¿A dónde va Estados Unidos? Todos quieren saberlo, aun los estadunidenses. Hubo una vez, no hace tanto, que el mundo se dividía entre quienes saludaban a Estados Unidos como líder de las fuerzas mundiales por la libertad humana, y aquellos que lo consideraban una potencia imperialista, un oponente de lo que decía defender. Casi todos […]
¿A dónde va Estados Unidos? Todos quieren saberlo, aun los estadunidenses. Hubo una vez, no hace tanto, que el mundo se dividía entre quienes saludaban a Estados Unidos como líder de las fuerzas mundiales por la libertad humana, y aquellos que lo consideraban una potencia imperialista, un oponente de lo que decía defender. Casi todos los ciudadanos estadunidenses se situaban en el primer campo, al igual que una buena proporción de los europeos, y porcentajes significativos de la gente del resto del mundo. Por el contrario, quienes mantenían sentimientos negativos hacia Estados Unidos provenían, en gran proporción, de países no occidentales, aunque existía también algún porcentaje de ellos en Europa. No hay estadísticas, pero una suposición prudente es que la división era de 50-50.
En la era de George W. Bush, esta alineación ha cambiado radicalmente. Una arrasadora mayoría de la población mundial considera a Estados Unidos como gigante peligroso. Algunos lo acusan de malevolencia, algunos de locura alimentada por la ignorancia y el engreimiento, pero todos se preocupan y actúan con cautela. Por primera vez en mi vida, un número significativo de estadunidenses también se preocupan y ponen reparos ante lo que su propio país podría hacer, podría estar haciendo. Y lo que nadie parece saber es a dónde se encamina Estados Unidos.
La pregunta es probablemente la más significativa de la política mundial, por lo menos en los próximos 10 años. Después quizá se torne irrelevante, o tenga por lo menos una importancia secundaria. Porque Estados Unidos está en una encrucijada, y no tiene aún conciencia plena de las dimensiones de ésta. Vienen, por supuesto, las elecciones de noviembre de 2004, que los medios ya señalan como las más importantes que hayan ocurrido jamás. Esto es un poco exagerado. Pero queda claro que el electorado está muy polarizado y la división es casi pareja. Tal vez el Partido Republicano no había sido tan agresivamente de derecha desde 1936 (y en aquellas elecciones los vapulearon). El partido demócrata nunca había sido tan apasionado en su oposición al presidente en turno. La consigna «cualquiera menos Bush», se escucha en todas partes.
El respaldo interno con que cuentan Bush y sus políticas se ha diluido de manera considerable en el último año, mucho por lo ocurrido en Irak -el no haber podido hallar las tan cacareadas armas de destrucción masiva, la continuada resistencia guerrillera a la ocupación, y lo ignominioso del trato a los prisioneros iraquíes en Abu Ghraib y en todas partes. Y no obstante, como señalan todos los encuestadores, el descenso en el respaldo de Bush no viene acompañado de un aumento en el respaldo al contendiente demócrata, el senador John Kerry. Se han dado muchas explicaciones para esta paradoja, entre ellas, la principal alude a la personalidad de Kerry. Yo creo que la explicación es más simple. A nivel de tripa, muchos que no están contentos con las políticas de Bush dudan que John Kerry actúe muy diferente.
Así que la pregunta número uno es: si hubiera que revertir las políticas de Bush, por razones morales o políticas, ¿qué políticas alternativas podría emprender Estados Unidos para restaurar su autoridad moral a ojos de la opinión pública? Para responder esto, debemos mirar el desarrollo interno estadunidense.
Desde el final de la Guerra Civil en 1865 y hasta la elección de Franklin Delano Roosevelt en 1933, el gobierno de Estados Unidos (la presidencia, el congreso y la suprema corte) estuvo controlado por los republicanos. Luego, con el estallido de la Gran Depresión, los demócratas del New Deal asumieron el poder y trajeron dos cambios fundamentales a la política estadunidense: legitimaron el Estado benefactor y llevaron al país, de su aislacionismo dominante a una activa política de intervencionismo en los asuntos mundiales. Después, en el periodo posterior a 1945, Estados Unidos se asumió «multicultural». Católicos y judíos por igual ascendieron la escala política y social. Detrás de ellos llegaron los negros, los latinos y otros grupos marginados exigiendo lo mismo (incluidos aquellos marginados por sus preferencias sexuales). Este segundo grupo nunca obtuvo la aceptación social lograda por los (blancos) católicos y judíos, pero las peores y más claras discriminaciones terminaron, notablemente en las fuerzas armadas.
