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Plaza Tahrir, con los partidarios de la República Libre de Egipto

Fuentes: Tlaxcala

Traducido para Rebelión por Jorge Aldao y revisado por Caty R.

Un viento de libertad sopla en Egipto desde este día histórico del 11 de febrero de 2011, fecha de la destitución por sus pares del general-presidente Hosni Mubarak y de su huida sin gloria hacia Charm El Cheikh, ciudad costera con el aspecto de un rincón del paraíso, particularmente apreciada por los submarinistas del mundo entero gracias a la transparencia de sus aguas y la compañía de los delfines.

Un viento que embriaga tanto que un grupo irreductible de activistas pacíficos, a los que se habían unido más de 500 personas, decidió sitiar la plaza Tahrir. Pertenecientes a diferentes categorías de la sociedad egipcia -empresarios, guías turísticos, ingenieros, abogados, médicos, periodistas, estudiantes o simplemente, hombres y mujeres del pueblo, decidieron ocupar, en un desafío democrático, el centro de este lugar altamente simbólico de la revolución egipcia. El objetivo era la promulgación de una nueva Constitución y la realización de elecciones libres después de un año -y no cuatro meses como estaba anunciado por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas que dirigen el país- para permitir a la sociedad civil egipcia organizar su representación.

La apuesta es seria: evitar que las aspiraciones democráticas de la mayoría hasta ese momento silenciosa se encuentren acorraladas entre los poderosos Hermanos Musulmanes (hasta ahora prohibidos como partido para participar en elecciones) y el Partido Nacional Democrático, sobre el que se sostenía hasta ese momento el nepotismo de Mubarak.

«Hasta ahora, no obtuvimos nuestros derechos», me explica Mustafá, un ingeniero cuarentón con una presencia especialmente cuidada. «Hay limpiar de corrupción el sistema de arriba abajo y lo que sucedió aquí demuestra que todavía estamos lejos de los estándares internacionales en materia de derechos humanos». A pesar del turismo masivo, verdadero bastión de la economía nacional, Egipto, como Túnez y otros países árabes, es regularmente señalado por Amnesty International y Human Rights Watch. En especial a causa de «Amn Ad-Dawla«, la Seguridad de Estado, verdadera policía política del régimen en cuyos recintos es moneda corriente la práctica de la tortura. Por otra parte, en cuanto a este asunto el doctor Mona Ahmed, psiquiatra de profesión y presidente del Centro Al Nadeem para la rehabilitación de las víctimas de la tortura, me había confiado, durante nuestro primer encuentro, que, interrogado sobre el por qué de la tortura, un agente de Amn Ad-Dawla simplemente le respondió: «¿Qué otra cosa podemos hacer para obtener confesiones? ¡Es el único método que funciona!» ¡Monstruoso… como si hubieran probado otras técnicas!

Con sus compañeros de combate, Mustafá forma parte de los manifestantes de la primera hora: dejó a su familia y su trabajo para estar en el corazón de la «Revolución del 25 de enero». Muy rápidamente se forma una aglomeración, las palabras se precipitan. Abdelghani, un joven médico de 25 años procedente de Souk, una aldea situada a 200 Km. del Cairo interviene:

– «Aquí nos formamos en la fraternidad y en el valor. Nos enfrentamos a las balas y las piedras. Las primeras cifras informan de más de 500 muertos. ¡Pero en poco tiempo descubriremos que hubo muchos más!

– ¿Por qué se quedaron?

– Como médico, es mi deber ayudar a esta pobre gente que se enfrentó desarmada a la policía del gobierno. Todos queremos vivir en libertad.»

Y, efectivamente, con otros cuatro médicos, ha organizado un hospital de campaña en el centro de la plaza. Allí se atiende, con los medios que tienen a mano, a algunos heridos que llegan diariamente a la caída de la tarde. Perdidos entre la muchedumbre que rodea el campamento, los «baltaguiya«, (N.deT: matones) especie de vagabundos pagados por la policía y los confidentes del régimen, continúan acosando a los ocupantes de Tahrir. Cada tarde se reproduce el mismo libreto: agreden a los jóvenes manifestantes con armas blancas y el ejército se ve obligado a interponerse para proteger la plaza. Cuando se descubre a un provocador sistemáticamente se le entrega a la policía militar que lo envía a su destacamento más próximo. ¡Porque los ocupantes de la plaza Tahrir quieren sobre todo mantenerse no violentos para evitar la expulsión!

En el centro de la plaza, un espectáculo increíble se ofrece a la mirada de los curiosos. Montada sobre una explanada elevada, la «República Libre de Egipto» plantó sus tiendas de tela y de plástico a cuyo amparo personas llegadas de todas partes debaten hasta el alba, ebrias de palabras y de esperanza. Estacas unidas por cuerdas delimitan su territorio y el acceso está estrictamente controlado por «check-points«. ¡Imposible entrar allí sin darse a conocer! En pocas palabras, una especie de pequeño Estado que me recuerda la República Árabe Saharaui del Frente Polisario, en el exilio en el desierto argelino, al sudoeste de Tindouf.

Justo delante, parado sobre un murete a la entrada de lo que seguramente debió de ser un pequeño jardín antes de la ocupación de la plaza, un predicador musulmán, con el micrófono dispuesto, arenga a la muchedumbre como un telepredicador estadounidense:

– ¿Qué es el pueblo egipcio?

– ¡Un pueblo unido!

– ¿Y qué es?

– ¡Un pueblo libre!

– ¿Y que quiere?

– ¡La caída del régimen!

– ¡Más fuerte!

– ¡La caída del régimen!

Y corean a voz en cuello el célebre eslogan de la Revolución tunecina -«Chaab yourîd iskat – nîdham!» (¡El pueblo exige la caída del sistema!)- retomado hoy en los cuatro puntos cardinales del mundo árabe en rebelión.

«¡Alégrense, mis hermanos y hermanas!» continúa el predicador, encantado de su éxito, «la nación del profeta Muhammad se levantó contra los poderosos y los opresores! ¡Los imperialistas deben comprender que en lo sucesivo, todos los pueblos del mundo árabe se liberarán y liberarán a Palestina!». Por cierto, Ossama El Arabi -es el nombre que me dio- tiene una particular elocuencia para exaltar a la muchedumbre. ¡Estos últimos, hipnotizados por las palabras y la voz del orador, parecen ahora estar en trance, preparados para seguirlo hasta Madinat Al Quods (nombre de Jerusalén para los musulmanes)!

Algunos pasos más allá, delante del monumento erigido a la gloria de los mártires caídos bajo las balas de la policía y de los milicianos del régimen el último 28 de enero, otros eslóganes repetidos a coro por hombres y mujeres con la cara alegre calientan la atmósfera. Y con razón, desde la puesta del sol, el frío se hace sentir. ¡Lo que no impide a la gente rezar acuclillándose al aire libre! Aquí, la muchedumbre se agita en todos los sentidos, fuera del espacio y el tiempo, mientras que alrededor de la plaza, la circulación -o, más bien, los embotellamientos legendarios de El Cairo- vuelve por sus fueros con bocinas incesantes y con los caños de escape lanzando sus humos contaminantes. Y esto hasta medianoche, hora del toque de queda durante el cual el ejército toma posesión de la calle, bloqueando en especial los accesos a la plaza Tahrir.

A la entrada del campo un espacio de 17 m. de largo por 5 de ancho rodeado de cubiertas plásticas transparentes, se ha acondicionado especialmente para servir de lugar de reunión. Allí es donde se decide todo. Cada tarde el Consejo de la plaza Tahrir se reúne para distribuir las funciones de cada uno: servicio de orden, de limpieza, de abastecimiento, de primeros auxilios y hasta de relaciones públicas. Porque hay que tomarse un tiempo para escuchar a los jóvenes, para explicarles por qué hay que mantener el autocontrol hasta no ponerse nerviosos cuando los insultan o los agreden. ¡La revolución pacífica en suma!

