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¿Por qué las negociaciones de Ginebra sobre Siria me recuerdan al Proceso de Oslo?

Fuentes: Al Jazeera

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

El día previsto para que se iniciaran las conversaciones de Ginebra sobre Siria, Francia anunció su intención de celebrar una nueva ronda de las conversaciones sobre Palestina en el contexto de Oslo. El Proceso de Oslo dura ya casi un cuarto de siglo pero Palestina sigue aún bajo ocupación israelí.

¿Tendrán que afrontar las negociaciones por la paz en Siria un destino similar, largo en charlas, corto en paz?

Mi bola de cristal no está respondiendo con su habitual claridad pero lo que está quedando claro es una inquietante semejanza entre las fuerzas, dinámicas y jerga diplomática que caracteriza tanto Ginebra como Oslo.

Hay similitudes y diferencias, pero en lo que se refiere al alcance de la violencia y a la ineficacia de la diplomacia, las similitudes son demasiado impactantes, incluso antes de que se pongan en marcha las conversaciones de Ginebra.

Sobre la violencia

Al igual que Israel, el régimen de Asad ha encarcelado, torturado, matado de hambre, asesinado y bombardeado barriadas, pero las bombas de barril sobre las ciudades son fruto de la inventiva de Bashar al-Asad y deberían llevar, en consecuencia, marca registrada.

Desde que empezó el pacífico levantamiento sirio en 2011, el régimen de Damasco se ha apropiado de más de una página de los manuales de ocupación de Israel. Tildó a los manifestantes pacíficos de terroristas apoyados desde el exterior. Incluso los llamó «gérmenes» (lo que provocó gritos de solidaridad entre los «gérmenes» de Siria y las «ratas» de Libia).

Quizá sea una mera coincidencia que la dictadura de los Asad haya ejercido el control de Siria desde un año después de que Israel ocupara el resto de Palestina en 1967, pero el resultado no ha sido menos trágico.

Al igual que los israelíes que «disparan y lloran», Asad&Co también bombardean y se lamentan. Su cinismo no tiene límites porque se enorgullecen de matar a «terroristas» mientras destruyen totalmente una nación y, en el caso de Asad, a su propio pueblo.

Un cuarto de millón de sirios han muerto ya en la guerra de Asad, que también ha provocado el desplazamiento y éxodo de la mitad de su población. En cuatro años, las fuerzas de Asad han matado a más seres humanos que Israel palestinos en cuatro décadas.

Y, a diferencia de los dirigentes israelíes, que nunca aceptaron fuerzas extranjeras, ni siquiera las de EEUU, ni permitieron que se desplegaran fuerzas aéreas en las zonas bajo control israelí, Asad es evidentemente de gatillo más fácil, puesto que Irán, Hizbolá y Rusia han aceptado su invitación a desplegarse. Juntos, han ayudado a destruir el país con tal de salvar al régimen.

Por estas y otras siniestras razones, Asad ha perdido toda legitimidad, incluso como dictador soberano. A todos los efectos, él, sus fuerzas y sus aliados se están comportando como una fuerza de ocupación ilegal o algo peor.

Al igual que en la diplomacia

Los procesos diplomáticos se comparan y contrastan dependiendo de un número de variables pero, en esencia, la diplomacia es un reflejo del equilibrio (o desequilibrio) de poderes. (Y en lo que se refiere a Oriente Medio, podría añadirse que tal equilibrio es una maldita mentira, una poderosa herramienta que los israelíes y Asad utilizan a menudo).

El «proceso de paz» de Madrid, y posteriormente de Oslo, se inició en el contexto de la derrota de la Unión Soviética en la Guerra Fría y el realineamiento de Moscú con las políticas de Washington, lo cual favoreció a Israel.

Las conversaciones de Ginebra se producen con el telón de fondo del fracaso estadounidense en Iraq y las intervenciones militares de Rusia e Irán que están inclinando el equilibrio del poder a favor del régimen de Asad.