Ante un país dominado ahora por el partido demócrata, hubo una reacción «conservadora», al Estado benefactor, al multiculturalismo y al «internacionalismo». Quienes condujeron este movimiento vieron su salvación en transformar el Partido Republicano en una agrupación de derecha, nada centrista. Lo que estos conservadores requerían, sobre todo, era una base de masas. Y lo hallaron en el grupo que hoy se conoce como la derecha cristiana, un grupo compuesto por personas particularmente molestas por la liberalización de las costumbres morales y por el fin de la dominación social garantizada de los protestantes blancos.
La derecha cristiana estaba muy interesada en los así llamados asuntos sociales: en particular el aborto y la homosexualidad. Lograron jalar votantes del Partido Demócrata (los demócratas de Reagan) y movilizaron a gente que antes no votaba. De Nixon a Reagan a George W. Bush, el Partido Republicano se movió establemente a la derecha en lo relativo a los asuntos sociales. Pero también desmantelaron el Estado benefactor y sustituyeron el «internacionalismo» por algo que se incrustó con George W. Bush: un unilateralismo basado en el derecho de Estados Unidos a emprender guerras preventivas. Con el fiasco de Irak, las fuerzas centristas de antes dijeron basta y quieren a «cualquiera menos Bush».
La pregunta más grande que enfrentan Estados Unidos y el mundo es: ¿y qué pasa si Kerry gana? Kerry y quienes lo rodean parecen llamar a un retorno a los buenos tiempos de Clinton. Quieren retomar donde los demócratas centristas se corrieron más a la derecha. ¿Es esto posible? ¿Sería aceptable para los votantes estadunidenses? ¿Apaciguará esto a los antiguos aliados de Estados Unidos, hoy ajenos?
Sea cual fuere el resultado de las elecciones estadunidenses, no se aquietarán las pasiones en torno al aborto y la homosexualidad, que tanto dividen socialmente. Y los intentos por salvar los niveles de vida estadunidenses ante un déficit tan increíble, dejarán claro que no es posible seguir reduciendo los impuestos mientras crecen y crecen los gastos en salud, en educación y en garantías para los ancianos. Será insostenible también el militarismo machista sin un compromiso de la ciudadanía estadunidense con un serio servicio militar, idea muy impopular.
Es muy probable que las presiones que recibe Estados Unidos del resto del mundo aumenten radicalmente después de las elecciones. La casi inevitable retirada estadunidense de Irak (tal vez más pronta con Bush que con Kerry) será considerada una derrota, en casa y afuera, y esto conducirá a terribles acusaciones internas en Estados Unidos. Tal vez Europa y Asia oriental presten menos atención a la diplomacia estadunidense. El dólar se debilitará. Y es factible que la proliferación nuclear sea lugar común.
Ante tal escenario, ¿podrá recomponerse Estados Unidos? Por supuesto. Sin embargo, esto depende cómo definimos recomposición. En un momento en que las fuerzas armadas estadunidenses están extenuadas al límite, y sufren bajas constantes, y cuando la deuda nacional aumenta a niveles récord, no sólo terminan los tiempos de hegemonía sino los días de «dominación» y tal vez los de «liderazgo». Recomponerse significaría revaluar internamente los valores, la estructura y los compromisos sociales. Requeriría remontar la mayor polarización social, económica y política de los últimos 30 años. Y esto quedaría muy ligado a una revaluación de cómo involucra Estados Unidos al resto del mundo.
¿Quo vadis, America? Estados Unidos se desgarra entre reconstituirse como un país con importancia (en su propia visión y a los ojos del mundo) o quedar dividido internamente y ser considerado irrelevante.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein