Los resultados en los caucuses de Iowa, en los que prácticamente hubo un empate entre Bernie Sanders y Hillary Clinton en la carrera demócrata, y el segundo lugar de Donald Trump detrás de Ted Cruz en el lado republicano, muestran que los dos candidatos que han atormentado los partidos del establishment no son más que […]
Los resultados en los caucuses de Iowa, en los que prácticamente hubo un empate entre Bernie Sanders y Hillary Clinton en la carrera demócrata, y el segundo lugar de Donald Trump detrás de Ted Cruz en el lado republicano, muestran que los dos candidatos que han atormentado los partidos del establishment no son más que tigres de papel. Trump aún es el favorito para triunfar en la nominación del Partido Republicano, situación que era impensable hace seis meses; Sanders, por otra parte, está demostrando que es un obstáculo más difícil de lo que se había pensado para la coronación de Hillary Clinton.
Su éxito es un síntoma del quiebre en el consenso liderado por la élite. Trump y Sanders son amenazas al proyecto de globalización capitalista liderado por Estados Unidos. ¿Cómo sucedió esto?
El capitalismo desbocado no le está cumpliendo a los más de 100 millones de estadounidenses en pobreza o en el umbral de ella. Casi el 73 por ciento de los estadounidenses tienen ahorros de 1000 dólares o menos en sus cuentas, lo que indica que están a un cheque de caer en la pobreza si se desata una crisis. En el otro extremo, los ricos son más leales al lugar donde se encuentran sus activos que donde viven y esa lealtad de los millonarios no va más allá de su sed de lucro. Es la culminación de cuatro décadas de una lucha de clases de parte de los ricos, que es mejor conocida como neoliberalismo.
La división de clases ha creado brechas en las elecciones de este año para que la izquierda y la derecha consigan apoyo, cada uno a su manera, en contra del establishment estadounidense. El nativismo, la xenofobia y el racismo de Trump son un gran peligro político para la globalización. Él podría arruinar a Wall Street y las aventuras militares, pero al enfocar su furia en contra de China, los musulmanes y los inmigrantes indocumentados, Trump podría alejar la ayuda extranjera clave. Aunque Sanders es en esencia un capitalista, es una amenaza económica. Él enfoca su indignación hacia el 1 por ciento de la población privilegiado al abogar por la redistribución a través de un sistema de salud universal, gratuidad de la educación superior, permisos familiares remunerados e incrementos masivos a los impuestos de los más ricos. Ambos critican el sistema de pagar para jugar que se usa en las campañas y que tiene como consecuencia que menos de 200 familias tengan más influencia en las elecciones que el resto de los hogares estadounidenses combinados.
Trump está mejor posicionado para ganar las elecciones debido a que, muy probablemente, dominará las primeras cuatro primarias: Iowa, New Hampshire, Nevada y Carolina del Sur, y eso le abre claramente el camino hacia el triunfo.
Sanders es la gran amenaza existencialista, pero tiene menos posibilidades de ganar la nominación porque Hillary Clinton tiene la maquinaria, las conexiones y el dinero para ganar el careo, junto con un frente unido de capitalistas detrás de ella. Si Sanders ganase la nominación de los demócratas, sería imposible contar el dinero que gastarían los ricos para derrotarlo en unas elecciones generales.
Pero a pesar de la demagogia de Trump y Sanders, ambos han expuesto a sus partidos como un cascarón vacío. Los partidos Demócrata y Republicano y los candidatos del establishment están en un aprieto porque dependen demasiado de Wall Street y este no les garantiza soluciones significativas a las crisis sociales que son consecuencia de un sistema político y económico amañado.
Hasta ahora la estrategia de Clinton es vestir el manto de Obama y ubicarse como la única mano capaz de guiar a Estados Unidos en este mundo peligroso. Asociarse a un presidente popular es algo obvio, pero Clinton se presenta como una candidata segura y que dirá lo que sea para resultar electa. Ella juega en los dos bandos, disfruta del brillo de la presidencia de Bill Clinton anterior al 11S mientras afirma que rechaza políticas como NAFTA, más policías y prisiones, liberalización financiera, el trato duro hacia los inmigrantes indocumentados y la destrucción del bienestar social.
