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Palomares: ¿y aquí quién manda realmente?

Fuentes: Rebelión

Para José Herrera Plaza, que lo explicará mucho mejor I. Mediados de octubre de 2015 [1]: el entonces secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, y su homólogo en España, José Manuel García-Margallo, firman una declaración de intenciones por la que se comprometen a alcanzar tan pronto como sea posible un acuerdo para rehabilitar […]

Para José Herrera Plaza, que lo explicará mucho mejor

I. Mediados de octubre de 2015 [1]: el entonces secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, y su homólogo en España, José Manuel García-Margallo, firman una declaración de intenciones por la que se comprometen a alcanzar tan pronto como sea posible un acuerdo para rehabilitar la zona de Palomares, con radiactividad desde hacia entonces más de 49 años, medio siglo prácticamente.

Recordemos que la localidad almeriense fue afectada por el accidente del 17 de enero de 1966, cuando un avión cisterna KC-130 y un bombardero B-52 colisionaron en vuelo, provocando la caída de cuatro bombas termonuclares. De las cuatro bombas -más potentes, más potencialmente destructivas que las arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki- dos fueron recuperadas intactas. Las otras dos liberaron parte de su carga radioactiva (Nadie como José Herrera Plaza ha explicado lo sucedido [2]. También Eduard Rodríguez Farré y otros compañeros estudiaron y escribieron sobre el tema años atrás).

El plan acordado incluía el traslado de las tierras contaminadas a «un emplazamiento adecuado en los Estados Unidos». Kerry aseguró que USA asumía su responsabilidad y cumpliría su papel. Margallo añadió que se trata de «reparar el error que se cometió hace 50 años». Nos lo creímos. ¡Qué ingenuos! Un grave error, otro más… ¡Y era elemental el incumplimiento querido Watson!

La declaración no tenía validez jurídica, pero comprometía a los dos Gobiernos a negociar de manera inmediata «un acuerdo vinculante» en el que se determinaran las funciones y responsabilidades de cada parte. El texto del acuerdo, afirmó entonces Margallo, estaba «muy avanzado». No ofreció detalles del avance ni como se repartiría el coste de la operación (unos 640 millones de euros; 140 corresponden al compactado y empaquetado de la tierra radiactiva y su traslado a Cartagena para embarcarse con destino a Estados Unidos).

Tampoco se informó adecuadamente sobre sus plazos. Se estimaba entonces entre 12 y 24 meses. ¡En dos años todo resuelto! Se insistió en que el objetivo era hacerlo ya, cuanto antes. Para que Palomares volviera a la normalidad que tenía antes de 1966 (Estados Unidos se llevó entonces unos 5.500 bidones de tierra desde el puerto de Cartagena. Pero quedó mucha tierra contaminada. También ¡dos zanjas en las que se enterraron restos de material de limpieza! Sin más, sin ningún miramiento. ¡Ahí queda eso, para «nuestros colonizados»!).

Pero eso sí, la cara oscura de la Luna existía también en este caso: la declaración firmada contenía una serie de salvaguardas «como la posibilidad de revisarla, interrumpir en cualquier momento su ejecución, ajustarse a las respectivas legislaciones o condicionarla a la existencia de los fondos y el personal necesario».

No obstante, tras una década de negociaciones, nadie dudaba (es decir, se dudaba), se aseguró entonces con voz tronante y satisfecha, de la voluntad usamericana de llevar a cabo el acuerdo. Pero de hecho ya entonces algo olía mal: los 50.000 metros cúbicos de tierra afectada, se redujeron, tres meses antes de la firma, a 28.000, el 56%.

II. Tres años después [3]: la administración de Donald Trump no está dispuesta a llevarse la tierra contaminada por el accidente nuclear que ahora hace 52 años sufrió la pedanía de Palomares.

Lo ha reconocido el Gobierno Sánchez en una respuesta parlamentaria a preguntas del diputado de Ciudadanos Diego Clemente. Se ha revelado que la Administración usamericana «ha dado a entender que no se considera vinculada» por el acuerdo al que el Gobierno español llegó con la Administración Obama. Más aún que «no tiene intención de iniciar conversaciones bilaterales» con este fin. El acuerdo alcanzado en octubre de 2015 entre José Manuel García-Margallo y John Kerry ha quedado en papel mojado. En nada, en nada de nada.

