A escasos metros del campus de la Universidad de Dillard aún cubierto por las aguas, una señal de tráfico vencida por el viento indica el cruce entre la Humanidad y Nueva Orleáns. La negra noche deja entrever los rascacielos iluminados de las calles de Poydras y Canal en la zona centro, mientras que la franja […]
A escasos metros del campus de
Hace seis meses que están sin luz, y nadie parece atreverse a decir cuándo volverán a tenerla. En la región de Nueva Orleáns, al menos 125.000 viviendas siguen desocupadas y en mal estado. En medio de esa penumbra vive una ciudad fantasmagórica, mientras que en los pudientes barrios que no se inundaron parecen haber llegado les bon temps. Puesto que gran parte de la población negra ha desaparecido, la mayoría de emisoras han empezado a emitir desde funk y rap hasta rock and roll.
Al alcalde Ray Nagin le gusta alardear de que «Nueva Orleáns ha vuelto», dando a entender que los turistas vuelven a merodear por el Barrio Francés y que los estudiantes de Tulane abarrotan los bistrós de la calle Magazine. Pero la gente que circula normalmente por la orilla occidental del Mississipí se parece mucho a la que visita el Mundo de Disney en un día cualquiera. Más de un 60 por ciento de los habitantes censados en Nueva Orleáns que eligieron a Nagin -incluido un 80 por ciento de afroamericanos- continúan en la diáspora del exilio sin ninguna esperanza de un regreso inmediato.
Durante su ausencia, las elites económicas locales, asesoradas por los think tanks conservadores de los «Nuevos Urbanistas» y los neo-Demócratas han usurpado casi todas las funciones que supuestamente debería ejercer el gobierno municipal electo. El Consejo Municipal está prácticamente excluido de las decisiones que toman comisiones delegadas y asesores externos, donde hay una mayoría apabullante de blancos Republicanos, quienes se proponen transformar y reducir a la mínima expresión una ciudad tradicionalmente negra y Demócrata. Sin mandato alguno por parte de los votantes locales, las escuelas públicas locales prácticamente han sido abolidas, y con ellas los empleos de maestros sindicados y demás empleados escolares. La clausura del mayor centro médico público de Luisiana, el Charity Hospital, también ha dejado en la calle a centenares de empleos regulados por convenio sindical. La junta local dominada por acólitos del presidente Bush y la gobernadora Kathleen Babineaux Blanco se rige por principios tan laxos que en poco tiempo habrá acabado con cualquier sistema de fiscalización de las finanzas locales.
Mientras tanto, el compromiso de Bush «de hacer el trabajo con diligencia» y llevar a cabo «la mayor reconstrucción que el mundo jamás haya visto», suena tan huero como su promesa de reconstruir las infraestructuras destruidas por las bombas en Irak. En lugar de eso, la administración federal ha dejado en el limbo a los residentes de barrios como el de Gentilly: sin trabajo, con casas inhabitables, sin protección contra inundaciones, sin exenciones hipotecarias ni préstamos blandos, y sin siquiera un plan de reconstrucción.
Cada semana que pasa aumenta la probabilidad de que la mayoría de los habitantes negros de Nueva Orleáns no logren regresar jamás a sus hogares (algo que el representante Barney Frank ha calificado de «política de limpieza étnica por inacción»).
Mentir sin parar
Después de la metedura de pata de su respuesta inicial al Katrina, Bush trató de emular a Franklin Delano Roosevelt y Lyndon Johnson cuando en su discurso de la plaza Jackson del pasado 15 de septiembre dijo que «tenemos la obligación de hacer frente a la pobreza [de Nueva Orleáns] sin ahorrar esfuerzos (…) Haremos lo que tengamos que hacer, estaremos aquí el tiempo que haga falta para ayudar a los ciudadanos a reconstruir sus comunidades y sus vidas».
