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Piedra libre para Túnez

Fuentes: Revista Debate

Entre diciembre de 2010 y enero de 2011, los tunecinos impulsaron una serie de revueltas que, cuando se extendieron a otras naciones -como Libia, Siria o Egipto- dieron inicio a la denominada Primavera Árabe. A comienzos de año, Túnez aprobó una nueva Constitución gracias al consenso de las distintas fuerzas políticas, mientras que buena parte […]

Entre diciembre de 2010 y enero de 2011, los tunecinos impulsaron una serie de revueltas que, cuando se extendieron a otras naciones -como Libia, Siria o Egipto- dieron inicio a la denominada Primavera Árabe. A comienzos de año, Túnez aprobó una nueva Constitución gracias al consenso de las distintas fuerzas políticas, mientras que buena parte de sus vecinos se sumerge en la inestabilidad y la violencia.

La nueva Constitución no es laica, pero tampoco impone un Estado islámico. Combina muchos de los valores progresistas del régimen anterior con más derechos y libertades democráticas. La asistencia sanitaria y la educación gratuitas están garantizadas. La igualdad entre los sexos se conserva y hay una mayor separación de los poderes que en el pasado.

Los tunecinos han destrozado el dogma de que los ciudadanos del mundo árabe deben aceptar un gobierno secular autoritario o someterse a un régimen autoritario islámico.

Cuando se alzaron en protesta pacífica entre diciembre de 2010 y enero de 2011 para derrocar al ex presidente Zine El Abidine Ben Ali, inspiraron a egipcios, libios y sirios a salir a las calles en contra de sus propios líderes autocráticos. Ninguno de los levantamientos en ninguno de esos países ha dado un régimen que se asemeje a una democracia. Incluso en Egipto, el país cuyo camino más se parece al de Túnez, la división secular-Islam ha dado lugar a un derramamiento de sangre y trauma.

Pero en Túnez, políticos con agendas muy diferentes lograron unirse para aprobar una nueva Constitución, con 200 de 216 votos.

«Para evitar la violencia, los islamistas deberían integrarse al sistema político. La política de eliminar e ignorar al Otro nunca ha sido eficaz», dice Mohamed Bennour, un portavoz del partido socialdemócrata Ettakatol, que entró en coalición con los islamistas. «Una gran parte del partido islamista Ennahda rechaza al Otro, pero también lo hacen muchos miembros de los partidos seculares».

La nueva Constitución no es laica, pero tampoco impone un Estado islámico. Combina muchos de los valores progresistas del régimen anterior con más derechos y libertades democráticas. El derecho a la asistencia sanitaria y a la educación gratuitas está garantizado. La igualdad entre los sexos se conserva; el sistema legal no derivará de la Sharia; la tortura es ilegal; y hay una mayor separación de los poderes que en el pasado. En lo que se refiere a la religión, la Constitución continúa siendo ambigua y abierta a múltiples interpretaciones, pero era el precio del consenso. Muchas batallas se han dejado para un futuro.

«Creo que hasta ahora hemos logrado encontrar ese terreno común entre islamistas y secularistas», dice Rachid Ghannouchi, el líder del partido Ennahda. «Tenemos que buscar un matrimonio entre los dos modelos».

El nacimiento de la república democrática de Túnez fue aún más simbólica en el hecho de que se produjo en la misma semana en que Egipto se volcó aún más a una dictadura militar, con el ejército apoyando a la probable candidatura presidencial del Mariscal de Campo Abdel Fatah al-Sisi.

«Creo que esto envía un mensaje muy poderoso», dice Rory McCarthy, un candidato a doctorado en la universidad de St. Antony, Oxford, con relación a la nueva Constitución. McCarthy, investigador del activismo islámico en Túnez, añade: «En particular, cuando la violencia y la inestabilidad se han apoderado de los otros países de la Primavera Árabe».

El éxito excepcional de Túnez se atribuye en gran medida al hecho de que nunca ha atraído el mismo grado de atención por parte del mundo exterior que la mayor parte de los otros países de la región. Mientras que las revueltas en Libia y Siria se internacionalizaron rápidamente, el levantamiento de Túnez y la posterior transición política han sido abrumadoramente orgánicas. La pequeña nación del norte de África no tiene ni grandes cantidades de petróleo ni de gas, ni una frontera compartida con Israel. No había ejecutivos de petroleras multinacionales trabajando entre bastidores para moldear mejor los contornos de la nueva república con el propósito de satisfacer sus propios intereses. «Creo que Occidente ha demostrado una increíble doble moral al decir que ha tratado de promover la democracia en Oriente Medio», apunta McCarthy.

 

Losmatices

La transición no ha estado exenta de graves tensiones, incluso desgarradoras. Cuando dos partidos seculares de Túnez acordaron una alianza con el partido Ennahda después de las elecciones de 2011 para la Asamblea Nacional Constituyente de Túnez, muchos los denunciaron como traidores. La troika unió a Ennahda, que había obtenido algo más del 40 por ciento de los escaños, con el partido Ettakatol de Mustafa Ben Jaafar y el Partido del Congreso por la República (CPR), fundado por Moncef Marzouki. Lo que siguió fueron dos de los años más políticamente tensos de la historia de Túnez luego de su independencia.

Mientras que el partido Ennahda fue capaz de retener la totalidad de sus diputados, sus socios de coalición se desprendían de los miembros frustrados por el papel subordinado de sus partidos dentro de la alianza. El CPR comenzó con veintinueve diputados, hoy sólo tiene once. Al partido Ettakatol le fue un poco mejor, perdiendo siete de veinte bancas.

