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Testimonio de una inmigrante indocumentada

Post frontera (XXII)

Fuentes: Rebelión

País de llegada: remesas (II) Son tantos factores los determinantes en la perturbación que generan las remesas. Desgraciadamente: el chantaje emocional, el aprovechamiento, la falta de lealtad, la inconciencia, la mediocridad, por mencionar algunos. Entre los patrones de crianza que no son saludables habita la coacción, una práctica que es aceptada como normal en muchas […]

País de llegada: remesas (II)

Son tantos factores los determinantes en la perturbación que generan las remesas. Desgraciadamente: el chantaje emocional, el aprovechamiento, la falta de lealtad, la inconciencia, la mediocridad, por mencionar algunos.

Entre los patrones de crianza que no son saludables habita la coacción, una práctica que es aceptada como normal en muchas familias: la cantaleta de los padres, «es que yo te parí y me debés la vida y todo tu sueldo», y es de por vida que los hijos están bajo este yugo y crían a sus hijos de igual manera. Hay que tener claro que los hijos no pedimos nacer por ende no les debemos nada a nuestros padres, y si parimos nuestros hijos no tienen por qué debernos nada, otra cosa es la conciencia, el sentido común, lo que es justo, visto fuera del lazo sanguíneo, visto como humanidad. Pero la artimaña es poderosa. De ambos lados. Pero también el oportunismo sucede entre cónyugues, o con los hijos o familiares que se quedan en el país de origen.

Se supone – y así es- que la mayoría emigra por falta de oportunidades en el país de origen, porque el sistema los echa fuera de las fronteras, y que son soporte de una familia que no tiene ni para los frijoles, el que emigra decide dejarlo todo y morirse ahí mismo, para enviar las remesas que se supone – y no es así- lograrán mermar en parte esa miseria económica y darán a otros las oportunidades que ellos no tuvieron: hijos, hermanos, sobrinos…

Pero resulta que los que se quedaron cuando empiezan a recibir el dinero constantemente y haciendo cuentas son sumas que rebasan lo de un salario mínimo, comienzan a malgastarlo. Por supuesto que rebasan lo de un salario mínimo pero no es porque en Estados Unidos se gane dineral sino porque en el país de origen el dinero está tan devaluado que la miseria que uno gana aquí, allá aumente. Y eso por más que uno se los explique simplemente no le interesa, pero eso así un atraso en el envío de una remesa y ya estuvo que le dijeron a uno hasta el día en que se va a morir.

Se considera entonces que quien se queda valorará todo esfuerzo de quien emigró y que verá palpable en las remesas. Las remesas son el sustento, el techo, vestido y calzado, escuela, la oportunidad para quien se quedó. ¿Es una muestra de amor por parte de quien se fue? ¡Claro que lo es! Para eso se fue, para convertir su sangre en remesas. Hablando de la emigración forzada que es la más común, la emigración que es por necesidad de comida. ¿Por qué quien se quedó no logra valorar eso? ¿En qué momento dejó de comprender las razones por las cuales emigró su familiar? ¿Tuvo que ver el dinero de las remesas en este cambio? Yo digo que no, el que es tijeretero lo ha sido siempre, pero hay oportunidades en las que logra lucir su oportunismo y cuando hay tierra de por medio, irresponsabilidad y se cuenta con la facilidad de tener acceso fácil al dinero, el descaro no respeta de parcos sentimentalismos que hacen que el emigrado no abra los ojos.

En el país de llegada donde todo es miedo porque quienes ya llevan tiempo viviendo en el mismo se encargan de intimidar con mentiras al recién emigrado, la inestabilidad es monumental, porque todo es desconocido y en lugar de encontrar apoyo moral lo que ofrece quien ya está en el país de residencia es un abuso constante. El recién llegado es carne fresca, el idóneo para ser exprimido hasta que lo dejan en los puros huesos, el que resiste y logra mantenerse en el país de residencia tiene de dos sabores: ser abusador también para desquitarse de lo que le hicieron a él o marcar la diferencia, la mayoría opta por la primera opción. Una sed de venganza que no les cabe en el pecho y se desquitan con quienes acabamos de llegar.

Y el abuso no precisamente es de un familiar o conocido que ya está aquí, es general. En la tienda, en el trabajo, en la estación de buses, en la de trenes, en un restaurante, en el baño público, es en todos lados. La gente está llena de odio y con el primero que encuentren más vulnerable se desquitan.

