Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo.
La marea rosa ha regresado, por mucho que le pese al gobierno de Estados Unidos. Con gobiernos de izquierda en Bolivia, Venezuela, México, Argentina, Nicaragua y Cuba, más la perspectiva de otro en Ecuador, no hay duda de que los partidarios de los cambios de régimen, los laboratorios de ideas derechistas y toda la gama de imperialistas de Washington tendrán problemas para dormir por la noche. ¿Para qué han servido todos los asesinatos de izquierdistas y los escuadrones de la muerte patrocinados por Estados Unidos y todos los dictadores a los que el imperio norteamericano ha dado su apoyo? Tras la masacre de generaciones enteras, los herederos de las víctimas están tomando el relevo. Estados Unidos auspició la exterminación de cientos de miles de socialistas y comunistas en América Latina, pero sus gentes siguen prefiriendo gobiernos de izquierdas.
El 7 de febrero, el economista de izquierda Andrés Arauz, de 36 años, recibió casi el 33 por ciento del voto en Ecuador. Necesitaba el 40 por ciento para ganar con rotundidad, por lo que tendrá que someterse a una segunda vuelta el 11 de abril. Los otros dos candidatos, uno derechista y el otro, Yaku Pérez, un indígena ecosocialista, quedaron a cierta distancia, con un 19 por ciento de los votos cada uno. El hecho de que los dos partidos de izquierda sumen el 52 por ciento de los votos dice mucho sobre hacia dónde se dirige políticamente Ecuador. Por desgracia, como sucede tantas veces en la izquierda, la brecha que divide a sus dos líderes es implacable. Y clásica. Separa literalmente a un grupo de izquierdas claramente reconocible y tradicional centrado en los avances sociales y a otro cuya base campesina está harta de las extracciones mineras y la destrucción medioambiental.
Arauz fue anteriormente director del Banco Central y luego ministro en el gobierno del agitador de izquierdas y antiguo presidente Rafael Correa. Ocupa el campo tradicional de la izquierda. Según Democracy Now!, “Arauz se ha comprometido a acabar con las medidas de austeridad impuestas por el presidente saliente Lenín Moreno y está próximo al antiguo presidente Rafael Correa, que dirigió Ecuador de 2007 a 2017 y cuyas medidas sacaron de la pobreza a más de un millón de ecuatorianos”. En la elección del 7 de febrero hubo otros partidos de izquierda que mejoraron resultados, aunque el claro vencedor fue Arauz. No hay duda de que su cercanía a Correa dio esperanzas a los ecuatorianos, pues bajo su mandato “se duplicó el salario mínimo del país, la pobreza se desplomó, el gasto en educación y sanidad se disparó y el crecimiento del PIB superó los promedios de la región”, según la reciente entrevista de Bhaskar Sunkara a Arauz para Jacobin.
La campaña de Arauz tuvo que hacer frente a acusaciones descabelladas, con el claro propósito de torpedearla. “La prensa internacional daba a entender que Arauz es una figura peligrosa, un peón del exaltado Rafael Correa”, informa Sunkara. “Pero lo que yo descubrí en la entrevista fue una figura humilde, un progresista comprometido con su ideología, pero también un pensador con matices, orgulloso de su visión tecnocrática y de su formación de economista”. Para nada el supuesto conspirador relacionado con el Ejército de Liberación de Colombia, una acusación que, dicho sea de paso, huele a cruda propaganda calumniosa de derechas. Podemos afirmar con seguridad su falsedad al cien por cien.
El actual presidente Lenin Moreno se aseguró de impedir que Correa o cualquier otro de los líderes de la Revolución Ciudadana pudieran concurrir a la elección presidencial. Así que la tarea recayó en Arauz, un relativo desconocido. La segunda vuelta de abril lo enfrentará al antiguo banquero conservador Guillermo Lasso, de 65 años. Pero los problemas continúan. Pérez, que representa a la izquierda campesina anti-extractivista (pero que ha apoyado a candidatos neoliberales por razones estratégicas) solicitó un recuento de los votos en 17 de las 24 provincias del país, alegando fraude. Pero el Consejo Electoral Nacional suspendió el recuento que debería haber revisado 6 millones de papeletas el 17 de febrero. Inicialmente, Pérez iba por delante de Lasso en el recuento, pero luego este le aventajó, lo que dejó a Pérez fuera de la contienda y a Arauz como el probable nuevo presidente, con una gran acritud. Aquellos a quienes representa Pérez están resentidos debido a los acuerdos mineros firmados por Correa y de su criminalización de algunos grupos indígenas. Pero acusar de fraude en una elección latinoamericana, como ha hecho Pérez, supone abrir la caja de Pandora.
Resulta inquietante la presencia en la escena de la Organización de Estados Americanos (OEA), que acudió como observadora a las elecciones. Una vez que Pérez alegó fraude, no resultaba infundado temer que la OEA fuera a reproducir en Ecuador su impropio comportamiento en la elección boliviana de 2019, cuando amplificó las mentiras sobre fraude que fueron la excusa para el golpe de Estado de la derecha y la salida del país de su presidente debidamente electo, el socialista Evo Morales. No obstante, el 21 de febrero la OEA publicó un informe preliminar en el que hacía recomendaciones para la segunda vuelta. Tal vez, consciente de las duras críticas recibidas tras la debacle boliviana, la OEA no adoptó una postura igual de hostil ante el candidato favorito, en este caso, Arauz.
