«En Estados Unidos un país industrializado vine a conocer otras cosas que en mi arrabal serían un desperdicio total. La alacena con comida para tres años, ¡tres años!»
País de llegada: Los mil oficios – Quinta parte
Siempre he visto como un privilegio de la vida el que creciera en un área marginal, con carencias económicas, donde el día a día se lucha para que termine con la ilusión de tener con un plato de comida en la mesa y un candil en el corredor, y que el emigrar desde mi llegada al país trabaje en el sector exclusivo donde viven los millonarios del Estado.
Dos mundos totalmente distintos han estado en mis manos y ante mis ojos.
Digo que es un privilegio porque me ha permitido ver dos realidades, interactuar en ellas y comprobar que no es más feliz el rico por tener dinero que el pobre con sus carencias. Siempre he pensado que en este mundo al revés los niños que deben ser adoptados son los de los ricos, porque dentro de su burbuja de dinero, lujo y fantasía les hace falta lo esencial: amor. En la pobreza se podrá comer una vez al día y dormir sobre un petate pero existe la belleza de que si un pan hay en la casa se divide en partes iguales y todos comen, una libra de frijol alcanza para quince días porque se toma nada más el caldo y se le agrega más agua para el siguiente amanecer.
En la riqueza lo que abunda es el desperdicio, los egos, la prepotencia, la competencia anodina. La apatía en su máxima expresión. Siendo mucama y niñera en el mundo de los ricos he estado en la intimidad de las familias y me ha entristecido en sobremanera ver sus vidas tan vacías que como consuelo a tanta soledad y afán, tienen la desdicha de perder los cincos sentidos en la avaricia del dinero, más y más dinero y menos y menos felicidad. Porque el dinero no es la felicidad, nada material lo es, el exceso de dinero en manos de una persona que no tiene sensatez es como una bomba de tiempo.
Es raro el millonario que conoce a sus empleados domésticos y les llama por sus nombres o que siquiera los salude, que salga de él decirles buenos días, buenas noches, con permiso, siempre es el empleado quien tiene que agachar la cabeza y reverenciarlo, ¿por qué? Hay excepciones, claro que sí y también he tenido la dicha te trabajar con ellas.
Muchos nos ven a los emigrantes – y más si somos indocumentados- como los analfabetos que llegamos al país y que desconocemos la vida porque para ellos la vida es viajar por el mundo entero, de isla en isla, de asistir a las mejores discotecas y comer en las restaurantes más lujosos de la ciudad. Vestir ropa de marca y comprar las lociones más caras. Tener un doctorado en alguna universidad de renombre. Una casa de 10 habitaciones, tres niveles, sótano, piscina, jacuzzi, estacionamiento para quince automóviles y contar entre sus juguetes, diferentes tipos de carros. Un jardín que no tenga final y contar con una catacumba llena de botellas de vinos extranjeros.
He trabajado en esas casas. He estado en lugares donde las sirvientas somos vistas como los muebles viejos que se guardan en la bodega a donde va a dar lo inservible. Ay, lo que me dolió cuando vi la primera alacena en tierra estadounidense. Del tamaño de mi casa en Ciudad Peronia, en mi casa de una habitación vivíamos 6. Teníamos dos camas la de mi papá y mamá y la otra de metal y con una pata coja donde dormíamos los 4 hermanos, intentábamos espantar el frío con una chamarra y un poncho remendado que mi mamá compró a los señores que pasaban vendiendo escobas y cepillos de puerta en puerta y que viajaban desde Totonicapán.
¿Alacena? Ni sabía qué era eso cuando llegué a Estados Unidos, siempre fuimos al día, desayunábamos pero no sabíamos si íbamos a tener para cenar, muchas veces nos acostamos sin comer porque lo primordial eran los cumes, los mayores ya aguantábamos el sonido de las tripas exigiendo alimento, las engañábamos con una taza de agua de calcetín, así llama mi Nanoj al café ralo que se hace del pozol del que sobró en el desayuno y se le agrega agua para la noche.
Hay en mí una añoranza de infancia por las tardes en que a las tazas de café les agregábamos medio banano y una tortilla, lo sopeábamos y aquello era nuestro manjar jutiapaneco. Cuando no había dinero para comprar las bolsitas de café Miramar o Quetzal en la tienda de nía Concha, poníamos a quemar tortillas y de ahí lo hacíamos, el sabroso café de maíz también que molíamos mi mamá o yo en la piedra de mano.
En Estados Unidos un país industrializado vine a conocer otras cosas que en mi arrabal serían un desperdicio total. La alacena con comida para tres años, ¡tres años! ¡Lo que daríamos en mi arrabal por una alacena así que alcanzaría para la mitad del desayuno de toda la población! En familia de tres miembros ver una alacena del tamaño de una casa común en arrabal, desencaja a cualquiera, a mí aquella mañana me dio por llorar de tristeza y dolor. Tenía el sacudidor en las manos, me senté en el suelo y me repesé en la aspiradora y se perdió mi vista entre tanta marca, nombres, formas, entre tanto desperdicio porque ese día mucho de lo que había ahí se fue a la basura porque estaba vencido, acción que repetiría durante años.