Un hombre de aspecto jovial y viva mirada repara en mí, mientras está en plena discusión con gente de todas las edades sentada a su alrededor. Me hace sitio a su lado. Es Wael Aly, el principal animador del Consejo de los manifestantes de la plaza Tahrir. «Los medios de comunicación se fueron pero nos quedamos con la gente humilde», me explica. «Porque es él (el pueblo) y sólo él quien fue la punta de lanza de esta revolución. Sin él la clase media no puede nada». En Egipto, la clase media representa no más de 25% de una población de 80 millones de habitantes. ¡Esto es como decir una gota de agua en el océano! «Los miembros de la Coalición compuesta del movimiento Ikhtilaf (el Cambio), los Hermanos Musulmanes y otros grupos fueron a negociar con el gobierno. ¡Pero no comprenden que si fracasan, el pueblo les dará la espalda!» prosigue. Lógico, ¡la traición siempre se paga! Ejecutivo de una empresa de turismo, este hombre de 42 años tiene el temperamento de un verdadero director de orquesta. Solicitado en todas partes para resolver los problemas cotidianos o para mediar en discusiones demasiado apasionadas para evitar cualquier salida violenta. Precisemos que las partículas de plomo concentradas en el aire de El Cairo producen una excitación del sistema nervioso.

¿Por qué su presencia en Tahrir? Para él todo comenzó el 25 de enero, cuando estaba en la ciudad costera de Urgada. Su madre, enloquecida, le telefoneó para informarle de que su hermano menor, de 22 años, se encontraba en medio de los manifestantes, mientras las balas silbaban por todas partes -¡éste todavía se pasea con plomo en la piel!- «Entonces, el 27 de enero, me fui de Urgada para venir a Tahrir y después me quedé», me explica. «Pero la revolución, se la debemos a Khaled Saïd».

¿Khaled Saïd? Era un joven de Alejandría que fue asesinado el 6 de junio de 2010, presuntamente por la policía. Lo detuvieron delante de sus amigos a la salida de in cibercafé, lo cargaron violentamente en un vehículo y lo molieron a palos en el vestíbulo de un edificio antes de arrojarlo a la calle, muerto, para que sirviera de ejemplo. «Este asunto es particularmente escabroso», me explica Wael. «A Khaled Saïd se le conocía como un fanático de Internet. Un día, puso «online» una película que mostraba in fraganti a dos policías extorsionando a un vendedor de hachís. Se les vio robarle la droga antes de llevárselo. Es verdad que Khaled fumaba hachís, pero no más que los jóvenes de su edad. Tenía la costumbre de aprovisionarse al principio de cada mes, cuando recibía un poco de dinero de su hermano que trabaja en el extranjero. Entonces le siguieron para robarle y vengarse de él».

Un amigo de Khaled escucha nuestra conversación. Confirma asintiendo con la cabeza. Según los testigos, para disfrazar el crimen, los dos policías de paisano llevaron a Khaled al vestíbulo de un edificio. Su cuerpo se encontró unas horas después con un puñado de marihuana hundido en la garganta. Según la versión oficial, se habría asfixiado queriendo esconder la droga. ¡Ridículo! «¡Todo el mundo sabe que es imposible encontrar marihuana en Alejandría!», me aseguran, «¡Cannabis sí! ¡La hierba sólo la encontramos en el Cairo!».

Muy rápidamente la familia y los amigos de Khaled reaccionaron. Hicieron una denuncia y crearon una página en Facebook, «todos somos Khaled Saïd». El episodio dio la vuelta al mundo, hasta Miami. Los amigos de Khaled testificaron ante el juez. Pero en vano: los policías nunca son acusados. Entonces publicaron en la página (de Facebook) consignas de resistencia pacífica del tipo: «si un policía viene hacia ti, no le hables. Si te dice: apártate, no respondas y sigue tu camino, etc.». Ante este nuevo comportamiento de los jóvenes, los policías de Alejandría se asustaron. Porque el caso de Khaled no es un caso aislado: varios jóvenes murieron en condiciones similares sin que se esclarecieran sus homicidios ni se persiguiera a sus autores.

