Los enterados en Washington tienen una fascinación bipolar y una reacción con las filtraciones. Primero, les encantan -no podrían vivir sin ellas. El Washington oficial se alimenta de filtraciones; mientras más jugosas, más escandalosas, y más dignas de titulares, mejor. Al mismo tiempo, las odian. Es asombroso, totalmente asombroso. Cuestionen el motivo que alguien pueda […]
Los enterados en Washington tienen una fascinación bipolar y una reacción con las filtraciones.
Primero, les encantan -no podrían vivir sin ellas. El Washington oficial se alimenta de filtraciones; mientras más jugosas, más escandalosas, y más dignas de titulares, mejor.
Al mismo tiempo, las odian. Es asombroso, totalmente asombroso. Cuestionen el motivo que alguien pueda tener para revelar una información tan dañina. Exijan una investigación de inmediato a fin de encontrar al responsable de la filtración y colgarlo del árbol más cercano.
Y eso es exactamente lo que está sucediendo ahora debido a dos filtraciones que llegaron hasta la primera plana de The New York Times. El 29 de mayo, el Times reportó que el propio presidente Obama, tomando como base informes preparados por miembros de su equipo de seguridad nacional, selecciona aquellos sospechosos de terrorismo que serán blanco inminente de ataques con drones -creando así su propia «lista de asesinatos». Tan solo tres días después, el periódico reportó que Obama, en cooperación con fuerzas israelíes de inteligencia, había ordenado personalmente el uso del virus Stuxnet para desmantelar programas de computación tras el programa de armas nucleares de Irán.
La reacción a las filtraciones fue, tomando prestada otra frase, «rápida y furiosa». Como demostración, una vez más, que el lugar más peligroso en Washington se encuentra entre John McCain (o Peter King) y una cámara de televisión, ambos republicanos inmediatamente se situaron ante las cámaras para protestar. McCain, sin una pizca de evidencia, pero muchos celos, acusó a la Casa Blanca de filtrar deliberadamente las noticias a fin de aparentar que el presidente Obama tiene una actitud firme contra el terrorismo. Como si el presidente que ha ordenado más de 300 ataques de drones y despachado tanto a Osama bin Laden como a Muammar Gadafi necesitara ayuda para lucir firme ante el terrorismo. McCain exigió que se nombrara a un fiscal especial (¿está disponible Ken Starr?) para investigar las filtraciones.
¿Quién puede superar eso? Solo Peter King. El presidente del Comité de Seguridad Interna de la Cámara de Representantes dijo a Noticias de Radio Fox que las imputaciones de que el presidente Obama había filtrado la información a The New York Times eran «peores que Watergate». King parece sugerir que en algún momento antes del 17 de junio, el 40mo. aniversario del intento de robo en Watergate, podemos esperar que los plomeros del presidente Obama aparezcan en la sede del Comité Nacional Republicano. Pero independientemente de cuán exageradas fueran sus acusaciones, el presidente Obama se vio obligado a responder. «La idea de que la Casa Blanca revelara a propósito información clasificada de seguridad nacional es ofensiva», dijo a reporteros de la Casa Blanca. «Está mal». Y el fiscal general Erick Holder nombró a dos fiscales federales para que investigaran las recientes filtraciones.
Entonces, ¿cuál es la verdad? Como en cualquier otro caso de escándalo dentro de la circunvalación, es importante poner en perspectiva esta tempestad acerca de las filtraciones. Sabemos algunas cosas de las filtraciones. Una: la mayor parte de las filtraciones, aunque no todas, son intencionales. Como escribió una vez el gran James Reston: «El barco del estado es la única embarcación que se filtra desde arriba». Dos: la indignación a causa de las filtraciones tiene causas políticas. Los mismos republicanos que exigen hoy un fiscal especial, no consideraron necesario que un fiscal especial investigara quién de la administración Bush filtró la identidad de la agente de la CIA Valerie Plame.
También sabemos lo siguiente. Tres: no es fácil descubrir y procesar judicialmente a los que filtran información. Como reporta The New York Times, «la amplia mayoría de las investigaciones relacionadas con filtraciones no han descubierto nada concluyente, y varias de las nueve que han sido llevadas a los tribunales -seis ya bajo la administración Obama y solo tres más bajo todos los presidentes posteriores- se han desmoronado».
Cuatro: mientras más poderoso sea uno, más fácil es salirse con la suya. El soldado Bradley Manning aún está en prisión por supuestamente haber filtrado documentos a WikiLeaks; Richard Shelby aún es miembro del Senado de EE.UU., a pesar de que, según The Washington Post, el Departamento de Justicia determinó en 2009 que él había filtrado a Noticias Fox varios contenidos de documentos de comunicaciones clasificadas de al-Qaida.
Pero lo más importante, de lo que podemos estar seguros en cualquier conmoción acerca de filtraciones es lo siguiente: se presta más atención a quién hizo la filtración que a la información que se filtró. Y eso es verlo al revés. Tomemos ambas filtraciones bajo ataque en la actualidad.
Si Obama está aprobando personalmente una lista de objetivos de asesinatos -y nadie ha negado la noticia del Times-, ¿es ese el papel apropiado del presidente de Estados Unidos? ¿Y bajo qué autoridad legal o moral, y bajo qué limitaciones está operando? Esas son las preguntas que debieran estarse debatiendo, y no quién filtró los hechos.
Y si ciertamente podemos evitar que Irán construya un arsenal nuclear -no por medio del bombardeo o la invasión a un país, sino con un gusano informático-, entonces estoy a favor. No me importa quién lo filtró.
Bill Press es el anfitrión de un programa diario de radio distribuido nacionalmente, conductor de «Full Court Press» en Current TV y autor de un nuevo libro, La máquina de odio contra Obama, a la venta ya en librerías. Pueden escuchar «The Bill Press Show» en su sitio web www.billpress.com. Su correo electrónico es [email protected] .