País de llegada: Los mil oficios – Mucama (II) Una tarde cuando ya llevaba tres años viviendo en Estados Unidos, salí de trabajar, pasé a la licorería y compré una caja de cervezas, – fue rutina de todos los días durante los primeros cinco años de mi vida en este país- era invierno y las […]
País de llegada: Los mil oficios – Mucama (II)
Una tarde cuando ya llevaba tres años viviendo en Estados Unidos, salí de trabajar, pasé a la licorería y compré una caja de cervezas, – fue rutina de todos los días durante los primeros cinco años de mi vida en este país- era invierno y las calles estaban cubiertas con esa alfombra blanca de nieve, aun no lograba dormir más de dos horas seguidas, esa noche tomé un lápiz y una hoja de papel, me había bebido algunas cervezas y se me estaba pasando ya la borrachera, comencé a escribir un poema que duré todo el invierno en terminar, era diciembre y el punto y final lo puse en marzo del 2006. Se llama Nostalgia.
En la adolescencia comencé a escribir poemas, cuando tenía diez minutos libres en las tardes mientras limpiada el chiquero de los coches, ordeñaba las cabritas y limpiaba el gallinero, agarraba una hoja en blanco y me trepaba en el tapial de la casa, me sentaba a horcajadas y viendo las montañas verde botella comenzaba a escribir. La poesía ha sido mi expresión más leal. Dejé años sin escribir y lo hice nuevamente aquí, lentamente como proceso de canalización.
A los meses mientras limpiaba el baño de la habitación principal de aquella casa de mi exjefa, comenzó a llover un torrencial bárbaro de finales de primavera estadounidense y de los los habituales en mayo del invierno guatemalteco, no soporté más la presión del volcán que estaba a punto de hacer erupción en mi interior y agarré de su oficina, una hora en blanco. Me senté en la tapadera del inodoro y comencé a escribir sin parar el que sería mi primer relato, mi consentido y mi primer desahogo emocional, se llama: De los aguaceros de mayo y el sopor de la melancolía. El Guapo, que es uno de los personajes del relato, es el hijo pequeño de mi jefa, uno de los hijos de mi corazón, la Martina da vida a una empleada doméstica que añora tanto todo lo que dejó en su entrañable oriente guatemalteco. Cuando terminé de escribirlo que sería cosa de unos quince minutos, seguí con mi trabajo y al llegar al apartamento al final del jornal me tomé tres cervezas y pasé cinco horas sentada frente al ordenador, desmenuzando palabra por palabra y llorándolas todas. Es el relato que más he sufrido y amado. Es el que más me desnuda. El más efervescente y genuino.
De la música y el canto pasé a cargar en mi pantaloneta un pedazo de papel y un lápiz, todas las conversaciones que tenía con mi ser interno, en absoluto silencio o a través del canto, las fui anotando en pedazos de papel, fueron surgiendo lentamente, cada una a su ritmo, en su tiempo, y yo paciente las fui apuntando. Pasaban largos periodos sin que aparecieran y de otros en los que de se dejaban venir en tropel, no me daba abasto planchando y escribiendo, aspirando y escribiendo, limpiando los vidrios de las ventanas y escribiendo, mi jefa lo notó y me dijo, ¿y ahora escribes? Y yo toda azareada le dije que cada minuto que perdiera escribiendo lo iba a compensar al final del día y si no quería que me quedara trabajando después de las cinco de la tarde -hora en que salía- que entonces me descontara el tiempo. Y yo misma lo anotaba en una hoja y se lo entregaba al final de la semana pero nunca me descontó un solo centavo.
Al contrario le alegraba tanto verme escribiendo que en varias ocasiones mientras ella me explicaba de algunas cosas que quería que hiciera en la cocina o en cualquier parte de la casa, yo la interrumpía porque había llegado una idea, una palabra y tenía que anotarla ahí mismo porque sino se me olvidaba, reía a carcajadas y me decía: apuntá todo lo que querrás que yo espero de la misma forma en que esperaré un día en la larga fila de lectores que busquen que les autografiés un libro, no estás aquí por gusto, no vas a limpiar casas toda tu vida, todo es temporal y transitorio, esto es la universidad de la vida.
