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El caso de Netanyahu y el curioso incidente

¿Qué quiere decir Netanyahu cuando dice «Sí»?

Fuentes: Counterpounch

Traducido para Rebelión por LB

«Debe de estar usted celebrándolo», me dijo el entrevistador de una popular emisora de radio tras del discurso de Netanyahu. «A fin de cuentas, ¡está aceptando el plan que usted propuso hace 42 años!» (En realidad fue hace 60 años, pero ¿a quién le interesa ponerse a contar años?)

La primera página de Haaretz publicó un artículo de Gideon Levy en el que afirmaba que «el valiente llamado de Uri Avnery y sus amigos de hace cuatro décadas encuentra ahora su eco, aunque debilitado, desde un extremo al otro (del espectro político israelí)».

Mentiría si negara haber experimentado una breve sensación de satisfacción, pero se desvaneció rápidamente. Lo de Netanyahu no fue un discurso «histórico», ni siquiera una «gran» discurso. Fue un discurso inteligente.

Contenía una dosis de mojigata verborrea destinada a apaciguar a Barack Obama, seguida de su contrario para pacificar la extrema derecha israelí. Y poco más.

* * *

Netanyahu declaró que «tenemos la mano tendida para la paz».

En mis oídos aquello sonó familiar: en la guerra del Sinaí de 1956, un miembro de mi personal editorial fue incorporado a la brigada que conquistó [la localidad egipcia de] Sharm al-Sheikh. Como había crecido en Egipto, se entrevistó con el oficial egipcio de alto rango que había sido capturado, un coronel. «Cada vez que David Ben-Gurion anunciaba que tenía su mano tendida para la paz», le dijo el egipcio, «nos ponían en estado de máxima alerta «.

Y, de hecho, ése era precisamente el método de Ben-Gurion. Antes de cada provocación solía declarar que «tenemos la mano tendida para la paz», añadiendo condiciones que sabía eran absolutamente inaceptables para el otro bando. De esa forma se creaba una situación ideal (para él): el mundo veía a Israel como un país amante de la paz, mientras que los árabes aparecían como serial killers de la paz. Nuestra arma secreta es la negativa árabe, se decía en broma en Jerusalén en aquella época.

Esta semana Netanyahu ha exhibido el mismo viejo truco.

* * *

No subestimo, por supuesto, la importancia del hecho de que el jefe del Likud haya proferido las dos palabras: «Estado palestino».

Las palabras tienen peso político. Una vez pronunciadas adquieren vida propia. A diferencia de lo que ocurre con los perros, no se les puede pedir que regresen.

En una popular canción de amor israelí el chico le pregunta a la chica: «Cuando dices no, ¿qué quieres decir?» Cabría preguntarse: Cuando Netanyahu dice que sí, ¿qué quiere decir?

Pero aunque las palabras «Estado palestino» se asomaran a sus labios sólo por fuerza mayor, y aunque Netanyahu no tiene ninguna intención en absoluto de convertirlas en realidad, sigue siendo importante que el jefe del gobierno y el jefe del Likud se haya visto obligado a pronunciarlas. La idea del Estado palestino se ha convertido en una parte del consenso nacional y sólo un puñado de ultraderechistas la rechazan abiertamente. Pero esto es sólo el principio. La principal lucha será transformar esa idea realidad.

* * *

TODO el discurso estaba dirigido a una sola persona: Barack Obama. No estaba diseñado para seducir a los palestinos. Era evidente que los palestinos son sólo el objeto pasivo de una discusión entre el Presidente de los USA y el Primer Ministro de Israel. Exceptuando unos cuantos tópicos gastados, Netanyahu habló de los palestinos, no a los palestinos.

Netanyahu declaró estar preparado para llevar a cabo negociaciones con la «comunidad palestina», y ello, por supuesto, «sin condiciones previas». Traducido: sin condiciones previas palestinas. Por parte de Netanyahu las condiciones previas son numerosas, y cada una de ellas está específicamente diseñada para evitar que ningún palestino, ningún árabe y, en realidad, ningún musulmán, acepte iniciar negociaciones.

Condición nº 1: Los árabes tienen que reconocer a Israel como el «Estado-nación del pueblo judío» (y no solo como «un Estado judío», como muchos medios de comunicación han difundido erróneamente.) Como ya ha respondido Hosny Mubarak: Ningún árabe va a aceptar tal cosa porque ello significaría que 1,5 millones de ciudadanos árabes de Israel quedarán separados del Estado, y porque equivale a negar de antemano el derecho de retorno de los refugiados palestinos, la principal moneda de cambio de la parte árabe.

Hay que recordar que cuando las Naciones Unidas votaron en 1947 a favor de la partición de Palestina entre un «Estado judío» y un «Estado árabe», no pretendían definir el carácter de los Estados. Se limitaban a declarar realidades: hay dos poblaciones mutuamente hostiles en el país y, por tanto, el país debe ser dividido entre ellos. (De todas formas, el 40% de la población del Estado «judío» iba a estar constituida por árabes.)

Condición nº 2: La Autoridad Palestina debe primeramente establecer su control en la Franja de Gaza. ¿Cómo? El caso es que el gobierno israelí prohíbe viajar entre Cisjordania y la Franja de Gaza y que ninguna fuerza palestina puede transitar de uno a otro lugar. Y la solución del problema mediante el establecimiento de un gobierno de unidad palestino también ha quedado excluido: Netanyahu declaró rotundamente que no habrá negociaciones con una dirigencia palestina que incluya en su seno a » terroristas que quieren aniquilarnos», que es la fórmula que emplea para referirse a Hamás.

Condición nº 3: El Estado palestino estará desmilitarizado. Esto no es una idea nueva. Todos los planes de paz presentados hasta ahora hablan de medidas de seguridad para proteger a Israel de los ataques palestinos y a Palestina de ataques israelíes. Pero eso no es lo que Netanyahu tiene en mente: no habló de reciprocidad, sino de dominación. Israel controlaría el espacio aéreo y las fronteras del Estado palestino, convirtiéndolo en una especie de gigantesca Franja de Gaza. Además, el estilo de Netanyahu fue deliberadamente arrogante y humillante: evidentemente, el hombre confía en que la palabra «desmilitarizado» baste para inducir a los palestinos a decir «no».

Condición nº 4: Jerusalén indivisa permanecerá bajo el dominio israelí. Esto no lo propuso como un movimiento inicial para abrir las negociaciones sino que lo presentó como una decisión definitiva. Ello de por sí garantiza que ningún palestino, ningún árabe ni ningún musulmán aceptará su propuesta.

En el Acuerdo de Oslo Israel se comprometió a negociar el futuro de Jerusalén. Constituye una norma jurídica aceptada que si uno se compromete a negociar se aviene a hacerlo bona fide, sobre la base de dar y tomar. Por ello, todos los planes de paz establecen que Jerusalén oriental -total o parcialmente- será reintegrado a control árabe.

Condición nº 5: Entre Israel y el Estado palestino habrá «fronteras defendibles». Estas son palabras-código para significar extensas anexiones de territorio [palestino] por parte de Israel. Su significado: nada de volver a las fronteras de 1967, ni siquiera mediante un canje de territorio que permita anexar a Israel algunos de los grandes asentamientos. Con el fin de crear «fronteras defendibles», la mayor parte de los territorios palestinos ocupados (que en conjunto representan sólo el 22% de la Palestina anterior a 1948) serán absorbidos por Israel.

Condición nº 6: El problema de los refugiados se resolverá «fuera del territorio de Israel». Traducción: no se permitirá el regreso de un sólo refugiado palestino. Es cierto que todos los realistas coinciden en opinar que no es posible el retorno de millones de refugiados. De acuerdo con la iniciativa árabe de paz, la solución debe ser alcanzada «de común acuerdo», lo que significa que Israel ha de aceptar cualquier solución. La suposición es que las dos partes acordarán el regreso de un número simbólico de refugiados. Este es un tema delicado y explosivo que debe ser tratado con extrema prudencia y delicadeza. Netanyahu hace lo contrario: su provocadora declaración, carente de toda empatía, está claramente destinada a suscitar un rechazo automático.

Condición nº 7: No se congelan los asentamientos. La «vida normal» de los colonos proseguirá. Traducción: la actividad constructora para el «crecimiento natural» de los asentamientos continuará. Ello ilustra las palabras de Michael Tarazy, asesor jurídico de la OLP: «Estamos negociando acerca de compartir una pizza, y mientras tanto Israel se la está comiendo».

Todo esto estaba contenido en el discurso de Netanyahu. No menos interesante es lo que no contenía. Por ejemplo, estas palabras: Hoja de Ruta. Annapolis. Palestina. Plan de paz árabe. Ocupación. Soberanía palestina. Apertura de las fronteras de la Franja de Gaza. Altos del Golán. Y más importante aún: no había ni una pizca de respeto por el enemigo al que debe convertirse en amigo, según aconseja una antigua máxima judía.

* * *

Así pues, ¿qué es más importante? ¿El reconocimiento verbal de «un Estado palestino» o las condiciones que vacían de contenido esas palabras?