Recordemos las circunstancias políticas de este período: la convocatoria de elecciones generales en España para el 20 de diciembre de 2015 y el largo periodo de Gobierno en funciones paralizaron la negociación. Cuando se tuvo finalmente Gobierno en España en noviembre de 2016, EE UU celebró sus propios comicios presidenciales. Donald Trump fue elegido presidente.

En febrero de 2018, el entonces secretario de Estado de Exteriores, Ildefonso Castro, viajó a Washington y planteó a su homólogo, John J. Sullivan, los asuntos pendientes (incluida la limpieza de Palomares). Su interlocutor tomó nota.

Meses después, la respuesta del Departamento de Estado fue diáfana: la Administración USA no se sentía vinculada por los compromisos políticos de la anterior.

El acuerdo, ha aclarado el Gobierno en su respuesta, «sigue en vigor para España». Pero se ha guardado en un cajón hasta que «se den las circunstancias adecuadas y existan visos serios de poder concluir con éxito esa negociación pendiente». Es decir, hasta tiempos mejores que pueden no venir nunca.

El Gobierno ha reconocido, además, que la tierra contaminada en Palomares «representa una amenaza para la seguridad de la zona y un impedimento a la hora de lograr su desarrollo económico y de impulsar el turismo» [4]. No ha sido frecuente ese reconocimiento, ni en tiempos de gobiernos socialistas.

La Audiencia Nacional debe pronunciarse sobre el recurso planteado por Ecologistas en Acción -¡bien, muy bien!- para que se ponga fecha a la ejecución del plan de limpieza de Palomares. Pero según la Abogacía del Estado, España no puede ejecutar dicho plan sin el apoyo de EE UU: carece de instalaciones «para el almacenamiento definitivo de estos materiales contaminados con plutonio».

Viene a cuento recordar ahora el poema de Erich Fried, «En la capital» [5].

«¿Quién manda aquí?»

Pregunté.

Me dijeron:

«El pueblo naturalmente».

Dije yo:

«Naturalmente el pueblo

pero, ¿quién

manda realmente?».

En Palomares no manda realmente el pueblo. Ni siquiera la Junta de Andalucía o el gobierno español. Suena a antiguo, pero es el Imperio quien decide en última instancia: como quiere y cuando quiere. Y sin rechistar.

Así, pues, Palomares seguirá teniendo tierras radiactivas. ¿Vamos a seguir permitiéndolo? ¿De qué soberanía hablamos cuando hablamos de soberanía? Y aquella guerra mal llamada fría tuvo episodios muy calientes. Seguimos arrastrando sus consecuencias.

Notas:

1) Miguel González, «España y EE UU firman un acuerdo para la limpieza de Palomares». https://elpais.com/politica/2015/10/19/actualidad/1445239084_543164.html

2) José Herrera Plaza, Accidente nuclear en Palomares. Consecuencias, 1966-2016, Almería, 2016.

3) Mis fuentes: Angel Munárriz, «Palomares se aleja de un futuro sin plutonio: de la prometida limpieza al traslado secreto de más residuos». https://www.infolibre.es/noticias/politica/2018/11/06/palomares_aleja_futuro_sin_plutonio_prometida_limpieza_traslado_secreto_mas_residuos_88491_1012.html; Miguel González, «Trump se niega a retirar la basura nuclear de Palomares». https://elpais.com/politica/2018/11/07/actualidad/1541616530_406692.html

4) Recordemos que volvió a hablarse del caso de Palomares después de que el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat) reconociera que, en mayo de 2016, devolvió a Palomares 1,5 toneladas de muestras de tierras y sedimientos contaminados que habían sido recogidas en diferentes sondeos para realizar estudios. No se informó a nadie. También José Herrera Plaza informó de lo sucedido.

5) Eric Fried, Cien poemas apátridas, Barcelona, Anagrama, 1977.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.