Mi exjefa dice que no me iré del país hasta que tenga mis papeles de ciudadanía y le cuente al mundo de las vivencias de la migración indocumentada y de lo que es crecer un arrabal. Se siente tan orgullosa que nunca niegue crecí vendiendo helado. También dice que publicaré libros y que el día de la presentación del primero quiere estar con su familia en primera fila y dice que gritará de alegría y les dirá a todos que yo trabajé en su casa y que la pobre tuvo que aguantarme en los días que renegaba de aprender inglés.
Trabajando en su casa viví la transición del país de llegada al de residencia, no fue fácil la pobre tuvo que soportarme pacientemente a pesar de que pudo haberme despedido si así lo hubiera querido. Cuando le pregunto por qué no lo hizo me contesta que personas tan necias y apasionadas como yo son difíciles de encontrar y lo mismo digo yo, jefas como ella son rarezas, un privilegio total decir que es mi exjefa. No voy a decir que todo fue mil sobre hojuelas pero en ningún otro trabajo y con lo delicado que es trabajar en casa, hubieran tolerado a una mujer depresiva, alcohólica y que se negaba a aprender inglés. Sobran las personas que hablan inglés y que están dispuestas a hacer el trabajo que uno hace y por la mitad del salario que uno gana. Ella vio en mí lo que yo no pude durante tantos años.
En su casa aprendí de vinos, de quesos, de esas cuestiones de etiqueta porque es tan elegante la mujer, y me fascina verla sin pintura en el rostro, es chica silvestre adora el monte, se apasiona por los Estados de Montana y Oregon mismos que conocí a través de las fotografías que ella me ha enseñado. Creo que mucho tuvo que ver con que yo también sea arisca y montuna. Su esposo es un atleta consumado, así es que con quien hablar de deportes nunca me faltó, ni qué decir de los hijos, en esa casa desde los empleadores hasta la empleada practicábamos ejercicio.
Mi exjefa es como yo, apartada del mundo y del bullicio, muy espiritual, en su casa me enamoré de la música de los Nativos Americanos y del Sage, por su culpa entre mis rituales está quemar hojas de Sage que es uno de los inciensos de los Nativos Americanos. Aunque lo de nativos americanos no me convence del todo, creo que somos todos los pueblos originarios del continente y no de un país.
Para alegrar mis días me decía a media tarde con esos modales tan suyos: nos encantaría que fueras con nosotros al juego de béisbol del Guapo, – deja lo que estás haciendo y te vas a la hora habitual y yo te pago como si trabajaste, no te preocupés por el salario lo que queremos en que vayas con nosotros y te diviertas un poco. Y así es como conocí el interior de las escuelas y lo asombraba que quedé con la cantidad de recursos materiales, -aunque no por eso es mejor la educación de este país que de otro, comprobado está- los acompañé a juegos de baloncesto, a las presentaciones de patinaje sobre hielo que tenía su hija, y para agradarme el niño pequeño escogió futbol en la escuela en las clases extracurriculares, ¡enloquecí cuando lo vi vestido de futbolista!
A ella le encanta que sea Maestra de Educación Física, que practique fútbol y más aun que sea árbitra del mismo deporte, tanto creció nuestra confianza que yo le decía qué amigas suyas me caían pésimo y que por favor no me obligara a abrirles la puerta cuando llegaran a visitarla, y así lo hizo. Cuando llegaban yo me perdía en el sótano, la lavandería o en el ático. Tan intuitivas ambas que yo le decía, ésa tu amiga fulanita de tal no es tu amiga, espero que lo sepás. Ésa menganita solo labias es, algo quiere sacarte. La que sí es y no anda con tanta cosa es la zutanita. A la mustia esa perenceja con gusto le pegaba una su arrastrada, de una vez te digo que muy sirvienta puedo ser pero si vuelve a entrar a la casa con los zapatos llenos de nieve sabiendo que yo acabo de trapear, le voy a pegar una tunda y qué me importa que me deporten, ni ustedes que son mis jefes y sus hijos hacen eso y entienden que uno se cansa, pero a esa cortita la llevo. Mi jefa por momentos se me quedaba viendo asustada pero inmediatamente soltaba la carcajada y me decía que de su cuenta corría que la perenceja esa no ensuciara el piso. Y sí la paró en seco. Yo desde la lavandería escuché y reí satisfecha.
Pero era de ver cuando me metía mis jalones de oreja, con la misma sinceridad con la que hablábamos quietecita me dejaba. Las dos de carácter fuerte pero ella por supuesto más madura que yo me trataba con pinzas.
