Caminando sin coche por los strip malls en el desierto corporativo de Taco Bell, Radio Shack y Bank of America drive-in, con temperaturas de 100 grados y 100% de humedad o así parecía, tras días escribiendo en soledad en el hotel Holiday Inn Express, empecé a imaginarme sufriendo una crisis psíquica como los otros tipos […]
Caminando sin coche por los strip malls en el desierto corporativo de Taco Bell, Radio Shack y Bank of America drive-in, con temperaturas de 100 grados y 100% de humedad o así parecía, tras días escribiendo en soledad en el hotel Holiday Inn Express, empecé a imaginarme sufriendo una crisis psíquica como los otros tipos que se ven deambulando por estos parkings. Aquí estaría, caminando en medio de los freeways de seis carriles de tráfico, quizás viendo espejismos saliendo de los escapes de humo o del asfalto fundido. Y se me acercarían un par de polis de los que andan por Ferguson vestidos de uniforme de Afganistan. Y, me conozco, que siempre sufro esos ataques de gallito, esas rabietas de «see red» (ver rojo), como se suele decir aquí, quizás como Kajieme Powell, abatido con nueve balas el pasado miércoles. «Venga dispárame», podría acabar desafiándoles desquiciado, furioso, al igual que Kajieme Powell. Porque incluso yo, el privilegiado, andando solo por los strip malls desalmados y las freeways de las afueras de San Luis, me siento vulnerable en estos barrios «ocupados como en Iraq» (esta ultima frase no es mía sino de USA Today).
Aquí hay que tener vehículo para sentirte protegido y cuerdo. Aunque viene bien tener también algún guardia armado propio como los periodistas de la Fox, emplazados , al lado de la policía ( y de la guardia nacional antes de que fuese retirada el jueves) , en el strip mall de la calle West Florissant delante del Target, del Footlocker, del Subway, del Burger King, y del US Bank. Es lo que protege el gran despliegue policial-militar desde aquellos saqueos y el incendio en el Quik Trip, la cadena de gasolineras y supermercados propiedad de la añeja familia Cadieux de Oklahoma de patrimonio que asciende, según la revista Forbes, a unos 1.000 millones de dólares y cuyo presidente Chester Cadieux suele repetir: «Better be lucky than smart» (Más vale tener suerte que inteligencia) sin darse cuenta de que la suerte de un Cadieux no es suerte sino capital. «¡¡Welcome!!», gritan,ojos sonrientes, los empleados afroamericanos de los Quik Trip cada vez que entra un nuevo cliente -siguiendo los ordenes del cuartel corporativo en Tulsa, supongo- y luego bajan la mirada.
En el strip mall de franquicias convertido en el cuartel general de las operaciones policiales, militares y mediáticas, los policías están vestidos exactamente igual que los soldados que yo siempre veía en los aeropuertos estadounidenses durante la guerra de Irak: uniforme kaki, botas de desierto, gorra camuflada. Los periodistas llevan casco militar, mascara antigas, chaleco antibala y chinos color beige no se si de Banana Republic o de Gap. Sus guardias armados llevan polos negros, chinos beige y pistolas «¿Por qué necesitas a guardias armados», le pregunté a uno del equipo de Fox News. «Estamos protegiendo nuestros activos», respondió.
Sentí tal necesidad de protegerme en la cáscara de acero de un automóvil que, al final fui al aeropuerto y elegí un escarabajo de los nuevos de VW, con GPS, alquilado por Alamo, que ahora pertenece a National al igual que Budget ya pertenece a Avis, al igual que el Chipotle pertenece a McDonalds, al igual que Taco Bell y Kentucky Fried Chicken y Pizza Hut pertenecen todos a Yum Foods. Decidí cenar en un restaurante mexicano, Pueblo Nuevo, un oasis -como otros miles de pequeños restaurantes mexicanos- en el desierto americano de franquicias multinacionales. Esta vez, en lugar de cruzar el I-70 a pie , como el día anterior, esperando 20 minutos antes del pitido angustioso que permite cruzar en solo 10 segundos, con riesgo de ser asesinado, culpable de jay walking como Michael Brown si no llegas a la acera a tiempo, fui en coche, utilizando el GPS para recorrer los 200 metros, para no perderme en el laberíntico nudo de freeways.
Al salir del restaurante, subiendo el ramp a la autopista, vi una mujer que cruzaba sorteando coches en el freeway. La miré durante una fracción de un segundo y ella me miró a mi, quizás viendo un clavo al que agarrarse en la noche oscura iluminada solo por las luces parpadeantes rojo y azul de los coches policiales que pasaban a ratos. Tras la cruzada de miradas, ya no pude seguir como si mi pasado reciente de peatón desamparado se hubiese borrado y bajé la ventanilla. «Do you know the way to Cape? «, me preguntó. «I think I have to go south». Le dije que lo sentía mucho pero que no era de San Luis y arranqué, siguiendo las instrucciones de la voz robot del GPS para llegar al Holiday Inn Express (visible a 200 metros de distancia pero inalcanzable sin la ayuda del satélite que orbitaba el planeta) .
Pero ya la mirada de pavor y desesperanza de la mujer negra y enjuta,de unos 40 años, que quizás habría pasado desapercibida en la noche de no ser por su vestido de colores vivos, había penetrado , aunque fuera solo unos milímetros, en mi conciencia. Paré otra vez. «¿Te puedo llevar al otro lado de la freeway?». Subió el coche. «Acabo de salir de la cárcel y trato de llegar a Cape; vine ayer con unos amigos de California y acabé peleándome con una de ellas; estaba borracha y me detuvieron y me metieron en el calabozo», me explicó. Puse el GPS. Cape Girardeau, 118 millas (190 kilómetros). Le expliqué que era imposible llevarla tan lejos. «Claro. tengo que encontrar un truck stop (estacionamiento de camiones)». Seguimos las instrucciones de la robot del GPS dirección Cape, pasando por calles que le asustaron a ella y me asustaron a mí. ( Aun no se ha inventado un GPS que seleccione solo las calles opulentas de la ciudad dividida).
La dejé en una gasolinera en un strip mall, igual que los otros strip malls, con las mismas marcas – Quik Trip, Burger King, Subway- que había visto en el cuartel general de las fuerzas de ocupación policiales y mediáticas. Pero por lo menos estaba en la autopista dirección Cape y había algún camión aparcado. «¿Por qué a Cape?» , le pregunté entregándole un billete de 20 dólares, antes de que bajase. «Porque es donde me dijeron que fuera», respondió.
Fuente: http://blogs.lavanguardia.com/diario-itinerante/protegiendo-nuestros-activos-en-ferguson-95741