La muy denostada troika por fin tuvo su momento de gloria el 27 de enero, cuando al primer ministro saliente Ali Larayedh, miembro del partido Ennahda, se unieron sus aliados seculares, el vocero Ben Jaafar y el presidente Marzouki, en la firma de la nueva Constitución.

El estado de ánimo en la Asamblea fue de victoria compartida. Tras más de dos años de conflicto, frustración y momentos a veces ridículos, la Asamblea finalmente tuvo algo de lo que estar orgullosa. Marzouki, que a menudo ha sido ridiculizado por su torpeza política, parecía particularmente alegre al hacer la V de victoria después de la firma.

«Los que nos llamaron traidores están reconsiderando su análisis», dice Bennour. Señala que la adhesión a la alianza fue una elección difícil, pero ha sido crucial para «salvar la democracia». Al mismo tiempo, los opositores políticos de la troika han desempeñado un papel innegable en la conformación del documento final, librando una larga lucha por el poder para obtener concesiones importantes.

La troika también manejó mal el malestar social imperante en las volátiles regiones marginadas, en el que figuras clave del partido Ennahda acusaron a dirigentes sindicales y activistas de izquierda de manipulación de las huelgas y protestas para librar lo que ellos despreciaban como una «contrarrevolución». Hubo extrema tensión a lo largo de 2012, con un aumento aún mayor después de que las fuerzas de seguridad reprimieron violentamente las protestas por la injusticia social en la ciudad norteña de Siliana, en noviembre de 2012.

La ira contra el gobierno estalló después del asesinato de Chokri Belaid, un líder popular y abogado, el 6 de febrero de 2013, frente a su casa en Túnez. Secular radical de izquierda, Belaid había sido un crítico feroz de los islamistas y estaba al frente de la sublevación contra Ben Ali. El asesinato dio lugar a algunas de las mayores protestas a nivel nacional en la historia del país, con los manifestantes exigiendo la renuncia de la troika.

Como resultado, el primer ministro de Ennahda, Hamadi Jebali, renunció. Cuando Ali Larayedh, del mismo partido, ministro del Interior en el gobierno de Jebali, se convirtió en el nuevo primer ministro, fue percibido como una provocación más por muchos en la oposición. Larayedh se había enfrentado públicamente con Belaid en los meses previos a su muerte y fue visto como responsable de la violencia en Siliana.

Un segundo asesinato el 25 de julio de 2013, ahora la del diputado de la oposición y nacionalista árabe Mohamed Brahmi, disparó una crisis política aún más profunda. La oposición argumentó que la troika se aferraba al poder que había dejado de tener legítimamente. El partido Ennahda, por su parte, muy influido por el derrocamiento de Mohamed Morsi en Egipto, tildó a las protestas como un complot para derrocarlo.

Pero Mongi Rahoui, uno de los diputados laicos más verborrágicos, explica que la oposición fue capaz de obtener concesiones importantes en la Constitución sólo gracias a su decisión de llevar la batalla fuera de la Asamblea. La versión final se mejoró en varios aspectos en comparación con un proyecto de junio de 2013: se reforzaron la independencia judicial y la libertad de expresión, se prohibió acusar a alguien de apostasía y se hicieron cambios en la estructura de la corte constitucional. «Es cierto que el poder se inclina a favor de los fundamentalistas, pero las fuerzas democráticas fueron capaces de unirse poco a poco», dice Rahoui. «Hemos sido capaces de cambiar la Constitución para que refleje la diversidad de la sociedad tunecina y es una expresión del pluralismo de Túnez», agrega.

 

Perspectivas

Hoy en día, el entusiasmo por la Constitución se ve atenuado por las dificultades económicas. Se considera que las nuevas libertades políticas llegaron en detrimento de la estabilidad económica y la seguridad. El desempleo ha aumentado del 13 por ciento en 2011 a 15,7 a finales de 2013, y los tunecinos comunes también se ven afectados por el aumento de precios de los alimentos. «Túnez se encuentra en una grave crisis y la Asamblea Constituyente es una de las causas», dice Beji Caid Essebsi, quien se desempeñó como primer ministro interino en los meses previos a las elecciones de 2011. Essebsi argumenta que los miembros de la coalición islamista no utilizaron todo su poder para hacer que el partido Ennahda se mantuviera dentro de los límites del mandato que había ganado.

Pero otros remarcan que Ennahda ha estado dispuesto a ceder, incluso enfrentando a miembros de su propia base. «Ahora, la gran mayoría de Ennahda está satisfecha con las concesiones hechas por sus líderes, pero al principio este consenso no estaba muy extendido», afirma Ghannouchi. La astucia política del líder de Ennahda le permitió construir el apoyo dentro de su partido para un proceso que algunos otros islamistas prominentes denunciaban, como ceder en forma innecesaria a la presión laica.

Sin embargo, persisten las diferencias dentro de Ennahda. McCarthy cita varios ejemplos de disensión durante los debates de enero acerca de las enmiendas constitucionales. Sin embargo, eso no significa necesariamente que los diputados islamistas más conservadores se opongan a la democracia. «Creo que Ennahda considera a la democracia como una garantía, una forma de evitar una nueva ola de represión, como lo vimos bajo Ben Ali en las décadas de los años 90 y 2000», añade.

Con la aprobación de la Constitución pareciendo marcar al menos una distensión temporal entre islamistas y secularistas sobre cuestiones de identidad nacional, muchos tunecinos esperan que sus políticos comiencen ahora a hacer frente a las desigualdades sociales que provocaron la revuelta.

Traducción: Jorge Reparaz

Fuente: http://www.revistadebate.com.ar/?p=5941