Finalmente se va el despiadado George W. Bush de la Casa Blanca. Ha ejercido su poder «democrático» en Washington por el máximo de dos mandatos y ahora se lo entrega a su sucesor. Sin duda habrá mucha celebración y fanfarria alrededor del mundo. Los ingenuos creerán que ahora todo se arreglará y volverá a ser […]
Finalmente se va el despiadado George W. Bush de la Casa Blanca. Ha ejercido su poder «democrático» en Washington por el máximo de dos mandatos y ahora se lo entrega a su sucesor. Sin duda habrá mucha celebración y fanfarria alrededor del mundo. Los ingenuos creerán que ahora todo se arreglará y volverá a ser como en los «gloriosos» años de Clinton. Pero se equivocan. El imperialismo salvaje no se limita y nunca se ha limitado a un solo hombre.
Después de todo, no fue Bush el que masacró a las y los iroqueses, cheroquis, siux, choctaws y demás pueblos indígenas que habitaban en Norteamérica. Eso lo hicieron los conquistadores y colonizadores europeos y los presidentes estadounidenses aristócratas, esclavistas y terratenientes.
No fue Bush el que se apoderó del canal de Panamá, invadió a Cuba y República Dominicana y estableció la nefasta base militar estadounidense en Guantánamo. Eso lo hizo el bueno de Theodore Roosevelt.
No fue Bush el que exterminó desde kilómetros de altura aproximadamente a 220,000 seres humanos instantáneamente en Nagasaki y Hiroshima. Eso lo hizo el bueno de Truman. Y eso es sin contar a los miles que luego perecieron agonizantemente por los efectos de la radiación.
No fue Bush el que contribuyó a la muerte de más de 100 millones de personas durante dos guerras mundiales imperiales. Eso lo hicieron los buenos de Wilson y Franklin D. Roosevelt junto con Truman.
No fue Bush el que se metió en la guerra de Corea, que terminó matando entre 1,500,000 y 3,800,000 chinos y norcoreanos. Eso también lo hizo el bueno de Truman.
No fue Bush el que envió marines de guerra al Líbano, o el que derrocó a Mohammad Mosaddeq en Irán y a Jacobo Arbenz en Guatemala y los sustituyó con dictaduras. Eso lo hizo el bueno de Eisenhower.
No fue Bush el que derrocó a João Goulart en Brasil y colocó a una junta militar en su lugar, ni el que llevó a cabo la infame invasión de Playa Girón e implementó el bloqueo económico contra Cuba. Eso lo hizo el bueno de Kennedy.
No fue Bush el que desató la carnicería del napalm, el agente naranja y las bombas sobre Vietnam, causando así no sólo centenares de miles de muertos y heridos sino también increíbles daños ecológicos. Eso lo hicieron el bueno de Kennedy, el malo de Nixon y el feo de Johnson.
Esos son sólo algunos de los crímenes perpetrados por los Estados Unidos en todo el planeta a lo largo de la historia. Ni siquiera he mencionado el financiamiento de grupos terroristas como los Contras, el Plan Colombia o el apoyo otorgado a monstruos como Francisco Franco, Suharto, Augusto Pinochet y Saddam Hussein.
Pero entonces queda la pregunta: ¿qué ha hecho el malo de Bush? Pues el señor Bush no es nada más ni nada menos que el autor del primer genocidio masivo del siglo XXI. Cientos de miles de afganos e iraquíes heridos y muertos y millones más desplazados son el producto de su «guerra contra el terrorismo». En fin, Bush simplemente fue más de lo mismo. Y Obama no será nada nuevo.
Saddam Hussein y Slobodan Milošević están muertos, Radovan Karadžić está preso. Pero George W. Bush se retirará libre y tranquilamente a su rancho. Así es que funciona lo que hoy en día nos gusta llamar «democracia». Una «democracia» en la que hombres como Bush viven por encima de la ley y hombres como Henry Kissinger reciben el Premio Nobel de la Paz. Ésta es la «democracia» por la que el «mundo civilizado» mata a seres humanos todos los días.
Pronto las niñas y los niños afganos, iraquíes, haitianos y palestinos serán solamente cifras en archivos antiguos. Los y las periodistas, sindicalistas y campesinos y campesinas de Colombia serán sólo sombras donde antes hubo sangre. Sólo se recordarán las atrocidades del «enemigo». «Eran tiempos complicados» dirá la gente como siempre dice para sentir menos vergüenza. ¿Pero acaso no han sido complicados todos los tiempos anteriores? ¿Cuál es la diferencia entre nuestros tiempos y los anteriores, entonces? La diferencia es que éstos son los tiempos en que vivimos nosotras y nosotros.
Los que se queden esperando a que las cosas cambien por sí solas tras la salida de Bush quedarán muy decepcionados. Porque las cosas nunca cambian por sí solas.