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Testimonio de una inmigrante indocumentada

Post frontera (XXXI)

Fuentes: Rebelión

País de llegada: el arbitraje Había pasado los fines de semana de los últimos cinco años de mi vida, dirigiendo juegos de fútbol y llegué a Estados Unidos en época de invierno, cuando no hay actividades al aire libre debido a la nieve, seis largos meses fuera de las canchas de fútbol fue una agonía, […]

País de llegada: el arbitraje

Había pasado los fines de semana de los últimos cinco años de mi vida, dirigiendo juegos de fútbol y llegué a Estados Unidos en época de invierno, cuando no hay actividades al aire libre debido a la nieve, seis largos meses fuera de las canchas de fútbol fue una agonía, esperé impaciente la llegada de los primeros días de la primavera del año 2004 y salí a buscar parques y canchas de fútbol para tratar de encontrar trabajo.

Encontré un juego en el parque del pueblo en donde vivo y esperé a que terminara para hablar con el árbitro, era un partido de latinos, la gente del público me dijo que era una liga mexicana. Me presenté y le dije al árbitro que era guatemalteca y árbitra de fútbol, que estaba recién llegada al país y que necesitaba trabajar pero que no conocía el sector y tampoco a dónde abocarme y que le iba a agradecer si él podía decirme de alguna liga o cómo funcionaba la situación del fútbol en el Estado. Se me quedó mirando de pies a cabeza y me dijo que solo había visto árbitras de fútbol por televisión, ¿dirigía juegos de mujeres y de niños? Lo decepcioné porque le comuniqué que mi especialidad era en juegos de hombres, no mucho me creyó pero me dijo que le diera un número de teléfono y que hablaría con la presidenta de la liga y que si a ella le parecía se comunicaría conmigo. Esa misma tarde recibí la llamada de la señora y nuevamente le expliqué mi situación, y preguntó en qué ligas había dirigido, desde cuándo era árbitra y todo este tipo de cuestiones que tienen que ver con una entrevista de trabajo en el mundo del arbitraje de fútbol.

Había enviado a traer mi título y también mandé a pedir una carta de la Federación de Fútbol de Guatemala en la que se especificara claramente en qué categorías había trabajado. Quedamos de vernos el siguiente domingo en una de las canchas, durante la semana no dormí emocionada porque tendría una entrevista de trabajo en lo que realmente amaba, que tenía que ver con mi pasión, aunque solo iba a conocerla y a presentarle mi título, me puse mi top y mi lycra debajo de la mudada de ropa, puse mi uniforme, silbato y tarjetas dentro de una bolsa plástica y lo guardé en el asiento del automóvil de mi hermana que me acompañó porque yo no conocía el sector.

Me encantó la idea que la presidenta de la liga fuera mujer, quería conocerla, abrazarla y aunque no me diera el trabajo decirle que estaba haciendo historia, que era pionera, que estaba abriendo puertas, siempre he soñado con que deportes como el fútbol que son catalogados como de hombres también incluyan al género femenino sin estereotipar a las mujeres que lo practican y que también surjan oportunidades que permitan desarrollarnos al mismo nivel que los hombres, porque todos tenemos las mismas capacidades, el asunto está en que las oportunidades vistas desde el patriarcado son para los hombres y no para nosotras.

Llegué y la saludé, le enseñé mi título y la carta de la federación, de los años que llevaba trabajando en el arbitraje, se emocionó cuando le dije que tenía más de 800 juegos dirigidos en mi país, me dijo que era una verdadera lástima que no fuera vestida para dirigir un encuentro porque ahí mismo le hubiera gustado ver mi trabajo, yo ni dos veces y le dije que iba preparada y que me diera cinco minutos y estaba lista y así fue.

Mi hermana se sentó en una banca y me vio entrar al terreno de juego, de la misma forma en que asistía como porra a mis juegos de fútbol y gritaba y lloraba emocionada cuando le dedicaba los goles, tal cual asistía a los estadios cuando dirigí en mi país, mi sueño era que también un día viajara conmigo a un juego internacional y que desde las gradas de un estadio en otro país me viera entrar al terreno de juego, no pudo ser. No en la dimensión en la que lo soñé.