Sin embargo, para los estadounidenses en apuros mantener el curso actual es el camino para más sufrimiento y marginalización. Con sus políticas redistributivas, Sanders presta atención a las graves condiciones de la clase trabajadora aunque su base es mayoritariamente blancos educados y liberales. Él tiene la visión y la pasión, además de un infeccioso llamado a la «revolución política». Clinton no posee eso y por eso cae en el modelo del establishment que le ha impedido aplastarlo. Se prevén problemas para Clinton en noviembre porque deberá maniobrar entre el odio visceral que le profesa la derecha y el disgusto que los progresistas le tienen al cinismo de los Clinton. Su multimillonaria campaña le asegurará mucho músculo político, pero ella carece de una narrativa contundente que es un elemento clave para triunfar en una campaña presidencial.
Los republicanos sufren de la misma enfermedad: la política habitual. Incapaces de competir con el circo que es Donald Trump y los tres demonios que lo conforman: ego, ordinariez y dinero, sus adversarios tratan de ganar ventaja entre ellos con una morbosa adulación a Reagan, la exclusión de los pobres y el belicismo. Luego de décadas de llamados para reducir los impuestos, atacar a los derechos reproductores, y guerras; más de lo mismo atrae a unos cuantos trabajadores blancos. Trump ha apelado a un nacionalismo populista blanco y se ha dado cuenta que romper con la ortodoxia republicana lo ha beneficiado. Él habla favorablemente de los sindicatos, se opone a los pactos de negocios y desea imponer impuestos a las importaciones y deportar a los trabajadores indocumentados. Ha criticado la «guerra al terrorismo» por haber malgastado billones de dólares que pudieron haberse usado para revivir la economía estadounidense. Ni siquiera Sanders, cuyo socialismo termina en las fronteras de Estados Unidos, iría tan lejos. El principal atractivo de Trump son los chivos expiatorios, que atrae a ciertos sindicalistas, pero la evidencia indica que sus políticas económicas perjudicarían a los trabajadores que lo apoyarían.
Sanders y Trump han catalizado un quiebre en la política nacional sin precedentes en la era moderna. Ambos han atacado exitosamente al consenso neoliberal del libre comercio y el bienestar social corporativo que se oponen diametralmente a los términos de redistribución en la izquierda y la exclusión en la derecha. Esto va más allá de una crisis partidista interna que trajo a colación Ted Cruz. Los republicanos desprecian a Cruz porque ha desviado sus redes de poder, no porque sea una amenaza fundamental a la existencia del partido.
Sin embargo, el Estado profundo y su constelación de corporaciones, Estado, ideología y el poder político es lo suficientemente resistente para ajustarse a una presidencia de Trump o Sanders. Algunos republicanos dicen que podrían vivir con Trump porque él es «pragmático». Trump podría funcionar con un Congreso de derecha para aprobar leyes discriminatorias y recortes de impuestos a los más ricos, mientras que este, al mismo tiempo, podría bloquear gran parte de su agenda, por ejemplo, los impuestos, que llevarían a la ruina económica. Sin embargo, sería incapaz de cumplir las promesas de deportaciones masivas y encarcelar a todos los musulmanes, una presidencia de Trump podría impulsar la violencia organizada, además de dañar las relaciones con países de Latinoamérica, Oriente Medio y Asia Oriental; todo eso perjudicaría el poder estadounidense y la economía y se daría inicio a otro ciclo de nativismo frenético.
Si Sanders ganara, el Congreso estaría en un punto muerto permanente. Los demócratas diluirían sus políticas hasta hacerlas irreconocibles y ese sería el precio de su apoyo; los republicanos formarían un muro de hierro opositor mientras los medios aullarían incesantemente porque un socialista tomó el poder. Los mercados financieros no quieren a ninguno de los candidatos, pero podrían hundirse con una victoria de Sanders y se dispararía una nueva recesión. El control de Sanders de la burocracia federal y el ejecutivo le permitirían realizar algunos cambios importantes; así, la oposición capitalista probablemente inspiraría a que la izquierda y los trabajadores se organizaran, pero la derecha que tiene una mejor organización también se beneficiaría, incluyendo a las milicias extremistas y los grupos supremacistas blancos.
Clinton es la favorita para triunfar el próximo noviembre y los republicanos probablemente se unirán detrás de Marco Rubio para detener a Trump. Los liderazgos de ambos partidos tratarán de adaptarse a las particularidades, pero son indiferentes al creciente sufrimiento y, sin duda, no tienen planes para detenerlo. A pesar de lo que suceda en las elecciones, el apoyo de los estadounidenses a la globalización capitalista continuará disminuyendo e incrementará las probabilidades de un juicio final debido a las décadas de lucha de clases. El asunto es si serán los pobres los que paguen el precio o los ricos.