Trabajó como oficial nacional de inteligencia y como director de la oficina de la CIA de Análisis Regional y Político. Ha contribuido en «Imperial Crusades», un libro de CounterPunch sobre las guerras de Iraq y Afganistán. Se puede contactar con ambos en: [email protected]

Enlace con texto original en inglés:

http://www.counterpunch.org/christison02142008.html