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Lo que la venta del Grupo Carlyle nos dice sobre el colapso del mercado de la vivienda en EE.UU.

¿Quién me compra mi casa?

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

¿Puede, por favor, venir alguien de Dubai o China a Miami a comprar mi casa?

Parece un ruego razonable, considerando las noticias de esta mañana de que la gran firma de capital privado (en la que el presidente George HW Bush hizo su fortuna después de abandonar la Casa Blanca) – el Grupo Carlyle – vendió un 7,5% de su capital a los Emiratos Árabes Unidos. Un 19,9% de NASDAQ está siendo vendido a Dubai, que no pudo conseguir los puertos de EE.UU. pero obtiene la plataforma en la que se negocian los valores de EE.UU. China, descontenta con el valor de sus inversiones en moneda extranjera, ha establecido su propio fondo para invertir directamente, no sólo en la deuda de EE.UU., cuyo valor decae para llegar a niveles bajos récord contra otras divisas.

Ya que nadie más va a comprar mi casa, invito a los ministros extranjeros de economía a que pasen unas noches conmigo en Miami – los alojaré, les daré las llaves de mi híbrido Toyota para que puedan conducir por el lugar y vean los valores que hemos creado en el Estado del sol.

La tasa nacional de ejecución de hipotecas se ha duplicado en el año pasado: en Miami, se ha duplicado aún más, según los buitres ambulantes de las subastas comarcales de hipotecas, que tarjan una propiedad tras la otra en su gruesa lista de ejecuciones de hipotecas porque los bancos todavía no están suficientemente dispuestos a librarse de ellas.

El Miami Herald informó hoy que una multitud de más de trescientas personas repletó la sala de bailes de un hotel Marriott para licitar por 20 unidades de Condominios Platinum. «En mayo un apartamento de un ambiente en el Piso 14 se vendió por 360.000 dólares. Pero el jueves por la noche, dos condominios de un ambiente en los pisos 16 y 18 de la torre no lograron pasar los 220.000 dólares.»

Hablando de la subasta, el consejero inmobiliario Lew Goodkin dijo: «debería haber mejores ocasiones en 2008 cuando el mercado se reblandezca aún más.»

Lo que se que desvela en las secuelas de las burbujas financieras en serie es una espeluznante sala de espejos ferial: primero las acciones de las punto.com y ahora la vivienda. Si se combinan con la pérdida decadal de la capacidad manufacturera estadounidense resultante de la inversión de papeles en la economía global, la única manera por la que los dirigentes políticos podían manipular los impactos era negar, literalmente, su significado.

En la sección de anuncios inmobiliarios pagados de The Miami Herald, otro constructor de viviendas, Pride Homes, lo dice de otra manera, al anunciar otra explosión de ventas de inventario: «El constructor ha escuchado lo que desean los compradores de casas en el mercado actual, y reacciona ante sus necesidades.»

Es una frase que si la repites suficientemente, se hace aún menos verosímil.

Actualmente, no importa si se crea valor verdadero cuando se imponen subdivisiones en paisajes como el de Florida en la forma de galletas cortadas de una capa de masa premezclada. Lo que importa es la noción de valor.

En la etapa postrera del auge de la vivienda, los constructores de Florida edificaban en un vacío, causado por una masiva proliferación de liquidez.

A nadie le importaba. Políticos estrecha-manos locales actuaban como autoridades de zonificación y pequeños déspotas en la búsqueda de donantes para sus campañas a los que les debe ir bien porque, bueno, ganaron tanto dinero. Funcionó por un tiempo, primero mientras los propietarios de casas usaban su casa como alcancía para el consumo personal, y después, mientras los suburbios estadounidenses se convertían en sumideros auto-realizadores para trabajadores súper-estresados que invirtieron la admonición de Tim Leary de «turn on, tune in, drop out [Excítate, sintoniza, margínate] para decir simplemente tune out [desconéctate].

Es la gente a cuyas necesidades se respondió sobre-construyendo: Los banqueros inversionistas de Wall Street que se las ingeniaron sobre cómo hacer para conseguir un préstamo de construcción, una hipoteca corriente, combinarlos de cualquiera manera como si fueran donaciones a las campañas electorales y luego recibir bonificaciones en la forma de un porcentaje de los gastos de suscripción después de haber multiplicado el valor del activo subyacente por diez, veinte o cien veces.

Esto se llamó diversificación del riesgo, un beneficio neto para la economía mundial.

En el Miami de hoy, los políticos, constructores y cabilderos locales prueban sus estrechones de manos encogiéndose de hombros, persuadidos de que sus resacas de la burbuja de la vivienda se pasarán y que todo volverá a los buenos tiempos normales: basta con agregar un poco más del vodka de ayer al sumo de naranjas de esta mañana, aprobar una medida más de zonificación, aprobar una vía carretera o riel más dentro de tierras agrícolas, otro enlace rutero más donde los conocedores ya poseen propiedades, otra subdivisión catastrada o centro comercial en sitios en los que al único negocio local que le va bien es el que imprime letreros «en venta».

Está ocurriendo de nuevo en Miami, donde al asalto periódico contra la frontera de desarrollo urbano (proyectada para proteger a los Everglades y a los contribuyentes de los costes de la expansión suburbana) se le suma una vez más el coro de cabilderos y de especuladores con terrenos – muchos de los cuales pagaron precios extravagantes, decenas de millones de dólares, por propiedades que actualmente no tienen un valor intrínseco sin un cambio de zonificación o una resurrección futura del mercado.

Existe la industria de la minería de la roca, en Miami Dade, de propiedad de corporaciones en Australia y México – que envía camiones y empleados y abogados y cabilderos para que protesten contra la decisión de un juez federal de impedir que los multimillonarios arruinen el suministro de agua del que dependen millones de Sur-floridianos.

¿Es realmente desatinado que trate de vender mis casa de Miami a los chinos?

«Nos proponemos hacer tratos y ventas a cualquier precio, no importa qué pase,» dice el portavoz de Pride Homes.

«No importa qué pase» impulsa a Florida Power and Light, uno de los mayores productores de energía eléctrica de la nación, a pedir autorización para dos nuevos reactores nucleares de energía con un par de miles de megavatios a nivel del mar y a poca distancia de las casas de Pride que cuestan desde 200.000 dólares, para ajustarse a un crecimiento de Florida que un editorial del Miami Herald realmente escribió ayer: «muestra pocas señales de decaer.»

Para una semejante «reacción ante las necesidades de la gente,» el aumento del nivel del mar como resultado del calentamiento global parece ser un futuro seguro.

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Para escribir a Alan Farago de Coral Gables, que escribe sobre el medio ambiente y la política del sur de Florida, diríjase a: [email protected].

http://www.counterpunch.org/farago09212007.html