Este grupo constituido alrededor del asunto Khaled Saïd fue el que llamó a las primeras manifestaciones del pasado mes de enero en la plaza Tahrir. Las noticias de boca en boca y las conexiones en Internet hicieron el resto. Después Khaled Saïd se convirtió en el emblema de la revolución egipcia del 25 de enero. Hasta hoy, el procesamiento a los policías no se ha iniciado. La audiencia prevista para el último 26 de febrero se ha postergado, lo que provocó una sentada delante del palacio de justicia de Alejandría. El tío de Khaled Saïd, Ali Kassem, acusó a Mamdouh Marey, el ex ministro de Justicia, de haber colaborado con la Seguridad del Estado para evitar las persecuciones contra los policías Mahmoud Salah Mahmoud y Awad Ismael Soliman. El rumor de Alejandría dice que éstos han huido.

¡No es sorprendente, pues, que los manifestantes la tomen ahora con los edificios de la Seguridad del Estado! No lejos de la plaza Tahrir, resuenan los gritos. Como una nube de polvo la información dio la vuelta al Cairo. Los Hermanos Musulmanes se manifestaron delante del cuartel general de la Seguridad Nacional, situado en la Ciudad Vieja. Los disparos de los francotiradores tuvieron como destinatarios incluso a los militares estacionados delante del edificio, sembrando una confusión general. Y cuatro soldados resultaron gravemente heridos. Finalmente, los manifestantes invadieron el edificio yendo de descubrimientos macabros a descubrimientos asombrosos: Expedientes completos sobre militantes de la sociedad civil, informes que incluyen el detalle de sus correos electrónicos y comunicaciones en las redes sociales, pero también, en el cuarto sótano, los apartamentos privados y las celdas. De inmediato, la consigna fue a preservar los archivos con miras al procesamiento de los funcionarios del antiguo régimen, ellos también «investigados» por la policía política.

Y con razón: varios edificios de la Seguridad ardieron en la vigilia. Estos incendios curiosamente ocurrieron de manera muy oportuna. Las manifestaciones organizadas por los Hermanos Musulmanes en la plaza Tahrir, verdadera marea humana que reunía más de 100.000 personas cada viernes desde finales de enero, pedían, entre otras reivindicaciones, la dimisión del general Ahmed Chafik, nombrado Primer Ministro antes de la caída de Mubarak y la disolución de la Seguridad Nacional. Estos incendios se llevaron en sus humaredas el secreto de los archivos de esta policía política deshonrada ante los egipcios a causa de su corrupción y su violencia. Se acaba de nombrar un nuevo gobierno compuesto por personalidades consideradas «íntegras». Y en el momento de la manifestación del último 4 de febrero Essam Sharef, el nuevo Primer ministro, ovacionado por la muchedumbre, había prometido «limpiar la casa». ¡Posiblemente esto explique todo!

Pero no por ello la pequeña República de la Plaza Tahrir levantó el campamento. Porque los egipcios, verdaderos hipnotizadores con las palabras, saben bien que las palabras se las lleva el viento. Más ahora, cuando el Consejo Supremo de las Fuerzas armadas -que se puso a la cabeza del país para asegurar oficialmente la transición democrática- se contentó con anunciar un mero lifting de la Constitución ocupándose de sosegar a la oposición recientemente integrada en un juego político con reglas dictadas por dicho Consejo. Hasta fijó un calendario de solamente seis meses para encauzar el sistema hacia la democracia. «¡Imposible realizar un cambio en tan poco tiempo!, se indigna Osama, un abogado del Grupo de Defensa de Personas Arrestadas en Enero. «En verdad se burlan del pueblo!».