Lidiar con todo eso, todos los días a cada minuto y tratar de trabajar y juntar cierta cantidad de dinero para enviar las remesas. En el país de llegada se envía hasta el último centavo porque «allá lo están guardando en una cuenta bancaria y el dinero está seguro» lo que aquí no, porque si se renta un espacio en donde viven tantas personas desconocidas lo más seguro es que les roben el dinero así lo guarden donde lo guarden. O que una redada los sorprenda y se quede todo y solo se lleven el sudor que en ese momento les empapó el cuerpo.

La gente que se queda afina el talento para mentir, una creatividad que asombra. Estaba el dinero en tal banco pero lo pasamos para otro, pero lo volvimos a sacar y los guardamos en la casa ahí está más seguro, pero ya no, mejor se lo prestamos a doña fulana porque paga buen rédito, que doña fulana se lo robó y se cambió de casa y no sabemos en dónde vive y no nos firmó ningún pagaré, ¡se perdió el dinero! Y así de simple y quién los saca de esa versión y quién los hace que paguen el dinero. Nadie. Lo que se crea al cobrarles o pedirles explicaciones es que se enojen con uno y lo acusen de culero y come mierda, «como ya estás viviendo en Estados Unidos te creés adinerado y me humillás porque yo no tengo ni dónde caerme muerto, pero esperáte a que te deporten aquí me vas a estar mendingando que te abra la puerta de la casa, ¡arrimado!» Y uno lo único que quería es que le devolvieran el dinero que tomaron sin preguntar.

Llegan a unos extremos que hasta se auto secuestran para que el familiar envíe el dinero del rescate pensando que saber qué banda delictiva los está torturando.

El chantaje común es el de las enfermedades que les salen del puro aire, no sé cómo le hacen pero hasta se contactan doctores que envían los exámenes firmados y el monto de la operación que una vez enviado el dinero resulta que no se realizó al final porque milagrosamente el paciente se curó, ¿ y el dinero? «¿tenés el descaro de cobrarme el dinero sabiendo que me estaba muriendo?» Pero ya no te moriste, ¿en dónde está el dinero?, «sos un ingrato, desconsiderado, el dinero te importa más que mi vida, hijo mal agradecido me debés la vida, que no se te olvide que yo te parí.»

Las típicas llamadas telefónicas avisando de un accidente: ¡A la tía fulanita la atropellaron y necesita una operación de urgencia! ¿Vos no tenés que nos prestés y te juramos que a fin de mes te lo pagamos? VA el indocumentado pensando que efectivamente a la tía fulanita le sacaron las tripas, a los días aflora que el dinero era para celebrarle el cumpleaños a uno de los yernos, ¡ y en salón y con mariachi! Llega fin de mes y del dinero ni sus luces, se llama por teléfono y curiosamente está desconectado y los celulares apagados. Nunca se le ve la cara de vuelta a ese dinero.

El problema es que no termina ahí, porque todas los tíos, tías, abuelos, primos y retahíla también se aprovechan del que emigró, cuando no son las tripas de fuera, es un fémur expuesto, un mal de camioneta que pasó a grado de derrame cerebral, un mal de ojo que le torció la nuca, un mal aire que le trenzó las tripas, y todo es de operación urgente porque sino se muere el enclenque, y ahí va pues, el indocumentado que por amor y en agradecimiento a los recuerdos de infancia cae redondito en a trampa.

El error garrafal que el emigrante indocumentado comete en el país de llegada es creer que la familia que se quedó sinceramente está guardando el dinero o que le está dando una utilidad y no se lo está malgastando, por lo general lo que sucede es esto último.

La añoranza, el sentimiento, el agobio que se vive en el país a donde se emigró porque aun no se logra una asimilación de la realidad: el eterno temor a la deportación, el trabajo inestable, la convivencia del día a día, el no saber el idioma, no tener ningún recurso más que el pellejo curtido, no tener ningún tipo de apoyo, hacen de las primeras remesas un lamento que solo entiende quien ha emigrado de forma indocumentada.

¿Qué sucede con la familia que se queda que no logra tener un poco de sensibilidad y entenderlo? No solo entenderlo sino meterle el hombro a quien se fue para que su regreso sea pronto.

Existen las pocas familias que ni la distancia es capaz de separar y con la división de fronteras la lealtad se consolida, y le ponen el pecho, y tratan de estirar el dinero que llega en las remesas, y aprovechan las oportunidades que quien emigró les está dando, ¡malaya! Mi reverencia a esos pocos seres que saben valorar.

Continúa.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.