Han sido muchos los comentarios de prensa, radio y televisión que se han ocupado en estos últimos días de reflexionar sobre el bombardeo nuclear de Hiroshima y Nagasaki analizando los pros y los contras que hubo de afrontar el presidente norteamericano Harry S. Truman antes de tomar la terrible decisión. Alegan quienes exculpan a Truman […]
Han sido muchos los comentarios de prensa, radio y televisión que se han ocupado en estos últimos días de reflexionar sobre el bombardeo nuclear de Hiroshima y Nagasaki analizando los pros y los contras que hubo de afrontar el presidente norteamericano Harry S. Truman antes de tomar la terrible decisión.
Alegan quienes exculpan a Truman que el imperio japonés estaba dispuesto a resistir hasta el final y que el desembarco en el archipiélago nipón habría causado cientos de miles de bajas en el Ejército de los EEUU. Añaden que era también de temer que la URSS iniciara un ataque por el norte para tomar posesión de las islas Curiles y de bastantes territorios más. A partir de ahí, concluyen que Truman no tuvo más remedio que bombardear Hiroshima y Nagasaki, tanto para evitar un infierno a sus propios ejércitos como por razones estratégicas.
Ese retrato histórico es objetable. Quienes lo cuestionan niegan que Japón se hallara en condiciones de alargar la guerra por mucho tiempo. Recuerdan que el emperador estaba ya sondeando con los aliados las posibles condiciones de su rendición, cosa que Truman no ignoraba. Señalan que, además, es dudoso que el pueblo japonés, exhausto y harto del conflicto, hubiera opuesto seria resistencia a un ejército invasor mucho más poderoso que el suyo. Subrayan, en fin, que existían otras alternativas al bombardeo nuclear, fuera del desembarco masivo sin mayores preliminares. También relativizan el supuesto «peligro ruso», apuntando que, si tan difícil se suponía que les iba a ser a los norteamericanos la ocupación de territorio japonés, a los soviéticos les ocurriría lo mismo, si es que no más.
La discusión tiene interés histórico, sin duda, pero no aporta nada a la cuestión central. Al contrario: la oscurece. Da a entender que lo acertado o erróneo del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki depende del peso mayor o menor que tuvieran tales o cuales datos de la realidad. Y no es así. Por muchos otros males que evitara Truman, su decisión seguiría siendo igual de abominable. Atacar deliberadamente a una población civil, y no digamos a tan gigantesca escala, supone un crimen de lesa Humanidad, expresamente tipificado en todas las leyes de la guerra.
No hay, no puede haber ninguna circunstancia o coyuntura capaz de justificar la comisión de un crimen semejante. El mero hecho de entrar a evaluar si el crimen cometido por Truman tenía o no motivación suficiente supone ya, en sí mismo, una aberración moral.
¿Qué sinceridad cabe esperar del «¡Nunca más!» de aquellos que, tras clamar esa consigna, se ponen a discutir si en 1945 fue razonable lanzar bombas atómicas sobre objetivos civiles? Si pudo ser necesario en una ocasión, ¿por qué no en otra?
Me temo que para alguna gente el bombardeo de Gernika estuvo mal tan sólo porque lo hicieron los nazis.