Mientras tanto,
Con la excepción del Congressional Black Caucus, los Demócratas apenas han hecho nada para denunciar este despropósito o para desgastar a Bush recordándole una y otra vez el compromiso que contrajo en la plaza Jackson. El prometido congreso nacional sobre pobreza urbana es una más de las añagazas nunca cumplidas; en lugar de eso, Nueva Orleáns, cual barco gigantesco a la deriva, navega por las corrientes traicioneras de la hipocresía de
El primer aliento mortal vino del secretario del Tesoro, John Snow, quien rechazó avalar los bonos municipales de Nueva Orleáns, no dejando otra salida al alcalde Nagin que echar a la calle a 3.000 empleados municipales, que se añadían a miles de trabajadores de los sectores de la educación y la salud que ya estaban sin trabajo. La administración Bush también bloqueó las medidas propuestas por los dos grandes partidos que pretendían aumentar la cobertura del Medicaid para los evacuados por el Katrina y, puesto que el Estado de Luisiana podría perder ingresos por valor de 8.000 millones de dólares durante los próximos años, ceder una parte de los ingresos generados por el arrendamiento de sus yacimientos submarinos de petróleo y gas.
Pero más atroz si cabe fue la discriminación flagrante que sufrieron los barrios negros por parte de
En contraste con su comportamiento negligente en las ayuda a los barrios,
Los supremos beneficiarios de las ayudas por el Katrina han sido las grandes firmas de ingeniería KBR (filial de Halliburton) y Shaw Group, que goza de los servicios del lobbysta Joe Allbaugh (antiguo director de
El desprecio
En el displicente mundo político de Luisiana, en el que no se hacen prisioneros, es tan abundante el ejercicio interesado de la solidaridad como difícil es encontrar un canto rodado en un pantano. El Katrina permitió que floreciera un consenso sin precedentes entre los dos grandes partidos sobre la necesidad de establecer sistemas de protección contra los huracanes de fuerza 5 y sistema de ayuda financiera para la reconstrucción de viviendas dañadas. Desde los Republicanos más conservadores hasta los liberales más a la izquierda del partido Demócrata aceptaban unánimemente que el reflote de la región dependía de las inversiones federales en creación de nuevos diques y en recuperación de litorales, así como para el recate financiero de los 200.000 propietarios de viviendas cuyos seguros no cubrían sino una mínima parte de los daños sufridos. (En cambio, no hubo el mismo grado de consenso sobre el derecho que tenían a regresar a la ciudad los que vivían de alquiler o en viviendas de titularidad pública, que constituían nada menos que el 53% de la población de la ciudad antes del Katrina).
A principios del mes de noviembre ya pudo verse que el recate de Nueva Orleáns había dejado de ser una de las prioridades de la agenda política de Bush, si es que alguna vez realmente lo fue. Cuando el Congreso se acercaba al receso vacacional de Navidad, en la delegación de Luisiana cundía el pánico: no había prevista ninguna discusión sobre el plan para huracanes de categoría 5 y no estaba claro que la reconstrucción de los diques dañados pudiera estar terminada antes de que empezara la nueva temporada de huracanes. (A principios del mes de marzo los ingenieros que supervisan los trabajos de reconstrucción del Cuerpo del Ejército denunciaron la utilización de materiales de escasa consistencia y que no se estaba encofrando con cemento armado, por lo que un temporal fuerte podría derrumbar de nuevo los diques de protección).