El ascenso de la izquierda en Ecuador también está relacionado con el profundo descontento popular con el actual presidente Lenin Moreno, que se enfrentó a grandes protestas en 2019 y se vio obligado a salir de Quito tras llegar a unos acuerdos con el FMI desaprobados por la mayoría social. Posteriormente, Moreno tuvo que rescindir dichos acuerdos. Las mayores protestas fueron dirigidas por la CONAIE, una confederación indígena liderada por Pérez. Según un observador, “los manifestantes eran campesinos empobrecidos del interior ecuatoriano (Amazonía, Andes y costa pacífica)”. Moreno, además, tuvo un pésimo manejo de la pandemia de covid-19, que golpeó duramente al país.
Aunque por lo general se le considera un títere de Estados Unidos, Moreno había sido amigo y asociado de Correa, a quien luego apuñaló por la espalda. El vergonzoso currículum de Moreno también incluye su responsabilidad por abrir la embajada ecuatoriana en Londres a la policía británica, pera que pudiera detener a Assange y enviarle a prisión. No es exagerado decir que Moreno es un lacayo del imperio.
Cuando alcanzó el poder, nadie se esperaba la estrategia de Moreno. Se presentó a las elecciones presidenciales de 2017 como un seguidor de Correa pero –según según la entrevista que realizó Joe Emersberger al académico de derecho Oswaldo Ruíz Chiriboga publicada en Counterpunch en 2018–, cuando Moreno ganó “se dedicó básicamente a poner en marcha las promesas electorales de los adversarios de Correa”. Dicho artículo detalla la perfidia de Moreno y su ataque a la independencia judicial.
Pero aún fue más lejos. En 2019, el expresidente Correa pronosticó que Moreno acabaría en la cárcel por corrupción. Afirmó que tenía “pruebas sobre los vuelos, el dinero en metálico, la ropa de lujo y el apartamento de alto standing en España propiedad de los familiares de Moreno”, una información recogida por la cadena Telesur. Años después Moreno se tomó la revancha, cuando un tribunal ecuatoriano sentenció a Correa in absentia a ocho años de prisión por corrupción. Según la agencia Reuters “el tribunal prohibió asimismo que Correa participara en política durante 25 años”. Para Correa, estas acusaciones eran un ataque político de Moreno.
Según las acusaciones de Arauz publicadas en Ecuador on Q, otro ejemplo más reciente de las artimañas de Moreno es “la ley propuesta para privatizar el banco central de Ecuador, que fue redactada en Estados Unidos”. En esas mismas declaraciones confirmaba los insistentes rumores de que “si fuera necesario, el régimen de Moreno estaría dispuesto a esquivar a la Asamblea Nacional para aprobar dicha ley”. Para el potencial futuro presidente, esa propuesta de ley viola la constitución del país “y pone en peligro su soberanía económica y financiera”.
Así que Moreno es el chico del gobierno estadounidense y el factótum del gran capital, razón por la cual los ecuatorianos no le quieren, ni quieren a nadie como él. El hecho de que él y los de su índole estén preparando su salida es una muestra de la decreciente influencia de EE.UU. Todos esos años en los que promovió los cambios de régimen en América Latina e interfirió en las políticas locales para instalar regímenes de derecha han dejado a EE.UU. con pocos amigos en lugares como Ecuador. Puede que la Operación Cóndor de la CIA asesinara a 100.000 comunistas y socialistas en Sudamérica, pero no generó mucha buena disposición. De hecho, probablemente puede afirmarse que a largo plazo esa política resultó contraproducente.
Llegados a este punto, lo mejor que puede hacer EE.UU en Ecuador es quedarse al margen. El gobierno de Moreno obtuvo unos resultados nefastos y a él se le asocia, claro está, con los Estados Unidos. Uno se pregunta dónde fijará su residencia si Arauz gana las elecciones. Probablemente en un país gobernado por un régimen vasallo de EE.UU., como le corresponde al hombre que traicionó a Julian Assange (¿quién sabe qué garantías ofreció Moreno a EE.UU. al respecto antes de ganar las elecciones en 2017?) ¿Se asentará cómodamente en Colombia, jenízaro de la OTAN en el continente latinoamericano? ¿O se sentiría más en casa en Honduras, gobernada por un narcodictador respaldado por Estados Unidos? ¿O, tal vez, en El Salvador, con su autocrático presidente derechista, querida del imperio, que debe su victoria sobre el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional a sus triquiñuelas “contra la corrupción?”. El tiempo lo dirá.
Mientras tanto, los afortunados ecuatorianos tienen la oportunidad de avanzar hacia una economía socializada. Esas oportunidades no surgen cada día.
Fuente: https://www.counterpunch.org/2021/03/05/what-the-ecuadoran-elections-mean-for-the-u-s/
El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y se nombre a su autora, a su traductor y a Rebelión como fuente del mismo.