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El debate racial en Cuba

Participar desde el respeto a la diferencia

Fuentes: La Jiribilla

El debate en torno al tratamiento del tema de la racialidad en Cuba, a propósito de la publicación de un texto de Roberto Zurbano en el periódico norteamericano The New York Times ha tenido lecturas que se apartan de la discusión central para caer en el campo de la ética intelectual y periodística. En un […]

El debate en torno al tratamiento del tema de la racialidad en Cuba, a propósito de la publicación de un texto de Roberto Zurbano en el periódico norteamericano The New York Times ha tenido lecturas que se apartan de la discusión central para caer en el campo de la ética intelectual y periodística.

En un texto enviado a nuestro sitio, como parte del debate, su autor Víctor Fowler acusa a La Jiribilla de falta de ética y la compara con The New York Times, reclamando una verificación de información sobre el título del artículo publicado en el periódico norteamericano. Probablemente, hubo quien pensó que La Jiribilla se negaría a publicar su texto; pero como nuestra nota editorial afirma, la política de la revista parte del respeto al derecho de participación y ejercicio de la opinión de los intelectuales y artistas en torno a temas de nuestra cultura.

Es inaceptable acusar a La Jiribilla de falta de ética periodística por no haber «comprobado» previamente con Zurbano si había manipulación de su texto. El historial de la revista en esa materia, no tiene nada que ver con el del New York Times y ponernos en el mismo plano es ofensivo.

Siguiendo la más elemental ética profesional y el respeto a la diversidad de opiniones que ha caracterizado a La Jiribilla durante los casi 12 años de su existencia en Internet, se conversó por teléfono con Roberto Zurbano, para informarle que publicaríamos una selección de artículos llegados a la Redacción que confrontaban sus enfoques en The New York Times. Preguntó si podía responder a los mismos, y se le aseguró que estaríamos a la espera de sus comentarios.

Debió ser Zurbano quien se pronunciara de inmediato sobre el artículo publicado desde el sábado 23 de marzo en uno de los periódicos de mayor circulación mundial. Durante la conversación con él, no dijo una palabra sobre la manipulación del The New York Times a pesar de que nuestras páginas siempre estuvieron abiertas para publicarle sobre esta misma polémica, o sobre cualquier otro tema que considerara pertinente enviarnos.

Zurbano prefirió publicar su desmentido en Afromodernidades, un blog de muy poca visibilidad, dos días después de la aparición de su texto en el The New York Times. En las búsquedas y monitoreo de información realizados por La Jiribilla sobre el tema, la aludida nota nunca apareció.

Todo ello se le hizo saber al propio Fowler cuando se comunicó con la Redacción para enviarnos una nueva versión de su artículo, momento en que se le aseguró que ya este había sido publicado.

Quienes han afirmado, desde una y otra orilla y diferentes posturas ideológicas, que la revista ha organizado un dossier o «batería de respuestas» para rebatir el artículo de Zurbano, desconocen la altura e independencia de nuestros colaboradores, intelectuales todos de primera línea que no necesitan que nadie los convoque cuando entienden que un tema medular para la cultura y la nación cubana está en juego.

También ignoran los múltiples matices y acentos distinguibles en los textos que La Jiribilla ha publicado y que no son reconocibles en las publicaciones pagadas para la subversión. Es inexacto afirmar que estos artículos «niegan el nivel actual de las ciencias sociales».

El texto de Fowler parte de la aceptación de que el único punto de contradicción con el artículo del The New York Times estaba en el título. Vale preguntarse con cuáles propósitos se sigue solapando lo ideológico en los análisis sobre el texto publicado en el diario estadounidense. En el artículo «Cuba, EE.UU. y el mundo de los contratos», de Fernando Martínez Heredia, el prestigioso intelectual cubano nos recordaba:

«The New York Times es una gran empresa del sector de información y formación de opinión pública, antigua e influyente, y se sujeta a normas correspondientes a la idea que tiene de su función y al papel que le toca al servicio del orden vigente en su país y su política exterior imperialista».

¿A quiénes les interesa fabricar y reforzar la imagen de la publicación en contra del intelectual, y montar un caso Z, X o Y, falso desde todos los puntos de vista?