La de objetos que le quebré por andar temblando por la necesidad de alcohol, la ansiedad y el desvelo se me resbalaban de las manos. Cosas carísimas que yo hacía cuentas que ni con mi sueldo de un año lo lograba pagar, pero cuando yo iba a darle la cara y con el objeto en pedacitos de pica pica metido en una bolsa plástica me decía: son cosas materiales, que nada material te quite la paz, tíralo a la basura y ve a tomarte un té. Nunca me cobró nada de lo que quebré. Cosa que en otras casas sí sucede.
En su casa también viví la transición de aprender inglés y lloró de alegría el día que le dije que había decidido aprender ese idioma, me abrazó tan fuerte, recuerdo. Toda la familia me abrazó cuando ella les compartió la noticia.
Puso a mi disposición su biblioteca y le tomé la palabra. En la media hora que tenía de almuerzo tomaba uno y lo leía y también me los prestaba para que me los llevara a mi casa.
Las primeras palabras que aprendí en inglés en su casa fueron: plumero y escalera. Y ahora cuando conversamos por teléfono se las digo y ella ríe apasionadamente. También otra que recuerdo muy bien es la de alfombra, pero es que hay alfombra de piso de esas grandes y aparte las pequeñas para colocar cerca del lavamanos, las bañeras, para poner los zapatos en la entrada de la puerta, ésas tienen nombre distinto. Como también los pedazos de tela que se utilizan para limpiar.
Ha disfrutado mis pequeños avances en este proceso de aprender inglés y de la negación de estar en este país, si hay una jefa que puede dar testimonio de mi depresión profunda y de cómo ha ido cambiando, es ella.
Un día a cuando recién comencé a trabajar ahí, recuerdo que yo estaba en la lavandería y llegó corriendo y me llevó de la mano a su oficina, puso un disco compacto en su grabadora y me dijo que escuchara la canción, se llama: Somewhere Over the Raibow. Me sacó a bailar y me dijo que pusiera atención a la letra, me dijo que entendía perfectamente mi renuncia a vivir porque también ella había llorado con la misma intensidad durante muchos años, ésa era una de sus canciones favoritas y cuando logró entenderla su alma se había curado. Yo no la entiendo le dije, con mi tono agrio, me abrazó tan fuerte y me dijo my little girl one day you will understand it. Y sí, tenía razón. Recién la acabo de entender.
Para el Bar Mitzvah del Guapo, me sorprendió porque pusieron un video que de fondo musical tenía la canción Somewhere Over the Rainbow y las fotografías del niño en distintas actividades y con los seres que eran muy cercanos, entre esas fotos salió una en donde estamos abrazados, se me aguaron los ojos cuando la vi, los invitados de saco fino se preguntaron, ¿una foto con la sirvienta? Sentí las miradas quemándome pero ella desde su mesa me guiñó el ojo, y sé que eso significa en nuestra forma de comunicación particular: levante la cara. Y eso hice y me disfruté el momento. Pero no era ésa la única sorpresa porque a la hora del baile salió una canción de Marc Anthony que bailaba con él cuando llegaba de la escuela, todas las tardes. La pusieron por mí fue la única canción en español y la bailó conmigo, y también en círculo con toda su familia.
También viví la muerte de mi abuelo materno, mientras trabajaba en su casa, yo cuando murió su papá. Y son esas cosas que nada tienen que ver con el trabajo, las que van haciendo que las relaciones interpersonales se vuelvan lazos, puentes, jardines. Jardines: me perdía en su jardín todas las mañanas cortando flores, le podían unas en su oficina, otras en la cocina, y otras en mí oficina que era la lavandería. Ahí tenía una libreta que me regaló y un lapicero. Una semilla de árbol de pino y una chicharra.
¿Si era tan amena la relación por qué dejé de trabajar ahí? Porque todo en la vida es temporal, nada es para siempre, ni la felicidad ni el dolor. Queda de las experiencias el aprendizaje de lo vivido y el encanto de rememorarlo. Hay gente distinta en este país, y gracias a que nací con suerte se han cruzado en mi camino.
Y sí, claro que sí. Si algún día tal como ella lo cree, publico un libro viviendo en este país, quiero que ella y su familia estén en primera fila. Verá a su antigua mucama autografiarle un libro y escribirle una dedicatoria.
(Continúa.)
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