Antes que nada déjenme decir que, por supuesto, Ronald Reagan está muerto ahora. Y por lo menos a mí me gustaría decir algo bueno de él. No soy insensible a los sentimientos de muchos estadunidenses que están de duelo por Reagan, pero al mismo tiempo que ruego a Dios que en su infinita misericordia y […]
Antes que nada déjenme decir que, por supuesto, Ronald Reagan está muerto ahora. Y por lo menos a mí me gustaría decir algo bueno de él. No soy insensible a los sentimientos de muchos estadunidenses que están de duelo por Reagan, pero al mismo tiempo que ruego a Dios que en su infinita misericordia y bondad lo perdone por haber sido el carnicero de mi pueblo, por haber sido responsable de la muerte de 50 mil nicaragüenses, no podemos, no debemos olvidar jamás los crímenes que cometió en nombre de lo que falsamente llamó «la libertad y la democracia».
Tal vez más que ningún otro presidente estadunidense, Reagan convenció a muchos en el mundo de que Estados Unidos es un fraude, una gran mentira. No sólo no era un país democrático, sino que era de hecho el mayor enemigo del derecho de los pueblos a la autodeterminación.
A Reagan se le conocía como «el gran comunicador», y creo que eso es cierto sólo si uno cree que ser un gran comunicador significa ser un buen mentiroso. Eso sí que era. Podía proclamar las mayores mentiras sin siquiera pestañear. Al escucharlo hablar de que nosotros perseguíamos a los judíos e incendiábamos sinagogas inexistentes, llegué a creer que en realidad Reagan estaba poseído por demonios. Francamente creo que Reagan en ese tiempo, como Bush ahora, estaba poseído por los demonios del destino manifiesto.
Por supuesto, al decir esto estoy consciente de que para las personas del Proyecto de Un Nuevo Siglo Estadunidense eso cuenta como una gran pérdida. A causa de Reagan y de su heredero espiritual George W. Bush, el mundo está mucho menos a salvo y es mucho menos seguro que nunca.
De hecho Reagan era un delincuente internacional. Llegó a la presidencia de Estados Unidos poco después de que Somoza, dictador que Washington impuso a Nicaragua durante medio siglo, había sido depuesto por nacionalistas nicaragüenses bajo la dirección del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Para Reagan, Nicaragua tenía que ser reconquistada. Culpó a Carter de haber perdido Nicaragua, como si Nicaragua hubiera pertenecido alguna vez a alguien más que al pueblo nicaragüense.
Ese fue el principio de esta guerra que Reagan inventó, orquestó, financió y dirigió: la guerra de los contras. Una guerra sobre la cual mintió constantemente al pueblo estadunidense, contribuyendo a que sea el pueblo más ignorante del mundo. Dije ignorante, no carente de inteligencia. Pero sí el pueblo más ignorante en el mundo de lo que Estados Unidos hace fuera de sus fronteras.
Ese pueblo ni siquiera ha empezado a ver: si lo hiciera, se rebelaría. Y así, Reagan mintió al pueblo, como Bush le miente hoy a medida que continúa su escalada, pensando que Estados Unidos está por encima de toda ley, humana o divina.
Y nosotros llevamos a Estados Unidos, al Estados Unidos de Reagan, ante la justicia, ante la Corte Mundial. Yo era entonces ministro del Exterior aquí en Nicaragua, fui responsable de eso. Y el gobierno de Estados Unidos recibió la sentencia más severa, la condena más dura en la historia de la justicia mundial.
Pese a que Estados Unidos había venido proclamando al mundo desde principios del decenio de 1920 que una de las pruebas de su superioridad moral sobre otros países era que se sujetaba al derecho internacional y obedecía a la corte mundial, cuando fue llevado a la corte por Nicaragua y condenado no cumplió la sentencia: hasta la fecha adeuda a Nicaragua lo que deben de ser entre 20 y 30 mil millones de dólares.
En la época en que salimos del gobierno los daños causados por la guerra de Reagan ascendían a más de 17 mil millones de dólares, y esto de acuerdo con cálculos muy conservadores, elaborados por gente del Comité Económico para América Latina de la ONU, de la Universidad Howard y de Oxford, que fue básicamente el equipo conjuntado para evaluar el daño.
Washington recibió la orden de reparar el daño; Bush (padre) ni siquiera quiso hablar del asunto conmigo. Le dije: «Bueno, entonces reunámonos para que puedan ustedes cumplir con la sentencia de la corte». Me dijo en dos cartas diferentes que no había nada de que hablar.
Así pues, Reagan hizo a Nicaragua un daño que está más allá de lo que pueda imaginar la gente que hoy me escucha. Las repercusiones de esa intervención criminal y asesina en mi país perdurarán otros 50 años o más.
Miguel D’Escoto, sacerdote católico, fue ministro del Exterior de Nicaragua en el gobierno sandinista del decenio de 1980, cuando el régimen estadunidense armaba y financiaba los escuadrones de la muerte de la contra. Ronald Reagan dijo de los contras: «Son nuestros hermanos, estos combatientes por la libertad, y les debemos nuestra ayuda. Son el equivalente moral a nuestros padres fundadores».
Palabras dichas a Democracy Now!, programa sindicado de radio y televisión que se difunde en más de 220 estaciones de Estados Unidos.
Traducción: Jorge Anaya