No debemos olvidar la existencia del dinero que la USAID reconoce abiertamente que emplea para la subversión en Cuba y que tiene entre sus destinos precisamente a los empleados de estos sitios en Internet, cuyo objetivo primordial es difamar y distorsionar la imagen de nuestra realidad.

Habría que preguntarse si al mainstream norteamericano le interesa el tema en sí mismo: las implicaciones y el alcance de la racialidad en Cuba, o probablemente la noticia le parezca poco significativa al lado de los adolescentes baleados en sus calles, sin otro motivo que el sospechoso color de la piel por el que en Cuba les pedirían el documento de identidad.

¿Por qué le interesa a The New York Times promover a intelectuales cubanos que denuncian en sus páginas el racismo o cualquier otro asunto relacionado con el gobierno y la sociedad cubana, no importa cuál?

Martínez Heredia refiriéndose a The New York Times alertaba: «En todo sistema de dominación desarrollado cada uno tiene su esfera, sus maneras y su función. Que yo sepa, nunca ha mostrado alguna simpatía por la sociedad que tratamos de edificar en Cuba, pero puedo admitir que forma parte del sector educado de nuestros enemigos. Eso, sin embargo, no lo hace menos peligroso: puede ser un vehículo mucho más eficaz que los medios de comunicación que hacen el trabajo sucio, si se trata de confundirnos, dividirnos, ponernos a pelear alrededor de nuestros males y deficiencias, y de sembrar desconfianza y cizaña entre nuestros amigos de la América Latina, el Caribe y los propios EE.UU.«

Por eso, minimizar el problema al título es poco profundo. Es cierto que la discusión del tema racial hay que sacarla aún más de los ámbitos académicos, pero la Asamblea Nacional, donde ha sido analizado críticamente el tema no es un ámbito académico. Y recordemos que la Conferencia del Partido debatió el asunto, y abrió líneas de trabajo en este sentido. Los acuerdos de la Conferencia son documentos oficiales de política con la mayor jerarquía.

¿Cómo aceptar entonces la afirmación publicada en The New York Times de que «el gobierno no ha permitido que el prejuicio racial sea debatido y confrontado política o culturalmente, pretendiendo a menudo, en ocasiones, que no existe.»?

O la que se refiere a la poca representación de la población negra «en espacios de poder económico y político» teniendo en cuenta la composición étnica de la Asamblea Nacional, del Consejo de Estado, del Comité Central del Partido. ¿No son estos espacios de poder político?

La Jiribilla ha sido el sitio donde cualquier debate puede tener lugar, por ello ha publicado las opiniones divergentes que nos han llegado a propósito del artículo del The New York Times. El deber social de expresar el acontecer de la cultura cubana parte de asumir nuestra realidad con todas sus contradicciones.

La polémica nos deja fortalecidos. Como punto a favor está el haber movido nuevamente el debate sobre la racialidad en nuestros medios.

Quizá ha llegado el momento de continuar los análisis, en profundidad, en los espacios públicos de reflexión, aprovechando el legado de la experiencia de trabajo que durante los últimos meses se ha acumulado por los propios participantes en la polémica y que forman parte del Capítulo Cubano de la Articulación Regional Afrodescendiente (ARA).

A la derecha le es muy fácil ponerse de acuerdo porque tienen un objetivo común: la acumulación de capital, todo lo demás es secundario. Mentir sobre Cuba sigue siendo un oficio lucrativo, sin importar ningún principio ético.

La cultura y la sociedad cubana no son homogéneas. Cuando se habla de unidad no se sugiere, ni por asomo, que esta sea sinónimo de homogeneidad. No se trata, en lo absoluto, de que la temática racial en Cuba sea un asunto menor; todo lo contrario, ahí están los muertos de la sublevación de Aponte y los Independientes de Color para recordárnoslo.

Precisamente porque es un tema medular para nuestro país es que debe ser discutido por todos los cubanos: blancos y negros, descendientes de chinos, árabes y judíos. Hemos crecido con el ideario antirracista de Martí y de Maceo, y también con las ideas antianexionistas de ambos. Cualquier discusión sobre este u otro asunto que nos ataña a todos, no debiera dejar de tenerlo en cuenta.