Al final, el Congreso aprobó una dotación de 29.000 millones de dólares para la recuperación de
Luisiana recibió otro duro golpe el día 23 de enero cuando Bush rechazó el plan del representante Republicano Richard Baker, que preveía que una agencia provista con fondos federales,
Naturalmente, la hostilidad Republicana contra Nueva Orleáns es algo que va mucho más allá y es mucho más ponzoñosa que la de la simple preocupación por la probidad cívica de sus habitantes (al fin y al cabo la ciudad más corrompida de Estados Unidos está a orillas del río Potomac, no del Mississipí). Por debajo de los circunloquios moran los mismos prejuicios y estereotipos antediluvianos que se utilizaron para justificar la violenta anulación de
Esta clase de calumnias reproducen viejas caricaturas -que los negros son inconstantes, incapaces de autogobernarse de forma honrada- evocadas por la sanguinaria Liga Blanca cuando conspiró contra
El «krewe» de Canizaro
En Orleáns, el poder y el estatus social siempre se han definido por la pertenencia a los «krewes» reservados del Mardi Gras y a los clubes sociales. [Los «krewes» son los grupos tradicionalmente formados por miembros hereditarios de la oligarquía blanca de Nueva Orleáns encargados de organizar y de participar en los desfiles fluviales y bailes organizados con motivo del Mardi Gras, también conocido como «martes de carnaval». N. del t.]. A principios de la década de 1990, algunos activistas en pro de los derechos civiles liderados por la combativa regidora municipal Dorothy Mae Taylor forzaron la eliminación de las reglas segregacionistas del Mardi Gras, y algunos de los clubes aceptaron de mala gana a algunos millonarios afroamericanos. A pesar de las resistencias de algunos miembros de la vieja guardia, los barrios más periféricos de la ciudad parecían ir adaptándose, aunque fuera a regañadientes, a la realidad de la influencia política de los negros.
Pero, como lo ocurrido después del Katrina ha dejado meridianamente claro, si la oligarquía ha muerto, entonces larga vida a la oligarquía. Mientras los regidores electos protestaban impotentes, una elite mayoritariamente blanca se arrogó el control del debate sobre la reconstrucción de la ciudad. Este «krewe» que gobierna de facto está compuesto por gentes como Jim Amoss, editor del Times-Picayune de Nueva Orleáns; Pres Kabacoff, promotor inmobiliario y patrocinador local del «Nuevo Urbanismo»; Donald Bollinger, propietario de un astillero y destacado bushista; James Reiss, inversor inmobiliario y jefe de
Pero el líder y figura dominante es Joseph Canizaro, un rico promotor inmobiliario que se ha significado por su apoyo a Bush y que tiene lazos personales con gentes que forman parte del núcleo duro de
En una ciudad en la que el viejo capital tiene tanta tendencia a permanecer en la oscuridad como los vampiros de Anne Rice, Canizaro se presenta como un valeroso líder cívico capaz de decir en público verdades como puños. Así, el pasado mes de octubre dijo a Associated Press lo siguiente sobre la diáspora originada por el Katrina: «Si lo analizamos con sentido práctico, hay que reconocer que esas pobres gentes no disponen de los recursos necesarios para regresar a nuestra ciudad del mismo modo que no tenían los recursos necesarios para irse de ella. De manera que no podremos tener de vuelta a toda esa gente. Es un hecho».
En realidad, es un «hecho» que Canizaro ha contribuido decisivamente a la formulación del dogma reinante. El número de residentes desplazados que lograrán regresar a la ciudad está obviamente correlacionado con los recursos y oportunidades que se les proporcionen, de modo que el debate sobre la reconstrucción se apoya sospechosamente en proyecciones -realizadas por
La reordenación encabezada por Kabacoff que convirtió el proyecto de viviendas públicas de St. Thomas en el River Garden, consistente en establecer una falsa subdivisión de los criollos basada en criterios de mercado, se ha convertido en una especie de prototipo para una ciudad más pequeña, más rica y más blanca que la comisión encabezada por el alcalde Nagin «Hagamos que Nueva Orleáns regrese» [Bring New Orleáns Back, BNOB] (con Canizaro como jefe del comité urbano de planificación) trata de construir.
Los temores de que se estaba consumando un golpe de estado municipal se confirmaron cuando a finales del mes de septiembre el alcalde encargó a
Pudo haber una implosión en
A partir de estas dudosas premisas, los «expertos» foráneos (entre los que había representantes de algunas de las mayores compañías inmobiliarias y firmas de arquitectos del país) propusieron una partición inédita en cualquier ciudad estadounidense, según la cual los barrios bajos podrían ser objeto de recalificaciones masivas que permitieran su futura reconversión en zonas verdes que protegieran a Nueva Orleáns de futuras inundaciones. Como dijo un promotor foráneo: «Vuestras viviendas son ahora un bien público. Nunca más podréis manejarlas como una propiedad privada».