La respuesta pública es interesante. En una encuesta realizada inmediatamente después del discurso, el 71% de los encuestados lo apoyaba, pero el 55% creía que Netanyahu simplemente «cedió a la presión americana», y el 70% no creía que un Estado palestino fuera a surgir realmente durante los próximos años.

¿Qué es exactamente lo que apoya el 71%? ¿La solución basada en el «Estado palestino», las condiciones que obstaculizan su realización, o ambas cosas a la vez?

Existe, por supuesto, una minoría de extrema derecha que prefiere una colisión frontal con los Estados Unidos antes que renunciar a cualquier territorio entre el mar Mediterráneo y el río Jordán. A lo largo de la carretera a Jerusalén pueden verse grandes carteles con una foto manipulada de Obama exhibiendo tocado árabe (la imagen de marras produce escalofríos, ya que recuerda exactamente a aquel otro en el que aparecía Yitzhak Rabin con kefiya.) Sin embargo, la gran mayoría de la población entiende que una ruptura con los USA debe evitarse a toda costa.

Netanyahu y la derecha esperaban que los palestinos rechazarían sus palabras automáticamente, quedando así retratados como compulsivos rechazadores de la paz, mientras que el gobierno israelí aparecería como alguien que va adoptando pequeños pero significativos pasos en la senda hacia la paz. Están seguros de que eso se puede conseguir a cambio de nada: el Estado palestino no se establecerá, el gobierno israelí no renunciará a nada, la ocupación se mantendrá, proseguirá la actividad en los asentamientos y Obama aceptará todo esto.

* * *

De modo que la pregunta principal es ésta: ¿cómo reaccionará Obama?

La primera reacción fue mínima. Una educada respuesta positiva.

Obama no busca una colisión frontal con el gobierno israelí. Parece que quiere ejercer una presión «suave», firme pero silenciosa. En mi opinión, es un enfoque prudente.

Unas pocas horas antes del discurso de Netanyahu me reuní con el ex Presidente Jimmy Carter. La reunión tuvo lugar en el hotel American Colony de Jerusalén oriental. Fue organizada por Gush Shalom y en ella participaron varias otras organizaciones pacifistas israelíes. En mi discurso de apertura señalé que nos encontrábamos exactamente en la misma sala donde hacía 16 años, mientras en Washington se firmaba el acuerdo de Oslo, activistas por la paz israelíes y dirigentes de la población palestina se reunieron en Jerusalén y abrieron botellas de champagne. La euforia de aquellos momentos ha desaparecido sin dejar rastro.

Israelíes y palestinos han perdido la esperanza. A ambos lados, la inmensa mayoría quiere poner fin al conflicto, pero no creen que la paz sea posible y cada parte culpa a la otra. Nuestra tarea consiste en reavivar la idea de que sí es posible.

Para ello se requiere un acontecimiento espectacular, una especie de descarga eléctrica vigorizante como la histórica visita de Anwar Sadat a Jerusalén en 1977. Sugerí que Obama viniera a Jerusalén y hablara directamente al público israelí, tal vez incluso desde la tribuna del Knesset, como hizo Sadat.

Tras escuchar atentamente a los participantes, el ex Presidente nos animó en nuestras actividades y presentó algunas propuestas de su propia cosecha.

* * *

El punto decisivo en este momento es, por supuesto, la cuestión de los asentamientos. ¿Insistirá Obama en una congelación total de la actividad de construcción, o no?

Netanyahu espera salirse con la suya. Ahora ha encontrado un nuevo truco: hay que permitir que concluyan los proyectos ya iniciados. Uno no puede interrumpirlos en la mitad. Los planes ya han sido aprobados. Los inquilinos aguardan recibir sus apartamentos y no hay que permitir que sufran. El Tribunal Supremo no autorizará la congelación. (Un argumento especialmente ridículo, comparable a pretender que un tribunal permita a un ladrón que gaste más del dinero que ha robado antes de dictar sentencia.)

Si Obama se deja embaucar en este punto que no se sorprenda si descubre demasiado tarde que estos proyectos incluyen 100.000 nuevas viviendas.

Esto nos lleva al hecho más importante de esta semana: los colonos no armaron ningún alboroto tras el discurso de Netanyahu. Todo lo contrario. Aquí y allá se pudieron escuchar algunas débiles críticas, pero la gran población de colonos armados se mantuvo muy tranquila.

Lo que nos lleva de nuevo al inolvidable Sherlock Holmes, quien explicó cómo resolvió uno de sus misterios llamando la atención sobre «el curioso incidente del perro durante la noche.»

«¡Pero el perro no hizo nada durante la noche!», objetó alguien.

«He ahí el curioso incidente», dijo Holmes.

Fuente: http://www.counterpunch.org/avnery06182009.html