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Pese a liberarse de sus cadenas, las mujeres de Botswana continúan sin amor

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Mar Rodríguez


Antiguamente se consideraba sagrada a una mujer sólo si se mantenía en su lugar, que era en su patio con su suegra y sus hijos. Sin embargo, varias tradiciones opresoras la eliminaban por completo como ser humano pensante y sensible, y se la explotó de todos los modos posibles. Tan pesada es la carga de los siglos sobre las mujeres de Botswana que, incluso en la situación actual de independencia política del país, hallamos que las escasas mujeres con educación superior hablan en términos crudos sobre sus vidas y su miedo a reafirmarse.

En las sociedades muy tradicionales hay un largo hilo de continuidad entre el pasado y el presente, y con frecuencia se vuelve la vista al pasado para explicar los problemas sociales del presente. Una de las imágenes más tempranas de la sociedad de Botswana, de exactitud sorprendente, la registró en 1805 un viajero alemán [1], el Dr. W. H. C. Lichtenstein, cuyas observaciones pueden corroborar muchos ancianos de la tribu. Sobre la posición de las mujeres en la sociedad, explica:

«… El marido se gana la vida cazando, pastoreando ganado y ordeñando las vacas. Cuando está en casa sólo prepara pieles y hace ropa de piel y tela para él mismo y para su esposa, apenas preocupándose de los niños… El sexo débil desempeña una función muy básica en la vida de la tribu… No debe pasarse por alto que esta servidumbre de las mujeres no es consecuencia de la tiranía de los hombres, sino debida a ciertas causas que mejoran la vida de las mujeres bechuana, aunque pueden no ser deseables según nuestras normas. La cantidad de hombres es relativamente pequeña y deben cazar y luchar en la guerra, por lo que todos los deberes y ocupaciones pacíficos las realizan las mujeres, mientras que los hombres sólo realizan los trabajos que pueden dejarse e interrumpirse durante algún tiempo, como coser ropa. El trabajo restante, que tiene que hacerse de modo continuado, como la construcción, labrado de la tierra, fabricación de ollas, cestas, cuerdas y otros utensilios caseros, lo hacen las mujeres. Dos terceras partes de la nación son mujeres e, incluso sin guerra, tendrían que pertenecer a la clase trabajadora…».

También se ha dicho que un hombre de verdad en este mundo no debe escuchar la opinión de las mujeres; según la poligamia, las mujeres comparten un marido con una o varias mujeres y la costumbre de la bogadi u ofrecimiento de un regalo de ganado por parte de la familia del marido a su propia familia en el momento del matrimonio suena a completa sumisión a un marido y a su familia, y parece un trato de venta. Pero, a pesar de todo esto, las mujeres gozan una emancipación considerable en Botswana. Su emancipación nunca ha sido un movimiento aplicado o intelectual, sino que se centra en varios factores históricos, uno de los más importantes, la función complicada y dominante que ha desempeñado el cristianismo en la historia política del país.

Todas las tribus de Botswana comparten una historia común, por lo que resulta posible hablar sobre los cambios que tuvieron lugar en términos amplios. A diferencia de Sudáfrica, Botswana sufrió una forma de gobierno colonial e invasión benignas bajo el antiguo protectorado británico de Bechuanaland establecido en 1885, por una razón extraña: el país era oscuro e improductivo, sujeto a ciclos repetidos de sequía. Los británicos no estaban interesados en él en absoluto, excepto como vía de paso hacia el interior. El interés británico se centraba en Mashonaland (ahora Rhodesia, Zimbabwe), la cual, según creían de modo equivocado, tenía enormes depósitos de oro. Por ello, en cierto modo, Botswana continuó siendo independiente, con costumbres y tradiciones intactas y con una función importante de los gobernantes tradicionales. Por ello, los diálogos sudafricanos reales tuvieron lugar en este país. El cristianismo fue aquí un diálogo, al igual que la propiedad de la tierra por los nativos y el mantenimiento del sistema de tenencia de tierra africano tradicional, como lo fue el comercio.

Alrededor de 1890 se introdujo el arado de hierro en el país, y este instrumento desempeñó una función importante en el alivio de la carga de las mujeres como productoras de alimentos. Antes, las mujeres arañaban la tierra con una azada. Con la introducción del arado de hierro, se creó un pequeño problema social que sólo podían resolver los hombres: la costumbre prohibía que las mujeres se ocuparan del ganado, de modo que se necesitaban hombres para colocar los bueyes y tirar del arado. Entonces la agricultura se convirtió en una tarea común que compartían un hombre y su familia. El establecimiento pacífico del comercio trajo una nueva forma de vestir en el país, la ropa europea, que se adoptó universalmente.

Entonces el cristianismo se presentó como una doctrina superior a tradiciones y costumbres, una opción moral a libre disposición de hombres y de mujeres, y es en esta esfera en la que se produjeron todas las reformas sociales importantes. Debemos centrar ahora nuestra atención en un área del país donde el cristianismo y todo lo que representaba se convirtieron en el diálogo de más importancia. Fue en el área del país conocida como Bamangwato, en los años 1866-1875 donde un joven jefe, más tarde conocido como Khama, el Grande, sufrió persecución religiosa de su padre, el jefe Sekgoma I, por su conversión total y absoluta a la doctrina cristiana. Esto hizo que Khama entrara en conflicto con la costumbre tradicional africana de su padre. El acto de sufrir persecución por sus creencias hizo finalmente de Khama el vencedor en la lucha y el reformador social principal del país. También puede añadirse que Khama era un hombre compasivo por naturaleza, porque algunas de sus reformas, cuya iniciación debió haber sido muy difícil, parecen haber venido motivadas completamente por la compasión, algo que resulta patente en la abolición de la bogadi o la dote (el precio por la novia).

Resulta significativo que, de las cinco tribus importantes del país, sólo los bomangwato y los batawana la abolieron completamente. Las otras tres continúan siguiendo la costumbre. Se niega con convencimiento que la bogadi es la «compra de mujeres» y, sin embargo, su núcleo radica en la codicia humana y la adquisición de riqueza por medio del ganado. Según la bogadi, las bodas se acuerdan para mantener el ganado en el grupo familiar, de modo que las jóvenes solían casarse con familiares cercanos: un primo, el hijo del hermano del padre.

Este fue el escenario de gran número de tragedias. El matrimonio resultaba seguro superficialmente. La bogadi convertía a una mujer en esclava silenciosa y un bien en el hogar de sus suegros; si su suegra o su esposo la trataban mal, no podía quejarse. Sus padres se ocupaban siempre de que no hiciera nada para destruir el matrimonio, lo que les haría perder el ganado de la bogadi que se les había dado en el momento de la boda. La bogadi también asignaba a la familia del esposo de una mujer todos los niños que ella pudiera tener durante toda su vida, de modo que con frecuencia sucedía que moría el primer marido y, si la mujer tenía niños de otro hombre, la familia de su difunto marido reclamaba esos niños también. La tradición de la bogadi se abolió finalmente en el país de los bamangwato por razones compasivas: que cada hombre debía ser padre de sus propios hijos. Cuando Khama abolió la bogadi, también, por primera vez, permitió a las mujeres presentar personalmente las quejas contra sus maridos y no a través de un valedor varón, como exigía la costumbre.

El cambio y el progreso siempre han sido suaves y sutiles; la amplia adopción del cristianismo eliminó gradualmente los matrimonios polígamos. En el momento de la independencia, en 1966, se concedió a las mujeres el derecho al voto junto con el de los hombres, no tuvieron que luchar por él. Pero, de modo extraño, esta sutileza misma vuelve difícil de explicar la crisis social actual. El país está experimentando una ruptura casi completa del sistema familiar y se produce una elevada tasa de nacimientos ilegítimos entre los jóvenes. Nadie puede explicarlo. Sencillamente, comenzó en algún punto del camino. El lugar de la mujer ya no es el patio con su suegra, pero se encuentra tan falta de amor fuera de la restricción de la tradición como lo estaba en ella. Cuando llegué por primera vez a Botswana en 1964, las mujeres me confiaban: «Los hombres de Botswana no son buenos. Cuando tienes una relación con ellos, duerme contigo durante dos semanas; después te pasa a su amigo, quien te pasa a su amigo. Así es como vivimos…».

Probablemente dos terceras partes de la población continúan siendo mujeres y los hombres apenas se preocupan de los niños concebidos en dichas circunstancias.

Nota

[1] W.H.C. Lichtenstein. Foundation Of The Cape & About The Bechuanas. A.A. Balkema: Ciudad del Cabo, 1973.

La escritora sudafricana Bessie Head nació en 1937 de la unión ilícita entre un hombre negro y una mujer blanca. Su vida fue traumática: estuvo con una familia adoptiva hasta los 13 años de edad. Fue profesora y luego trabajó como periodista para la publicación Golden City Post. Después del fracaso de su matrimonio y su implicación en el juicio de un amigo, pidió un trabajo como profesora en Botswana, donde permaneció exilada durante quince años hasta que 1979 le concedieron la ciudadanía. En Botswana murió a los 49 años, en 1986, y este es el país que le sirve de escenario de sus novelas. El libro del que se ha tomado este texto se titula A Woman Alone. Autobiographical Writings (Einemann-African Writers 1990) y se publicó a título póstumo.

Mar Rodríguez es miembro de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción puede reproducirse con fines no lucrativos, a condición de mencionar a los autores y la fuente.