Completamente consciente de que era inevitable que aparecieran focos de resistencia popular, el ULI propuso la creación de
Sorprendentemente, el Consejo Municipal, con el apoyo de un gran número de propietarios de viviendas blancos y de sus representantes, rechazó airadamente el plan del ULI. El alcalde Nagin -literalmente en el filo de la navaja- trataba de estar a buenas con los dos bandos, y al mismo tiempo que negaba categóricamente el abandono de cualquier área de la ciudad lanzaba advertencias en torno a que la ciudad no podría permitirse dar servicio a todos los barrios. Pero los funcionarios estatales y nacionales, incluido el secretario del Ministerio de Vivienda y Desarrollo Urbano del gobierno federal Alphonso Jackson, aplaudieron el plan del ULI, como también hicieron el editorial del Times-Picayune y el influyente Bureau of Government Research.
Las recomendaciones de
Sobre el asunto crucial de cómo decidir qué barrios podrían ser reconstruidos y cuáles sufrirían el acoso de las excavadoras,
Canizaro presentó el informe a Nagin en una sesión pública el 11 de enero. El alcalde dijo: «Me gusta el plan», y felicitó a los comisionados por «el buen trabajo realizado». Pero para muchos ciudadanos locales el informe de Canizaro resultaba mucho menos atractivo. «Voy a sentarme en el portal de mi casa con mi arma al lado», espetó un residente en una de las reuniones abiertas celebradas en el ayuntamiento el 14 de enero, mientras que otro se preguntó: «¿De veras vamos a permitir que unos pocos promotores inmobiliarios, un puñado de chaperos y algunos ladrones de tierras se apropien de nuestras tierras y de nuestras casas para convertir a nuestros hogares y nuestras vidas en una versión de Mundo Disney?». Como era de prever, a Nagin le entró pánico y supuestamente desautorizó la moratoria inmobiliaria. Poco después
Pero Canizaro no parecía estar demasiado preocupado. Trató de asegurarse los apoyos para que el plan ULI/BNOB saliera adelante, aunque tuviera que hacerlo solamente con las CDBG. Su tranquilidad se basa en gran parte en que sabe que, independientemente del lado del que soplen los vientos políticos locales, existen fuerzas externas suficientemente poderosas como para tornar en permanente el éxodo de los barrios negros (la falta de cobertura mediante seguros, los nuevas mapas de inundaciones del FEMA, el rechazo de los prestamistas a refinanciar las hipotecas, etc.). Además, como bien sabe cualquiera que esté familiarizado con la moderna realpolitik de Luisiana, ninguna decisión que se tome en Nueva Orleáns es definitiva hasta que algunos buenos chicos (y chicas) de la vieja guardia de Baton Rouge [la capital del estado de Luisiana] han dicho la última palabra.
Cambio de poder
Antes de que los últimos cadáveres fueran sacados de las pútridas aguas de Nueva Orleáns, algunos analistas políticos conservadores estaban escribiendo alegres obituarios acerca del poder de los negros Demócratas en Luisiana. «El margen de los Demócratas para conseguir la victoria», dijo Ronald Utt de
Nueva Orleáns siempre ha competido con Detroit en punto a la antipatía que en ambas urbes los blancos de los barrios periféricos profesan a los negros de los barrios del centro de sus respectivas ciudades, de modo que no debería sorprendernos que los electores de Jefferson Parish (que incluso eligieron al líder del Klan para el Congreso del Estado en 1989) y los de St. Tammary Parish sientan especial regocijo por el cambio acaecido en la población metropolitana y en el poder electoral después del Katrina. Ambas Parish experimentan booms inmobiliarios que pueden contribuir a consolidar el vaciado y declive de Nueva Orleáns.
Por su parte,
La gente pobre no tiene voz dentro de
Según entrevistas aparecidas en el Times-Picayune, destacados miembros de
Pero cabe la posibilidad de que Blanco y las elites hayan pasado por alto la importancia del factor Fats Domino.
«¡Fuera excavadoras!»