Ese domingo tenía sentimientos encontrados, estaba contenta porque había una oportunidad para poder trabajar en el arbitraje pero tenía la frustración que era en una cancha cualquiera, de una liga cualquiera, y que todo el esfuerzo que realicé por alcanzar mi sueño no había servido para nada, jamás viajaría a otro país y dirigiría un juego internacional, jamás asistiría a un Mundial de Fútbol Femenino, se me aguaron los ojos y observé a mi hermana que también llorada sentada en la banca, ella sabía lo que yo estaba sintiendo en ese momento, pero como profesional sin distinción de categoría me paré en el centro del campo y llamé a los equipos, revisé el uniforme, los zapatos, los balones, revisé que las redes de las porterías estuvieran colocadas correctamente, también los banderines de esquina y la marcación del terreno de juego. Llamé a los capitanes y realicé el sorteo de la cancha. Eran dos equipos mexicanos que no podían creer que una mujer era la que iba a dirigir el juego, pronto comenzó el público a fotografiarme, nunca antes visto lo de tener una mujer vestida de negro y con un silbato en la mano. La presidenta e la liga sonreía emocionada. Y yo, yo tenía la confusión de la desilusión y de la oportunidad, un instante agridulce.

Veía mi uniforme, -mi novio me había enviado el conjunto con en el que dirigía en Guatemala, porque seguro estaba que trabajaría de árbitra en Estados Unidos- que tenía el escudo de la Federación de Fútbol de Guatemala, mis tenis azul y negro, mi silbato anaranjado, y sentía una amargura que no me cabía en el alma, tanto esfuerzo, entreno, disciplina y mis sueños estaban rotos. De nada me había servido correr el kilómetro extra, dar lo mejor de mí, siempre luchar cuesta arriba, demostrar que las mujeres también tenemos la capacidad, nada de eso valió, estaba ahí en el centro de ese terreno de juego, derrotada, en un fracaso total.

¿Ni esto siquiera? Me preguntaba mientras entraban los jugadores al terreno de juego, ¿ni en el arbitraje lo pude lograr? ¿Qué clase de fracaso de soy? ¿Acaso nací para pasármela de desdicha en desdicha? ¿Qué he hecho mal para que sea éste el pago a tanto esfuerzo? ¿A tanta piel dejada en el intento? Se me aguaron los ojos pero pronto me repuse e inicié el encuentro.

La sorpresa para los jugadores y público fue que la árbitra sabía de fútbol y del reglamento y entendía a cabalidad el juego limpio, las tarjetas no se hicieron esperar y tampoco los reclamos, los insultos por parte de las porras y de algunos jugadores que exigían ser expulsados, les cumplí sus deseos. Ofensas desde enviarme a lavar platos a mi casa, hasta buscarme un hombre que me jineteara bien y me quitara las ganas. Es lo típico que grita la afición latinoamericana a las árbitras mujeres, -a los árbitros les mientan la madre- la mexicana y centroamericana son lo peor de lo peor, en conducta de jugadores y porra. Al continente le falta mucho para que la sociedad y el sistema que son patriarcales y excluyentes, nos vean en equidad. Y sobre todo nos respeten.

Yo solía disfrutarme los juegos, vivir los goles como propios, entrar al campo era una éxtasis, una fascinación que hacía hervir mi sangre, que despertaba mi corazón, me llenaba de vida, y nada de eso sucedió cuando dirigí ese primer encuentro en mi condición de migrante indocumentada, por si fuera poco, fracasada.

La presidenta de la liga me felicitó emocionada, le encantó mi personalidad y carácter para llevar las riendas del encuentro, la forma de mostrar las tarjetas y mi presencia que no era prepotencia ni oportunismo, en ese mismo instante me contrató y nació nuestra historia. Los primeros años dirigí los encuentros sin ningún asomo de emoción, el sonido del balón surcando el aire no causaba ninguna fascinación, ni el olor a grama me erizaba la piel, estaba ahí pero mi corazón y mis pensamientos se habían quedado en un limbo del que no los podía sacar por más que intentaba. De camino al apartamento después de cada jornada de fin de semana, golpeaba el timón del automóvil, enojada y me insultaba, ¡sos una buena para nada! Me decía, y las lágrimas reprimidas se volvían un nudo de sal que se estancaba en mi garganta.

Mi desilusión consumía mis pensamientos, y me estaba volviendo experta en la autodestrucción. Mi pasión estaba muriendo y secándome por dentro, la misma que me había dado tanta dicha, en el país de llegada se torno en desconsuelo. Era una árbitra cualquiera, en una liga cualquiera, dirigiendo cualquier juego, no había horizonte, ninguna ilusión, nada que me hiciera levantarme todos los días y entrenar por las mañanas y por los noches, nada que me diera la felicidad de celebrar un gol y gritarlo en el silencio que obliga llevar puesto el uniforme negro.

Estaba ahí de cuerpo, pero vacía de alma.

La gente me rodeaba y me pedía fotografías y autógrafos, para los latinoamericanos era insólito ver a una mujer latina dentro del terreno de juego. Las anglosajonas abundan. Así de distante está el progreso en temas de género en nuestro continente por ende en la comunidad latinoamericana inmigrante. Así viví la primera oportunidad de trabajar en el arbitraje llanero en este país. Vacía y llena. Vacía de esperanza y llena de rabia.

(Continúa…)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.