La complicidad de Washington y su realineamiento con Moscú hicieron posible que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara la Resolución 2254, que estructura esas conversaciones favoreciendo al régimen de Asad.

Al igual que en el Proceso de Oslo, los patrocinadores de las negociaciones de Ginebra dicen que no debería haber condiciones previas para las mismas.

Para los palestinos, eso significó básicamente que prosiguiera la expansión de los asentamientos judíos sobre su tierra, que la ocupación no cesara, el encarcelamiento de miles de prisioneros políticos, etc. Para los sirios, eso significa bombardeos continuos y prisión bajo la férula de Asad.

En realidad, no obstante, sí que hay condiciones previas. Como los palestinos, la oposición siria debe denunciar y renunciar al «terrorismo» si quieren incorporarse a las negociaciones, pero al régimen se le invita como socio legítimo a pesar de su continuo «terrorismo» en forma de bombardeos aéreos y de matar por inanición a comunidades enteras.

Para los sirios, como para los palestinos, los objetivos de las conversaciones aparecen desdibujados y la ruta para conseguirlos está plagada de ambigüedades que sólo favorecen a los regímenes israelí y sirio.

De esa misma manera, se omitieron en el Proceso de Oslo el fin de la ocupación y el establecimiento de un Estado palestino. Y en cuanto a los sirios, ni la Res. 2254 ni la invitación oficial a las conversaciones de Ginebra, menciona la necesidad de que Asad se marche.

En efecto, al igual que en Palestina, donde la OLP se vio forzada a compartir el poder con la ocupación israelí hasta que se sometiera a los dictados israelíes y aceptara las restricciones a su soberanía, se espera ahora que la oposición siria comparta poder con Asad en alguna modalidad de «gobierno de unidad», en vez del acuerdo alcanzado en Ginebra I, que estipulaba la creación de un órgano gobernante de transición con poderes ejecutivos sin Asad.

En ambos casos, el objetivo último de las conversaciones no es la libertad ni la justicia, sino «la lucha contra el terrorismo».

Al igual que con la condición y los objetivos de las negociaciones, también hay crecientes similitudes en la jerga diplomática.

Conversaciones de proximidad, sin condiciones previas, representación moderada (y no tan moderada), garantías de Washington, discusiones a varias bandas, reuniones simultáneas, marcos flexibles, etc., podrían ser conceptos familiares en la diplomacia internacional, pero en los casos de Palestina y Siria, sólo significa evitar presionar a los israelíes o a los de Asad para que hagan lo correcto: irse.

Incluso el papel de los enviados no es menos inquietante. A diferencia de sus predecesores, Kofi Annan y Lajdar Brahimi, Staffan de Mistura está ya comportándose como una mezcla entre un intrigante Dennis Ross y un grandilocuente Tony Blair.

Aprendiendo las lecciones correctas

¿A qué se debe la impaciencia? ¿Por qué no esperar hasta que el proceso se ponga en marcha para emitir juicios? Las mismas preguntas se hicieron también cuando empezó el Proceso de Oslo.

Ya que es el poder el que finalmente determina el resultado de la diplomacia, a menos que se rectifique el desequilibrio de poderes latente en las conversaciones sobre Siria, Ginebra, al igual que Oslo, está condenada al fracaso.

Al adoptar un enfoque similar respecto a Siria, uno asume que EEUU y Rusia no han conseguido aprender las lecciones de Oslo; un proceso fallido que duró más de dos décadas y sólo consiguió más de lo mismo: fracasos y violencia.

Pero quizá sí aprendieron las lecciones, aunque las lecciones equivocadas. Los procesos diplomáticos largos, como las guerras por poderes, son herramientas indispensables para prolongar su hegemonía sobre la región del Oriente Medio.

Marwan Bishara es un destacado analista político de Al Jazeera.

Fuente: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2016/01/syria-talks-remind-oslo-process-geneva-palestine-160131120716373.html