Como otras tantas viviendas dañadas por las inundaciones, pero que aún conservan estructuras en buenas condiciones, la casa de Fats Domino exhibe un cartel desafiante: «Salvemos el barrio: ¡fuera excavadoras!» El símbolo del rythm&blues, que siempre se ha mantenido muy próximo a sus raíces de clase trabajadora en Holy Cross, sabe muy bien que su barrio ribereño y el resto del Lower Ninth Ward son objetivos prioritarios de los que quieren reducir los límites de la ciudad. El día de Navidad, el Times-Picayune, amparándose en que «antes de reconstruir una comunidad primero hay que imaginarla», publicó una proyección de cómo sería una Nueva Orleáns más pequeña pero mejor: «Los turistas y los escolares podrán realizar un recorrido en un museo viviente que incluirá la casa de Fats Domino y el instituto de Holy Cross, un memorial del Katrina formado por varias manzanas de casas que abarca gran parte del barrio devastado».
«Museo viviente» (o «museo del holocausto», como me dijo cáusticamente un amigo negro) suena a chiste malo, pero refleja la concepción que tiene la elite blanca de lo que debe ser
Pero esta versión trovadoresca del futuro primero tendrá amordazar las hondas raíces de movilización popular que se han sucedido a lo largo de su historia. El secreto mejor guardado de la ciudad -al menos para la prensa oficial– ha sido el resurgimiento de la organización de actividades sindicales y comunitarias desde mediados de la década de 1990. En realidad, Nueva Orleáns, la única ciudad sureña en que el sindicalismo siempre ha tenido suficiente poder como para convocar una huelga general, se ha convertido en un importante crisol de nuevos movimientos sociales. En concreto, se ha convertido en el campo base de ACORN, una organización nacional de propietarios y arrendatarios de clase trabajadora entre los que hay más de 9.000 miembros de familias de Nueva Orleáns, la mayoría de los cuales pertenecen a barrios negros amenazados. Los miembros de ACORN han sido el motor que había detrás de la tumultuosa y larga lucha de más de una década por lograr la implantación de los sindicatos en los hoteles del centro de la ciudad. También fue la organización que impulsó el referéndum que aprobó la necesidad de legislar el primer salario mínimo del país (posteriormente anulado por el derechista Tribunal Supremo del Estado). Después del Katrina, ACORN se ha convertido en el mayor opositor al plan ULI/BNOB de jibarizar la ciudad. Sus miembros han visto como tienen que pelear de nuevo con los mismos representantes de la elite que se opusieron a la sindicalización hotelera y a un salario mínimo.
El fundador de ACORN Wade Rathke se burla de las proyecciones de
Sin esperar a las ayudas CDBG, a los mapas de inundaciones de
ACORN se ha aliado con
ACORN también ha pleiteado para conseguir que los desplazados de Nueva Orleáns, mayoritariamente población negra, tengan la posibilidad de ejercer su derecho de voto desde fuera del Estado, particularmente en Atlanta y Houston, en las elecciones municipales del próximo 22 de abril. Cuando un juez federal desestimó la demanda, el activista de ACORN Stephen Bradberry dijo que «es obvio que hay un plan concertado para hacer que esta ciudad sea más blanca».
Sería verdaderamente inspirador ver que, en la última batalla Nueva Orleáns, el nuevo o renovado movimiento en pro de los derechos civiles basado en un valiente activismo local tenga su extensión en una solidaridad significativa promovida por el movimiento sindical, los llamados Demócratas progresistas e incluso los miembros del Congressional Black Caucus. Promesas, declaraciones en la prensa y el envío de delegaciones esporádicas, sí las ha habido hasta ahora; pero lo que no ha habido aún es una denuncia nacional del atropello sufrido y un sentido de la urgencia de que debería prestarse mucha atención al intento de asesinato de Nueva Orleáns, precisamente en el cuadragésimo aniversario de
Mike Davis es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. Está en prensa la traducción castellana de su reciente y celebrado libro sobre la venidera pandemia de gripe aviar: El monstruo llama a nuestra puerta (trad. María Julia Bertomeu, Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 2006)
Traducción para www.sinpermiso.info: Jordi Mundó