Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Germán Leyens
Durante los años que pasé escribiendo y hablando sobre el daño y la injusticia infligidos al mundo por interminables intervenciones de USA, fui recibido a menudo con resentimiento por los que me acusan de hacer sólo la crónica del lado negativo de la política exterior de USA y de ignorar sus numerosos aspectos positivos. Cuando pido a esas personas que me den algunos ejemplos de lo que consideran como la faz virtuosa del trato de Usamérica con el resto del mundo en los tiempos modernos, una de las cosas que mencionan casi siempre es El Plan Marshall. Junto con las líneas: «Después de la Segunda Guerra Mundial edificamos desinteresadamente la economía europea, incluyendo a nuestros enemigos de tiempos de guerra, y les permitimos que compitieran con nosotros.» Incluso los que en la actualidad se muestran muy críticos acerca de la política exterior de USA, que rápidamente cuestionan los motivos de la Casa Blanca en Afganistán, Iraq y otros sitios, no ven problemas para embuchar ese cuadro de una Usamérica altruista del período de 1948-1952.
Después de la Segunda Guerra Mundial, USA, triunfante en el extranjero e incólume en el interior, vio que se abría una puerta hacia la supremacía mundial. Sólo una cosa que se llamaba «comunismo» bloqueaba el camino, política, militar, e ideológicamente. Toda la política exterior de la clase dominante de USA fue movilizada para enfrentar a este «enemigo», y el Plan Marshall formó parte integral de esa campaña. ¿Podía ser de otra manera? El anticomunismo había sido el pilar principal de la política exterior de USA desde la Revolución Rusa hasta la Segunda Guerra Mundial, con una interrupción durante la guerra, hasta los últimos meses de la campaña del Pacífico, cuando Washington colocó el enfrentamiento con el comunismo por sobre la lucha contra los japoneses. Este retorno al anticomunismo incluyó el lanzamiento de la bomba atómica en Japón como una advertencia a los soviéticos.
Después de la guerra, el anticomunismo siguió siendo el tema principal de la política exterior de modo tan natural como si la Segunda Guerra Mundial y la alianza con la Unión Soviética no hubieran tenido lugar. Junto con la CIA, las fundaciones Rockefeller y Ford, el Consejo de Relaciones Exteriores, varias corporaciones, y otras instituciones privadas, el Plan Marshall fue una flecha más en el arco de la remodelación de Europa para ajustarla a los deseos de Washington – difundiendo el evangelio capitalista (para contrarrestar las fuertes tendencias de posguerra hacia el socialismo), abriendo mercados para proveer nuevos clientes para las corporaciones de USA (una razón importante para ayudar a reconstruir las economías europeas; por ejemplo, casi mil millones de dólares de tabaco, a precios de 1948, acicateados por intereses tabacaleros de USA); el impulso por la creación del Mercado Común y de la OTAN como partes integrales del baluarte europeo occidental contra la presunta amenaza soviética;; la represión contra la izquierda en toda Europa Occidental, sobre todo el sabotaje contra los partidos comunistas en Francia e Italia en sus esfuerzos por una victoria electoral legal, no violenta. Fondos del Plan Marshall fueron canalizados secretamente para financiar este último esfuerzo, y la promesa de ayuda a un país, o la amenaza de su interrupción, fueron utilizadas como un garrote; por cierto, Francia e Italia ciertamente habrían sido excluidas de la recepción de ayuda si no hubieran secundado las conspiraciones para excluir a los comunistas.
La CIA también descremó considerables fondos del Plan Marshall para mantener de modo oculto a instituciones culturales, periodistas, y editores, en el interior y en el extranjero, para la furiosa y omnipresente propaganda de la Guerra Fría; la venta del Plan Marshall al público usamericano y en otras partes estuvo entrelazada con la lucha contra «la amenaza roja». Además, en sus operaciones clandestinas, el personal de la CIA utilizó a veces el Plan Marshall como cobertura, y uno de los principales arquitectos del Plan, Richard Bissell, pasó luego a la CIA, después de una breve estadía en la Fundación Ford, un antiguo canal para fondos clandestinos de la CIA: una sola familia feliz.
El Plan Marshall impuso todo tipo de restricciones a los países receptores: había que cumplir con toda clase de criterios económicos y fiscales, elaborados para un retorno de amplitud total a la libre empresa. USA tenía el derecho de controlar no sólo como se gastaban los dólares del Plan Marshall, sino también de aprobar el gasto de un monto equivalente de moneda local, dando a Washington un poder sustancial sobre los planes y programas internos de los Estados europeos; USA consideraba con desagrado los programas de bienestar para los sobrevivientes necesitados de la guerra; hasta el racionamiento olía demasiado a socialismo y hubo que eliminarlo o reducirlo; Washington se opuso aún más vehementemente a la nacionalización de la industria. Gran parte de los fondos del Plan Marshall volvieron a Usamérica, o nunca abandonaron el país, para comprar bienes usamericanos, haciendo que las corporaciones usamericanas se encontraran entre los principales beneficiarios.
Podría ser considerado más bien como una operación empresarial conjunta entre gobiernos, con contratos escritos por abogados de Washington, que como una «dádiva» usamericana; a menudo constituía un arreglo de negocios entre las clases dominantes usamericana y europeas, muchas de estas últimas recién salidas de su servicio al Tercer Reich, actividad compartida por algunas de las primeras; o era un arreglo entre congresistas y sus corporaciones favoritas para exportar ciertas mercaderías, incluyendo un montón de bienes militares. Por lo tanto el Plan Marshall sirvió de fundamento para el complejo industrial militar como una característica permanente de la vida usamericana.
Es muy difícil encontrar, o recolectar, una descripción clara, verosímil, de cómo el Plan Marshall tuvo la responsabilidad principal por la recuperación de cada una de las 16 naciones receptoras. La opinión opuesta, no menos clara, es que los europeos – altamente educados, capacitados y experimentados – podrían haberse recuperado de la guerra por sí mismos sin un extenso plan maestro y un programa de ayuda del exterior, y, por cierto, ya habían tomado pasos importantes en esa dirección antes de que comenzaran a fluir los fondos del Plan. Los fondos del Plan Marshall no se dirigieron sobre todo a la alimentación de individuos o a la construcción de casas individuales, escuelas o fábricas, sino a fortalecer la superestructura económica, particularmente las industrias del hierro-acero y de la energía. El período fue, en realidad, marcado por políticas deflacionarias, el desempleo y la recesión. El único resultado inequívoco fue la restauración total de la clase propietaria.
William Blum es autor de «Killing Hope: U.S. Military and CIA Interventions Since World War II«, «Rogue State: a guide to the World’s Only Super Power«. Y «West-Bloc Dissident: a Cold War Political Memoir«.
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http://www.counterpunch.org/blum05222006.html
Germán Leyens es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala (www.tlaxcala.es), la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft.