Cuánto mayores son los ataques que le lanzan los medios de comunicación liberales blancos a Trump, más popular se vuelve éste en las encuestas.
Mientras los liberales blancos fingen preocupación por el continuo desmantelamiento del estado de bienestar y la restauración de un sistema de supremacía blanca sin disculpas, sus muchos partidarios celebran estos logros y exigen más. Hay que recordar que en medio de la Gran Depresión, el entonces presidente Franklin Delano Roosevelt optó por el New Deal para transformar el país en un estado de bienestar a partir del decenio de 1930 (ampliado por sus sucesores hasta el decenio de 1960). Lo hizo para salvar al capitalismo de Estados Unidos de la inminente amenaza comunista manteniendo la supremacía blanca, y no porque advirtieran en él una inclinación socialista.
La Revolución Rusa se institucionalizó a mediados de la década de 1920 como un ejemplo a seguir por todo el mundo, y en la década de 1930 la influencia del Partido Comunista de EEUU sobre los trabajadores estadounidenses se convirtió en una verdadera amenaza para el orden capitalista. De hecho, con el gran triunfo de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi, la amenaza del comunismo se había hecho tan grande a finales de la Segunda Guerra Mundial que las potencias capitalistas blancas optaron por suspender su hostilidad y unirse contra la amenaza comunista.
La propaganda antisoviética comenzó a hacerse más seria después de la guerra, cuando los estadounidenses lanzaron una guerra religiosa contra los soviéticos, condenándolos por ser laicos y ateos sin Dios. El expresidente Dwight Eisenhower decidió bautizarse en el cargo y trajo al fanático reverendo Billy Graham como asesor espiritual de la Casa Blanca.
Eisenhower comenzó la tradición del «Desayuno de Oración Nacional» y comenzó sus reuniones de gabinete con un momento de oración silenciosa. El Juramento de Lealtad fue transformado en 1954 por Eisenhower de «Promesa de lealtad a la bandera de Estados Unidos de América y a la república que representa, una nación, indivisible, con libertad y justicia para todos», en una promesa de lealtad a una nación «bajo Dios».
En 1956, el Congreso promulgó una ley que introdujo la frase «In God We Trust» para que se imprimiera en el papel moneda estadounidense, en sustitución de la antigua frase «E pluribus unum» (entre muchas, una), en uso desde 1776. Dos años más tarde, el Congreso promulgó una ley que introdujo la frase «In God We Trust» como lema nacional de Estados Unidos.
El periodismo liberal estadounidense, hipotecado a las grandes corporaciones en su cruzada anticomunista, celebró estas transformaciones. Fue la administración Eisenhower la que reclutó a la religión e inventó el yihadismo islamista anticomunista como arma contra el comunismo soviético y el socialismo del Tercer Mundo, con Arabia Saudita subcontratada para ese papel poco después.
Como resultado de la institucionalización del cristianismo protestante protagonizada por Eisenhower, la proporción de estadounidenses religiosos pasó del 49% en 1940 al 69% en 1960. Estas transformaciones tuvieron lugar cuando el sur de Estados Unidos estaba dirigido por un sistema de supremacía blanca y segregación racial, mientras que las instituciones y estructuras racistas dominaban el norte y el gobierno federal.
Las leyes federales crearon ciudades sólo para blancos llamadas «los suburbios», que se aplicaron mediante «pactos» racialmente restrictivos para la propiedad de viviendas, mientras que el proyecto de ley de 1944 para los soldados hizo que los beneficios en materia de vivienda y educación estuvieran disponibles sólo para los blancos.
En el contexto de un país institucionalmente supremacista de la raza blanca, los periodistas e intelectuales estadounidenses cantaron las glorias de la democracia estadounidense contra el comunismo sin Dios. Así como el estado de bienestar era considerado capaz de perjudicar a los comunistas, la supremacía blanca haría a EE.UU. vulnerable a los antirracistas (comunistas o no), en todo el mundo. Esto era especialmente grave para el imperialismo estadounidense, ya que los países recientemente descolonizados de todo el mundo, que acababan de deshacerse del yugo racista colonial europeo, consideraban a los soviéticos como un ejemplo antirracista y socialista con el que podrían aliarse, en vez de con uno de supremacía blanca como Estados Unidos.
Trump representa las aspiraciones corporativas que han sido impulsadas por los medios y la cultura liberal del capitalismo en Estados Unidos durante décadas.