Somos entonces los indocumentados para los anglosajones como los animalitos sin domesticar, ciertamente creciendo en países en desarrollo, viviendo en aldeas, pueblos, periferias, no vemos esos lujos todos los días, creo que ni durante toda nuestra vida, y piensan que «pobrecitos ellos porque viven en pocilgas» lo he escuchado decir a varios, una de las ventajas es que cuando se empieza a entender el idioma inglés y ellos creen que uno no lo habla se les va la lengua conversando con sus conocidos y amistades y piensan que uno no está entendiendo lo que dicen. Además una empleada doméstica tanto como el jardinero son si mucho para la mayoría de empleadores, como el contenedor donde depositan la basura, la mascota de la casa tiene más valor que sus empleados, por más fieles y profesionales que sean.
A los perros los mandan a pasar largas vacaciones a hoteles donde les hacen masaje, les presentan parejas para una posible relación sentimental, los llevan a clases de adiestramiento, a campamentos, a discotecas y restaurantes, todo para mascotas. Se gastan increíbles cantidades de dinero en las mascotas pero son incapaces de pagar un salario justo a sus trabajadores y los buscan indocumentados para no tener que lidiar con los beneficios laborales. No estoy en contra del buen trato hacia los animales pero hay excentricidades que van hermanadas con la indiferencia humana. Uno no pide privilegios tan solo un salario justo y que lo traten con dignidad, nada más y creo que con eso este mundo que está el revés iría tomando equilibrio.
Somos los indocumentados quienes hacemos el trabajo más pesado, sin derecho a reclamo. Si se es niñera se trabaja tiempo extra que no remuneran contando fines de semana. No se les puede decir que no porque el despido es lo primero y hay miles de personas desempleadas que necesitan trabajar y lo harían por la mitad del salario que uno gana. No tenemos vida propia porque siempre estamos alertas a la llamada de los empleadores. Y como sucede en todos lados, mientras uno les sirve está bien pero para cuando ya no necesitan de la ayuda viene la patada en el trasero y no les importa cómo uno caiga, ¡fuera de nuestras vidas ya no te necesitamos! Si pudieran gritarnos eso lo harían. Algunos dan propinas, míseras propinas para que uno se pague el bus de regreso a la casa el último día, otros no dan ni las gracias y también existen las excepciones, las hermosas excepciones, son tan contadas que parecieran ser de esos eclipses de luna y sol.
No hay trabajo fijo cuando no se cuenta con documentos, un día se es niñera otro limpiadora de casas el siguiente bodeguera, limpiadora de restaurantes. Hay de todos, días que una familia se moverá de Estado y necesitan quien ayude a empacar, ahí vamos los indocumentados que por un día de trabajo sacamos para, ¡una cena en restaurante!, es trabajo extra que no está en los gastos del mes.
O que hay que ir a limpiar lámparas, bajillas de plata, desempolvar áticos, de pronto para los hombres ir a mover muebles pesados, lavar los carros, recoger las hojas secas de los jardines porque el jardinero de planta no se da abasto, ir a lustrarles los zapatos. Es trabajo extra que hay que aprovechar porque no es de todos los días y entonces aparece el amor por la familia que se dejó en el país de origen, he visto a tantos que ni han terminado el día y ya están haciendo cuentas para enviar ese dinero para que allá se hagan un almuerzo el fin de semana o se vayan al cine o se compren una pizza. Sí, le visto esa nostalgia en tantos ojos, la añoranza por el seno familiar, ¿quién la entiende? ¿Quién la percibe tan fiel y tan cruda?
Y también están quienes pierden la cabeza en este país, pero es tema para otro capítulo.
Aquí no importa si el emigrante en su país de origen era doctor, arquitecto, maestro, plomero, delincuente, huele pega, violador, es como si la identidad se borrara al llegar al país e indudablemente se comienza de cero. Conozco doctores que trabajan cortando grama, biólogos que arreglan tuberías, licenciados que pintan paredes, arquitectas que limpian baños, hay de todo. Aquí hay asesinos y pordioseros, putas y santas, mustias y arrechas, y todas pasan por el mismo conducto, somos iguales ante los ojos de los gringos que nos ven uniformemente como los mojados. Aquí quien tiene documentos es visto como mojado, para ellos somos iguales un papel no hace la diferencia, en cambio entre nosotros sí, nos discriminamos los unos a los otros en todo. Sucede más entre latinos, aunque también por supuesto es un hecho que pasa en otras culturas.