No es asombroso, por consiguiente, que todo el mundo esté aquí a la expectativa. La flamante composición del gobierno provocó nuevamente agitados debates bajo la tienda del Consejo. Mohammed Abou Farès, un empresario de importación y exportación que después de un paso rápido por la Sorbona recorrió varios países de Europa durante su juventud, me interpela justamente por este tema: «El nuevo gobierno mantiene a cuatro ministros del antiguo régimen. ¿Cómo podemos confiar en él para realizar las aspiraciones de nuestra juventud? La Constitución debe cambiarse íntegramente. Necesitamos más garantías porque hasta ahora no hemos conocido otra cosa que regímenes militares represivos». Las discusiones se prolongarán hasta el amanecer.

¡En Plaza Tahrir, no hay dos días iguales! ¡Un día son los alumnos de un instituto de segunda enseñanza y sus profesores quienes se manifiestan delante del ministerio correspondiente, al día siguiente son los estudiantes y catedráticos de universidad, los abogados, los periodistas, los funcionarios y hasta los «sin techo»! En Egipto, el sistema escolar está seriamente dañado, salvo para la gente acomodada que tiene los medios para pagar «High Schools» para sus hijos o enviarlos al extranjero. ¡Los otros se arreglan como pueden, con sueldos de hambre ridículos (de 100 a 300 libras en el empleo público hasta 500 en la actividad privada, es decir de 20 a 65 euros al mes)! Sin contar a los 25 millones de parados de los que una parte se mata en changas día a día, mientras el 5% de la gente rica posee el 70% de la riqueza nacional.

La composición social de los visitantes que vienen diariamente para apoyar a los miembros de la Resistencia de Tahrir también cambió. Personas que pertenecen a categorías más acomodadas se mezclan ahora con las populares: especuladores y hasta «intelectualoides» del tipo de los bohemios parisinos, que se hacen fotografiar delante del retrato de los «mártires de la Revolución»… Hasta Wael Bichri, un animador popular de la televisión Dream2 hizo el viaje. Admiradoras con hijab se arremolinaron alrededor de él para arrancarle un autógrafo. No debe asombrarnos: ¡este hombre esbelto de cabellos plateados es un buen mozo! Otra aglomeración, otra excitación: Abdallah Assam, un cantante popular conocido en el mundo entero árabe, también hizo el viaje. Un juez también toma parte en representación del Sindicato de la Magistratura cuyo presidente, Achraf Zahram, no dudó en apoyar a los ocupantes de Tahrir desde el principio. Habiéndolo conocido en la sede del Club de la Prensa, situado también cerca de la Plaza, este último me explica su conducta: «lo que pedimos es simple: que el pueblo egipcio decida por fin su destino, elija soberanamente a sus dirigentes, un gobierno civil y no militar. ¡En resumen, la democracia! Pero también que se ponga fin a la corrupción en todas las áreas y que se haga justicia a los mártires de la revolución. Porque nuestro pueblo acaba de probar al mundo entero que es digno de la democracia y merece el apoyo de todas las naciones libres». Y me explica que la lucha contra la corrupción ha llegado al sistema judicial desde las últimas elecciones de la corporación.

Pero en este 8 de marzo de 2011, Women Day (el Día de la Mujer), la plaza Tahrir ha sido invadida por decenas de millares de mujeres, con pañuelo y sin él. Inmediatamente después de la manifestación Nehad Abu Elkomsan, abogada y presidenta del Centro Egipcio para el Derecho de las Mujeres, quiso reunirse personalmente con los miembros del Consejo y visitar el campamento. «Vinimos para saludar a nuestros mártires de la revolución y recordar que la mujer no se debe olvidar a las mujeres en esta transición democrática. Comprobamos que no hay ninguna mujer en el nuevo gobierno. No podemos hablar de democracia sin la participación de las mujeres en los diferentes niveles del poder, pese a que son el eje de la sociedad egipcia», exclama indignada. «¡Es una cuestión nacional y no solamente de género! Cosa difícil de aceptar, porque la sociedad egipcia, de la que 25 millones son totalmente analfabetos, está todavía marcada por un conservadurismo consuetudinario. ¡Por fuera de la pequeña plaza, contrarios a la manifestación levantan carteles con la inscripción «Not Now«!

«¡Pero no nos equivoquemos!», precisa, «el problema de las mujeres es una cuestión de transformación cultural y no de ideología. ¡La prueba está en los Hermanos Musulmanes, considerados conservadores, sin embargo son más abiertos sobre esta cuestión que los partidos liberales!». Esta misma mañana, los Hermanos se reunieron delante del palacio del Gobierno para pedir la liberación de sus 27 militantes -detenidos la otra tarde delante del edificio de la Seguridad Nacional- mientras las «hermanas» participaban masivamente en la manifestación de las mujeres.

El fin de este día fue especialmente tenso en la Plaza Tahrir. Grupos de decenas de individuos (los baltaguiya) manifestaron una hostilidad inquietante contra los ocupantes de la plaza, haciendo subir la tensión al máximo. Las agresiones se multiplicaron, incluso contra mí. Entonces comprendí que me estaba convirtiendo en un testigo molesto y que pretendían alejarme. Mientras tomaba el testimonio de un hombre que insistía pesadamente para que le fotografiara, un grupo hostil me rodeó y las amenazas aumentaron. Entonces un hombre vestido de negro me liberó y me llevó a la tienda de las reuniones y finalmente hizo venir a la policía militar… oficialmente para protegerme. Dejé el campo flanqueada por militares. Lo que no impidió que una muchedumbre excitada, no sé por qué razón, nos siguiera. Una vez en el puesto militar del Museo del Cairo, que hace las veces de Cuartel General, debí esperar en medio del frío durante más de siete horas para que me devolvieran mi pasaporte.

¡Buena intuición! Esa misma tarde el acoso al campamento, especialmente a pedradas, comenzó y duró hasta el alba. La agresión prosiguió en la mañana del 9 de marzo. Al atardecer los resistentes de la Plaza Tahrir fueron finalmente atacados por centenares de «baltaguiya» armados con cuchillos, machetes y antorchas incendiarias. Justo antes de la intervención de los soldados. Hubo personas golpeadas y detenidas, el campamento fue totalmente saqueado y hasta la bandera egipcia que ondeaba como un símbolo de renacimiento en medio de la plaza fue retirada. ¡Como si se quisiera erradicar toda esperanza de libertad y de democracia!

«Aguantamos durante quince días, a pesar de la hostilidad de los agentes del sistema y la denigración de la prensa egipcia», me explica Wael Aly una vez repuesto del ataque. «Pero no bajamos los brazos», añade maliciosamente. «Reprimiéndonos y deteniendo a una centena de nosotros, el poder finalmente terminó aumentando el impacto de nuestra acción». Hay que decir que él tuvo suerte y que hoy debe redoblar la vigilancia. Se han dictado las primeras condenas: ¡15 años de prisión efectiva!

«Sin embargo no somos violentos», se impacienta. «Sólo queremos vivir libres y con dignidad. Esta corta experiencia probó que podíamos organizar la sociedad y administrar nosotros mismo nuestros asuntos». Efectivamente, la mañana del 8 el marzo, el «Consejo de los ocupantes de la Plaza Tahrir» dio a conocer una serie de normas que había que respetar y decidió reorganizar el campamento. Particularmente resolviendo la creación de una especie de policía destinada a expulsar a los elementos perturbadores, reservando una tienda como lugar de culto para los coptos y los musulmanes, una para la intendencia, una para la formación, y una para acoger a los indigentes -se les entregará un estipendio semanal a condición de que renuncien a la mendicidad-. En resumen, una administración que comprende la policía, el culto, la educación y lo social. ¿Esto no les recuerda nada? En alguna parte de México, en las montañas de Chiapas….

Una versión resumida de este reportaje ha sido publicada por la revista Les Inrockuptibles

Rabha Attaf es una periodista independiente franco-argelina.

Fuente: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=4251