Las estadísticas hablan. Muchas veces muy claro. En este artículo retomamos y analizamos cifras oficiales del ICE (Immigration and Customs Enforcement) para 2013 y del DHLS (Department of Home Land Security) para 2012. Noventa y siete por ciento de los deportados del interior de Estados Unidos son latinoamericanos y caribeños y sólo 3 por ciento […]
Las estadísticas hablan. Muchas veces muy claro. En este artículo retomamos y analizamos cifras oficiales del ICE (Immigration and Customs Enforcement) para 2013 y del DHLS (Department of Home Land Security) para 2012.
Noventa y siete por ciento de los deportados del interior de Estados Unidos son latinoamericanos y caribeños y sólo 3 por ciento son de tres continentes: Asia, Europa y África. La mayoría de los deportados son mexicanos (65 por ciento) y centroamericanos (13 por ciento), en total 78 por ciento son mesoamericanos.
A estos deportados les llaman removals, porque son resultado de operativos realizados al interior, no se trata de aquellos que devuelven en la frontera, después de haber intentado cruzar. Según el ICE, 82 por ciento de los removidos han sido previamente convictos de algún tipo de crimen. No obstante, la mayoría son migrantes de largo aliento, integrados al mercado de trabajo y a sus comunidades, muchos de ellos con familia e hijos estadunidenses.
A la administración Obama no le tiembla la mano a la hora de deportar. Más allá de las decenas de miles de familias desmembradas, quizá el ejemplo más emblemático sea la deportación de veteranos de guerra, que ya superan la docena. Estos han dejado su huella y su protesta pública en el muro fronterizo.
Si se analizan los números, llama la atención que hay cuatro veces más guatemaltecos deportados que aquellos que provienen de tres continentes: Europa, Asia y África.
Los migrantes irregulares de origen guatemalteco son 520 mil, representan 4.5 por ciento del total y fueron deportados 47 mil en 2013, lo que significa 13 por ciento del total de removidos.
Por su parte, los migrantes asiáticos irregulares son 1.3 millones, los europeos, 300 mil; del Medio Oriente son unos 190 mil y de África y otros lugares unos 300 mil (excluidos América del Sur y el Caribe). En total, la población migrante irregular que no es latinoamericana y caribeña es aproximadamente de dos millones (para esta estimación se utilizaron varias fuentes). Lo que representa 18.3 por ciento de la población irregular en Estados Unidos. No obstante, sólo fueron deportados 11 mil 233, equivalente a 3 por ciento del total de removidos.
En síntesis, se deportaron en 2013 a 4.3 veces más guatemaltecos que a los migrantes irregulares de tres continentes juntos. Si sumamos a los deportados centroamericanos de Honduras y El Salvador nos da un total de 106 mil 420 en 2013; es decir, 29 por ciento del total, 10 veces más que el 3 por ciento que representan los deportados de tres continentes juntos.
La disparidad de cifras es tan grande que no tiene cabida otra explicación más que hay una persecución sistemática y específica de migrantes centroamericanos.
El caso de México es diferente. Según el DHLS los migrantes irregulares mexicanos eran 6.8 millones en 2011, 59 por ciento del total. En este caso fueron deportados 241 mil, lo que representa 65 por ciento del total. Hay una diferencia de seis puntos que indica cierta predisposición a deportar más mexicanos, pero no podemos afirmar de que exista una persecución específica como en el caso de los centroamericanos.
A este tipo de persecución, avalada por las estadísticas del DHLS y el ICE, se le llama en inglés racial profiling, que viene de la práctica, ahora muy difundida entre las policías, de establecer perfiles de la gente que se quiere buscar. Y el perfil en este caso puede tener los siguientes rasgos característicos de clase y raza: pobre, vive en un barrio latino, desempleado o eventual, maneja un carro viejo, no habla inglés, es de raza hispana, fenotipo indígena y baja estatura.
Con ese perfil la policía y el ICE buscan personas por la calle y centros de trabajo y si tienen una sospecha razonable de que puedan ser ilegales o de que tengan deudas con la policía se justifica interrogarlos y en su caso apresarlos. Las causas pueden ser varias: no pagaron una multa, no asistieron ante el juez cuando fueron requeridos, son reincidentes y tienen antecedentes de deportación, huyeron de una orden de deportación, tienen antecedentes menores con la policía, manejan sin licencia, tienen documentos falsos. Otros simplemente cumplieron su condena en la cárcel y son deportados, pero la mayoría salen de los centros de detención por delitos migratorios.
Uno se pregunta por qué los centroamericanos tienen un índice altísimo de criminalidad para ser expulsados en números tan significativos. Varios estudios sobre encarcelamiento en Estados Unidos señalan que el índice de criminalidad de los migrantes de primera generación es muy bajo (0.6), comparado con los de la segunda generación, nacidos en Estados Unidos y que tienen un índice 10 veces mayor (6).
Pero quizá la pregunta más relevante sea por qué se da esta situación, de persecución racial tan evidente durante la administración del primer presidente negro de Estados Unidos. Cómo se explica este comportamiento, cuando el voto latino fue determinante para que Obama ganara las elecciones presidenciales y fuera relegido.
La retórica de Obama sobre la reforma migratoria se contradice con las cifras de deportaciones realizadas por su administración. Su argumento es que no puede dejar de aplicar la ley. Pero por qué la aplica con unos y no con otros, por qué no hay cierta proporción.
No es que pidamos que ahora se persigan y hagan operativos en los barrios chinos o vietnamitas, ni que se persiga a los migrantes que juegan billar en los centros de recreación filipinos o se encarcele a los senegaleses que venden relojes y carteras en las calles de Nueva York.
Lo que se pide es coherencia institucional, si se admite que hay una persecución específica contra un grupo étnico en particular, como parece deducirse de las cifras oficiales; esta es una razón más que suficiente para Obama detenga de una vez por todas esta política infame.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/04/06/opinion/018a2pol