De los recién llegados se aprovechan los que ya llevan más tiempo viviendo en el país, si se trata de ir a mover muebles el que habla inglés es el que hace el trato y generalmente es él quien se queda con la mayor parte del pago y lo que le da a quienes se parten el lomo moviendo todo es realmente un limosna para no sentirse tan culpable el día domingo que va a misa.
Si es trabajo de mujeres, ir a limpiar una casa nueva recién construida, limpieza profunda en casas viejas que están llenas de polilla, arreglar una casa para una fiesta, ir a servir la cena en una fiesta familiar, esos son trabajos extras y que la que se queda con la mayor parte del pago es quien habla inglés, ella hizo el trato y regularmente es la que menos trabaja. Así es el país de llegada. Lo jode a uno el anglosajón pero lo jode más el mismo paisano. Y en cualquier exigencia le dicen a uno, pero si no hablás inglés, ¿qué esperabas? Hablar inglés hace la diferencia, si querés ganar más pues aprendé inglés. Como si con el inglés uno aprendiera a ser gente, a no trocear a los demás, a no aprovecharse de quien está en desventaja, eso no lo aprende uno hablando otro idioma, eso es cosa de la conciencia de cada quien.
He visto cómo los ricos tiran la comida. La bastedad que compran para una fiesta se va a la basura cuando ésta termina, se llenan bolsas enteras que muy bien alimentarían a tantos niños que sufren hambruna, tienen tanto dinero que no miden los gastos y todo es desperdicio. Yo crecí con un par de zapatos a los que se les entraba el agua en el invierno porque la suela tenía agujero, aquí vine a ver que los niños ricos tienen armarios llenos de zapatos, cientos, es que ni siquiera docenas, hablo de cientos de zapatos sin usar es lo peor. Un día fuimos con mi hermana a realizar un trabajo extra a casa de una familia millonaria, se trataba de empacar ropa que ya no iban a utilizar, misma que venden por Internet en esas cadenas de tiendas cibernéticas. Me tuve que sentar para lograr asimilar el golpe de ver un armario del tamaño de la antigua parroquia de Ciudad Peronia.
Toda ropa exclusiva que la blusa más barata costaba mil quinientos dólares, un par de zapatos de a cuatro mil dólares traído desde Francia, sacos de a veinte mil comprados en Inglaterra, ropa comprada hacía décadas y que nunca se habían puesto, zapatos de todos colores y estilos, bolsas de a treinta mil dólares, billeteras de a diez mil. Y no digamos el joyero, pequeñeces de a medio millón de dólares. Me sentí tan mal ese día, tocaba cosas que muy bien podían salvar la vida de tantos niños en las partes marginales de Estados Unidos y los países en desarrollo. Para ellos aquello no era nada, ropa y zapatos que ya no querían y venderían por dádivas.
Están los otros, los que todo lo que no usan lo van a donar a lugares donde organizaciones comunitarias lo venden como de segunda mano y el dinero lo utilizan para proyectos humanitarios alrededor del mundo, ahí compro mi ropa y mis zapatos, es casi nuevo muchas veces sin usar y se consigue todo al precio mínimo, ahí vamos a comprar los indocumentados que no tenemos para ir a un centro comercial, abundan los asiáticos, europeos y africanos, las más rayadas son las europeas porque la mayoría tiene el porte de las gringas y la ropa les queda al centavo. Los latinos y asiáticos somos de estatura promedio, chaparros para la media estadounidense y tenemos que cortarle y meterle a la ropa que nos quede.
En los mil oficios es raro quien tiene permiso de los patronos a agarrar comida. La mayoría deja en claro que no se puede tocar nada de los refrigeradores (tienen como mínimo cinco en cada casa) si mucho una manzana o una botellita de agua, las empleadoras prefieren tirar la comida a la basura a que la empleada doméstica se la coma. Porque comer significa utilizar los platos y cubiertos, ¿y si tiene alguna enfermedad contagiosa y no lo sabemos? Estas dudas las acechan. Hay un baño para nosotras, el del servicio no se puede usar otro aunque la casa tenga quince. No se come en el comedor porque la empleada es tan solo la empleada, no es persona.
Entonces las empleadas generalmente llevamos nuestra comida que también no puede ser cualquiera, porque el olor cuenta. La mayoría llevamos panes con algo que el olor no sea tan fuerte. En la mayoría de trabajos solo dan 20 minutos para comer y aquello de los 10 minutos de descanso cada dos horas, es cuento chino. Lo hacen en algunas fábricas pero no en la mayoría. De niñera o de empleada doméstica esto no existe, hay excepciones repito, y son como esos arcoíris que cautivan el horizonte después de un aguacero. Son rarezas estos empleadores pero existen. Yo he trabajado con algunos. Dentro de todo soy una niña que nació con suerte.
(Continúa.)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.